Música
Antón Seoane, cuando la tradición es un acto revolucionario

Fundador del grupo Milladoiro y psiquiatra en una coyuntura adversa, Antón Seoane ha sido un revolucionario que reivindicó el acervo musical gallego cuando este era visto como una rémora.

Emilio Cao y Antón Seoane en 1975
Emilio Cao y Antón Seoane en 1975. Foto cortesía de la editorial Galaxia.
9 ene 2020 06:00

Contra lo que podría dictar la lógica, Antón Seoane (Ferrol, 1949) no fue un niño expuesto a la tradición musical de su tierra natal. Sus preferencias musicales iban por otros derroteros, mucho más próximos al rhythm & blues que se realizaba en Reino Unido que a las muñeiras o a las cantigas. “Para mí, oír Radio Caroline o Radio Luxembourg, las emisoras piratas de Gran Bretaña, a través de un transistor que apenas se oía y que me llegaba el ‘We can work it out’ de los Beatles, los Kinks, los Who o los Rolling Stones, era un poco como una ventanita que me abría al universo”, recuerda.

Un par de experiencias terminarían por marcar la existencia de aquel adolescente ferrolano: su asistencia a la actuación que The Beatles ofrecieron en la Plaza de las Ventas de Madrid en 1965 y su viaje al histórico The Woburn Music Festival de 1968. “Con los Beatles yo tenía 15 años, había muerto mi madre, entonces fue una vivencia medio extraña lo de oír ‘I feel fine’ de los Beatles, que me traía recuerdos no muy agradables a la cabeza. Y creo que fue con la primera canción que empezaron, además. Después, ya con 18, fue cuando coincidió lo de ‘Yellow Submarine’ y ver a Traffic; fue en uno de los primeros grandes festivales que hubo en Europa, el Festival de Woburn en Londres. Nos juntamos allí 80.000 personas en tres días, y te encuentras con que tú perteneces a otro espacio mucho más amplio. De repente sale un señor que se llama Jimi Hendrix y la primera composición que toca es ‘Sgt. Pepper’s’ de los Beatles. Todo era un bucle medio mágico. Me di cuenta en aquel evento de que el mundo era mucho más grande”.

UN VIAJE INICIÁTICO A LA BRETAÑA FRANCESA

No tardaría, sin embargo, en tomarle el pulso a la música tradicional gallega. “En segundo de carrera, con 17 años, empecé a colaborar con un amigo íntimo de Ferrol, que fue de Voces Ceibes y se llamaba Vicente Araguas, poeta que es el único que ha hecho una tesis doctoral en España sobre Bob Dylan. Y después de ese viaje (a Londres) con 18 años, fui cogiendo un cierto sentido de la historia”.

Fue entonces cuando comenzó a degustar álbumes de muy diversa procedencia. “Uno de ellos fue el gran disco que hizo Faustino Santalices. Y, al lado de eso, cosas así tan absurdas que, dichas una detrás de otra, dices ‘menudo caos tiene este señor’: desde ‘Like a Rolling Stone’, de Bob Dylan, a Thick as a brick, de Jethro Tull, y, sobre todo, Renaissance de la Harpe Celtique, de Alan Stivell”.

Un personaje, Stivell, capital para el desarrollo y expansión de la música celta a nivel mundial y al que tendría ocasión de conocer en persona años después en un viaje iniciático que marcaría su devenir como músico. “Y el 1 de enero de 1977, después de haber contactado con gente del nacionalismo bretón, de la Unión Democrática Bretona, nos acogieron y consiguieron que Alan Stivell nos recibiera en su casa. Acababa de ser padre —tenía un niño en la cuna— y allí estuvimos con él. Sí que nos sirvió no solo la estancia con Stivell, que tenía el estudio debajo de su casa, el famoso Keltia, sino que nosotros seguíamos el libro que había escrito Castelao, As cruces de pedra na Bretaña. Entonces, era una especie de viaje mirando mitad hacia atrás y mitad hacia delante”.

EL NACIMIENTO DEL MPCG

Para cuando se produjo aquel peregrinaje a la Bretaña francesa que habita Stivell, Antón ya había comenzado a participar de un movimiento fundacional en la reivindicación del folclore gallego que reunía a un puñado de jóvenes inquietos que merodeaban en la escena musical compostelana. “Empezamos a conocernos en una reunión. Se sabía en el ambiente musical de Santiago que había gente moviéndose. En la primera reunión, que fue en un colegio de monjas, Benedicto, que pertenecía a Voces Ceibes, citó a una serie de personas como diciendo: esta es la generación por la que yo estaba esperando. Y, de repente, nos encontramos allí Emilio Cao, Rodrigo (Romaní), (Agustín) Maroñas llego a través de otro cauce, (Xosé) Quintas Canella”.

Pepe Ferreirós, Antón Seoane y Rodrigo Romaní en Mondariz en 1977
Pepe Ferreirós, Antón Seoane y Rodrigo Romaní en Mondariz en 1977. Foto cortesía de la editorial Galaxia.

No fue tan sencillo poner en marcha un colectivo musical al que bautizaron como Movemento Popular da Canción Galega (MPCG) y que chocaba, en su planteamiento, tanto con las pretensiones políticas de sus antecesores —“Voces Ceibes quería una militancia y luego la música, y nosotros queríamos hacer al mismo tiempo la música y la militancia”—, como con las inquietudes de los jóvenes de aquel tiempo.

Hablamos del periodo que abarca de finales de 1973 a inicios de 1974. “Al comienzo, a Rodrigo Romaní, Pepe Ferreirós, Faíscas do Xiabre y un servidor nos veían como a unos tipos que estaban reivindicando un pasado que no iba a ningún lado. Incluso, uno de los grandes miembros de Voces Ceibes e íntimo amigo mío, que se murió no hace mucho, Bibiano, y que tenía mucha gracia contando las cosas, decía: ‘¿pero estos adónde van con un instrumento que emite un sonido como un carro?’”.

