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La #HuelgaMundialPorElClima del pasado 27 de septiembre fue testigo de manifestaciones convocadas en 150 países y tan solo en España, el llamamiento de más de 500 colectivos inundó de gentes, pancartas y lemas, las plazas y avenidas de más de 200 ciudades.
Y esto no ha hecho más que empezar: así lo anuncia la plataforma 2020 Rebelión por el clima en cuya web cabe leer que “entre el 27 de septiembre y el 17 de octubre tiene lugar una primera ola de movilizaciones en toda Europa, que se verán sucedidas por otras olas en 2020”, y así lo estamos viendo en las calles, con miles de personas participando en la acción de desobediencia del 7 de octubre en Madrid, ahora declinada en acampada frente al Ministerio de transición ecológica.
Más allá de los siempre relevantes aspectos cuantitativos, la brocha cualitativa traza imágenes que devuelven a la memoria los esperanzadores paisajes de las movilizaciones feministas de los últimos años. Por su internacionalismo, por su intergeneracionalidad, por su autonomía. Porque frente al retorno de los nacionalismos reaccionarios, las protestas ecologistas se organizan y apuntan a una escala global. Porque la composición de las mareas críticas es absolutamente heterogénea desde el punto de vista de la edad, con el papel cada vez más principal de adolescentes, niños, niñas y niñes. Porque el motor de las revueltas se sitúa, como no podía ser de otro modo, en los colectivos y asociaciones de base, entre los cuales algunos recién llegados como Extinction Rebellion o Fridays for future han conseguido rescatar, renovar y ampliar una fuerza que el movimiento ecologista no tenía desde los años 70.
Hay, por lo tanto, fundados motivos para la alegría, en una vuelta al cole por lo demás no tan alentadora, teniendo en cuenta el contexto internacional de auge de la derechización y la coyuntura nacional de cierre del ciclo de ruptura abierto en su día por el 15M.
Del ecologismo a secas, esto es, indefinido respecto al marco de interpretación de la realidad en el que se inscribe y del horizonte de cambio social hacia el que se dirige, no cabe esperar una transformación profunda del statu quo
Ahora bien, del mismo modo que no todo feminismo (o no todo lo denominado o autonombrado como “feminista”) puede o aspira a un devenir emancipador (caso, por ejemplo, del conocido como “feminismo liberal”), del ecologismo a secas, esto es, indefinido respecto al marco de interpretación de la realidad en el que se inscribe y el horizonte de cambio social hacia el que se dirige, no cabe esperar una transformación profunda del statu quo económico y político que padecemos. Ni siquiera cabe descartar el avance de respuestas políticas a la vez socialmente reaccionarias y sensibles con los problemas medioambientales.
Un ejemplo histórico de esa posibilidad siempre actualizable lo brinda la “rama verde” del Partido Nacionasocialista Obrero Alemán, más conocido como NSDAP o partido nazi. Como bien señalan Janet Biehl y Peter Staudenmaier en su obra Ecofascismo. Lecciones sobre la experiencia alemana, las preocupaciones medioambientales, el amor a la naturaleza y las críticas a los excesos del industrialismo o de la urbanización llegaron a concretarse durante el tercer Reich en políticas públicas que hoy serían calificadas como ambientalistas. Con la bendición del propio Rudolf Hess, el gobierno nazi aprobó en 1933 un buen puñado de medidas legislativas de protección medioambiental (reforestaciones, protección de especies vegetales y animales, primeras reservas naturales de Europa) y en 1935, una ley integral de protección de la naturaleza. ¿Significa esto que toda ideología, por muy perversa que sea, posee “su” lado rescatable? La lección de esta realidad histórica a la que nos invitan los autores de la obra citada sería precisamente la contraria: esto es, que cualquier idea, por muy buena que sea, es susceptible de convertirse en perfectamente funcional a una ideología esencialista, racista y criminal. En este sentido, la sensibilidad ecologista del nazismo estaba indisociablemente unida a la ideología del Blut und boden (Sangre y suelo), es decir, a una forma letalmente racista de entender la relación con el territorio. Para los ecofascistas, la raza aria mantenía un vínculo especial con la tierra que la alimentaba. Un vínculo que justificaba su derecho exclusivo a la misma e, incluso, su legitimidad para expandir el espacio vital del pueblo germánico hacia Europa oriental (la denominada Lebensraum).
La sensibilidad ecologista del nazismo estaba indisociablemente unida a la ideología del Blut und boden (Sangre y suelo), una forma letalmente racista de entender la relación con el territorio
Tras este breve salto al pasado cabría preguntarse si existen vasos comunicantes entre el ecofascismo de la Alemania nazi y los posicionamientos respecto a los problemas medioambientales de los partidos de la extrema derecha contemporánea.
