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Hugo Chávez: “El pueblo debe tener una posibilidad real de gobernar”
El 6 de diciembre de 1998, un desconocido fuera de Venezuela ganaba las elecciones presidenciales. Desbancaba así a los partidos tradicionales que habían monopolizado el poder desde 1958. Diez años después, DIAGONAL publica una entrevista al presidente Hugo Chávez realizada por el periodista noruego Eirik Vold en un vuelo entre Ecuador y Venezuela.
“Ustedes son testigos del parto de una nueva época”. Hugo Chávez se abrocha el cinturón de seguridad. El avión presidencial, equipado con una pequeña oficina, un cuarto y ceniceros dorados, sirve de escenario para la entrevista. “Vamos a hablar un poco, y después intentaremos descansar un rato”.
La conversación se remonta atrás en el tiempo. Hasta el piso de tierra, allá en Sabaneta, un pueblo humilde en el llano venezolano, donde Hugo Rafael Chávez Frías nació en 1954. Así que el descanso se quedará para más tarde. El vuelo sólo dura tres horas.
Mientras el avión despega, Chávez empieza aquel cuento largo que tantas veces ha contado: “Porque yo vengo de ahí. Yo vengo de las catacumbas de la pobreza. He vivido la pobreza. La he visto y la he sentido”. Sin embargo, sus dos padres trabajaban como maestros en una escuela. No es el peor destino para un niño en una zona donde la gran mayoría ni siquiera tenía oportunidad de terminar su educación básica.
“Yo fui un niño andante”, dice Chávez refiriéndose al tiempo que pasó vendiendo frutas y dulces caseros para ayudar a la apretada economía familiar. En escuelas, plazas, durante eventos deportivos y a bordo de todo tipo de medio de transporte. Incluso burros. De ese tiempo, durante las largas caminatas en ese campo pobre, proceden sus primeros pensamientos políticos.
“Fue una sensación de intranquilidad y malestar ante toda esta pobreza. Y yo creo que la política justamente se trata de esto. De dejarse mover por un impulso ético y espiritual que conecta la existencia de uno con la de los otros y el bienestar o malestar de la sociedad”. El presidente baja ligeramente la voz, echa una mirada hacia la ventana antes de concluir con un concepto más o menos prestado de Aristóteles: “Yo creo que nací un animal político”.
Chávez pudo haber nacido un “animal político”, pero como tantos otros niños venezolanos su gran sueño fue el de convertirse en pelotero y llegar hasta las Grandes Ligas, la división élite del béisbol norteamericano. En aquel entonces, como ahora, los equipos de béisbol norteamericanos buscaban jóvenes talentos venezolanos a precio de remate. La esperanza de Chávez fue llegar a ser descubierto por su equipo favorito, San Fransisco Giants.
La pasión por el béisbol le llevaría a una de las decisiones personales más importantes en su vida. Para un niño pobre del campo existía sólo un camino hacia el ambiente ‘beisbolista’ alrededor de Caracas y el centro del país: el Ejército. Según Chávez fue eso, y no una vocación militarista lo que lo hizo enrolarse en el Ejército a sus 16 años.
El soldado
La vida de soldado en Venezuela era dura, pero al mismo tiempo las Fuerzas Armadas eran un peldaño en la “escalera social”. A través del aparato educativo de las Fuerzas Armadas, hombres jóvenes de los sectores populares, que eran sistemáticamente excluidos de los estudios superiores universitarios, podían obtener posiciones altamente reconocidas de buen sueldo y beneficios para ellos y sus familias. “En ese tiempo nos mandaron a luchar contra la guerrilla. Pero esa guerra no me convenció”, sostiene Chávez.
El presidente venezolano cuenta que desde temprano “oyó sobre socialismo y revolución”, cuando como niño visitaba amigos cuyos padres pertenecían a la izquierda. “Yo recuerdo cuando mataron al Che Guevara clarito. Yo tenía, como el niño que era, la ilusión muy peliculista de que al Che no lo iban a matar. Porque salía por los periódicos y en la radio que estaba rodeado, que mataron a tantos camaradas. Y yo pensaba que Fidel Castro iba a mandar unos helicópteros a rescatarlo y llevarlo a Cuba”.
Quizás esa creencia de la infancia contribuyera a que el encuentro con la guerrilla venezolana y su fracaso en llevar a cabo una revolución a la cubana, despertara en Chávez más curiosidad que temor y rechazo. En 1977, diez años después de que muriera la ilusión de la inmortalidad del Che, el entonces joven oficial Hugo Chávez sopesaba su inclusión en la guerrilla a la que habían mandado eliminar.
“Hoy —dice el presidente a través del ruido fuerte del motor del avión— estoy feliz por no haberlo hecho”. Mientras los partidos tradicionales AD y COPEI institucionalizaban su monopolio de poder en un pacto de alternancia conocido como Punto Fijo, la izquierda fue excluida mediante asesinatos políticos, censura de prensa y la prohibición del Partido Comunista.
