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Salud mental
El estigma de los trastornos mentales y Halloween
Todos los años, por estas fechas, cuando se celebra la festividad de los santos y los difuntos, la americanización de la fiesta al estilo Halloween contribuye a mantener el estigma que acompaña a las enfermedades mentales
Disfraces ensangrentados de locas con bebés decapitados, psicópatas con hachas que caminan renqueando y demás monstruos de la feria de la psiquiatría pueblan nuestras calles sin discriminación de edad, en un revival (digámoslo en español: resurrección) de los clásicos del género como El resplandor de Stephen King o o Yo, Pierre Riviere, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano, de Michel Foucault.
El estigma o estigmatización se ha definido desde el ámbito de la psiquiatría como un prejuicio social, que atribuye a la persona con enfermedad mental un conjunto de malas cualidades, tales como la agresividad, la dificultad para relacionarse, la incapacidad para tomar decisiones y la falta de inteligencia, todos ellos falsos estereotipos que las convierten, a ojos de la sociedad, en personas peligrosas que mejor deben estar recluidas, lo cual provoca su aislamiento, su exclusión de actividades sociales o laborales y una baja autoestima.
Los medios de comunicación alimentan en gran medida esta falsa percepción. En ocasiones sobredimensionan el diagnóstico en titulares que informan de algún luctuoso hecho con resultado de sangre, provocando que se identifique al grupo con el individuo, estigmatizando así a quienes padecen una enfermedad mental, que no deberían ser considerados de modo distinto a como se trata a enfermos de cáncer o de fibromialgia. No existe evidencia científica que demuestre que las personas con enfermedad mental son más violentas que las demás, sino que, como se ha señalado desde diversos foros, más bien son víctimas antes que agresoras.
El estigma es un prejuicio social, que atribuye a la persona con enfermedad mental cualidades como la agresividad, la falta de inteligencia, etc. falsos estereotipos que las convierten, a ojos de la sociedad, en personas peligrosas que mejor deben estar recluidas, lo cual provoca su aislamientoLo más lamentable es cuando son las mismas instituciones quienes contribuyen a vigorizar tales estigmas y estereotipos, convirtiendo la enfermedad en un espectáculo de barraca de feria que sirve de modelo lúdico y educativo para niños y adolescentes deseosos de morbo y sangre. Acontece todos los años y este no ha sido excepción, tal y como se puede leer en la noticia aparecida en un diario regional extremeño acerca de la celebración de Halloween en una pedanía de Navalvillar de Pela, donde el centro cultural “se convertirá en un manicomio abandonado de 1936. Habitaciones llenas de camas deshechas, camisas de fuerza, cunas con bebés entre sollozos, médicos ensangrentados y muchos gritos devolverán al pasado este espacio ambientado en la época de la Guerra Civil Española”
Podemos imaginar qué “moradores” habitarían esta casa de terror que, además, contribuye a afianzar el aciago título que ya está más que desechado en la nomenclatura de edificios dedicados al tratamiento de este tipo de enfermedades y que tan bien nos describiera el doctor, adscrito a la corriente de la antipsiquiatría, Enrique González Duro en sus tres tomos de la Historia de la locura en España, publicados por Temas de Hoy. ¿Qué pensarán las familias de las personas con enfermedad mental y esas mismas personas? ¿Cómo contribuirá este circo montado a su rehabilitación?
Todo esto dice mucho del concepto de salud mental de la sociedad que tienen algunas instituciones. ¿No podrían haber hecho una Casa del Terror donde aparezcan Frankestein, Drácula y algún que otro fantasma de colorines que asuste a los niños, y no personas con discapacidad psíquica?
Pena de ignorancia consentida, vergüenza de políticos consentidores y lástima de enfermos, abandonados a su suerte.
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¿No podrían haber hecho una Casa del Terror donde aparezcan psiquiatras, agentes farmacéuticos y algún que otro abusador sexual hospitalario? No será por material para dar la vuelta al discurso fácilmente y con cambios muy fáciles y baratos. Entre contenciones mecánicas, electroshocks, psicofármacos con microchips, tutelas legales y demás, lo incomprensible es como el activismo no hace sus propias versiones reivindicativas. Si algo tiene el "carnaval" (porque en eso se ha convertido este tiempo de difuntos) es que es un momento de dar la vuelta al poder y libertad de expresión. En vez de la prohibición, quizá se ganaría un poco más aprovechando la ocasión parte señalar al verdadero terror.