Genocidio
Conversaciones con Gaza: “Nuestra tarea principal es averiguar quién sigue vivo y quién ha muerto”

Fayez y Najwa son una pareja de gazatíes que, como tanta gente en la franja, ha sufrido un cambio total en su vida el último año. Desplazados varias veces, solo ayudar a otras personas les brinda un poco de bienestar en el infierno que viven.
Entrevistas Gaza - 2
Fayez. Foto cedida por la familia.
Colectivo SUMUD
4 oct 2024 06:00

“Me hirieron el miércoles 27 de diciembre, sobre las cuatro y media de la tarde, en la zona del proyecto Beit Lahia en la gobernación de Gaza del Norte. Estaba cerca de la casa de nuestros vecinos, a unos 70 metros de la nuestra, en una pequeña carretera de circunvalación. Había ido allí para hablar con mi madre y mis hijos, las comunicaciones son difíciles y allí disponían de mejor cobertura. Tras terminar las llamadas intenté abandonar el lugar para volver a casa, pero antes de que pudiera darme cuenta, estaba cubierto completamente por escombros. Empecé a gritar preguntando qué había pasado, dónde estaba y empecé a remover los escombros inconscientemente. Luego intenté ponerme en pie para salir y cuando me levanté, me encontré a mi hermano y a mi hijo sujetándome, diciéndome que no me preocupara, que estaba bien, que habían bombardeado la casa vecina mientras hablaba por teléfono. Mi hijo me cargó a la espalda, me llevó a un lugar seguro y me sentó en la acera durante un rato hasta que llegó un coche y me llevó al hospital de Al-Awda. El hospital no funcionaba debido al asalto de la ocupación pero, por fortuna, encontramos allí a un médico amigo mío que me ayudó y me quitó los fragmentos de cristal de la cara y la mano iluminado tan solo por las linternas de nuestros teléfonos móviles. Volví a casa con la mandíbula rota, mi amigo no pudo hacer nada más por mí. Un mes después me repararon la mandíbula aunque necesito otra operación. Sigo teniendo muchos fragmentos de cristal en la cara”.

“¿Recuerdas que cuando salimos de Rafah utilizamos dos coches? Mi esposa, mis hijas y yo íbamos en el primer coche. En el segundo iban mi hijo, su esposa y el resto de mis hijos. El auto en el que íbamos se adelantó un poco y cuando pasamos la zona de Wadi Gaza, la ocupación israelí empezó a disparar contra los vehículos y los tanques avanzaron hacia la calle. Pudimos dejar atrás el tiroteo, pero el coche con mis hijos no fue capaz de adelantarlo. Vimos como otro coche era bombardeado allí mismo. Ese día se colocó un puesto de control fijo de las fuerzas de ocupación. Mis hijos regresaron a Rafah y yo continué mi viaje hacia el norte con mis hijas y mi esposa. Es el destino, querida”.

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Bajo el fuego, los combates y los escombros la gente limpiaba las calles, sembraba la tierra, abría escuelas y se celebraban bodas. ¿Pero por qué son así? Se preguntaba la humanidad.

Fayez lleva contándome historias como éstas desde el 7 de Octubre del año 2023. Desde mis visitas a la Franja de Gaza hace dieciséis años no habíamos perdido el contacto, aunque tras el inicio de los últimos ataques hemos hablado prácticamente a diario, siempre que las condiciones lo han permitido.

Fayez Alomari, tiene 56 años, vive en el proyecto de Beit Lahia en la provincia del Norte de la Franja de Gaza. Hoy es su cumpleaños. Está casado con Najwa Al-Omari, con quien tiene ocho hijos: tres niñas y cinco niños.

Durante todo este tiempo, Fayez ha sido herido durante un bombardeo, secuestrado por las fuerzas israelís junto a su hijo y separado de la mitad de su familia. Su hermano sigue prisionero y no saben nada de él. Lejos de entregarse a la desesperación, Fayez junto a amigos y colaboradores, trabajan para conseguir alimentos y agua para la gente que vive a su alrededor a través de ayudas de colectivos de fuera de Palestina, que forman parte de la Campaña Solidaria por Gaza. 