El comandante
El 5 de febrero de 1992 un desconocido coronel paracaidista aparecía en las pantallas de televisión en Venezuela. La rebelión armada contra el presidente Carlos Andrés Pérez, fruto de 15 años de conspiración dentro de las Fuerzas Armadas, tomó durante la noche el control de puntos estratégicos en las ciudades de Maracay, Valencia y Maracaibo. Según el entonces Ministerio de Defensa, 14 personas perdieron la vida durante los combates. La estabilidad democrática que reinaba en Venezuela desde 1958 se consideraba una luz en la oscuridad de un continente caracterizado por golpes y dictaduras. Entonces, ¿cómo puede el presidente, quien dice haber rescatado la democracia venezolana, justificar este intento de tumbar un Gobierno democráticamente electo? Resulta que para Chávez, el régimen vigente en Venezuela no era una democracia.
“Vivíamos bajo la dictadura de la oligarquía”, dice Chávez, para continuar hablando de corrupción, represión política y de un aparato estatal en plena descomposición. A pesar de los gigantescos ingresos del petróleo, la mayoría de la población vivía en la pobreza profunda. En los años ‘90 la desigualdad entre pobres y ricos sobrepasó la de Sudáfrica durante el régimen del Apartheid.
El Caracazo, una fuerte ola de protestas reprimidas con una auténtica masacre en febrero de 1989, marcó la época. El entonces presidente, Carlos Andrés Pérez, luego de haber sido elegido con un programa de gobierno radical que prometía detener las privatizaciones, aumentar los servicios públicos y una ruptura con el FMI, dio un giro de 180 grados y decidió implementar una versión turbo de los programas de ajuste estructural.
“Esa traición fue la prueba del fracaso de aquella democracia falsa. Ya la miseria y la pobreza se había extendido por Venezuela. Y, para colmo de males, Carlos Andrés Pérez asumió la política de shock del FMI. Mucha gente ya no sabía cómo sobrevivir”, asegura Chávez. Sin embargo, la parte más traumática fue la respuesta del Gobierno. Organizaciones de derechos humanos calculan que el número de víctimas mortales producidas por la represión del Ejército se sitúa cerca de 3.000 personas.
“Eso era la libertad de expresión en aquel entonces. Aunque yo no participé en la masacre, sentía algo de culpa y una enorme vergüenza porque las Fuerzas Armadas, de las que formaba parte, había asesinado inocentes, mujeres, niños y ancianos. La indignación que muchos sentíamos estimuló la planificación de la rebelión armada contra ese Gobierno asesino tres años más tarde”, explica el presidente venezolano.
Pero el golpe de Estado contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez fracasó. Chávez fue rodeado y se entregó, con la condición de poder dirigirse a sus compañeros de armas en los medios de comunicación. Le fueron concedidos 30 segundos. “Nuestros objetivos no fueron alcanzados por ahora”, dijo, y asumió la responsabilidad de lo que denominó el “movimiento bolivariano cívico y militar”.
Las pocas palabras que Chávez alcanzó a pronunciar antes de que se lo llevaran detenido se quedaron grabadas en la conciencia colectiva de los venezolanos. El “por ahora” se convirtió en un eslogan que resumía la esperanza de quienes deseaban la muerte del sistema bipartidista. El resto del camino hacia el poder es un cuento conocido, que Chávez cuenta entre bocados después de recibir una sólida ración de comida aérea.
“Luna de miel con la burguesía”
La campaña electoral de 1998 ya estaba en marcha cuando las élites económicas venezolanas decidieron abandonar sus operadores políticos tradicionales y apoyar a una ex miss universo y a un multimillonario carismático para detener al recién liberado teniente coronel que no paraba de subir en las encuestas. Pero no pudieron, y mientras los fuegos artificiales y “las hordas”, como se denomina a los pobres entre los capitalinos pudientes, gritaban en coro en escenas eufóricas, el nerviosismo se extendía en otros grupos. El programa de reformas fue bautizado como “la revolución bolivariana”. Entre sus promesas principales figuraba la lucha contra la pobreza y la corrupción y una ruptura radical con las políticas neoliberales.
“Al principio, cuando formamos el Gobierno, era como una luna de miel con la burguesía y el imperialismo”, recuerda Chávez. “Las élites en Venezuela no podían ganarme en elecciones y optaron por amansar el bicho. A través de familiares y persones claves en posiciones gubernamentales importantes querían influir en mi dirección para proteger sus privilegios”, dice Chávez.
“Así que empecé a buscar la soledad, a aislarme para reflexionar. Me alejé de amigos, supuestos amigos. Porque me di cuenta de que por esa vía, por la vía de la ingenuidad donde me querían empujar, ahí terminaría como un traidor. Uno de los muchos que prometen cambio pero dejan que las cosas sigan como antes”.
