Literatura
Jorge Herralde: “En Anagrama hago de antiguo tótem”

Jorge Herralde fundó en aquel ya lejano 1969 Anagrama, una institución entre las editoriales que publican en castellano. Retirado en 2017, alcanzados los 85 años, sigue todavía de cerca el día a día de la que fuera durante cinco largas décadas, más que un lugar de trabajo, casi su casa.
Jorge Herralde
Jorge Herralde. No CC. Foto: Oriol Clavera
6 may 2021 00:00

Para quienes tenemos ya una cierta edad, sin llegar a ser avanzada —aquella que podríamos llamar, con permiso de historiadores, edad media—, Anagrama ha sido sin lugar a dudas una editorial de referencia, cuando no la editorial de referencia. Un rápido repaso a las estanterías propias lo confirma. De hecho, una de las primeras cosas que hago cuando entro en hogar ajeno —y confieso esto a riesgo de que nadie me vuelva a invitar— es ojear la biblioteca y buscar con cierta inquietud lomos amarillos, grisáceos, no-del-todo-negros que me hagan sentir un poquito más como en casa.

Cuando trabajaba para el principal suplemento cultural del País Vasco, “Mugalari”, hoy desaparecido, tuve la oportunidad de entrevistar a un buen número de escritores de talla, si no planetaria, sí intercontinental, clase media-alta algunos, la mayoría pertenecientes a la escudería Anagrama: Jonathan Coe, Jean Echenoz, Alan Pauls o Juan Villoro entre ellos, más cercanos los catalanes Quim Monzó y Sergi Pàmies. Todos hombres, punto negativo para el entrevistador. Y muchos de ellos han marcado en cierta manera mi devenir no solo profesional, sino también personal. Con todo esto quiero decir que mi vida de lector, o mi vida a secas, hubiera sido muy diferente, creo que bastante peor, de no haber existido Anagrama.

Con esa pesada mochila tocamos, pues, el timbre de casa de Jorge Herralde, el editor, en el barcelonés barrio de Sarrià, un mediodía soleado de primavera. Tras ser recibidos por Lali Gubern, esposa, compañera, consejera —que desde un discreto rincón y durante la entrevista apostillará a su marido, compañero, aconsejado—, pasamos al salón de invitados, y al cabo de nada aparece Herralde, parsimonioso —¡otra entrevista más!—, con una copita en la mano, que al principio intuyo de vino, pero que por la hora, y el color tirando a turbio, bien podría ser un martini.

Tras tomar asiento, cogerle la matrícula al entrevistador, y dejar caer la primera broma sobre la imposibilidad de hacer la entrevista en vascuence, empieza a hablar en castellano, salta con soltura al catalán, y deja caer expresiones en francés, italiano o inglés, que se adaptan de forma natural al hilo de la charla. “Me encanta cambiar de lengua”. Por un momento aquello parece un pasillo cualquiera de la feria de Frankfurt. Cuesta hacerse a la idea de que tengo delante a un editor con 50 largos años de experiencia, más de 4.000 títulos a sus espaldas y la construcción de un catálogo para muchos inolvidable.

Los papeles de Herralde

Volveremos a los inicios de la editorial, pero, de entrada, me intereso por su día a día, ya que, incluso retirado de la dirección de Anagrama en 2017, y sustituido por Silvia Sesé, hasta el inicio de la pandemia acudía sin falta a los despachos de la editorial. “He estado leyendo muchísimo, sobre todo libros de entrevistas, memorias, de escritores, editores o editoriales; soy un cotilla insaciable”. Libros de Anagrama también: “En la editorial hago de antiguo tótem. Tengo una gran relación con Silvia, hablamos mucho, me comenta cosas, le sugiero otras, debatimos, y me parece que lo está haciendo fantásticamente. Cosa que no era fácil”.

El motivo de la entrevista es la publicación del libro Los papeles de Herralde, que lleva por subtítulo Una historia de Anagrama 1968-2000. No se trata de una historia al uso, sino que, junto a la crónica de la editorial escrita por Jordi Gràcia, encontramos, tate, un buen puñado de las cartas que durante décadas ha enviado el propio Herralde a escritores, editores, agentes literarios, críticos, etcétera. Material de primera, y nada habitual, dado el hermetismo tradicional del sistema editorial. El libro recopila la correspondencia enviada hasta el inicio del siglo XXI; por una parte, porque las cartas pasan a ser virtuales, se convierten en e-mails; y sobre todo, porque el propio Herralde empieza a dar cuenta de su experiencia editorial en libros como Opiniones mohicanas (2001), Por orden alfabético (2006) o Un día en la vida de un editor (2019).

