Pensamiento
El efecto mariposa

Guillermo Arriaga es capaz de ir enarbolando grandes desaguisados y problemas a partir de escenas tremendamente triviales, consiguiendo darle profundidad al libro y a las historias que narra

Guillermo Arriaga
Foto: Festival Internacional de Cine en Guadalajara
17 jul 2020 11:11

Guillermo Arriaga pasó a formar parte de mi bagaje cultural sin que yo lo supiera. Fue en 2015 a raíz del estreno de Birdman (película del mexicano González Iñárritu que llegó a los cines a finales del 2014, pero yo fui a ver meses después). En las semanas posteriores, me vi todas las películas de Iñárritu, entre ellas Amores Perros, 21 Gramos y Babel. A esos tres largometrajes se les conoce bajo el nombre de La trilogía Arriaga-Iñárritu, ya que fueron escritas por ambos. Mi yo joven de aquel 2015 no tenía ni idea de aquello. Así que, sí, Guillermo Arriaga se instaló en mi cabeza (con resultados bastante satisfactorios) sin que yo fuera consciente de ello.

Nuestro segundo encuentro ocurrió a inicios de este 2020. Saltaba la noticia de que el escritor mexicano ganaba el XXIII Premio Alfaguara de Narrativa gracias a su novela Salvar el fuego. En palabras del jurado: “Salvar el fuego es una novela polifónica que narra con intensidad y con excepcional dinamismo una historia de violencia en el México contemporáneo donde el amor y la redención aún son posibles...” Luego proseguía una perorata de justificaciones de por qué la novela X merecía el premio Y que podía ser intercambiable con cualquier libro y galardón.

Hace un año leí Mañana tendremos otros nombres del argentino Patricio Pron (XXII Premio Alfaguara de Narrativa). Un libro estilísticamente mejorable, pero con la difícil tarea de conseguir una historia de amor típica, tan sumamente real que termina por ser lo fascinante del libro. A medida que pasan los meses va calando como el txirimiri norteño. Con el retrogusto de aquella historia de separaciones y uniones, recibí la noticia del premio otorgado a Arriaga con interés.

Una novela de más de cuatrocientas páginas, parte con un error de salida: ninguna historia merece tantas páginas para ser contada. Ni siquiera las mejores - permitidme este delirio de grandeza. En este caso, a posteriori, la desmesurada extensión es uno de los fallos del libro de Arriaga, además de ser lo que más reacio me tenía a adquirirlo para mi biblioteca personal. Estamos ante un tocho. Durante el confinamiento, cuando ya dejaron salir a pasear, todas las mañanas pasaba por delante de una librería de barrio y en el escaparate estaba el tocho.

El volumen conseguía captar mi atención por dos motivos: la musicalidad de título y autor. No en balde, decir: “Salvar el fuego de Guillermo Arriaga” da mucho postín. En segundo lugar, la belleza de su portada. La única información que he conseguido encontrar sobre ella es un escueto “inspirado en un diseño original de Enric Satué” que encontramos en la página de créditos del libro.

En fin, que no sé si por mis ganas de salir de casa y comprar en comercios físicos o por todas las cosas que he relatado con anterioridad, lo terminé adquiriendo.

Afrontar la lectura de una obra de casi setecientas páginas no es algo que se deba tomar a la ligera. Quedarse varado dentro de una inmensidad tal, puede conseguir que se pierda incluso la pasión por la narrativa. Encontré el momento y lo ataqué. Una semana de frenético pasar y pasar páginas para terminar viéndome inmerso en un México que me es muy lejano pero que, sin conocer mucho, me resultó demasiado real.

Arriaga consigue desplegar una historia arquetípicamente convencional de un modo excelso y cautivante. En líneas generales - porque no estoy aquí para destripar lo que en una búsqueda rápida se puede encontrar en la red - Marina, afamada coreógrafa, se enamora de un preso y vivirá una historia de amor con él que agitará su acomodada vida. Difícil tarea la de no caer en tópicos asociados a este tipo de historias - a veces no puede evitar meter el pie en agujeros ya transitados -, pero la maestría en el uso de su prosa, que bien podríamos tildar de heredera del mismísimo Carlos Fuentes, hace que la trama se vaya actualizando por momentos con nuevos y románticos clichés.