LA ZANFONA Y OTROS INSTRUMENTOS “NO PROPIOS”

Aquel integrante de Voces Ceibes se refería a la zanfona, que tuvo en Faustino Santalices un maestro —Antón le dedicaría el libro Faustino Santalices. Investigador, gaiteiro e zanfonista (Ir Indo Edicións, 2000)— y que Antón rescataría del olvido al que había sido relegada —“la zanfona se había dado por muerta con la muerte de Faustino Santalices. Y, afortunadamente, se hizo, por parte de Fuxan os Ventos y de un servidor, un trabajo de reconstrucción: conseguí, a través de un luthier de Monforte de Lemos, que me hiciera una copia puramente artesanal”— y que emplearía en su trayectoria musical, dotando de personalidad propia las grabaciones de Milladoiro a partir del álbum homónimo de 1977.

“La zanfona es el soporte del universo en el cual Galicia está metida. La gaita sería una voz mucho más inmediata. Y la zanfona es una especie de aura que envuelve a todo el país: en cuanto se oye el arranque de la zanfona, aunque sea al aire, es decir, sin tocar ninguna melodía, eso a cualquiera de nosotros nos recuerda a los carros del país, porque era el canto que producían las ruedas. Y, por otro lado, remite a todo el mundo mágico, misterioso de fragas, de bosques, de A Santa Compaña”.

No sería la zanfona el único “instrumento raro” que Antón y sus compinches en Milladoiro emplearían con frecuencia. “Efectivamente, nosotros usábamos instrumentos que en el acervo de la música tradicional de entonces se daban como ‘no nuestros’. Y, de alguna manera, el cromorno no era nuestro, pero es que el cromorno pertenecía a toda una tradición que llegaba desde Occitania a través del Camino de Santiago. Y, como él, estaba la ocarina, la cítola, etc.”.

MILLADOIRO HASTA EN LA SOPA

No tardaría en surgir un prolijo encuentro entre músicos vinculados al MPCG que daría lugar a una de las formaciones más emblemáticas del folclore gallego, Milladoiro, de la que Antón fue miembro fundador en octubre de 1978. “Hay que tener en cuenta que, cuando Faíscas (do Xiabre) y nosotros creamos Milladoiro como grupo, encontrar aquí instrumentos no era nada fácil. Desplazarse a tocar no sé dónde era muy complejo. Siempre decimos que hasta un famoso aplauso que nos dedicaron en el Pabellón de Deportes de Coruña en una de las primeras actuaciones de Milladoiro, que fue de 10 minutos sin exagerar, y que nosotros lo vivenciamos como si dijeran: ya ha aparecido lo que llevamos muchos años esperando”.

Libro ‘De Voces Ceibes a Milladoiro’, de Antón Seoane
El libro ‘De Voces Ceibes a Milladoiro’, de Antón Seoane, publicado por Galaxia en 2014.

Pronto comenzarían a hacerse omnipresentes, como refleja esta anécdota: “Recuerdo que Milladoiro estábamos tan en la sopa, porque hasta el año 2000 y algo era estar tocando hoy sí y mañana no, que Julián Hernández una vez en la (plaza) Quintana (de Santiago) había presentado a Siniestro Total diciendo: ‘Aunque no os lo creáis, somos Milladoiro’. Estábamos en todos los sitios”.

Una banda aún en activo que Antón tuvo que abandonar por motivos de salud en 2013. “Después de una relación maratoniana, sufrí un episodio de una de las enfermedades propias de los músicos, una sordera brusca que es como una trombosis en la cóclea, el órgano que traduce los impulsos eléctricos en sonidos. Esto fue en 2007. A partir de 2007 empezó un calvario para mí, porque tocar en directo era un sufrimiento inmenso”.

Conxo, una experiencia que marca
Muchos conocen su faceta musical en Milladoiro, pero a nivel profesional Antón ha ejercido como psiquiatra hasta su jubilación hace cuatro años. “Cuando volví de Bilbao, había acabado la carrera con 22 años y, cuando salió la plaza de Conxo para ser psiquiatra, me vine con un mundo mucho más amplio”.

Se refiere a su desempeño profesional en el manicomio de Conxo. “Fue una experiencia terriblemente verdadera y donde se trataba de ‘desmanicomializar’ toda una inercia de años, casi de siglos, para convertirlo en un centro digno y sin el estigma de la enfermedad mental para los que entonces eran 1.500 pacientes. Obviamente, aquello supuso una reacción tremenda por parte de fuerzas muy de la derecha, encabezadas por El Correo Gallego, y hubo que pagarlo con cárcel, expulsiones y cuatro de nosotros casi nos quedamos con la imposibilidad de materializar nuestra especialidad”.

Un discurso, el del manicomio, que parece haber sido recuperado con carácter reciente y que evidencia lo que Antón califica como “unos nubarrones tan negros, tan negros, que parece que la psiquiatría ha retrocedido a antes del año 75. Lo que se está viendo ahora es que el manicomio no es una institución, es un discurso que se puede dar en una sala de psiquiatría limpísima y con los baños pulcros con solo 20 pacientes. Es decir, lo que se ha visto con el paso del tiempo es que tú puedes tener pequeños ‘neomanicomios’ —como los llamo yo— perfectamente alicatados, limpios y pulcros, pero en los que la dinámica de encuentro con el paciente sigue manifestando esa especie de que su palabra es una palabra degradada, es una palabra enferma y lo que hay que poner bien son los neurotransmisores”.


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