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Carta desde Europa
Ahora, Alemania
2020 puede ser el año en el que caiga el último partido centrista que gobierna en Europa.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
A mediados de febrero de 2020, la situación en el campo de batalla alemán cambia día a día, y ello puede prolongarse durante algún tiempo. La única constante es la Constitución alemana y el enorme poder que concede a su canciller o cancillera. Un canciller en posesión de su cargo únicamente puede ser apartado de su puesto por una “moción de censura constructiva”, lo cual quiere decir que el Bundestag debe elegir a su sucesor o sucesora por más de la mitad del voto de sus miembros. Ello es impensable en estos momentos, porque el SPD, aun bien conocido por su ineptitud política, no prestará su ayuda para que la CDU acuda a las elecciones de 2021 con un canciller o cancillera en el cargo.
Tampoco pueden celebrarse elecciones anticipadas, ya que ello exige que la cancillera se someta una moción de censura y la pierda; Merkel, como Schröder, podría organizar tal solución, pero no lo hará. Así que este conjunto de opciones nos aboca a la siguiente cuestión: ¿quién querrá suceder a AKK como presidenta o presidente del partido y candidata o candidato a canciller o cancillera y convertirse así en el siguiente blanco móvil para el próximo disparo lanzado desde la cancillería si él o ella no satisfacen las altas expectativas albergadas por Merkel? Todo hace prever un año al menos de anárquicas batallas por el poder, algunas libradas a la luz del día, la mayoría en la sombra, con un gran número de bajas. 2020 puede ser el año en el que caiga el último partido centrista que gobierna en Europa.
Para Europa esto significa más indecisión durante un tiempo mucho más largo que el pensado. Nadie sabe cómo funcionará el experimento de Merkel, que de facto consiste en convertir un partido en un gobierno presidencial. Con las luchas por la sucesión desgarrando la CDU y la CSU y enfrentando a su vez a ambos partidos, resulta dudoso qué podría prometer Merkel a sus socios europeos y para qué será capaz de arrancar todavía el apoyo de la facción parlamentaria de su partido sin saber quién controlará su reselección en 2021.
Entre los problemas sobre la mesa se hallan las negociaciones con el Reino Unido sobre su futura relación con la UE (¿será capaz Alemania de defender los intereses de sus sectores exportadores e impedir que Bruselas y sobre todo Francia adopten una postura demasiado dura respecto al Reino Unido?), el presupuesto de la Unión Europea tras el Brexit (¿en qué medida tendrá Alemania que cubrir el vacío dejado por la partida británica?), el presupuesto separado para la eurozona de acuerdo con el proyecto sobre el que insiste Macron, la cooperación militar con Francia y la relación entre la UE y la OTAN (¿quién prevalecerá en Alemania, los “gaullistas” o los “atlantistas”?), etcétera, etcétera.
¿Por qué la misión de AKK era una misión imposible? La CDU bajo el mando de Merkel se ha convertido en un partido adepto a la modernización neoliberal tecnocrática: un partido de centro-derecha ahormado en el modelo de la tercera vía. Como el SPD previamente, se ha mostrado cada vez más incapaz de gestionar las tensiones existentes entre los ganadores y los perdedores de la reestructuración económica y cultural en pro de la “competitividad” internacional. En el campo del centro-izquierda, los perdedores de esta reestructuración pasaron del SPD al Linkspartei, al menos durante un tiempo; en el campo del centro-derecha, optaron por AfD. En el sistema político alemán, caracterizado por sus múltiples niveles de representación política proporcional, del municipio a la República Federal, AfD, que dispuso de tiempo también para atraer a antiguos votantes del SPD, pronto se convirtió en un partido establecido, que obtiene entre el 10 y el 15 por 100 de los votos a escala nacional.
Durante mucho tiempo ha constituido un mantra estratégico de la CDU que no debería existir espacio político alguno a su derecha para ningún otro partido; tras el episodio de las fronteras abiertas de 2015, ello pasó a ser una perspectiva totalmente carente de realidad. El vacío de representación causado por el abandono por parte de la CDU de su grupos de referencia conservadores fue cubierto de modo creciente por AfD, un grupo heterogéneo de conservadores atrabiliarios y derechistas extremistas, que lucha por controlar su propio partido, mientras intenta atraer a votantes de la CDU y del SPD, así como a abstencionistas. Como respuesta a ello, la CDU, tras diversas vacilaciones y tejemanejes, declaró que AfD era intocable, estrategia a la que se unió el resto de partidos. La hipótesis era que un partido excluido como fascista del espectro constitucional sería a todos los efectos políticos virtualmente inexistente.
