Opinión
La guerra de la lactancia: ideas para un debate en el feminismo


El feminismo ha logrado construir un fuerte consenso en torno a la libertad de las mujeres en cuanto al aborto, pero no ha ocurrido así con la lactancia. Los debates deben servirnos para ser capaces de tomar decisiones conscientes, no para culpabilizarnos.

Lactancia
Foto: Jacob Bøtter
25 sep 2019 06:37

La lactancia materna es un tema que me atraviesa y sobre el que he pensado bastante en los últimos años. Soy madre de dos hijas, una de 5 y otra de año y medio. He estado vinculada durante años a los movimientos sociales. El feminismo es importante para mí, tanto en la esfera personal, como en la política y en la laboral. He dado teta a mi hija mayor hasta que tuvo 22 meses y mi hija pequeña aún mama, aunque para mí este hecho no ha sido constituyente de mi identidad o de mi posición en el mundo, o quizá un poco sí.

Sigo cuando puedo y con atención las lecturas y debates sobre el tema que, simplificando mucho, se puede resumir en dos posturas. Por un lado, existe una corriente que apuesta fuertemente por la lactancia materna prolongada y a demanda, vinculada a lo que se llama la “crianza con apego”. Esta corriente ha puesto de manifiesto los beneficios de la lactancia materna para las criaturas, tanto a nivel físico como de su desarrollo emocional, tendencia corroborada por la comunidad médica, con entidades de fuerte peso como la Organización Mundial de la Salud a la cabeza, situando a buena parte de la opinión pública en un marco prolactancia. Muchas mujeres la reivindican, además, como un símbolo y como una herramienta para poner en valor los cuidados, que, asociados tradicionalmente al ámbito reproductivo y doméstico que realizan las mujeres, han sido infravalorados como una cuestión menor, sin reconocimiento social y no remunerados. Así, estos estilos de lactancia y crianza se han convertido para muchas en una oportunidad para poner los cuidados en valor y reivindicar la importancia de los mismos en la sociedad.

Este debate se ha cruzado con el de los permisos de maternidad y paternidad, pues desde estas posiciones se ha apostado a menudo por la demanda de la extensión del permiso de maternidad para las madres y la no equiparación de los permisos de los padres bajo el argumento de que, siendo las mujeres las que llevan a cabo la lactancia, deben ser ellas quienes obtengan mayores beneficios sociales y apoyo para poder desarrollarla.

Por otro lado, dentro del feminismo se esgrimen también otras posturas que consideran este estilo de crianza muy útil y conveniente al patriarcado, que habría encontrado así una nueva forma de devolver a las mujeres a la esfera de lo reproductivo, disfrazándolo de libertad y elección personal. Desde esta postura, se tilda a la otra de esencialista y de biologicista, y se apuesta por una mayor equiparación en la cuestión de los permisos de paternidad y maternidad como herramienta de conquista de la igualdad efectiva.

Existe una creciente presión, tanto por parte de la comunidad médica como de otros agentes y también entre las propias mujeres, para que las madres den de mamar a sus criaturas

A nivel personal, hay algo que me produce bastante rechazo en cuanto a opiniones que vienen indistintamente de una u otra postura: cierta superioridad moral desde la que parten ambos posicionamientos. Así, se esgrime que hay mujeres que escogen la lactancia o la crianza con apego porque no son capaces de darse cuenta de la trampa del patriarcado, es decir, que en realidad, no están eligiendo libremente, sino bajo presiones sociales y mandato de género. Sobre las mujeres que deciden no amamantar a sus hijos, se dice que son mujeres que no tienen la suficiente información, que no saben lo que es mejor o que no han recibido bastante apoyo para consolidar la lactancia.

En el tema de la lactancia, las presiones sociales son múltiples. Por un lado, existe una creciente presión, tanto por parte de la comunidad médica como de otros agentes y también entre las propias mujeres, para que las madres den de mamar a sus criaturas, pues es lo mejor para ellas, al tiempo que desde los sectores de mujeres y colectivos pro lactancia se señala lo hipócrita de estas recomendaciones, pues no se hacen acompañar de medidas ni políticas de apoyo real a la lactancia para llevarla a cabo, ni en el sentido material ni en el emocional. Además, la lactancia está socialmente admitida en bebés de corta edad, pero mucho peor vista en bebés grandotes o niñes en los primeros años de edad, y se dan así mismo enormes presiones para abandonarla llegado cierto momento, no respetando la decisión de madres y criaturas.

Bajo mi punto de vista, ambas cosas son ciertas. Lo que no se apoya, precisamente, es la libertad de las mujeres a elegir, dando por hecho que cuando lo hacemos, elegir, las mujeres no contamos con criterios suficientes o no hemos analizado lo suficiente los mandatos de la sociedad patriarcal.

El feminismo ha logrado construir un fuerte consenso en torno a la libertad de las mujeres para decidir sobre sus propios cuerpos, pero esto no ocurre con la lactancia

Si hiciésemos una paralelismo con la cuestión del aborto dentro del feminismo, esto sería impensable. El feminismo ha logrado construir un fuerte consenso en torno a la libertad de las mujeres para decidir sobre sus propios cuerpos, implicando ello la elección de cómo, cuándo y con quien deseamos, por ejemplo, mantener relaciones sexuales, y si deseamos o no ser madres o interrumpir un embarazo en un determinado momento.

