El laberinto en ruinas
La ciudad clonada (I/III). Las giraldetas

El devenir de los acontecimientos según se retrata en los medios es una corriente que circula sin pausa. Todo lo que pretenda existir debe hacerlo a través de ese gran río o sus afluentes. En esa fortaleza está su debilidad: el discurrir de la información y sobre todo la de sus imágenes puede ser interceptada, clonada, recreada o falsificada. Eso ocurrió un día de 1999 en Sevilla, cuando un colectivo vasco logró introducir un mensaje no controlado en la ceremonia de inauguración del Mundial de Atletismo y de ahí saltar a la corriente principal.

La noche del 20 de agosto de 1999 tenía lugar la apertura del Campeonato Mundial de Atletismo de Sevilla, con una ceremonia retransmitida a una audiencia potencial de 3.500 millones de espectadores. Presidía Felipe de Borbón acompañado del presidente de la Junta, Manuel Chaves, el ministro Mariano Rajoy, el Alcalde Sánchez Monteseirín y otras autoridades. La ocasión debería transcurrir según el rito, con discurso propiciatorio, desfiles, banderas, vítores, himno del evento, y varios números que echarían mano del imaginario folklórico de la ciudad. Pero he aquí que uno de entre el público muestra una camiseta con una leyenda e intenta desplegar una pancarta, otro se encadena al escenario, tres se descuelgan con material de escalada y abren una pancarta. Hay quien reparte pasquines en la zona de prensa, alguien muestra otra pancarta ante la mesa de los monitores de televisión y en el escenario principal, dos Giraldillas -mascotas del Mundial- bailan, pero la leyenda que portan en el pecho no es “Sevilla 99” sino “Repatriation Basque Prisoners”.

Giraldilla clonada

Esta disrupción era provocada por Presoekin Elkartasun Taldeak (Grupos Solidarios con los Presos). En un boletín informativo propio explican: “Realizamos acciones públicas, no violentas y llamativas para hacer cumplir las leyes, haciendo llegar a los medios la conculcación de los derechos reclamados. Creemos que la superación de los límites de la comunicación puede ser un paso para la resolución del problema”.

Buscan la no violencia como principio legitimador. Sin embargo, una cosa es la intención objetiva y otra la atribuida. El historial del grupo es amplio: acciones en cárceles y hospitales, vestidos de reyes magos, ante el Congreso de los Diputados, el Palacio de Justicia de Paris, como Astérix y Obélix, o como Giraldillas en Sevilla. Tras la acción en Sevilla, destacaron que a través de la televisión estaban “entrando en las celdas y en las casas de los presos y deportados y de sus familias”. Derribaron los muros de las cárceles simbólicamente: “Nuestra acción no era contra el Mundial, aplaudimos el himno de Andalucía y a los atletas. Habíamos subido hasta arriba y podríamos haber hecho lo que quisiéramos, sin embargo nos quedamos en las esquinas, nuestro objetivo no era boicotear el campeonato”.

¿Así fue interpretado? Sólo por la juez que instruyó el caso. Según el auto: “los hechos enjuiciados están entremezclados de connotaciones políticas y sociales. La simple referencia expresada en las camisetas y en las pancartas desató temor, rechazo e indignación entre el público pero la ejecución del plan para reivindicar el derecho que reclaman no evidencia ánimo de alterar el orden, ni se produjo el resultado que exige el tipo penal”. Un activista fue condenado por “delito de resistencia” a seis meses de prisión, y otro a un año por morder el dedo a un policía, pero los otros ocho fueron absueltos.

“Nunca nuestra ciudad había estado tan en el centro del mundo y justo en ese momento hemos tenido que sufrir el ridículo de ver superadas las medidas de seguridad”

¿Y cómo fue relatado en los medios? De entrada, silencio en la televisión nacional: de soslayo, las giraldillas danzando en el escenario, la comparecencia ante el Juzgado de los miembros del colectivo e imágenes de controles policiales. Pasados los primeros momentos se aplicó la consigna de que lo sucedido nunca tuvo lugar. Sin embargo en los periódicos locales el hecho tuvo amplio protagonismo. No eran defensores de los derechos humanos sino “entorno de ETA” y su acto, un atentado. Y, lo más relevante: la “burla” de la seguridad. Diario de Sevilla se volcará en el oprobio durante semanas. Su titular de portada del día fue “Lamentable”, y en páginas del interior, “De vergüenza” o “La inauguración más triste”. En la editorial leemos: “Nunca nuestra ciudad había estado tan en el centro del mundo y justo en ese momento hemos tenido que sufrir el ridículo de ver superadas las medidas de seguridad”.

El momento era importante sobre todo para los gestores de un modelo urbano entregado al arbitrio de las grandes ocasiones, y los Mundiales de Atletismo eran otra oportunidad. La Sevilla reciente estaba modelada por la Expo´92. En 1993 empezaron a proyectarse las Olimpiadas. Primero para 2004, luego para 2008, 2012... Tarde o temprano Sevilla sería sede olímpica. En torno a esta idea el Partido Andalucista define una imagen de ciudad para consumo interno y exportación a la que se suman los restantes partidos y buena parte de la ciudadanía. La organización de los Mundiales tiene en cuenta tal proyección (el estadio será llamado Olímpico) y consecuentemente la burla durante la ceremonia inaugural era olímpica: podría afectar a la designación de la ciudad.

