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Se le humedecían los ojos mientras hablaba. Su madre estaba ingresada y, cuando la lavaban por las mañanas, no podía quedarse mirando cómo manipulaban su cuerpo. Sabía que no era cuestión de mala voluntad porque había sido testigo de escenas de respeto y ternura. Sabía que las condiciones laborales obligaban a las auxiliares a trabajar a destajo. Por eso no se atrevía a decir nada. Pero prefería salir de la habitación y entretenerse en el pasillo mirando el móvil.
Historias parecidas cuentan las trabajadoras de centros de salud y residencias. Guardamos silencio, hasta que una dice que a ella se le hará muy duro cuando le tengan que lavar de mayor, que se arreglará como sea para hacerlo ella misma. Y sale luego el tema de ese momento especial en que tienes que tocar por primera vez los genitales de tu madre o tu padre. Pudor por lavar el cuerpo ajeno, y pudor por ser lavada. Y las trabajadoras de hogar nos hablan de las diferencias que han encontrado entre mujeres y hombres.
Ese pudor puede ser también una forma de protesta, añade luego otra participante, que no siempre es signo de puritanismo o consecuencia negativa de una socialización de género que alimenta la vergüenza. Su madre tenía claro que cualquiera no iba a tocar su cuerpo. En la misma línea habla una enfermera joven, que relata una escena de su periodo de prácticas. Una mujer está desnuda sobre una camilla. Cuando acaba la exploración, los médicos y estudiantes analizan los detalles del caso. Ella sigue desnuda. De repente, la mujer, enfadada, levanta la mano y pide ser tapada con una sábana.
En Micronesia, en una cultura con un tabú muy fuerte alrededor de los genitales, a veces, cuando explota un conflicto grave, una mujer mayor viene y enseña sus nalgas, y eso para la lucha
Les recuerdo que, en Micronesia, en una cultura con un tabú muy fuerte alrededor de los genitales y un aprendizaje estricto al respecto, a veces, cuando explota un conflicto grave, una mujer mayor viene y enseña sus nalgas, y eso para la lucha. Y nos reímos cuando una integrante del Grupos de Mujeres Viejas dice que eso pueden hacer la próxima vez que vayan a hablar con el alcalde, a ver si así reacciona, porque no está haciendo ningún caso a sus peticiones.
Todo esto, en Marienea, la Casa de las Mujeres de Basauri (Bizkaia), el 21 de marzo pasado, en un debate sobre el cuerpo y las mujeres mayores.
El pudor, ese afecto que se le impone a una persona para ser convertida en “mujer”, no es una emoción individual sino social, una emoción que va en contra de la libertad sexual, de la soberanía sobre el propio cuerpo y del lema “las mujeres en todas partes”. Pero, al mismo tiempo, es o puede ser una protección frente al patriarcado y un recurso valioso de agencia y protesta, señal de autoestima, amor hacia una misma, en un mundo donde eso que llamamos igualdad, que podríamos denominar también humanización social radical, se está jugando en el cuerpo de una mujer mayor que está en cama. Dicho de otro modo, ir contra el pudor impuesto es sin duda una acción feminista, como también lo es defender el derecho al mismo en distintos contextos o situaciones.
Los cuerpos de las mujeres viejas son instrumentos de placer, baile, gozo, diversión, pero también herramientas de expresión del enfado, la rabia, la denuncia. Esto último se nos olvida más a menudo
El cuerpo de las mujeres mayores es un lugar de control social, subordinación e invisibilización, pero es también agente de resistencia, protesta y transformación social. En nuestra mano está poner en marcha políticas feministas en contra de lo primero y a favor de lo segundo, inventando y ensayando cuerpos políticos y acciones concretas. Los cuerpos de las mujeres viejas son instrumentos de placer, baile, gozo, diversión, pero también herramientas de expresión del enfado, la rabia, la denuncia. Esto último se nos olvida más a menudo.
Tenemos que estar alerta las feministas frente a las jerarquías que hacemos entre distintos cuerpos políticos, donde, por ejemplo, los cuerpos viejos y precarizados no tienen el mismo “glamour” político que otros. Cuando hablamos de cuerpos disidentes no tenemos siempre en cuenta todos los cuerpos.
Va a ser largo el camino hasta conseguir un sistema de cuidados (realmente) público y comunitario. Ese día, lavar el cuerpo de una anciana encamada pasará de ser un trabajo de segunda categoría a ser un privilegio, una ceremonia sagrada, el lugar donde se celebra la vida.
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Gracias por este artículo que aporta calidad en la escritura y calidez en la mirada hacia los cuerpos, y también hacia las trabajadoras que los tratan. En el mundo de las residencias -porque es otro mundo-, aprendí muchas cosas. Mi madre estuvo en dos de ellas y en ambos casos escribí a los "recursos humanos" de estas empresas para agradecer el trato y cuidado de sus trabajadoras, más aún siendo evidente que hacían falta más. Encontré cuidadoras maravillosas a las que nunca olvidaré, que establecen una intensa conexión emocional con nuestras madres y en sus relatos aparecen muchos nombres de mujeres a las que cuidaron., y ya no están. Es muy duro el trabajo de las cuidadoras, físico y mental. Gracias.