Opinión
Manteros y el cambio
Más allá de la retórica y del voluntarismo, los ayuntamientos del cambio, en líneas generales, han debilitado la posición política de los trabajadores de la manta y no han impulsado ni una sola medida, siquiera simbólica, que mejorara su situación.
¿Qué va a suceder este año en Sanfermines cuando vuelva a cristalizar el fenómeno de los manteros, esos trabajadores ilegales que cruzan el Mediterráneo en pateras? El cuatripartito del cambio en el Ayuntamiento ha estado exigiendo “enérgicamente” a Rajoy que asumiera la cuota de refugiados de la crisis siria, al tiempo que algunos de sus miembros se sumaban a UPN en las mociones de medidas contra el “comercio ilegal” durante las fiestas. Lo han hecho Geroa Bai casi siempre y EH Bildu en alguna que otra ocasión.
Mientras tanto, es cierto que Pamplona no es Lavapiés, aunque la visibilidad de los abusos contra los manteros es proporcional a su nivel de organización. Por eso son conocidas las redadas policiales en Madrid y Barcelona y, sin embargo, las multas, amenazas, e intimidaciones en Sanfermines pasan desapercibidas. Por sorprendente que parezca, la Policía local ha mantenido la línea del anterior Gobierno: intimidar, requisar mercancías en pisos —que generan menos “alarma social”—, multar sin llegar a las cuantías máximas, o identificar en las horas de descanso, cuando no hay mantas que recoger atropelladamente ni carreras aparatosas que dan mala imagen de la ciudad. El conocido acoso de baja intensidad, o sea, “amargarles la vida” con elegancia y sin estridencias.
Estos tres años han dado para ensanchar la ventana de Overton, y los sectores reaccionarios siguen extendiendo la idea de que los manteros restan beneficios al comercio local, a la vez que que obstaculizan peligrosamente el paso de peatones y emergencias. Al otro lado de la ventana, sectores progresistas tradicionalmente vinculados a la defensa de los derechos sociales, se apuntan al tacticismo electoralista y empiezan a cruzar rayas rojas. Todo ello como parte de una estrategia orientada a evitar la colisión frontal con las élites locales, y a dar alpiste al lado oscuro de las estresadas clases medias, target de la gobernanza progre por su hegemonía cultural, y cuyo desclasamiento generacional las hace progresivamente receptivas al discurso del odio al diferente.
El gesto histriónico de Salvini, el fascista moderado de la Liga Norte, negando el derecho a salvamento en alta mar a los ocupantes del Aquarius, ha permitido la jugada de marketing político al gobierno del PSOE. Pero esa aparente bifurcación en materia de política migratoria europea, entre Italia y España, es puramente simbólica porque desemboca en los mismos Centros de Internamiento para Extranjeros. Del mismo modo, las redadas racistas en Madrid o algunas declaraciones institucionales en Iruñea —y en otras ciudades— ponen de manifiesto los límites de una acción municipal confusa y sin profundidad ideológica. Más allá de la retórica y del voluntarismo, los ayuntamientos del cambio, en líneas generales, han debilitado la posición política de los trabajadores de la manta y no han impulsado ni una sola medida, siquiera simbólica, que mejorara su situación. Mala señal.
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