El precedente de la Expo´92 que debía reproducirse nos permite pensar los límites de lo que puede ser dicho o hecho en estos eventos globales. En 1992 la ciudad era puesta de exposición. Pero había quienes lo cuestionaban y estaban dispuestos a expresarse. Las manifestaciones de protesta fueron prohibidas. Una concentración espontánea el día antes de la apertura fue disuelta con dureza sin precedentes y la siguiente también. Hubo golpes, heridos de bala, detenciones, deportaciones... e igualmente se barajó la vinculación con ETA: una asociación que enturbia el análisis de los métodos, los objetivos y el sentido de la protesta. A su ocultamiento por unos medios volcados en su función de pregoneros, siguió su mixtificación y su criminalización.

Represión
Sevilla 1992, el gran expolio
Tres personas heridas gravemente de bala y 88 detenciones en las protestas contra la Expo 92 de Sevilla. Las afectadas se reúnen 25 años después en las jornadas “Nada que celebrar”.

Si en 1992 teníamos un enfrentamiento claro entre disidentes y el poder, en 1999 los límites cuestionados son otros. No hubo afrenta a la Giraldilla, ápice de la Giralda, tope de la altura permitida en la edificación e hito en el horizonte de una ciudad tan dada a la topolatría como proclive a convertirse en mercancía. En los prolegómenos de la Exposición Universal unos empresarios propusieron comercializar la mascota de la muestra vestida de nazareno. Aunque la comisión organizadora era ajena a ello, el alcalde y el presidente del Consejo de Cofradías amenazaron con tomar medidas.  Sin embargo, esta otra mascota, la Giraldilla, era un clon con poca capacidad emotiva del que no ha quedado rastro. El colectivo Presoekin no buscaba su destrucción, ni parodiaba un icono sacro sevillano. Su acción era una mimesis: clonar un clon y valerse de él para infiltrarse por los medios de comunicación. Su clon portaba una información proscrita que se hizo pública en forma de grieta en el sistema de producción de significantes. Operaron como un virus, interceptando la cadena de replicación de imágenes; disfrazados, esquivaron el sistema inmunitario (securitario) y accedieron a un escenario de visibilidad universal.

Operaron como un virus, interceptando la cadena de replicación de imágenes; disfrazados, esquivaron el sistema inmunitario (securitario) y accedieron a un escenario de visibilidad universal

El gesto tiene lugar en el momento de apertura de un espacio universal. No era un evento cualquiera, era un centro de gravedad hacia el que convergían las miradas de los medios, uno de los circos de la Roma global. Fue iconoclasta porque rompía la representación que una ciudad pretendía ofrecer de sí y negaba la autoridad: la autoridad de los poderes políticos (en su labor securitaria, su cometido principal), los mediáticos (encargados de reproducir imágenes), y los económicos (en sus expectativas de beneficio). Fue iconoclasta al cuestionar el proceso de producción y circulación de imágenes globales que se supone ha de estar bajo control, tanto como las ciudades que son su foco emisor, como los medios que las ponen en circulación y como las masas que las contemplan.

Cabe finalmente pensar los límites de este gesto dentro de una reflexión mayor sobre los límites del activismo en la era del espectáculo. La penetración de la industria cultural en la política favorece la expresión del desacuerdo en los espacios virtuales, ya sean los del entretenimiento, las redes sociales o la ciudad convertida en parque temático, ámbitos todos que generan una ilusión de pertenencia. Dejar la impronta en ellos (el graffitti, el hackeo o el uso alternativo de los imaginarios urbanos) se ha convertido en modelo de oposición. Ahora bien, la capacidad de actuar sobre la realidad es cada vez menor, y ganar batallas en lo simbólico o lo virtual no supone que se avance en la dirección buscada. Y además, la protesta así limitada puede quedar reducida a un fin en sí mismo. A un clon de la lucha organizada contaminado por el espíritu evanescente y olvidadizo de los medios, las redes y la ciudad global y obligado a replicarse continuamente.

Solo queda el recuerdo de que el orden puede ser burlado. Y será el poder quien guarde memoria y aprenda

La acción de Presoekin resultó fácil: introducir una minúscula imagen dentro del monto global de imágenes circulantes. Pero la burla hecha será burlada, los agentes de control se encargarán de ello: el impacto final sobre los espectadores es mínimo, el gesto se disuelve. Solo queda el recuerdo de que el orden puede ser burlado. Y será el poder quien guarde memoria y aprenda. Al aprovechar las fracturas del sistema para exhibirse, se muestran los puntos en los cuales el sistema ha de ser reforzado. Como celebró Samaranch, presidente del COI, había que ser positivos y aprender la lección: “la seguridad debe ser omnipresente”.

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