A este respecto, resulta esclarecedor el informe Convenient truths de Stella Schaller y Alexander Carius. Publicado en 2019, este trabajo desgrana las posiciones políticas respecto al cambio climático de los 21 partidos de extrema derecha más influyentes de la Europa actual (la muestra no incluye, por lo tanto, a VOX). La lectura de este trabajo podría conducirnos a dos interpretaciones precipitadas. La primera, que los partidos de extrema derecha europeos no están demasiado interesados por los problemas medioambientales a los que nos enfrentamos. La segunda, que tales fuerzas políticas suponen un obstáculo insalvable a la adopción de medidas destinadas a frenar la emisión de gases de efecto invernadero. Estas conclusiones son inevitables si se piensa que 7 de estos 21 partidos han sido etiquetados por el estudio como negacionistas, esto es, fuerzas políticas que, como Alternativa por Alemania (AfD) y el UKIP, ni siquiera reconocerían el consenso científico sobre el calentamiento global, y otros 11 han sido clasificados como indiferentes o cautos en la materia, esto es, como partidos para los que las cuestiones relativas a la crisis medioambiental continuarían siendo bastantes marginales, como es el caso de la Agrupación Nacional de Marine le Pen. Ahora bien, si ahondamos más detenidamente en la investigación, algunas realidades que esta descubre sí anticiparían, a nuestro modo de ver, posibles virajes instrumentalizadores de la causa ecológica, más consonantes con la tradición del ecofascismo recordada más arriba.
Entre dichas realidades, cabría destacar dos. En primer lugar, no parece insignificante el que uno de los 3 únicos partidos de extrema derecha que aceptan sin ambages el consenso científico del cambio climático y apoyan sin tapujos los acuerdos de París sea precisamente Fidesz, esto es, la fuerza política de extrema derecha con más peso parlamentario de Europa. Su líder, Viktor Orbán, único jefe de gobierno de la UE que apoyó a Trump en su campaña electoral, declaró haber quedado “impactado” por la decisión del presidente estadounidense de abandonar el acuerdo climático de París. La segunda realidad en la que merece la pena fijarse es que, independientemente de su clasificación como negacionistas/escépticos, indiferentes/cautos o partidarios sin reservas de la causa climática, los partidos de la ultraderecha europea no parecen ajenos a los desafíos medioambientales siempre y cuando estos sean compatibles con sus proyectos nacionalistas excluyentes. Por citar solo un par de ejemplos proporcionados por el informe, Amanecer Dorado no menta el cambio climático pero sí organiza acciones de reforestación y extinción de fuegos, y cuenta con una Green Wind en su estructura. Marine le Pen, por su parte, líder de un partido clasificado como indiferente a las cuestiones ecológicas, no duda sin embargo en defender la inversión en fuentes de energía renovable cuando se trata de “hacer a Francia más independiente de los países del Golfo”. Y a los Demócratas de Suecia (SD), fuerza política incluida en el grupo de los negacionistas, no se les caen tampoco los anillos cuando declaran que “Suecia tiene una rica y valiosa naturaleza que ha de ser protegida y preservada”.
Todo proyecto emancipatorio está obligado a precisar el paradigma de transformación que lo sostiene
Por recapitular y reconectar con la analogía de la que partimos entre la fuerza de la cuarta ola feminista y la prometedora potencia del movimiento ecologista emergente, nos gustaría proponer, a modo de conclusión provisional, varios hilos de los que tirar:
• uno: tener en cuenta que si las fuerzas políticas de extrema derecha han sido capaces de instrumentalizar la defensa de los derechos de las mujeres para justificar políticas islamófobas, homófobas y sexistas, no resulta inimaginable que se suban, más temprano que tarde, al carro del mainstream de la salvación del planeta a la par que lo dirigen hacia metas nacionalistas y excluyentes.
• dos: pensar que aunque la amenaza de las distopías autoritarias y posfascistas sea más que digna de robarnos el sueño, lo verdaderamente peligroso sería no hacernos capaces de sintonizar los deseos masivos de cambiar lo que hay, ya se trate de las violencias machistas o del colapso medioambiental, con un proyecto social verdaderamente emancipatorio.
• tres: recordar que todo proyecto emancipatorio (todo proyecto político, en realidad), aunque rechace definirse como de izquierdas o de derechas con la sana intención de esquivar apropiaciones ideológicas o partidarias, está obligado a precisar el paradigma de transformación que lo sostiene. Y aquí no caben medias tintas: toca elegir entre capital o vida. Por eso, o feminismo liberal o feminismo anticapitalista. O Green New Deal o ecologismo social.
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Muy oportuno y muy bien traído, Marisa
La primera vez que leo a alguien del entorno activista -Comunes-etc hacer referencia, aunque sea brevemente– al magnífico texto de Biehl y Staudenmaier a la hora de recapitular sobre la situación y tareas del Ecologismo. La desmemoria y vacío teórico del ecologismo español es rampante y peligrosa en estos tiempos que corren. Y por desgracia no sólo cabe temer de la instrumentalización de los problemas medioambientales por la extrema derecha sino por por el populismo que oscila entre el liberalismo meritocrático y un neofalangismo cool. Y un ejemplo reciente (por desgracia , no aislado) lo encontramos en la rapiña oportunista y vacía del feminismo y el ecologismo por las huestes de Errejón. No es de extrañar que haya sido una feminista con formación como Clara Serra la que se haya caído del guindo. Por cierto, apelando sin nombrarlo a otro texto tan ignorado como importante como el de Jo Freeman https://www.nodo50.org/mujeresred/feminismos-jo_freeman.html
Gracias, un abrazo