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Qué fácil es equivocarse. Y qué difícil cambiar de opinión. Entiéndaseme bien, es fácil cambiar de opinión cuando lo que se discute es qué serie vamos a ver o qué podemos hacer de comer hoy. Tal vez cambiar de opinión sea fácil y a lo que me debería referir es a cambiar de creencias. Las creencias ya son otra cosa; no es tan fácil renunciar a ellas porque las consideramos parte de nosotros.
Habrá quien mire por encima del hombro a aquellos que creen en alguna divinidad y no se abren a cuestionar su existencia, pero lo cierto es que no hay tanta diferencia entre la intransigencia de estas personas y la nuestra. Progresistas, izquierdistas, rojos, ateos, comunistas, anarquistas, feministas, ecologistas, animalistas; todos los que compartimos sueños, esperanzas y proyectos para un mundo mejor estamos firmemente convencidos de nuestras posturas y pedimos, cuando no exigimos, a la gente más conservadora o a la que no se posiciona, ya sea por falta de tiempo para informarse o, por qué no decirlo, por falta de una buena educación, que renuncie a sus convicciones, a su punto de vista o a su modo de vida porque no es el adecuado.
Pero, ¿realmente hemos cuestionado lo suficiente aquello que consideramos cierto, justo o correcto? Y sobre todo, ¿hemos hecho el ejercicio de ponernos en la piel de aquel que, tal vez, lleve toda la vida haciendo las cosas de una determinada manera y ahora se encuentra con que la sociedad considera que no es correcto? Ambas cosas, de gran importancia, brillan por su ausencia: No hay más que ver los comentarios de cualquier publicación polémica en cualquier red social para darnos cuenta de que la empatía y el cuestionamiento de nuestras propias certezas simplemente parecen no existir.
No parece, sin embargo, algo extraño. En su libro “Utopía para realistas”, Rutger Bregman argumenta que “la mayoría de nosotros incluso estamos dispuestos a aceptar consejo sobre cómo quitar una mancha de grasa o cortar un pepino. Pero cuando nuestras convicciones políticas, ideológicas o religiosas están en juego nos empecinamos. Tendemos a obcecarnos cuando alguien cuestiona nuestras opiniones sobre la represión del crimen, el sexo antes del matrimonio o el calentamiento global. Son ideas con las que la gente tiende a identificarse, y eso hace más difícil desvincularse de ellas. Hacerlo afecta a nuestro sentido de identidad y a nuestra posición en grupos sociales. Un factor que evidentemente no es relevante es la inteligencia. Las personas inteligentes tienen mucha práctica en encontrar argumentos, voces expertas y estudios que apuntalen sus creencias preexistentes.”
Tal vez sería un buen punto de partida el hecho de que, en la misma medida en que intentemos convencer a los demás de nuestras posiciones, estemos dispuestos a ser convencidos por ellos. Y ya de paso, podemos intentar convencer de esto mismo a los demás. Claro está que siempre habrá personas que no estén precisamente dispuestas a escuchar a los demás: No acabo de ver a los que homenajeaban a la división azul en febrero escuchando atentamente a quien le explique por qué el judío no es el culpable. Sin embargo, realizar el ejercicio de cuestionarnos si no seremos nosotros los que estamos equivocados, cuestionar nuestras creencias al respecto, informarnos más, empaparnos de conocimiento sobre el tema, preguntar a historiadores, leer más libros y, en resumen, reparar en que siempre será buena señal tener más preguntas que certezas, nos permitirá, permítaseme la expresión, no ser tan lerdos como ellos.
Y quien sabe, tal vez salgamos con más y mejores argumentos y unas convicciones fortalecidas. Un buen resumen de lo que se quiere transmitir en estas líneas sería: ¿realmente nos criticamos, juzgamos, cultivamos y cuestionamos lo suficiente a nosotros mismos antes de intentar enseñar a los demás? Tal vez la respuesta sea un rápido y rotundo sí. Aunque, personalmente, si me hiciesen la pregunta y respondiese de tal forma, a continuación me preguntaría si no me ha faltado cuestionarme un poco esa creencia.
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Hola a todos ! Quiero contaros nuestra historia , aunque parece un poco terrible, pero bien que final es feliz . Somos una pareja de España que estamos luchando mucho tiempo con enfermedad mía. Por Cáncer me han quitado el útero. Pero el deseo de querer ser padres no nos dejaba vivir normal. Por recomendaciones hemos dirigido al centro de tratamiento de infertilidad de Feskov, que está en Ucrania . Para poder tener el bebé biológico ...tuvimos que empezar el proceso de gestación subrogada . Ahora somos padres felices de nuestro hijo . Sinceramente queremos decir gracias a todos médicos de esa clínica ! Nunca hemos arrepentido de nuestra decisión !!!