El editor es también escritor; escribe en macrounidades, que son los libros, y que conforman un catálogo, como si fuera una gran novela

Le pregunto por estos libros suyos, que demuestran, en contra del tópico, no tanto que el editor vendría a ser un escritor frustrado, sino su voluntad de dar testimonio. “El editor es también escritor; escribe en macrounidades, que son los libros, y que conforman un catálogo, como si fuera una gran novela”.

Para Los papeles de Herralde, Gràcia ha rehecho la historia de Anagrama, amena, aun siendo conocida. Pero parece ser que el mayor interés lo suscitan las cartas: “Son un tipo de cartas bastantes insólitas en el mundo de la edición; no es muy habitual ver a un editor subirse al ring y pelearse con críticos, con agentes literarios, con El País”. Y la verdad es que sí, es bastante insólito leer flores como las que le dedica al crítico Rafael Conte en 1986: “Acabo de leer, con la satisfacción que puedes suponer, que desde tu Púlpito de Pope de El País despachas mi labor editorial en narrativa española con la frase ‘Anagrama apuesta por la literatura light’”. Añade Herralde: “Eso sí, jamás se me ha pasado por la cabeza retirar el saludo a nadie por las críticas negativas”.

A un autor se le pide que esté por encima de la crítica, aunque sea ferozmente destructiva. ¿Entra dentro del trabajo de editor este férreo marcaje a todo aquel que pueda tener algo que ver en la vida de un libro suyo? Sin llegar la sangre al río, las cartas dejan entrever los muchos vaivenes del quehacer editorial, entre los cuales destacan los escritores que vienen y van —Javier Marías es el caso más notorio, Tom Wolfe el más doloroso—. También aparecen los mitos negativos sobre Herralde: ¿contratos leoninos? ¿Insoportable trato? ¿Tacañería en adelantos? Mitos que, evidentemente, él no está dispuesto a corroborar, ni a desmentir.

Placer lector

Lo que sí corrobora es su pasión por la lectura. Ya en las primeras cartas aparece este placer lector, en una de 1968: “Una tarde de domingo tropecé por casualidad con Laclos par lui-même de Roger Vailland y me divertí tanto que pensé en editarlo solo para compartir esa alegría lectora”.

Detrás de un editor, por tanto, no habría un escritor frustrado, pero ¿y un lector empedernido? “Exacto, ya de pequeño me encantaba leer. La lectura de manuscritos me es muy gratificante. Pero de la edición me gusta todo, toda la cadena, la parte artesanal, por ejemplo, portadas, contraportadas. Las ruedas de prensa son quizá mi deporte favorito. Y los numerosísimos viajes”. Esta diversión lectora sin embargo, tiene otra cara: los números. ¿Difícil combinación? “Hay que intentar llevar una política empresarial ni suicida ni mártir”.

En 50 años de profesión, ha habido momentos para todo. “Uno largo, la primera década, de gran ilusión, de grandes batacazos, de grandes choques con la censura; de repente les cuelo un libro inesperado, Sobre la psicología de la incompetencia militar”, que además tiene los santos bemoles de enviar al teniente general Muñoz Grandes, íntimo amigo de Franco.

Tuve una de las más grandes satisfacciones narcisistas cuando Manolo Sacristán, el pope de los comunistas catalanes, dijo que Anagrama era la editorial más de izquierdas de España

Una gran crisis también, que amenazó la existencia misma de la editorial: la distribuidora Enlace no funciona como debiera, la ultraderecha incendia sus locales y, sobre todo, las ventas del libro político caen en picado desde mediados de 1977. ¿La editorial era más roja y radical de lo que era su editor? “Seguramente, pero el editor era quien publicaba aquellos libros, con el riesgo nada menor de secuestros, censuras y demás. Tuve una de las más grandes satisfacciones narcisistas cuando Manolo Sacristán, el pope de los comunistas catalanes, dijo que Anagrama era la editorial más de izquierdas de España, toma ya”.

Pero el libro más político desaparece, mejor dicho, “desaparecen los lectores: sería absurdo publicar libros para el almacén. El día que gana las elecciones el PSOE, además, todos los izquierdosos deciden que esto no es lo que toca, y algunos se fueron a la India, otros se empezaron a pinchar”.

Herralde no tardará mucho en decidirse a publicar una colección de narrativa. El cambio empieza en 1981, con Panorama de Narrativas, “una nueva colección de narrativa con la que me divierto mucho”; seguirá después en 1983, con Narrativas hispánicas; y se afianzará más adelante, en 1989, con la multicolor Compactos. “Antes había una colección de narrativa, provocadora, Contraseñas, con Charles Bukowski, Wolfe, etcétera, que en España eran desconocidísimos, se contrataban por 300 dólares. Pero la explosión definitiva sucede a partir de los 80”. Una liberación para la literatura y también para el editor.