Hoy, con ayuda de Saif (otro buen amigo de Fayez y mío), quiero que conozcáis un poco más acerca de su vida y la de su familia durante este último año.

Marta Pi: Contadnos un poco sobre vosotras, ¿cómo era vuestra vida antes de la ofensiva del 7 de octubre, en qué trabajabais, cómo era vuestro día a día?
Fayez: Mis días solían comenzar a las siete de la mañana, a esa hora comenzaba a prepararme para el día: me duchaba, me lavaba la cara. Sobre las ocho solíamos desayunar juntos en familia quienes aún no hubieran salido hacia el trabajo o hacia algún otro lugar. Luego, me dirigía al centro de la Asociación de los Recursos de los Trabajadores. Es una asociación que fundamos para llevar a cabo actividades desde el Sindicato de Trabajadores Independientes al que pertenezco. Normalmente pasaba allí buena parte del día trabajando junto a los compañeros y compañeras: seguíamos los casos abiertos de los trabajadores, revisábamos intervenciones pendientes y hacíamos seguimientos de las actividades o proyectos en los que estábamos inmersos. También nos dedicábamos a buscar fondos para poder financiar estos proyectos.

Solía salir sobre las tres de la tarde en dirección a casa de mi madre, que vivía con mis sobrinos (los hijos de mi hermano). El resto de la tarde la dedicaba a un huerto pequeño que tenía con algunas verduras. La mayor parte de los fines de semana también los dedicaba al huerto. Aunque es cierto que vivíamos un bloqueo y que la Franja no estaba libre de incidentes, disfrutábamos de cierta calma, de cierta rutina. Podíamos compartir con los vecinos a la puerta de casa, tomar café o té con ellos. Vivíamos con una sensación de estabilidad.

Najwa: Disfrutábamos de días muy buenos, días hermosos. La familia estaba junta, todas nuestras hijas estaban con nosotros, también nuestras vecinas... Mi día empezaba, igual que el de Fayez, levantándome pronto por la mañana y ayudándole a preparar el desayuno. Luego, preparaba a mis hijas y nietas para ir a la escuela o la guardería. Tras su marcha, preparaba la comida, pasaba tiempo conversando con mis vecinas, acudía a visitar a familiares. Vivíamos rodeados de un ambiente muy familiar, muy cálido. Además de atender a las necesidades de la casa, ayudaba a organizar eventos cuando hacía falta, preparar comidas y bebidas para bodas, cosas así.

“Nos despertamos por la mañana y nos cuesta creer que seguimos con vida, la incertidumbre sobre lo que va a pasar es absoluta”

M.P.: Desde España nos cuesta a veces entender o explicar como es ahora vuestra rutina diaria, como es la situación actual en la Franja. ¿Cómo es un día normal para vosotros, como cambió vuestra vida el 7 de octubre?
F.: Mi vida ha dado un vuelco de 180 grados, no hay palabras para explicar la situación en la que nos encontramos. No puedo dormir, me despierto varias veces todas las noches. El otro día hablé con mi hermano y pude comprobar como todos vivimos de forma parecida. Nos despertamos por la mañana y nos cuesta creer que seguimos con vida, la incertidumbre sobre lo que va a pasar es absoluta. Lo primero que hacemos al despertar por la mañana es comprobar si han bombardeado o no. En estos once meses nos hemos trasladado casi 15 veces de un sitio a otro: de casas a escuelas, a hospitales...Es una pesadilla, es una pesadilla de la que queremos despertar y no sabemos cómo. Vivimos aterrorizados, con una constante sensación de pánico. No hay descanso. 

Entrevistas Gaza - 1
Najwa cocinando. Foto cedida por la familia.

