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Colombia
¿Cómo entender la revuelta colombiana?
Más allá del recuento de los motivos del Paro Nacional, tenemos que entender lo ocurrido el 21N como fecha ya emblemática y proyectar lo que puede seguir.
Y sí, el 21N puede verse como un sancocho [plato típico colombiano, similar a un cocido]. Se convocó en rechazo el “paquetazo” contra los trabajadores en el país, las “reformas” laboral y pensional, el intento de privatización de empresas públicas como Ecopetrol, los asesinatos de niñas y niños en bombardeos contra “disidencias” y su justificación, el regreso de los “falsos positivos”, los asesinatos de líderes y lideresas sociales, la actitud del Gobierno frente a los asesinatos contra el pueblo indígena en el Cauca, el incumplimiento de los Acuerdos de paz y de acuerdos con estudiantes, con profesores e indígenas, la impostura de Iván Duque sin rumbo definido y el cinismo mediático de quienes le apoyan, entre otras.
No obstante, ese sancocho no significa una suma accidental de oportunismos y en cambio es producto de una activación social expansiva desde la apertura del proceso de paz. Allí se enmarcaron las movilizaciones agrarias y estudiantiles de 2011-2013. Allí la novedad de los votos por el Si en el plebiscito después de décadas de propaganda anti-paz. Allí las movilizaciones que llenaron la Plaza de Bolívar con el “Acuerdo Ya”. Ese proceso continuó en 2018 con la ruptura del techo de la votación “alternativa” que llegó a ocho millones, en 2019 con la lucha universitaria por el presupuesto y la relativa renovación en las lecciones locales. Desde la apertura, han sido incontables las formas de acción política colectiva que han liderado precisamente los hoy llamados líderes y lideresas sociales en cada territorio.
El “paquetazo” propuesto por el presidente Duque en 2019 aparece como el colmo de la estafa, como un anuncio descarado frente a una sociedad activada que no acepta la decisión de bloquear la paz
Como marca de esa activación, el movimiento estudiantil desde 2011 y aún en 2019 ha venido impulsando el retorno a la mirada sobre los problemas estructurales del país —después de años de hiperconcentración en la mirada humanitaria en torno al conflicto armado—, y un salto táctico para hacer la movilización más efectiva y ofensiva al conducirla hacia otro punto diferente del viejo destino de la ruta hacia el centro y el mero tropel.
Con esos antecedentes, el “paquetazo” propuesto por el presidente Duque en 2019 aparece como el colmo de la estafa, como un anuncio descarado frente a una sociedad activada que no acepta la decisión de bloquear la paz y perseguir al fantasma “castrochavista” como cortina para nuevas reformas neoliberales.
La movilización sin precedentes, con muchas identidades, sensibilidades, etc., tuvo tres características muy importantes.
En primer lugar, no pretendió ser una movilización “de nadie” y fue una movilización “de todos”. El involucramiento de marcas de movimientos sociales y políticos no fue visto por los manifestantes como “politización negativa”, contaminación o marca de oportunismo. Con el protagonismo de las banderas sindicales, no hubo sectores atemorizados de untarse con otros ni los sin partido, las ciudadanías libres, artistas, intelectuales, etc., se sintieron utilizados.
En segundo lugar, la movilización también trascendió las divisiones entre acción directa y pacifismo. Hubo consenso frente al enemigo común de la estigmatización y el miedo particulares promovidos por el Gobierno (hablando del Foro de Sao Paulo). También hubo consenso sobre la necesidad imperativa de hacer, más que una demostración de corrección política, una marcha efectivamente convocante y masiva.
Hacia delante, hace falta comprender el acumulado de procesos sociales y políticos que ha producido la activación social que ahora se expande, para responder del único modo posible a la dinámica de “pueblo”En tercer lugar, no se ajustó exactamente a la dinámica clásica del paro como cese de actividades que corta la circulación del capital, pero tampoco se quedó en la marcha del 21N. Después de las horas marcadas por desmanes y enfrentamientos que siguieron a las de la movilización gigantesca, se difundió y caló la iniciativa del cacerolazo que se constituyó en un llamado de atención para que no se perdiera el foco en el paro ahora ciudadano, y que se no desviara hacia esa hiper-concentración humanitaria naturalizada en el cubrimiento mediático.
Con todo, no tiene sentido ver el 21N como el plan de un sector particular —como le gustaría al Gobierno descubrir—, ni como un estallido desordenado de inconformismos que se sale de las manos de quienes tienen unas reivindicaciones claras que ahora hay que resaltar —si sólo habláramos del “paquetazo”—, ni como el movimiento de un solo partido o sector político ligado a un líder —como Petro o Robledo—, ni como un éxito del movimiento que denuncia violaciones a los derechos humanos e incumplimiento a la paz. Todo eso estuvo está en el 21N, cierto, pero está junto y desbordado.
Hacia delante, hace falta comprender el acumulado de procesos sociales y políticos que ha producido la activación social que ahora se expande, para responder del único modo posible a la dinámica de “pueblo”, sin ninguna clase de sectarismo, y con la audacia para sacar, como con el cacerolazo, propuestas inesperadas. De no constituirse y rápido un referente de orientación, podrían surgir fantasmas latentes como el de la xenofobia o degenerarse la movilización lo que podría conducir a un reencauche de sectores hoy debilitados por sus acciones y responsabilidades, incluyendo la extrema derecha.
El Gobierno, por el momento, está metido en una trampa que se ha construido a sí mismo, de lealtad de Uribe y de alianza con la internacional de Bolsonaro, Piñera, Moreno, y cía. No es fácil prever por dónde buscará la salida.