Herralde señala que un catálogo no se construye de la noche a la mañana. “Hay que insistir, sobre todo con la gente joven, que quizás no son perfectos pero que se les intuye algo. Todo el grupo del dream team británico, por ejemplo, los empecé a publicar casi con el primer libro. Al cabo de un tiempo se fueron consagrando y se han convertido en estrellas internacionales muchos de ellos”.

Otro ejemplo más cercano es el de Rafael Chirbes, que “tras unos inicios titubeantes, pegó el bombazo con sus dos últimos libros, ganó premios, lo adoraban en Alemania. Mi gran satisfacción han sido los autores”. Cita a Carmen Martín Gaite, Álvaro Pombo, Soledad Puértolas, las más recientes Marta Sanz y Sara Mesa. Sin olvidar a los latinoamericanos, con Sergio Pitol a la cabeza, y el que es quizás uno de sus grandes descubrimientos, Roberto Bolaño.

La editorial más importante en castellano, curiosamente, publicó su primer libro en catalán. “Por casualidad, tenían que salir simultáneamente un par de libros de cada una de las tres colecciones, y los que llegaron para el 23 de abril de 1969 fueron L’ofici de viure, de Cesare Pavese, y Tristos tròpics, de Lévi-Strauss, excepcionales los dos”. Poco rentables, eso sí: “Siendo obras maestras, se vendieron unos 300 ejemplares de cada uno. O desaparecía la colección en catalán, o desaparecía la editorial. Los lectores entonces no querían leer traducciones en catalán, punto”.

Llega 2014 y las publicaciones en catalán renacen con la colección Llibres Anagrama. Y ya que hemos abierto el melón de las literaturas llamadas periféricas, le comento que en su catálogo no hay autores que hayan escrito en euskera. “Solo conocí a Bernardo Atxaga, era el único entonces; pero ya estaba copado”.

¿Libros malos?

Preguntado por si pesan más los libros buenos no publicados, o los malos publicados, responde “¡qué impertinencia, por Dios! Lo único que me ha interesado es publicar libros, no solo de calidad, sino pertinentes. Creo que no he dejado pasar buenos libros; ha habido libros buenos que no he podido publicar, porque los grandes grupos hacían unas ofertas absolutamente fuera de lugar”.

De hecho, la irrupción de los grandes grupos, a finales de los años 80, supuso un cambio de paradigma: “Ya no solo eran libros, había cines, librerías, unos tinglados empresariales de unas dimensiones que reventaron el sistema editorial. Pero pudimos resistir”. Para un gran grupo, “pagar una animalada como han hecho a menudo por un libro es un pequeño arañazo en la cuenta de resultados; para una editorial en un piso de Sarrià y cuatro gatos, las consecuencias son muy diferentes. No se puede jugar a igualar anticipos sino a crear un catálogo y conseguir que los lectores confíen en ese catálogo”.

Alguien podrá ver grande a Anagrama también, más aún desde que la compró el grupo italiano Feltrinelli. “Anagrama sigue siendo una editorial independiente, que ha cambiado de propietario, sí, pero nada más”. Al contrario, añade, “yo, de una forma inexorable, he decidido no ir a buscar autores de editoriales más pequeñas. Ningún pequeño editor podrá decir que le he quitado a un autor”. Anagrama sigue, pues, con la idea de editor pequeño, facturación media y vocación de gran editorial literaria. Una editorial modesta, en palabras de su fundador, pero gracias a la cual se ha podido permitir durante años, tal y como confiesa en una de sus cartas, “una semana de descompresión completa en Jumby Bay, resort de lujo en pleno Caribe”.

Cuando ve el libro de su vida, el catálogo de Anagrama, ¿es satisfacción lo que siente? “Los sentimientos autocomplacientes me dan un poco de pereza”. Insisto: haber influido tanto en tantas generaciones de lectores, ¿cómo lo lleva? “¡Qué responsabilidad!”. Vale, dejo de insistir.

Algunos dicen que Anagrama ya no es lo que era, que ha perdido parte de su influencia y su espíritu, que está en el centro de lo que hoy se entiende como respetable, correcto y moderado, y que ha perdido el carácter crítico, gamberro y pionero de antaño. Y que ese papel hoy lo cumplen otras editoriales. “Ni idea. Haber cumplido 50 años y estar como está me parece un éxito, ya está”.

Una vez hemos acabado, y a punto de marcharnos, prometo enviarle el resultado de la entrevista antes de publicarlo. “No hace falta. Yo me fío. Después ya hablaremos”.

Esta entrevista es una versión de la publicada originalmente en Argia.

 


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