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Energías renovables
Ante la transición energética
Se atisba un nuevo orden de la energía y un cambio de modelo económico. Por tanto, la cuestión es qué lugar se quiere ocupar en esa economía y cuáles son los riesgos de quedarse atrás en la ola de innovación.
El artículo 7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 de Naciones Unidas busca “garantizar el acceso a una energía asequible, segura , sostenible y moderna para todos”. Este año 2018 parece que la activad para entrar en la senda de la sostenibilidad y de la transición energética marcada por la Unión Europea para 2020, 2030 y 2050, se reactiva en el contexto español. Medidas como la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, la existencia de un Ministerio para la Transición Ecológica o la derogación del denominado “impuesto al sol” ofrecen una oportunidad para alzar el vuelo y reflexionar acerca de la transición del sistema energético mundial hacia una economía verde y de su futuro ya no tan lejano.
La revolución industrial iniciada en Inglaterra a finales del siglo XVIII marcó un antes y un después en el devenir de la humanidad. Contexto en el cual el acceso a la energía acumulada en el subsuelo permitió experimentar un gigantesco desarrollo económico y, en consecuencia, social. Pero el aumento de la demanda tras la Segunda Guerra Mundial haría de los recursos fósiles mucho más que un instrumento en el orden mundial. El marco contemporáneo es, pues, heredero de esta evolución.
El expolio de los recursos y del medio ambiente ya afectan a nuestra calidad de vida
Y es ahí donde se encuentra la dicotomía esencial del contexto energético contemporáneo. Si, por una parte, ha dado lugar al crecimiento económico y a la mejora en la calidad de vida, al mismo tiempo, se extiende la conciencia de que es uno de los elementos fundamentales de la alteración del cambio climático como resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero. La situación de crisis y sus posibles consecuencias son un hecho que ya pocos, como Trump, se atreven a cuestionar gracias a la presión de la opinión pública y la comunidad científica.
El expolio de los recursos y del medio ambiente ya afectan a nuestra calidad de vida. Por ello, el consenso se incrementa sobre la necesidad de tomar medidas, ya que de lo contrario las consecuencias condicionarán nuestro futuro de manera irremediable. Si dentro de la lógica contemporánea es un hecho que las economías funcionan a base de energía, es igualmente cierto que la expansión económica se produce a costa de la contaminación. La conclusión es que habrá crecimiento, pero no se dará un auténtico desarrollo. También de esta convicción se deriva, pues, la necesidad de ese cambio energético. Es ese consenso creciente al respecto lo que lo ha convertido en uno de los problemas cruciales de la agenda internacional, como así ejemplifica el histórico acuerdo de en la COP21 de París de 2015.
Así las cosas, se abre un melón repleto de retos a la hora de lograr esa transición de una economía marrón a una economía verde. El principal de ellos es una demanda de energía que crece en torno al 2% anual y que las energías fósiles continúan representando el 80% de la energía primaria del mix global. Una tendencia que de manera tradicional se ha auspiciado por los fallos del mercado, la falta de regulación y las limitaciones de financiación. Pero las cosas están cambiando fruto de la presión y las innovaciones. Muestra de ello es que tanto la Agencia Internacional de la Energía y la Agencia Internacional de las Energías Renovables confirman la viabilidad técnica y económica de la transición energética. Las renovables han reducido sus costes y las agencias apuntan que la transición traerá consigo la generación de riqueza, empleo y bienestar.
La cuestión es qué lugar se quiere ocupar en esa economía y cuáles son los riesgos de quedarse atrás en la ola de innovación
Puede afirmarse, pues, que la transición energética ya ha comenzado. Haciendo irremediable lo que Joseph Stiglitz y Nicholas Stern afirman: que la economía del siglo XXI será una economía hipocarbónica, más dinámica e innovadora. Serán las energías renovables y la eficacia energética fundamentalmente, y durante el proceso de cambio también las denominadas energías de transición (o energías bajas en carbono, como el gas o la nuclear) las que dominarán el tablero energético. Se atisba un nuevo orden de la energía y un cambio de modelo económico. Por tanto, la cuestión es qué lugar se quiere ocupar en esa economía y cuáles son los riesgos de quedarse atrás en la ola de innovación.
Todos planean sus jugadas. Mientras la Unión Europea espera liderar el proceso, China tampoco pretende desperdiciar la oportunidad. El inicio de la retirada del carbón parece un hecho debido al aumento de las renovables y a su sustitución por gas en países como Estados Unidos, a las mejoras en eficiencia energética o a los cambios de las políticas de grandes contaminadores como China e India. La Unión Europea también apuesta por la descarbonización haciendo que sus Estados Miembros no se queden atrás en el camino (España parece estar saliendo de la parálisis).Y con respecto al futuro del petróleo, vemos como la situación se repite. El hecho de que el mayor poseedor de reservas (Arabia Saudí) cree un fondo de inversión para la diversificación de la economía y saque a bolsa parte de su empresa estatal petrolera deja un mensaje bastante claro.
Sin embargo, este marco histórico de consenso en el que nos encontramos no debe ser desaprovechado, ni entendido como la solución a esta profunda crisis que hunde sus raíces en nuestro modelo de vida y en nuestra forma de pensamiento. La presión de la opinión publica y de la comunidad científica debe seguir sirviendo de acicate, ya que se torna esencial en los procesos electorales y, por tanto, determina las políticas adoptadas. Políticas que serán clave, junto con las inversiones para fomentar la producción y el consumo más limpios y responsables. Solo de esta manera se atrae a las empresas hacia la transición energética y se evita la denominada fuga de carbono. Esta cuestión no es baladí, ya que el grupo de potencias industriales responsable de casi el 50% de las emisiones no ha ratificado el Protocolo de Kioto.
Si la transición ya está en marcha, lo cierto es que no será lo fácil y rápida que debería. Pero los avances en consenso y en conciencia con respecto a una responsabilidad compartida dejan correr la brisa de optimismo en el viaje con destino a una economía verde que la sostenibilidad ambiciona y necesita.
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Además que una "economía verde que la sostenibilidad ambiciona y necesita", se trataría de una transición que la humanidad necesita como el aire para tener un planeta habitable.