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Transexualidad
Devenires trans mamarrachos a través de Jesucristo y de C. Tangana
“Soledad se escribe con ‘s’, de silencio, de suicida, de salida y de susurros por salvarme”
Crema. Cada uno en su lugar
Que vivan nuestros referentes mamarrachos
Me gustaría pensar en la época en donde gritar en las calles “que no nos representan” tenía sentido, cuando la representatividad perfecta y al milímetro, con nuestra persona, no era el santo Grial. Pero, para ello, me gustaría ir atrás en el tiempo y hacer una introspección sobre cómo fueron mis encuentros y desencuentros con las masculinidades, muchos de ellos heréticos, torpes y contradictorios. No tuve figuras masculinas en mi familia, a excepción de mi padre y su masculinidad currante, barriobajera, mestiza y sobre todo cutre, que se contraponía a la feminidad civilizada y guardiana de la blanquitud de mi madre. Todo el mundo me ha dicho siempre que me parezco mucho físicamente a él. En cambio, nunca se me permitió acceder a esa masculinidad que él representaba, ya fuera por transfobia, por clasismo o por vete a saber qué más.
Pasé mi infancia en Villasana de Mena, un pueblo fronterizo entre España y Euskal Herria. En el pueblo de al lado, que ya pertenece administrativamente a Euskadi, Balmaseda, se suele hacer todos los años un Corpus Christi viviente durante la Semana Santa. Y ahí vi a Jesús en la cruz, agonizante, sucio, peludo, con cicatrices, con una historia ya escrita y condenada a la derrota. Fue mi primer proceso de identificación con la masculinidad, si bien también hubo otros tantos procesos con la profesora butch de educación física y con otras tantas machorras de pueblo tan frecuentes en el norte peninsular.
Jesús de Nazaret pudo haber sido, sin duda, un hombre trans: tiene varios padres (un padre biológico que pinta poco, un “padre de lo trans”, que sería Dios), una madre un poco apegada, tiene una relación amorosa butch-fem con una trabajadora sexual, como María Magdalena (que supongo que tuvo un call-out por ser ‘translover’) y, además, predica la revolución rodeado de una docena de chicos trans con los que funda un colectivo que se va a la mierda por culpa de uno de ellos, que prefiere colaborar con el régimen. Cuando Jesucristo es descubierto, le someten a un suplicio antes de que le asesinen. Y qué decir de lo frecuente que es esto en los casos de transhomicidio. ¿Sería una locura decir que la civilización occidental está fundada en el asesinato de un chico trans? Me acuerdo que yo, aun siendo de padres ateos y de convicciones agnósticas, me emocioné viendo al actor que hacía de Jesucristo y me puse a llorar, no porque le viera como un mártir o porque me creyera la historia, sino porque sentía ya el temor, por la razón que fuere, de acabar como él. Si Satanás es el “engañador” por excelencia, pero Jesús también engaña, ¿Jesús y Satanás tienen más en común de lo que pensamos? Videoclips como Judas de Lady Gaga, donde todos los personajes sin excepción salen en vestimenta de butchs moteras chungas, no hacen más que confirmar mis sospechas.
Desde los transfeminismos deberíamos de celebrar y parodiar las 'masculinidades cutres', en vez de condenarlas categóricamente, y en esto los talleres de drag King nos han dejado una herencia maravillosa
En mi adolescencia, ya en el sur de Madrid, me identificaba a menudo con figuras de mi entorno, sobre todo masculinas del mundo del rap, del reggaetón, del pop, del flamenquito. Era la época de Operación Triunfo, de Upa Dance, de las horteradas sin fin de los 2000. Me acuerdo de querer ser Junior Miguez. También David Bisbal, Haze. Creo que todos los chicos trans (y también muchas lesbianas… y no solo hablo de las butch, eh) hemos tenido procesos identificatorios, no exentos de contradicciones, con tipos súperhorteras de los 2000 (y en ocasiones súpermachirulos) que performaban una masculinidad hiperbólica, absurda y cutre. Y ya os digo yo que la que me diga que no, es una mentirosa cochina y una mitómana patológica de las que se resigna por las noches delante de la foto de Simone de Beauvoir. No es este un ejemplo banal: uno de los mayores problemas del movimiento feminista francés, en la época del MLF, fue la masculinidad femenina y la lesbofobia; y su principal cara fue Simone de Beauvoir, la cual logra echar sutilmente a Monique Wittig de la redacción de su revista, Questions féministes. Wittig ya comenzaba a tener entonces planteamientos digamos “proto-queer”. Para profundizar más sobre esta cuestión, recomiendo el articulo “Material girls contre Madonna et le queer”, de Sam Bourcier, disponible en Queer Zones : la trilogie.
