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¿Por qué los escritores y escritoras —ellas menos a día de hoy, porque desgraciadamente deben demostrar siempre más y esmerarse para que se las tenga en cuenta, aunque en demasiadas ocasiones esmerarse significa hacer lo mismo que han hecho los hombres— entendemos que se espera tan poco de nuestra actividad? El foco de la calidad se posiciona en el número de ventas, estamos en la sociedad del mercado inflexible. Escribimos libros superficiales, insustanciales, nimios, timoratos, dóciles, ninguneándonos a nosotros mismos como simples objetos de consumo. Como ya sabemos, en las épocas que vivimos, el fin de los consumibles es irremediablemente el basurero en el mejor de los casos. La eternidad a la que aspiramos va a ser demasiado corta.
Necesitamos vivir, es verdad, toda persona necesita comer, y por tanto individualmente no se puede acusar a nadie de que se venda. Mi intención no es criticar a las personas si no al posicionamiento que mantenemos ante nuestra actividad. Amar lo que hacemos es la base para sentirse en armonía y simbiosis con la actividad que nos implica tanto tiempo de nuestra vida, aunque no nos garantice en la mayoría de los casos el sustento. Amar significa ser valientes, es la virtud humana más importante y la más difícil. Existen tanta obras maestras que han sido referente y causa de que nos dediquemos a esta profesión tan bonita, y que no se habrían escrito si se hubieran autoimpuesto escribir algo fácilmente vendible.
La escritura en sí es necesidad de comunicar, de no dejarse dentro aquello que nos carcomería, de contar lo que se ve desde nuestra mirada, pero cuando no se permite a la pluma moverse con libertad, y se coarta con argumentos plagiados, historias manidas, copias y más copias disfrazadas, y no se usa para desmontar a la sociedad y luego montarla para comprobar cuales son las fisuras donde construir una historia, nos convertimos en simples trabajadores que venden su tiempo a un mercado supremo, al adocenamiento que la sociedad prescribe como si fuese una píldora, que ha dorado los poderes económicos. Por un trozo de pan somos personajes del Circo Máximo.
El oficio de escribir que yo observo hoy en día es del artesano que repite el botijo un millón de veces, el botijo sirve para beber, ¿para qué sirve un libro que leerás como si lo bebieras?, ¿lo colocarás en el anaquel hasta que lo pudran las polillas, lo regales, mueras, y lo tiren, lo vendan…? Me respondo: para perder el tiempo.
En esta época, y en muchas otras, se ensalza la lectura como si fuese la panacea, la que solucionará los problemas, la gente leída dilucidaría entre lo que le favorece y lo que le hace mal, votaría mejor, tomaría más sabias decisiones. Podríamos colocar esta idea en su contexto, y aunque fuese verdad que el mundo marchase mejor si se leyese más, yo opino que sí, pero con matices. Esto sería en el caso que se leyesen más variedad de temas, si se aprendiese a recapacitar sobre lo leído, si la ficción ocupase un tanto por ciento de las lecturas, en las que cupiesen además pensamientos, filosofía, historia, ciencia, y siempre buscando diferentes enfoques, incluso muy diferentes al tuyo. Quizás con estas premisas y otras añadidas nos haría mejores, si nos dejamos.
Los escritores mayoritariamente han reescrito la historia con un sesgo sexista, xenófobo, de clases… Han redactado ideologías atroces e ingenuas, y todas las gradaciones entre ellas
No hay que olvidar que los escritores han escrito la Biblia, el Corán, etcétera, etcétera. Libros que han promovido el sufrimiento, la misoginia, la violencia, guerras y más guerras que no cesan con sus intrínsecas muertes infinitas. Los escritores mayoritariamente han reescrito la historia con un sesgo sexista, xenófobo, de clases… Han redactado ideologías atroces e ingenuas, y todas las gradaciones entre ellas. Cuentos para adoctrinar a las niñas tras su menstruación roja a que no se adentren en bosques ocupados por machos que comen, etc. En contraposición también han escrito obras en las que introducen el dedo en las heridas de la sociedad, que enseñan puntos de vista enriquecedores y progresistas, que han movilizado el pensamiento hacia caminos de consecución de derechos y equidades, dando visibilidad a realidades ocultas. Por tanto existen, han existido, y existirán escritores y escritoras con la valentía de no escoger el camino que ofrece menos resistencia.
Quienes escriben y les atormenta lo que ven, intentan añadir algo al contexto de la existencia, son necesariamente críticos, paradójicamente además deben amar a la humanidad mientras tiran de los hilos sueltos que asoman de las costuras, trabajarán incansablemente para aportar su granito de arena a la ilusión optimista de que poseemos como especie margen de mejora, y lo que es más importante, no se creerán poseedores de la verdad absoluta, al menos serán capazes de esconder su ego detrás de razonamientos y pruebas.
Hoy en día a mí como lector ávido me aburren los escritores de libros plagados de documentación y conocimientos aliñados con la incrustación de una historia mil veces contada y pueril, los que con la novela negra o histórica nos intentan engatusar en los brazos del entretenimiento superfluo, yo necesito literatura con mayúscula, que la hay, la hubo, y la habrá, a veces está demasiado escondida, tanto que no ha salido siquiera al mundo editorial. Buscarla es un trabajo arduo que cuesta tiempo y dinero, por eso la gente suele ir a lo seguro, a lo que le dicen que le gustará, a lo que le publicitan por todas partes. El conservadurismo nos arrastra al inmovilismo como si el mundo fuese o hubiera sido alguna vez perfecto.
Me aburren los escritores de libros plagados de documentación y conocimientos aliñados con la incrustación de una historia mil veces contada y pueril
Todos y todas deberíamos exigirnos más, tanto para producir, como para consumir, el mundo necesita darse la vuelta, lo que ha habido hasta ahora ha funcionado “regulinchi”, las necesidades básicas son importantes, pero sin el deseo, la belleza, sin la esperanza no merece poner los pies en el suelo cada mañana.
Es penoso, nos mandan consumir y obedecemos a pies juntillas, o a ser pececitos triviales sumergidos en una inundación de seres desechables y no abrimos la boca más que para pedir más necesidades que dilapiden nuestro tiempo a manos llenas. Se abre una puerta para que entre el aire y corremos a cerrarla por si nos resfriamos.
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Gracias por tu comentario, me alegro que te haya gustado, un saludo.