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Franquismo
El cortejo de la nostalgia franquista
Esta vez sí. Los restos del dictador serán exhumados del Valle de los caídos en los próximos meses. Queda por saber qué será del lugar, con rumores que van desde su reconversión en centro de la memoria hasta su demolición total.
Poco a poco, a trancas y barrancas pero con mucho trabajo, España va entrando por la senda de la reconciliación con su pasado. La Ley de Memoria Histórica, a más de una década de su promulgación, una ley timorata y no especialmente resolutiva, sigue generando ampollas en parte de una sociedad contraria a desenterrar la Verdad. La Justicia continúa ausente de todo el proceso, como si la cosa de los crímenes no fuera con ella y la Reparación es de orden únicamente moral, individualizada en quienes, después de penar lo indecible y luchar contra viento y marea, consiguen hilvanar los sucesos que obligaron a los suyos, a las suyas, a escarbar junto al paredón la tierra perdida de las cunetas o de los olivares crecidos en los grandes cementerios bajo la Luna.
Remover la huesa donde se pudre Franco, o lo que queda de él, gusanera del tiempo que carcome aún el ideario de esta España viva, esta España muerta, levanta el ruido de sables de milicos y nostálgicos del franquismo, espadones de esta España cierta de lo que cantó Cecilia, de las alas quietas, de las vendas negras, mercenarios de uniforme y charretera, verdugos de su propio pueblo, lacayos servilones de quien escupe en la frente del que suda, de la que amamanta cebolla, levantados contra el régimen constitucional republicano de 1936, dispuestos a obedecer la orden de muerte a los hermanos, sin cuartel, a los hijos, a las madres, sin piedad, la guardia pretoriana de un miserable que supo alzarse sobre los demás, a pesar de su demostrada incompetencia, descollar entre los mediocres, devorar para provecho propio el fascismo criminal de José Antonio, las veleidades de los generales monárquicos, las aspiraciones de los carlistas, firmar sentencias de muerte sin que le temblara el pulso, quitarse de en medio a precio de bala a todo el que se le pusiera por delante, familiares incluidos, ladrón consumado y padrino de ladrones, depravado carnicero bendecido por la Iglesia, santificado en vida, maestro de corruptos, cabeza de una progenie que ahora, cuando tiene que cargar con el muerto, no sabe qué hacer con su pútrida calavera, pues ni tan siquiera vale para estercolar los caminos que sembró de fosas.
[...] como quien está por encima del bien y del mal, inquietos ante la legítima recuperación de la memoria, ajenos a la necesidad de dar, de una vez por todas, sepultura definitiva a quien fuera sepulturero mayor del reino de los desaparecidos y los muertos
Quienes le siguieron, quienes le siguen, convirtieron al ejército en cloaca de corrupción y prebendas. No hace mucho ciertas obligaciones no existían para guardiaciviles y militronchos, con privilegios convertidos en derechos, prestos a ejercer el de pernada en comercios, consultorios, espectáculos, ayuntamientos.
Las mejores carnes, los mejores vinos, los mejores asientos, la diligencia en el quehacer administrativo eran privilegio de una casta, la militar, que campaba a sus anchas entre un pueblo al que vigilaba, controlaba y reprimía, a golpe de culata y hostia limpia. La oficialidad oficiaba el abuso y el fraude, pisando con la bota a generaciones de pobres desgraciados sobrados de hombría que, con el tiempo y la creación interesada de la nostalgia, creyeron que su mili obligatoria fue una fiesta de camaradería, gloria y honor, jura de bandera incluida, cuando en realidad no fue más que una mala escuela donde, entre borracheras y porros, entonces grifa, se dejaba para siempre marcada la cicatriz de borrego.
Acompañan a la carroña en su cortejo fúnebre los hijos e hijas de la necedad y la ignorancia, jaleados por tertulianos o profesionales de la Historia, que no historiadores, que convierten la mentira en verdad de escaparate o que hablan de lo que no saben, de lo que no sienten, como quien está por encima del bien y del mal, inquietos ante la legítima recuperación de la memoria, ajenos a la necesidad de dar, de una vez por todas, sepultura definitiva a quien fuera sepulturero mayor del reino de los desaparecidos y los muertos. El señor de las moscas.
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Momento histórico sin duda, espero que se sigan avanzando mucho más en el tema de la memoria histórica, la dignidad y la justicia