N.: No sé cómo explicarlo. No dormir es lo habitual, solo cuando ya hemos acumulado cansancio suficiente conseguimos conciliar algunas horas de sueño. Dormimos por agotamiento, no por descanso. Cuando una persona normal, como tú, está bien, está cómoda; se acuesta y se duerme. Pero cuando vives en una preocupación continua, cuando vives constantemente aterrorizada, es imposible dormir. Todo el tiempo me pregunto si seré yo la primera en morir o serán mis hijas e hijos, si volveremos a vernos, si esta guerra acabará algún día... Cuando por fin consigues cerrar los ojos unas horitas, lo primero que haces al despertar es intentar contactar con tus hijas de una manera u otra para saber si les ha pasado algo, para ver si están bien o no. El día a día en casa ha cambiado por completo. Todo tenemos que cocinarlo con fuego: fuego hecho con maderas que normalmente es madera tratada con pinturas, barnices... que desprende olores fuertes y un humo tóxico. Tengo problemas en los ojos y los pulmones a raíz de esto, no es sano pero no hay otra alternativa.

F.: Pasamos las noches dormitando y despertando constantemente, nos despiertan el ruido de los aviones y de los bombardeos nocturnos. Estamos rodeados de insectos y animales que nunca antes habíamos visto, carroñeros que dan vueltas atraídos por la destrucción y el olor a sangre. Hay zonas infestadas de cuervos, tras los bombardeos, a las que no hemos podido volver a acceder. Vivimos una vida completamente diferente, despertamos por la noche cubiertos por picaduras que nunca antes habíamos visto, que no sabemos qué las causa. 

“Todo el tiempo me pregunto si seré yo la primera en morir o serán mis hijas e hijos, si volveremos a vernos, si esta guerra acabará algún día...”

M.P.: Me gustaría bajar ahora más a lo concreto, ¿qué tareas ocupan vuestro día a día, cómo pasáis el tiempo?
F.: Me levanto temprano, como a las cuatro de la madrugada. Lo primero que hago es escuchar las noticias intentando conseguir tanta información como pueda hasta que empieza a haber algo de luz. Hace poco puse algunas plantas cerca de casa, así que comparto algo de agua con ellas. Luego, salimos a buscar madera por donde podemos para poder cocinar, preparar el desayuno, hacer té... Cada dos semanas viene el agua que usamos para limpiar, no es agua potable. Para recogerla, voy con mi hijo con cualquier recipiente que pueda encontrar y la transportamos a mano. El resto del tiempo es un tiempo vacío. La vida aquí se ha vuelto muy aburrida, sin objetivo. He encontrado en el trabajo que hacemos para ayudar a otras personas, una razón para seguir vivo, algo que me mantiene animado: organizando actividades, ayudando como puedo, repartiendo agua, comida... El resto de cosas no tienen sentido, pasamos muchos ratos muertos. A las ocho como máximo debemos estar dentro de casa, porque luego comienzan los bombardeos. Intento pasar la mayor cantidad de tiempo posible con la familia en la puerta de casa, hablando por teléfono a través de WhatsApp con amigas como vosotras u otros familiares.

N.: Hay poco que explicar. Todo se ha vuelto muy rudimentario, tenemos mucho tiempo libre. Tenemos que preparar la comida y poco más. Nuestra tarea principal es averiguar quién sigue vivo y quién ha muerto. Contactar con nuestros seres queridos para asegurarnos de que siguen bien y acompañar a los que han sufrido perdidas. Esta es realmente nuestra tarea principal. ¿El resto? Preparar comida y el fuego con lo que haya.

M.P.: ¿Qué es lo que más echáis de menos?
N.: Echo de menos a mi familia, el tener a la familia alrededor, cerca de mí. Estar en casa, sentirme segura. Echo de menos las celebraciones familiares. Hoy es el cumpleaños de Fayez, en otro tiempo lo habríamos pasado en familia celebrando. Ya no tenemos momentos así. Quiero volver a celebrar con la familia, a sentirme segura.

