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Hace ya varias semanas que andamos con ganas de celebrar algo auténtico, un triunfo de verdad. Aunque ya es primavera y hay motivos de sobra para estar contentas, la política con mayúsculas nos está desesperando de lo lindo. En estas circunstancias, las victorias del día a día lo tienen chungo para salir a la luz. Y parecería que, mientras tanto, no está pasando nada. Cuando lo cierto es que la revolución desde abajo, nuestra revolución cotidiana, continúa. Pero es igual. Como las dimisiones, los juicios, las mociones de censura se reproducen sin cesar, como el “proces” está aparcado en una vía muerta y en Euskal Herria, a pesar de todo, la guerra continúa, pensamos que nos vendrá bien un cambio de aires.
Aquí no nos hacen falta las cagadas garrafales de ningún portero ni las hipotecas de ninguna pareja de “demócratas” para contar una historia verdadera. Esta vez nos encontramos justamente ante la entrada de lo que podría ser un bar cualquiera de cualquier ciudad. Y ni siquiera se trata de un bar (ya que, por no tener, no tiene ni nombre). Es una lonja situada en la acera en cuesta de una calle con apenas tráfico de coches. Donde no llegan las oleadas de hípsters y turistas que en nuestros días abarrotan las ciudades. Donde la gente de barrio hace vida, o lucha por sobrevivir. Es probable que en vuestro barrio sepáis también de la existencia de un lugar parecido. Hablamos de un universo muy particular.
Porque lo primero es que nadie pase hambre y, lo segundo, que la comunidad funcione.
Aquí se juntan las currelas de los bloques cercanos, los jubilados aficionados al alcohol, las señoras mayores cuya edad nadie conoce y hasta la pareja que acaba de tener un crío (cosa muy tierna, por cierto). La camarera nos confiesa que trabaja aquí “no sabe por qué”, pero lo dice con cariño hacia la gente. Tampoco se sabe si cobra mucho, poco o nada, pero está claro que priva no le va a faltar. ¿Que qué hay que celebrar aquí? Pues casi nada. A no ser que os fijéis en los detalles, en las personas, en los ritmos. Porque es probable que aquí no se mueva nadie cuando lleguen los gobiernos del cambio, el cambio de gobierno o el apocalipsis según San Jiménez Losantos.Pero qué nos importa a nosotros el gobierno. La “actualidad” queda lejos, en definitiva. El boxeo que dan por la tele es lo de menos y la radio, por su parte, es sólo música, una melodía de fondo tan conocida que ya es como si no existiera. El periódico del día está ahí tirado, manoseado y sucio. Y el barril de cerveza hay que cambiarlo una y otra vez. Pero lo que sí que tiene algo de tirón es la máquina de apuestas, esa tragaperras del nuevo milenio, eso sí que tiene algo que ver con el resto del mundo, o con “lo que está pasando”. Aunque tampoco es como para escandalizarse. La ludopatía que se estila aquí no es muy distinta, ni en proporción ni en volumen, de la que domina en el resto de esta cruda sociedad. Y lamentarnos por el vicio ajeno no nos hace mejores.
Porque la revolución está ya ahí dada en el día a día de quienes ocupan y dotan de luz, de calor y de vida a edificios del barrio antiguos
Pero son otras virtudes, otros usos, otras costumbres las que nos han llevado a parar aquí. Porque aquí, si alguien necesita comer algo, el mismo dueño del bar te abre las puertas de su cocina y te dice “pasa”. Su máxima es bien simple: “¡Uso social!”. Porque lo primero es que nadie pase hambre y, lo segundo, que la comunidad funcione. Que funcione como un organismo más. Y que resista. Porque aquí, si tienes dudas sobre la historia de la música local, o sobre qué pieza es ésa que le falta a la motosierra, te lo dicen. Preguntas por cómo estafar al seguro de tu coche, y también. Aunque también hay gente a la que le viene bien que subas a su casa a echar un vistazo a la caldera, que la tiene a medio gas. O que le hagas compañía durante una tarde entera a su querida tía, que tiene alzhéimer.Estas cosas pasan, “están pasando”, en efecto. Pero lo mejor no es eso, lo mejor de todo es que hay un rincón de este mundo a donde no llegan ni los movimientos sociales ni las cámaras de televisión. Como tampoco hay red social que pueda acceder a una porción tan íntima, tan recóndita, de realidad. Y sólo donde no se espera puede ocurrir el milagro –o la revolución. Porque la revolución está ya ahí dada en el día a día de quienes ocupan y dotan de luz, de calor y de vida a edificios del barrio antiguos o en ruinas, de esos estudiantes que, en sus horas libres, enseñan castellano a chicas que vienen de otros sitios a ganarse la vida en la calle, esas jóvenes –y no tan jóvenes– que buscan defenderse de sus potenciales “clientes”, o que por lo menos que esperan poder distinguir una noche entre un putero baboso y un jodido violador. Está el día a día, en definitiva, de quien defiende el uso común contra la propiedad privada y el apoyo mutuo contra la guerra de los pobres.
Esto es el apoyo mutuo puesto en práctica, más allá del aislamiento y la desidia imperantes
Está pasando –y te lo estás perdiendo. Como también pasa que viene un gitano una mañana, planta una bici nueva, preciosa, en medio de las mesas y comenta en alto, para que lo oiga bien todo el mundo, que ha sido un chollo que ha visto por ahí, que se la han dejado “a buen precio”, etc. Ante lo cual, como no podía ser de otra manera, cunde la risa de todas las presentes, porque a todas nos sale una sonrisa de complicidad que dice “bien jugado, chaval”, y se gana todo nuestro aprecio. Y por si fuera poco, nuestro amigo del local y compañero del “uso social”, coge y se pone a inflarle las ruedas, a echarle aceite, a ajustarle el manillar…Esto es, para nosotras, el verdadero uso social. Esto es el apoyo mutuo puesto en práctica, más allá del aislamiento y la desidia imperantes. Esto es, dicho sea de paso, el estrato humano que sobrevive a las catástrofes, a los procesos participativos e incluso a las crisis políticas. Porque aquí sigue en pie algo muy simple y, a la vez, algo tremendamente complejo: la existencia en común. Lo que parece insignificante y superfluo, y sin embargo es tan fundamental y necesario como la organización, la estrategia o el instinto rebelde mismo.
Mientras se abren y cierran las persianas del mundo de ahí afuera, y mientras los negocios prosperan o fracasan, aquí, en lo más profundo de nuestro barrio o nuestro pueblo, la fiesta del apoyo mutuo continúa. Ah, y si necesitáis una copia de las llaves, aquí tenéis. Sois más que bienvenidas.
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