Entre todas las cosas que expuso el jurado de Alfaguara sobre la novela de Arriaga yo me quedo con: Novela Polifónica. Esta vaguedad marketinera consigue su realización más tangible en Salvar el fuego. Y ello es gracias a dos factores:

1. La obra está narrada desde tres puntos de vista distintos que se convierten en cuatro hacia mitad del libro. Cada uno con sus dejes y modos de pensar, consiguiendo personajes estancos y con, valga la redundancia, personalidades intransferibles.

2. La variedad de mensajes y voces que aparecen en esta historia consiguen hacer de la obra una coral social perfecta. Arriaga da cabida a un número ingente de perspectivas sobre una realidad mexicana muy marcada por la pobreza, violencia, machismo y precariedad. Todo gracias a textos de presos, historias de callejones, hablas populares y actualizados anglicismo y ostentosos despliegues burgueses.

A pesar de todo, es difícil que el escritor mexicano no caiga en algún vicio con una novela tan extensa. A veces se queda estancado en frases más que usadas, en intentos de mezclar el mexicano con el inglés, que más parecieran la versión que dan los estadounidenses en sus series del castellano, y algunos pasajes amorosos que hacen que tengamos que beber un vaso de agua para quitarnos tanta pastosidad e irrealidad. Chico, Guillermo, nadie es perfecto.

El leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. No sé cuán consciente era Guillermo Arriaga de este proverbio chino - el cual ilustra el Efecto Mariposa - a la hora de escribir Salvar el fuego. Lo mejor del libro se encuentra sintetizado en esa frase. El escritor y guionista mexicano es capaz de, con toda la calma del mundo, ir enarbolando grandes desaguisados y problemas a partir de escenas tremendamente triviales, consiguiendo darle profundidad al libro y a las historias que narra. Gracias a este planteamiento consigue, de modo maestro, la polifonía que tanto gustó al jurado.

A saber dónde se encontraba la mariposa en cuestión o si era alguna de las de Nabokov que él mismo se atreve a enumerar en su obra, pero gracias otra vez al ligero movimiento de alas de sus ideas, Arriaga resume con su trama que todo es política. Amor, celos, prisión, literatura, coreografía, narcotráfico, tráfico bullicioso; en resumen, el México que muestra, pasa por los hilos de una política que permea todo a través de una corrupción a la orden del día. Posiblemente sea el mensaje más importante de esta magna obra que, ante todo pronóstico, devoré rápidamente.

Hoy en día, premio no es sinónimo de calidad. Sin embargo, hay ciertos rayos de esperanza respecto a los galardones en la narrativa en lengua castellana de los últimos años. Sin ir más lejos tenemos el Premio Herralde y el Nacional de Narrativa cosechados por Cristina Morales y su Lectura fácil. Nos encontramos ante un nuevo paradigma a la hora de escribir en castellano y ese es, el de la transformación del lenguaje. La vanguardia pasará por el maltrato a las palabras y su juego en frases que describan nuestra realidad. Y estas son diversas, multiculturales y plurales en todos sus aspectos. Arriaga lo tenía claro y trabajó en ello. Salvar el fuego es un salto más hacia la vanguardia en narrativa hispanohablante y, ya solo por ello, no podemos dejar de prestarle atención.

Son muchos los factores que, como habéis leído, me han llevado a conectar y disfrutar de este libro, pero creo que uno de los fundamentales - y con el que voy a terminar - es que el mexicano firma una obra sólida por lo básico que es en su planteamiento: un típico encuentro con el romance literario. Gracias a ello, encontramos un despliegue de formas y contenidos amasados y sintetizados en el amor desmedido por el cuerpo humano y la totalidad de la política actual. Salvar el fuego es una novela que desprende agobio y achicharra. Pero eso es algo con lo que hemos aprendido a convivir. Todos los años llega el verano y el calor nos hace disfrutar de nuestros instintos más primarios.

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