Simultáneamente, Merkel redobló sus esfuerzos para compensar la reducción del apoyo procedente de la derecha cosechado por su partido forjando una coalición con los Verdes, dado que el SPD había comenzado a desintegrarse debido a décadas de asociación subalterna con la CDU en pro de la tercera vía. Mientras que la perspectiva de un gobierno de la CDU para siempre tranquilizaba a los tradicionalistas todavía presentes en el partido, la neutralización mediante la nazificación de AfD y de sus votantes mantendría al nuevo partido reducido a dimensiones lo suficientemente pequeñas como para permitir la continuación de la “democracia conforme al mercado” (Merkel).
Este planteamiento no funcionó en Turingia, un baluarte de larga data de la CDU, y se hizo cada vez más improbable que funcionara en otras partes. En las elecciones de Turingia de 2019, la CDU perdió el 11,8 por 100 de los votos, obteniendo tan solo el 21,7 por 100 de los sufragios, menos que AfD, que cosechó el 23,4 por 100. El resto de los partidos centristas rozaron casi la extinción: el SPD obtuvo el 8,2 por 100 de los votos (-4,2 por 100), los Verdes, el 5,2 por 100 (-0,5 por 100) y los Liberales, el 5 por 100 (+2,5 por 100). El vencedor fue el Linkspartei (La Izquierda), que obtuvo el 31 por 100 de los votos (+2,8 por 100), fundamentalmente debido a un atractivo primer ministro, que podría funcionar perfectamente en el SPD.
Los dos partidos parias desde el punto de vista de la CDU, AfD y el Linkspartei, obtuvieron en conjunto una mayoría absoluta del 54,4 por 100 de los votos. Estos resultados excluían a la CDU de cualquier mayoría de gobierno en tanto que se atuviera a su boicot de AfD y, por supuesto, de Die Linke; permitir que gobernara este último partido a fin de mantener la distancia del primero parece haber sido sugerido desde Berlín, pero resultó inaceptable para los miembros locales de la CDU. A la postre, Merkel insistió en mantener el aislamiento de AfD sin ni siquiera permitir un gobierno en minoría tolerado por la CDU, lo cual provocó una revuelta en su propio partido sobre la cual sabemos dos cosas: no terminará pronto y sus efectos serán duraderos.
Notablemente, el interminable debate público sobre Turingia nunca fue más allá de las tácticas políticas del partido; nadie preguntó quién había votado por AfD y por qué. Las consabidas investigaciones muestran que los votantes de este partido provinieron de todos los demás, incluido el de los abstencionistas (el índice de participación del 65 por 100 fue elevado para unas elecciones regionales). ¿Comparten todos ellos las opiniones de los muchos personajes desagradables presentes entre los dirigentes de AfD?
El 60 por 100 de los votantes de 2019 en Turingia votaron por el partido de su elección “por convicción” y el 34 por 100 “por decepción” con otros partidos; las cifras incluyen a los votantes de AfD de los cuales tan solo el 39 por 100 afirmó haber votado “por convicción”, mientras el 53 por 100 dijo haberlo hecho “por decepción”. La estigmatización de los votantes de AfD, ¿los reconducirá de nuevo al centro o a la izquierda?
En cuanto a los grupos de edad, AfD ha estado sobrerrepresentada entre la juventud, especialmente entre los jóvenes adultos; en el grupo de varones de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años, el 30 por 100 había votado por AfD, así como lo había hecho el 32 por 100 de aquellos con edades comprendidas entre los 25 y los 34 años.
El Linkspartei, casi de modo simétrico, ha sido el partido de los viejos: obtuvo el 24 por 100 o menos de los votos entre aquellos con edades comprendidas entre los 18 y los 44 años; solo entre los mayores de 60 años (38 por 100) sus resultados fueron desproporcionadamente buenos.
¿Cuáles eran las preocupaciones que la CDU de Angela Merkel y el Linkspartei, por no mencionar al SPD en su lecho de muerte, habían sido incapaces de abordar de modo que un partido de la derecha históricamente revisionista pudiera progresar vigorosamente a costa de ambos? El 83 por 100 de los votantes de AfD en Turingia se mostraba de acuerdo –y tan solo el 16 por 100 en desacuerdo– con el siguiente enunciado: “Estoy muy preocupado por el hecho de que nuestra vida en Alemania esté cambiando demasiado”.
Aunque este porcentaje es alto, llama la atención que el 37 por 100 de los votantes de la CDU y el 30 por 100 de los Verdes, pensaran lo mismo. Abandonar a la derecha radical la representación de las demandas populares de “recuperar el control” con la esperanza de que así los perdedores de la modernización competitiva queden encerrados al margen de la política legítima puede tener peligrosos resultados indeseados.
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Ojalá se desparramase la anarquía por el mundo y no el socialiberalismo este de izquierda parlamentaria que hemos de sufrir.