F.: Echo de menos a mi hijo pequeño, Saif. Es solo un niño de 16 años. Echo de menos sentirme normal. Tener una vida normal. Sentirme seguro. Ahora no me siento bien, la vida no tiene sentido. Las cosas han cambiado tanto. Lo que estamos viviendo es aberrante, quiero volver a sentir que todo lo que me rodea es natural. Quiero volver a sentirme como una persona, un ser humano, que es algo que hemos perdido. También echo de menos a mis hermanas. Echo mucho de menos el tiempo que pasaba con mi madre. Solía visitar a mi madre casi todos los días para hablar con ella y contarle cosas. Algo que ahora me es imposible. Ya no puedo contarle nada, está demasiado lejos. Esta falta de cotidianidad pesa más que el miedo a los bombardeos. La sensación de estar desesperados, de tener a la familia tan lejos. Ojalá alguna vez volvamos a estar en paz, si Dios lo permite.

En ese momento, la conversación se interrumpe por unos minutos. El teléfono por el que realizamos la videoconferencia vibra y Fayez sale de la habitación. Preguntamos si pasa algo, Saif nos indica que todo está bien. Continuamos la entrevista solo con Najwa por unos instantes.

M.P.: Najwa, ¿podrías contarnos qué problemáticas concretas encontráis las mujeres, qué es lo que más os preocupa?
N.: Lo primero de todo es que no tenemos acceso a lo más básico, no disponemos de acceso a material de higiene personal. Normalmente las mujeres nos encargamos de cuidar de la familia, de las niñas, de que todo el mundo esté bien, que tengan lo que quieren o lo que necesitan y ahora no tenemos nada para ofrecerles. No podemos distraerles porque no queda nada que sirva de divertimento. Estamos realizando tareas que perjudican nuestra salud: cocinamos, acarreamos agua, tenemos que hacerlo todo con fuegos con maderas tratadas... Los espacios donde dormimos no son limpios, no hay nada con lo que limpiar. Vivimos en casas derruidas. Los insectos y animales que están constantemente a nuestro alrededor también afectan a nuestra salud. Y luego todo el trauma psicológico, el terror. En la situación en la que estamos, cuando nos falta lo más básico y fundamental, es complicado pensar en nada más.

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En ese momento, vuelve a entrar Fayez que ha oído la respuesta desde la habitación contigua.

F.: Quisiera añadir algo más, con el trabajo que hacemos de apoyo a las familias estoy muy cerca de las mujeres. Además de todo lo que ha explicado Najwa, del trabajo físico agotador al que no estaban acostumbradas, la parte psicológica es muy importante. Con tanta destrucción no hay sitios a los que ir ni familias a las que visitar. Para muchas mujeres, pasear y visitar a sus familiares formaba una parte importante del día. Pero ahora que no pueden hacerlo, se quedan en casa, tristes y deprimidas. A esto se une la anemia provocada por el déficit alimentario y el sobreesfuerzo que supone haber vuelto a formas de trabajar de hace muchos años, de tener que hacer todo a mano: la preparación de la comida, la limpieza... No hay un solo elemento de la vida moderna que facilite sus labores. Viven en casas destruidas, quemadas; que no están en condiciones para una vida digna; pero es lo que hay, ¿no?

Y luego además, están el conjunto de mujeres que sufre el doble, aquellas cuyos maridos e hijos han sido asesinados o han sido detenidos y luego liberados en Rafah y estando ellas en el Norte; se quedan sin ellos. Ellas sufren el doble, porque tienen que encargarse de todo y encima están solas.

M.P.: ¿Cómo se organizan las mujeres entre ellas? Por ejemplo, si una mujer se queda sola, ¿va a vivir con otras familias, con otras mujeres?¿Cómo se teje esa red de apoyo?
N.: Sí que nos apoyamos unas a otras, pero solo en las zonas más próximas. Por seguridad no es posible tejer redes muy amplias, no podemos organizarnos demasiado. Pero en la cercanía sí intentamos cuidarnos, preguntarnos qué necesitamos, qué hace falta, si falta comida... También nos preocupamos de visitar a aquellas que han perdido a un familiar e intentamos estar al tanto del día a día de todas.