Desde los estudios camp u horteras, jamás se habla de masculinidades, mucho menos de transmasculinidades o de masculinidades femeninas ―quizás la más erudita nombre a Delgrace de pasada. De hecho, son un tema absolutamente tabú. En cambio, estos estudios celebran feminidades blancas (por muy de macarras que se las den) que, en no pocas ocasiones, son capturadas y reterritorializadas, como es el caso de Bad Gyal, Rosalía y tantas otras. Dicho de otro modo, en lo camp la masculinidad femenina sigue estando peor vista que verdaderas faltas de respeto, como es el racismo. Así funciona esta nueva moral, siempre anclada en la supremacía blanca. Desde los transfeminismos deberíamos de celebrar y parodiar las masculinidades cutres, en vez de condenarlas categóricamente, y en esto los talleres de drag King nos han dejado una herencia maravillosa. Yo necesito un transfeminismo camp donde decir que no solo me identifico con Lola Flores o con Rocío Jurado, sino también con Omar Montes, con Daddy Yankee o incluso el mismo Jesucristo… Sin que me digan que estoy pasando del lado del opresor.
C. Tangana y políticas de la opacidad
En mi juventud, a través de los circuitos del rap underground madrileño, donde participaba activamente como emcee, di con el rap de C. Tangana, que entonces no se llamaba así (sí, yo soy de esa gente que conoció a C. Tangana como Crema en 2010… Mando desde aquí un saludo a Bruno Cimiano, que descubrió el año pasado que C. Tangana y Crema eran la misma persona). Y aquello fue una ola de frescor, pues era de los pocos de entonces que bebían de las tendencias francesas en términos musicales y estéticos. Muchos años mas tarde, C. Tangana dio el pelotazo con Mala Mujer, que podría ser sin duda una oda de una butch a una femme que “le deja cicatrices con sus uñas de gel”. Y así empezó a hiperperformar el tipo hortera y cani, con el pelo engominado para atrás, como una butch de los 50, con un bigote de maricón como el de Guillaume Dustan, y camisas de estampados improbables. ¿Cómo no me va a saltar el radar con este chaval?
Además, C. Tangana ha sido censurado en un par de ocasiones por “machista”, sin ir más lejos por el ayuntamiento de Bilbao. Me pregunto qué podría diferenciar a C. Tangana de otros machirulos para que la gente se endiñe con él, aparte del hecho de ser un chico de Carabanchel que intenta rememorar sonidos de la clase obrera madrileña nacida en los 90. Intención honorable por muy payo que sea, por cierto. La sola respuesta que se me ocurre es que Puchito [C. Tangana] sea un chico trans, pues no hay nada más auténticamente transmasculino que el ser cancelado por un cierto feminismo (e incluso por un cierto transfeminismo) puritano y moralista, que además entiende los códigos de la masculinidad y de la feminidad como le viene en gana. ¿Qué me puede hacer pensar que C. Tangana NO es un tipo trans? Si lo tiene todo, hasta los comunicados. ¿Alguien ha visto a Pucho y a Preciado en una misma habitación? Pues eso, yo lo dejo ahí.
Me gustaría que la imprevisibilidad, la ininteligibilidad y la opacidad propias de la conspiración anarquista fueran reivindicadas desde las transmasculinidades
Para rematar, cuando a C. Tangana le preguntaron si era feminista, respondió que era transexual, y parecía hablar con conocimiento de causa. Si C. Tangana es un tipo trans, sabe reírse lo suficiente en la cara de todo el mundo como para sembrar el absurdo y la duda, hasta el punto de que no sepamos qué pensar. Y si no lo es, identificarse con la comunidad transmasculina le honra, pues por una vez los roles se invertirían, y serían nuestras masculinidades una referencia… si bien pienso que, de toda la vida, los tipos cishetero nos han copiado a los hombres trans y a las bolleras, aunque haya sido desde el secreto ―esta es, precisamente, la hipótesis que baraja Jack Halberstam en toda su producción.
