@jaimenie Economista. Investigador en la Universidad de Valladolid. Economía, Recursos y Energía. Todo cambia.
16 abr 2018 13:33

Pronto se van a cumplir dos años desde la celebración de la consulta sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea que se saldó con el conocido como ‘Brexit’. Como consecuencia, el entonces primer Ministro David Cameron dimitió, dando paso a Theresa May. Con el objetivo de legitimar su liderazgo y sus negociaciones con la UE, May convocó unas elecciones generales que le salieron por la culata. La movilización del electorado más joven, ilusionado con la vuelta a las raíces socialdemócratas del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, estuvieron realmente cerca de tumbar al gobierno ‘Tory’. Sea como sea, el resultado ha sido un gobierno conservador muy débil que necesita del apoyo de los derechistas del Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte. Además, el partido de May se encuentra dividido entre los partidarios de un Brexit “duro” y otro “blando”. Las cábalas a día de hoy siguen siendo de todo tipo y el sentir general de los británicos es que “cualquier cosa que suceda” no les sorprendería. Incluso la celebración de un nuevo referéndum o la repetición de elecciones generales están sobre la mesa.

En todo este embrollo, el Partido Laborista se encuentra en una situación complicada. Por un lado, el viejo ‘establishment’ de la Tercera Vía (social-liberal) permanece a la espera de su oportunidad para desprenderse de Corbyn. Pero la situación más complicada es la referente a su electorado y su posición oficial respecto al ‘Brexit’. Se estima que el electorado de los laboristas está prácticamente partido a la mitad entre partidarios del ‘Remain’ (trabajadores cualificados, urbanos…) y del ‘Brexit’ (trabajadores de rentas bajas alejados de las grandes ciudades). Ante esta situación, el partido de Corbyn ha decidido tomar el camino del medio y aceptar los resultados del referéndum, pero tratando de salvar todo lo posible de la Unión Europea. Así, la posición concreta de Corbyn ha sido la de retener la libre circulación de mercancías y servicios, dejando escapar todo lo demás. May parece haber abrazado la idea con la que se ha alcanzado un consenso general entre los partidarios del ‘Brexit’ suave a lograr un acuerdo con la UE similar al que mantiene Noruega con el EFTA. Este acuerdo básicamente permite acceder al mercado común sin someterse a las regulaciones de Bruselas. La decisión de Corbyn puede ser discutible como estrategia de presión al débil gobierno conservador. Definitivamente es una decisión comprensible desde el punto de vista puramente electoral. Sin embargo, desde un ángulo económico, social y político debería ser una decepción para quienes le vemos como una de las esperanzas de la izquierda europea. Veamos por qué.

A simple vista es paradójico que Reino Unido quiera salvar a toda costa el mercado común, ya que es la segunda economía europea más perjudicada en términos de balanza comercial por su comercio intraeuropeo (Figura 1). La desindustrialización, la fortaleza de la libra y la difícil competencia con Alemania hacen de Reino Unido una inmensa máquina expulsar dinero rumbo al resto de la UE (importan mucho más de lo que exportan). Lo que en otros países (como España o Grecia) es una absoluta condena, en Reino Unido no lo es tanto, ya que ellos cuentan con la City y con la producción de petróleo (¿adivinan qué otro país europeo tiene petróleo? Exacto: Noruega).

Figura 1Elaboración propia a partir de Eurostat.

Más de 1 de cada 3 activos financieros europeos se gestionan desde Reino Unido. En una economía abierta con libertad de movilidad de mercancías y capitales, la salida de dinero del país debido a un saldo comercial (Exportaciones-Importaciones) negativo se compensa con la entrada de capitales ya que la balanza exterior siempre debe estar equilibrada. Además, fortalece la moneda nacional (la libra) algo que también suele ser un requisito indispensable para una actividad financiera boyante: un mismo activo denominado en libras tiene más valor que si lo estuviera en euros. En Reino Unido estos capitales van directos a su “industria” financiera, que permite que Reino Unido tenga una posición privilegiada en los mercados de inversión que no se corresponde con la capacidad de sus empresas, bancos y administraciones públicas para emitir activos (Figura 2). Resumiendo su funcionamiento, empresas, gobierno y entidades financieras tienen capacidad para emitir activos financieros que después son adquiridos por los inversores. En medio, la banca mayorista es la intermediaria de estas transacciones financieras. Por lo tanto, la llegada de un Brexit duro podría poner en serios problemas que los emisores europeos puedan acceder a los servicios de intermediación financiera de la City, cortocircuitando la capacidad de Reino Unido para atraer capitales internacionales.

Figura 2. Diagrama de flujos de transacciones financieras UE-UKFuente: Parlamento Europeo (Link).

Desde el partido laborista se ha dicho que “es vital que las empresas británicas puedan comerciar libremente y vender servicios en nuestro Mercado más amplio (la UE) después de que nos marchemos”. Siendo el Reino Unido un país tan perjudicado comercialmente por el mercado común con la excepción del petróleo y los servicios financieros, esta posición solo se entiende como una defensa cerrada de la City, el capitalismo de casino, de la no regulación de la circulación de capitales y de la industria petrolera. Es decir, remando a favor de la contrarrevolución neoliberal de Margaret Thatcher y la desindustrialización que ha llevado a los votantes a desconfiar de un sistema que les ha dejado en la cuneta. Para colmo, los pozos británicos están en claro declive desde principios de los 2000, por lo que los ingresos petrolíferos provenientes de la Unión Europea tenderán a bajar. De hecho, desde mediados de los 2000, Reino Unido ya es importador neto del combustible. Por supuesto, la totalidad de las importaciones provienen de fuera de la Unión Europea, ya que ningún país miembro produce una cantidad significativa de barriles.

Las consecuencias económicas y sociales de este modelo por el que parece apostar el partido laborista son más que evidentes. A ello debe sumarse la abolición de la libre circulación de ciudadanos, al menos en su calidad de trabajadores. El partido laborista no ha expresado ninguna objeción en relación a este punto, más allá de garantizar una frontera flexible entre las dos Irlandas para no poner en riesgo la paz en la isla. Buena parte de las razones esgrimidas durante la campaña del referéndum fueron de un corte racista difícilmente disimulable. Al ponerse de perfil con este asunto, el partido laborista concede una victoria no declarada a la ultraderecha del país, no solo integrada en el UKIP. Políticamente, por lo tanto, no parece tampoco la mejor de las ideas optar por esta vía. Que el partido de Corbyn solo quiera salvar de la quema el libre comercio de mercancías y servicios con la UE solo contribuirá en el medio plazo a ahondar la brecha entre las clases populares y los partidos que estas identifiquen como “el establishment”. Al optar por Corbyn, el partido del trabajo parecía haberse sacudido esa etiqueta. Sin embargo, los acontecimientos y la presión del directo han conducido al partido a tomar una posición que puede ser entendida sólo desde una visión electoral cortoplacista. Ya sea esto indicio de una vuelta a los principios social-liberales o tan solo una consecuencia de la errática deriva que impone adaptarse a los vaivenes del ‘Brexit’, la idea de una Gran Bretaña progresista que pueda liderar el cambio en Europa como ya lo hiciera en sentido contrario en los 80, parece estar un poco más lejos. 

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