Cuando un niño pierde a su familia, normalmente se queda con algún tío o algún otro miembro de su familia extensa que esté por la zona. Si no hay familiares cercanos, suele quedarse con algún vecino

M.P.: También os queríamos preguntar por la infancia, cómo están, qué ocurre con aquellas que quedan huérfanas, qué problemas específicos veis que sufren.
F.: Los niños sufren mucho, no hay nada que hacer, se aburren. Viven con el mismo terror que los adultos, constantemente encuentran cuerpos por las calles. Su situación es muy complicada y no disponemos de herramientas para ayudarles ni de forma de desarrollar trabajos para protegerles. Cuando un niño pierde a su familia, normalmente se queda con algún tío o algún otro miembro de su familia extensa que esté por la zona. Si no hay familiares cercanos, suele quedarse con algún vecino.

N.: Además tienen muchos problemas de salud y están desnutridos. No hay solución para esto. No hay medicamentos ni forma de tratarlos. Cuando llevamos a alguna niña al médico, este se encoje de hombros: “No hay medicamentos, llévenlo a casa de nuevo”. No es solo un problema de falta de entretenimiento, sino el trauma que están viviendo. Ni siquiera comen lo suficiente como para poder desarrollarse con naturalidad.

M.P.: Fayez, ya has mencionado lo importante que es para ti la labor de apoyo que hacéis a otras familias a las que ayudáis con repartos de comida y agua. Queríamos conocer un poco más de esta labor, que nos contaras como seleccionáis a la gente, que problemas encontráis durante los repartos, cualquier cosa que se te ocurra.
F.: Durante los repartos no suele haber problemas, la gente entiende que las ayudas tienen que ir rotando y ya está acostumbrada a funcionar de esta forma. Principalmente nos enfrentamos a dos problemas: la escasez de material y la falta de variedad. Entregamos a la gente mucho menos de lo que necesita ya que las ayudas que nos llegan son pequeñas y para muchas familias, éstas son su fuente principal de alimentación. Daos cuenta de que ya nadie trabaja, nadie tiene ingresos. El alimento y el agua que reciben, lo hacen a través de nosotros. A veces podemos repartir también algo de dinero que les ayuda a comprar alguna cosa extra que necesiten, pero es muy poco.

Entrevistas Gaza - 3
Fayez acarreando agua. Foto cedida por la familia.

M.P.: Sé que uno de los problemas que tenéis es el precio desorbitado de productos básicos, la inflación disparatada que sufrís. ¿Podías darnos algunos precios para que nos hagamos una idea?
F.: Por ejemplo, un kilo de azúcar son unos 60 shekels, casi 15 euros. El kilo de pimiento verde ronda los 300 shekels, unos 85 euros por kilo. El kilo de ajo, 600 shekels, casi 150 euros.

N.: Es imposible encontrar tomate fresco, no nos llega. Hay salsa de tomate que viene en botella, unos 250g por 30 shekels (8 euros)

M.P.: ¿Hay alguien que pueda pagar eso, hay gente que pueda comprar ajo o pimiento?
F.: Los precios bajan algo cuando entra verdura fresca de fuera, entonces podemos comprar algo. La última vez que compramos verduras fue cuando SUMUD, tu colectivo, envió dinero para verduras. Algunas personas venden polvo de pimiento y polvo de ajo, pueden conseguirse en cantidades pequeñas por unos 10 shekels. 

M.P.: Ya que hablamos de alimentos, ¿podéis contarnos qué es lo que coméis habitualmente? ¿En qué consiste vuestra alimentación?
Najwa: Es todo muy repetitivo, apenas hay variedad. El 90% de lo comemos se repite día a día. Hoy hemos desayunado ful preparado con judías de lata. La mayoría de las comidas son así, cosas enlatadas. Para comer utilizaremos las mismas judías y las prepararemos de otra forma distinta. Muchas veces no cenamos porque no se puede hacer fuego para cenar.