El bicho despierta
En el transcurso de 1999 los venezolanos eligieron una Asamblea Constituyente, que redactó una nueva Constitución, aprobada por el 70% en un referéndum popular en diciembre de ese año. El poderoso presidente de la petrolera estatal PDVSA, Luis Giusti, arquitecto de la liberalización de la industria petrolera, fue despedido junto al resto de la cúpula de PDVSA. La fuga de capitales se aceleró, y bancos inversores, terratenientes y empresas petroleras extranjeras veían con terror el paquete de reformas de 49 leyes que implicaba una expansión fuerte del papel del Estado en la economía. “El poder se le subió a la cabeza. Quiere convertir a Venezuela en otra Cuba”, fue el juicio unísono de los medios y la oposición, que a partir de entonces sólo llamaban a Chávez “el teniente coronel”, “el dictador”, “el loco” o “el mono”. La palabra “presidente” desapareció hasta del vocabulario de los telediarios.
“Cuando se dieron cuenta de que el intento de amansar el bicho había fracasado, las élites decidieron acudir a la violencia. Fueron las leyes revolucionarias las que provocaron el golpe de Estado”, dice el presidente. Durante el golpe del 11 de abril de 2002, Hugo Chávez fue hecho prisionero durante casi 48 horas, mientras el entonces presidente de la patronal y recién nombrado dictador, Pedro Carmona, disolvía la Asamblea Nacional y la Corte Suprema de Justicia, al tiempo que se concedía el derecho de nombrar y despedir alcaldes y gobernadores a su antojo.
Dos días después, corrientes leales de las Fuerzas Armadas y el apoyo popular se encargaron de que la dictadura de Carmona quedara como una de las más breves de la historia. En diciembre del mismo año, la cúpula y las capas medias de PDVSA pararon por completo la producción petrolera —y con ello casi la totalidad de la economía venezolana— demandando la dimisión de Chávez y el compromiso de que nunca se vuelva a presentar a las elecciones. Dos meses, varios llamados a otro golpe de Estado y 3.000 empresas quebradas más tarde, Hugo Chávez declaró que “ni siquiera el sabotaje petrolero puede parar la revolución bolivariana”, aunque se habían perdido al menos 14.000 millones de dólares.
El presidente Chávez salió fortalecido de los dos episodios, mientras la oposición perdió sus más importantes bastiones de poder dentro del aparato estatal, en donde empezaron a rodar las cabezas. El FMI y la Administración Bush, que dieron su apoyo incondicional a los golpistas, desde entonces se vieron obligados a dirigir su apoyo financiero a la oposición venezolana por vías más discretas.
“Como dijo Trotsky, toda revolución necesita el látigo de la contrarrevolución. Yo creo que se trata de un proceso de maduración, una decantación, de quemar etapas. Yo ya había cruzado mi Rubicón”, dice Chávez.
Socialismo casero Chávez no duda al afirmar que las medidas que hicieron subir a la superficie la profunda división latente en la sociedad venezolana valen la pena. “La nacionalización del petróleo, por ejemplo. Si no hubiéramos asumido el control de PDVSA y hubiéramos fiscalizado a las transnacionales, ¿cómo haríamos para satisfacer las necesidades del pueblo? Estaríamos secos ya”. Frente a las medidas sociales y las 21 ‘misiones’ (programas educativos, médicos, asistenciales, etc.), algunos le acusan de populismo y compra de votos. “Yo lo llamo socialismo. Socialismo del siglo XXI”, responde Hugo Chávez. Después de salir victorioso en 11 procesos electorales, y pese a recibir en diciembre de 2007 un golpe cuando su propuesta de reforma constitucional perdió por un pequeño margen, todavía goza del apoyo de más del 60% de la población.
Los críticos mantienen que Chávez ha concentrado un poder casi totalitario en sus manos, atacado la libertad de prensa y que amenaza las instituciones democráticas del país. Pero el presidente no acepta que su “socialismo casero” cierre canales de televisión o reduzca derechos democráticos.
“Todo lo contrario —dice Chávez—, uno de los errores más importantes de los intentos de construir el socialismo durante el siglo XX fue limitar la democracia. Yo pienso que debe ser al revés. Aquí los medios tienen plena libertad de hacer guerra mediática con llamados a golpes militares y el asesinato del presidente. Pero nuestra visión socialista de la democracia va más allá de las elecciones y el derecho de expresarse. El pueblo tiene que tener una posibilidad real de gobernar. Erradicar el analfabetismo, dar a los excluidos acceso a la educación... ésos son pasos importantes hacia la democracia verdadera. Hugo Chávez se entusiasma al hablar sobre cómo los repetidos llamados de la Administración Bush a los gobiernos de Brasil y Argentina para que aíslen a Venezuela encuentran oídos sordos, y cómo cada vez más países se declaran abiertamente seguidores del socialismo y de la idea integradora bolivariana.
“El nuevo ambiente que reina en América Latina, en los gobiernos y los pueblos, que están decididos a crear una región fuerte e independiente, me da mucho optimismo”, concluye el presidente.