De todas maneras, a nadie se le ocurriría pensar en un tipo trans como alguien que “pasa como” hombre en todos los aspectos de su vida. De ahí que la transmasculinidad sea el tabú último de la civilización occidental. Cuando un hombre trans consigue “pasar”, se le suele llamar stealth, que en inglés quiere decir “sigiloso”. Advierto que estoy lejos de querer promover la normatividad o el armario transmasculino. Pero, por otra parte, convendría que tuviéramos en cuenta aquello que decía Foucault de que “la visibilidad es una trampa” (Vigilar y castigar, p. 232). Es por esto que me gustaría promover unas prácticas políticas situadas lejos de la visibilidad forzada (visibilacionismo, como dirán autoras como Leonor Silvestri), y que se acerquen a aquello que val flores va a llamar políticas de la opacidad. A lo mejor, en lo trans es posible resignificar el concepto de “stealth” y, quien dice sigilo, a lo mejor no quiere decir normatividad, sino conspiración anarcotransfeminista a hurtadillas, agente infiltrado para destruir la masculinidad y la diferencia sexual desde dentro. Sigilo no quiere decir inactividad o derrotismo, quiere decir saber jugar bien nuestras cartas. Pues esto es lo que hace C. Tangana, y es que es muy difícil verle venir: no sabes si es un españolista reaccionario, un rojeras, feminista, machista, trans, cis o qué. En todo caso, te intuyes que trama algo. Me gustaría que la imprevisibilidad, la ininteligibilidad y la opacidad propias de la conspiración anarquista fueran reivindicadas desde las transmasculinidades.
Pensar nuestras transiciones como un fracaso
A menudo, les transmasculines nos pensamos desde el fracaso: Jesucristo sueña con su propia traición y ejecución. C. Tangana anticipa (y se ríe), en Yo era ateo, su propio call-out, el cual efectivamente ocurre. Las personas transmasculinas pensamos dos veces: siempre anticipamos nuestra ejecución (social, física) antes de poner sobre la mesa nuestra subjetividad. De ahí que a menudo entremos en un bucle antes de enviar cualquiera de nuestros trabajos (escritura, artísticos, etc), hasta el punto de, muy a menudo, no hacerlo. Ser una persona transmasculina en un mundo heteropatriarcal y binario quiere decir que cualquier cosa que hagamos pueda ser percibida como un ataque, tanto de parte de los machirulos con gafas 3D que se ríen de nuestra desgracia desde las gradas, como de parte de ciertos feminismos, e incluso por parte de las políticas queer donde, una vez más, como nos recuerda Halberstam, las masculinidades femeninas se sitúan en el centro de ese fracaso (El arte queer del fracaso, p. 107).
Me gusta pensar en la transmasculinidad como una conspiración diabólica condenada a fracasar, pero que aun así lo intenta, que consigue que el sistema entre en black-out, por parafrasear a Preciado (Un apartamento en Urano, p. 243 de la edición francesa). Creo que es la única manera a través de la cual podremos ayudar a los chicos trans jóvenes: entre nosotrxs, sabemos perfectamente quién es quién y, así, desde las sombras, nos lameremos las heridas, nos cuidaremos, nos amaremos… Y planificaremos así nuestro ataque magistral contra el heteropatriarcado. Que podría salir mal, pero no perdemos nada por intentarlo, porque será, como mínimo, un “troleo” muy gracioso.
Las personas transmasculinas, en resumen, tenemos que priorizar lo cualitativo a lo cuantitativo, dejar de exponernos tanto, de meternos en ciertos jardines y de abandonar tanta visibilidad truncada que refuerza el identitarismo y el sistema sexo-género. Con esto, insisto, no promuevo la invisibilidad, sino más bien dejarnos de querer agradar a todo el mundo, optar por reírnos más en la cara de la gente, como hace Puchito o como hizo Jesucristo. Si C. Tangana deviene transexual, devengamos un poco C. Tangana nosotrxs también… Al fin y al cabo, nuestras camisas de flores y nuestros cabellos engominados siempre han escondido el black bloc feminista mejor preparado de la historia.
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Gracias por abrirme de orejas XD