Cada una elegirá, teniendo en cuenta su situación material, emocional, su bagaje cultural, etc. Porque pensar que las mujeres no podemos hacerlo es infantilizarnos y tutelarnos, que es lo que tratan de hacer las posturas provida. Pero, ¿no es infantilizarnos también, de algún modo, pensar que otras mujeres tienen menos o peores criterios que “nosotras” para decidir sobre su estilo de lactancia y crianza? Lanzo esta pregunta sin obviar, claro, que no vivimos en un mundo ideal, sino que las mujeres nos enfrentamos con innumerables barreras y desigualdades en todos los ámbitos de la vida, y que éstas influyen en todas nuestras decisiones vitales, también sobre la maternidad y la lactancia.
La experiencia de la maternidad, y creo que esto es clave, es completamente distinta en función de nuestro origen y bagaje cultural, nuestra experiencia vital, nuestro nivel formativo, nuestra situación socioeconómica. Por eso, una mujer puede vivir la lactancia con felicidad y plenitud, y otra como una imposición y como un yugo, y las dos cosas son ciertas, porque su vivencia es real.

EXPERIENCIAS DIVERSAS

Mi experiencia como mujer activista, con formación universitaria y feminista, me ha hecho vivir mi maternidad y mi lactancia de una determinada manera, y tomar unas determinadas elecciones. Pero lo que yo considero que es bueno para mi, quizá no es lo mejor para ti o para otra.

Algunas mujeres con las que tengo la oportunidad de charlar en mi barrio, Vallecas, con un recorrido vital diferente al mío, viven estas opciones de manera distinta. Un día, una mujer embarazada, charlaba con otras sobre el hospital de referencia en la zona y preguntó: “¿Pero se ponen muy pesados con lo de dar la teta?”. Parece evidente que esta mujer no quiere dar la teta, y sus razones tendrá.

Se ha establecido como un axioma que la lactancia materna es lo mejor para los y las bebés. Efectivamente, parece que aporta grandes beneficios. Pero, por encima de todo, lo mejor para los y las bebés es que sus madres se sientan emocionalmente bien. Y si hay mujeres que no quieren dar la teta o que la quieren dejar pronto, ¿por qué pensamos que no saben, que si tuvieran apoyo seguirían, que les falta información? A veces se detenta desde el feminismo cierto clasismo hacia las elecciones de las mujeres en situaciones más vulnerables o de menor estatus socioeconómico.

No dudo que existan casos de mujeres que abandonen la lactancia por falta de apoyo suficiente, pero resulta paternalista generalizar, dando por hecho que estas mujeres deciden porque no saben suficiente, sin respetar que otras lo hacen sencillamente porque quieren. Todo esto aplica también a un cierto colonialismo en la forma de entender la cuestión lactancia/estilos de maternidad en el feminismo, donde no hay mucha cabida para la experiencia de mujeres gitanas, musulmanas, indígenas o negras, por considerarse posturas en ocasiones retrógradas o poco feministas. Porque de nuevo pensamos que ellas no saben, no tienen suficiente información, no son capaces de ver la opresión patriarcal… ¿No tiene esto también mucho de infantilizante?

Durante mis tiempos de madre primeriza, la maternidad llegó a mi vida como un obús. Un tiempo en el que tuve que replantearme mi propia identidad y mi forma de vida, donde los conceptos de interdependencia y cuidados cobraron para mí un nuevo sentido. Un sentido que iba más allá de los significados que yo le había dado en tantos debates y asambleas donde queríamos poner en la vida en el centro...

Echo en falta espacios donde podamos problematizar nuestras maternidades desde un lugar donde no solo haya posturas enfrentadas

En esos tiempos, me atormentaba mucho pensando en la pérdida de espacios personales de ocio y de participación política que acarrea la maternidad. Yo había elegido, por intuición, la lactancia a demanda, y ni siquiera sabía hasta cuando quería dar teta, simplemente iba viviendo el día a día. Cuestionaba mis propias prácticas y elecciones, y me preguntaba si realmente se puede ser feminista y apostar por la lactancia a demanda o por la crianza con apego, o si no estaría yo autoengañándome.
El debate está servido y echo muchísimo en falta espacios donde realmente podamos problematizar y politizar nuestras maternidades, pero desde un lugar donde no solo haya posturas enfrentadas y cuajadas de certezas, sino desde donde podamos nombrar también las múltiples ambivalencias que nos atraviesan en la crianza. Elecciones sobre las que coexisten emociones encontradas.

Dar teta como un acto de empoderamiento, que puede ser profundamente feminista y anticapitalista, pero que también nos sitúa como mujeres en un marco de “ser para otros”, posiblemente el mayor que yo haya vivido nunca, que regula y pauta nuestros tiempos y nuestras vidas. Una ambivalencia basada, quizá, en valoraciones muy realistas de la naturaleza compleja de lo que se pone en juego.
Los debates deben servirnos, no para hacernos sentir culpables, sino para que las mujeres consigamos tomar decisiones conscientes, lo más libres posibles —sabiendo que la libertad total es una quimera— sobre nuestros cuerpos, sobre la forma de relacionarnos con nuestras criaturas, resistiendo a las presiones que circulan en todas direcciones, haciendo de este hecho un acto sencillamente transgresor, transformador y feminista.

Maternidad
Maternar en una sociedad 40% patriarcal, 40% capitalista y 20% adultocéntrica

El capitalismo se lo quiere robar todo, nos saquea el amor y los conceptos, los valores y el deseo. Mercadea con la maternidad los días señalados, pero también los que restan. Te quiere educando críos narcisistas a las afueras de tu abnegación.

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