Cine
Satanás contra la derecha evangélica

Hail Satan?, de Penny Lane, documenta las actividades del Templo Satánico en Estados Unidos. El documental se proyectó en la última edición del Festival de Sitges.

Hail Satan
Poster de la película `Hail Satan´
18 oct 2019 05:50

Del Festival de Sitges se acostumbra a decir que es una cita ineludible para los aficionados al cine fantástico y de terror, pero con frecuencia se olvida que también incluye la proyección de documentales, y no solo sobre el propio género. Uno de los que pudimos descubrir en esta última edición fue Hail Satan? (Penny Lane, 2019), sobre las actividades del Templo Satánico en Estados Unidos.

A pesar de que su nombre parece dejar poco lugar a dudas, esta organización es más difícil de catalogar de lo que a primera vista pudiera parecer. Sus activistas parecen movidos más por una actitud punk que por una verdadera inclinación espiritual, y uno de sus cofundadores, Malcolm Jarry, llegó a afirmar en una entrevista que su creación en 2013 tenía como fin establecer una organización que “reuniese todos los criterios de la administración Bush para recibir fondos, aunque les repugnase”.

El portavoz del Templo Satánico, Lucien Greaves, también se ha desmarcado del satanismo representado por la Iglesia de Satán, fundada en 1966 por Anton LaVey y que, por lo general, acostumbra a identificarse con el satanismo comme il faut. Los fundadores del Templo Satánico consideran a la Iglesia de Satán jerárquica y con tendencias reaccionarias. A su vez, La Iglesia de Satán —con una inclinación mucho más pronunciada al ocultismo— ha condenado al Templo Satánico por no representar el auténtico satanismo.

Desde la celebración de una misa negra en la Universidad de Harvard —que motivó la manifestación en respuesta de miles de católicos a iniciativa de la archidiócesis de Boston— hasta la petición de dos miembros en 2016 de poder realizar, acogiéndose al derecho de libertad religiosa, un rezo satánico antes del pleno del Ayuntamiento de Phoenix, las acciones del Templo de Satán que Lane fue documentando a lo largo de varios años corroboran las declaraciones de Malcolm Jarry. Acciones que no han estado exentas de riesgos: en ambos episodios sus impulsores tuvieron que desistir ante las presiones de grupos religiosos y en el segundo caso incluso recibieron amenazas de muerte. Estas acciones, que obviamente inflamaban a la influyente derecha evangélica estadounidense, obtuvieron una importante repercusión mediática e hicieron crecer al Templo Satánico, que se extendió por todo el territorio y llegó a sumar 50.000 miembros.

Su acción más conocida fue, sin duda, la iniciativa de erigir una estatua a Bafomet financiada a través de micromecenazgo en Little Rock, Arkansas. La elección de esta ciudad no fue casual: en 2017 se erigió en el recinto del Capitolio de Arkansas un monumento a los Diez Mandamientos que, según la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), viola la primera enmienda de la constitución estadounidense al ser una expresión de preferencia religiosa.

La estatua del Templo de Satán se inspiró en la famosa ilustración del ocultista francés Eliphas Lévi que muestra una figura antropomórfica con cabeza de chivo, un pentagrama en la frente y dos alas negras desplegadas en la espalda, sentada en un trono en una pose claramente copiada de las del Cristo en Majestad tan común en la iconografía cristiana.

El debate estaba servido: si el satanismo está en efecto considerado como una religión, ¿por qué no puede en consecuencia tener su propia representación escultórica junto a la de otra confesión religiosa?

Como explica Lane en su documental, la derecha evangélica ha ido conquistando terreno en las últimas décadas. Aunque los ‘padres fundadores’ eran más teístas que partidarios de una religión concreta —tres de ellos, George Washington, Benjamin Franklin y James Monroe eran como es sabido masones—, la idea de EE UU como una nación cristiana se instaló en los años 50 coincidiendo con la histeria anticomunista: si EE UU era el adversario de la URSS, un país ateo, entonces es que EE UU, por oposición, era una nación cristiana.

El tira y afloja legal en torno de la estatua a Bafomet en Little Rock —entretanto, un ciudadano de Arkansas sin relación con el Templo Satánico derribó con su automóvil el monumento de los Diez Mandamientos— acabó con su instalación denegada, aunque las autoridades sí permitieron la celebración de una manifestación satánica en las escaleras del capitolio, a la que asistieron miembros de todo el país y que estuvo presidida, por descontado, por la propia estatua.

La religión en el salón de espejos deformantes

Satán, en hebreo, significa “adversario”, como no se cansan de repetir los miembros del Templo Satánico. Asociado en la opinión pública a actividades criminales e inmorales, en particular después de la multiplicación de sectas en los años 70 y el “pánico moral” de los 80 y 90, los miembros del Templo Satánico —que no considera al demonio como una deidad, sino más bien como una metáfora de subversión a la autoridad— señalan en el documental con dedo acusador la hipocresía de la Iglesia católica: ¿Acaso no ha estado el Vaticano ocultando durante años casos casos de pedofilia? ¿Quién subvierte más los pretendidos valores cristianos?

Las polémicas religiosas que recoge el documental remiten a otras, desde luego menos intensas, protagonizadas por la Iglesia de los subgenios, el discordianismo o la Iglesia del monstruo espagueti volador. Y que, cabe añadir, posiblemente ya no afectan al espacio político conservador, tradicionalmente vinculado al cristianismo, sino a una izquierda postmaterialista que parece haber sustituido de manera paulatina el laicismo por el pluriconfesionalismo.

Hace tres años, la inclusión de la Iglesia de la Cienciología en un programa del Ayuntamiento de Barcelona que tenía como fin dar a conocer la diversidad religiosa y evitar estigmas y estereotipos terminó en la anulación del acto después de que los medios se hiciesen eco. Dos años después, la Iglesia de la Cienciología fue incluida en la Nit de les Religions ya sin ninguna controversia. En la última edición se incluyó un acto de “Wicca Celtíbera” y, en el apartado de “otras convicciones”, cabe suponer que como concesión graciosa, una conferencia de Ateus de Catalunya.

Cuando una organización religiosa abre las puertas de sus templos, ¿dónde comienza el acercamiento cultural y dónde el proselitismo? Poco después de tomar el poder, la Comuna de París, escribía Marx, “tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el ‘poder de los curas’, decretando la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles.”

¿No sería acaso mejor que las instituciones públicas se alejasen prudentemente de toda manifestación religiosa, más aún cuando están gobernadas por partidos que se denominan a sí mismos de izquierdas? Aunque quién sabe, si alguien se anima, quizá, con un poco de suerte, tengamos al Templo Satánico representado en la Nit de les Religions de 2020.

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