M.P.: ¿Por seguridad?
F.: No, para no molestar a la gente que duerme. Por la noche la gente intenta dormir y el fuego hace mucho humo, no es fácil. Volviendo al tema de la alimentación, hay gente que se dedica a vender falafel, aunque no suele estar muy bueno. Lo hacen solo de verduras cocinadas y sabe muy mal, pero la gente lo compra para cambiar el sabor y la rutina de las comidas. 

M.P.: En medio de esta calamidad, ¿hay algo que os haga feliz, que os ayude a seguir avanzando?
N.: Ayudar a la gente. Las pocas ocasiones en las que conseguimos hacer algo bonito para las niñas, son momentos felices, cuando logramos que se rían un poco. No solo las ayudamos a ellas, también nos estamos ayudando a nosotras.
F.: Llevar agua a otros barrios, a otras zonas... Ver a la gente contenta de vernos llegar nos hace felices, saber que hemos podido ayudar a alguien. También hablar con vosotros, las llamadas por vídeo con amigas como vosotras. El poder cambiar la rutina con pequeños elementos nuevos y reírnos un poco, nos alivia algo. 

Es muy complicado imaginar un futuro con toda esta destrucción a nuestro alrededor. Vivimos en una película de terror. ¿Qué futuro nos aguarda?

M.P.: ¿Cómo veis el futuro? ¿Qué mensaje os gustaría transmitir al resto del mundo, qué mensaje queréis que salga de aquí? 
Najwa: Me gustaría que todo el mundo se involucre en detener esta guerra. Necesitamos que pare. Que pare para que vuelvan las niñas, nuestros seres queridos, para que podamos estar todos juntos de nuevo. Pero sinceramente, no veo futuro. Es muy complicado imaginar un futuro con toda esta destrucción a nuestro alrededor. Vivimos en una película de terror. ¿Qué futuro nos aguarda? No lo sé.

F.: Yo me niego a creer que no haya futuro, porque entonces no tiene sentido vivir. Aunque no sé cuál será este futuro, quiero creer que tendremos uno. Mi mensaje para el mundo es pedir que nos apoyen, que trabajen, que presionen para que los palestinos podamos recuperar nuestros derechos. Llevamos años sufriendo una ocupación militar. Tenemos derecho a la autodeterminación, a vivir una vida digna en libertad. Haced saber al mundo de nuestra lucha por la libertad, hacedle saber que deben ponerse de nuestro lado.

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M.P.: Gracias, amigos. ¿Hay algo que queráis añadir, algo más que queráis que digamos?
F.: No quiero robaros más tiempo, pero me gustaría añadir algo más sobre la infancia. No podemos olvidar que desde hace 11 meses no hay espacios educativos para los niños. No hay escuelas ni guarderías. Los niños no tienen lugares propios donde ir a aprender, pasar el tiempo, jugar. Pasan su tiempo jugando entre casas destruidas, entre calles bombardeadas. No son lugares salubres. Viven con mucha presión, en una pesadilla diaria, continua. Sufren traumas constantes, están aterrorizados. El impacto psicológico es atroz.

M.P.: Hemos visto que en algunas zonas del Sur están retomando las clases, ¿crees que esto es algo que podría hacerse en el Norte?
F.: De vez en cuando hacemos cosas parecidas a las que hacen en el Sur: actividades para la infancia y cosas así. Pero eso no evita la realidad de destrucción que les rodea. Estas actividades están bien, pero la realidad es la que es. Si de verdad queremos protegerles debemos cambiar esa realidad. Tal vez en el siguiente reparto podamos hacer alguna actividad infantil, pero debemos ser conscientes de que mientras no cambie la situación van a seguir igual. Cualquier actividad que hagamos se seguirá haciendo en espacios bombardeados, destruidos.

Archivado en: Israel Palestina Genocidio
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