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Coronavirus
Coronavirus en Londres: la apuesta
La población de Londres vive atrapada en la dicotomía de observar lo que sucede en el resto del mundo y existir bajo las decisiones de su gobierno.
Al principio, las noticias llegaban no se sabía muy bien de dónde. Sin magnitud, como las ideas de un poeta. Wuhan: una palabra nueva. China: un horizonte no visitado. Londres, copada con todas las culturas del planeta, miraba al virus desde el escaparate de la distancia, sin miedo y con el humor que acompaña restar importancia a los problemas que, generalmente, no afectan de manera directa.
Por entonces, los asiáticos de la ciudad eran diana de algunos comentarios racistas y ciertas miradas de temor por parte de unos pocos, que parecían acabar de descubrir la existencia de mascarilla y su empleo en los lugares públicos, nada que un londinense medio no supiese previamente. Pero en general, la vida continuaba con su recorrido habitual.
Terminó febrero y el covid19 llegó a Europa e Italia se encerró en sí misma. En las conversaciones se colaba la epidemia cada vez más a menudo. Los italianos narraban al resto de los europeos las medidas y consecuencias de la enfermedad que estaban sufriendo sus familiares y amigos en el país, y la sospecha de que lo que contaban fuera un espejo que reflejara el futuro del resto del continente comenzó a ser un pensamiento colectivo. Casi todos los noticieros internacionales de la BBC empezaron a abrir sus informativos con el tema.
El temor avanzaba progresivamente y la evolución era evidente en los gestos y las rutinas de la vida cotidiana. Lo primero fueron las mascarillas, un patrimonio casi exclusivo de los asiáticos que ahora se había extendido al resto de la población, incluso entre aquellos que antes les miraban con recelo. Cada vez aumentaba más la cuenta de las personas que, en Oxford Street, se cubrían media cara con ellas, mientras otros transeúntes se tapaban la boca y la nariz con sus bufandas.
La cosa ha ido más. En el gimnasio ha dejado de ser extraño toparse con atletas con guantes de látex o rociando las máquinas que va a utilizar con un desinfectante azul. Los peatones intentan evitar tocar los botones de los semáforos de los pasos de cebra y esperan, pacientes, a que otro lo haga por ellos: que se la juegue el resto, parecen pensar. Lo mismo en los ascensores: los vecinos utilizan la manga del abrigo o la esquina de la pantalla del móvil para ordenar al aparato que suba o baje. Ya no se habla del tiempo en los ascensores porque se intenta evitar a los interlocutores.
Es fácil encontrar en la boca del metro de Elephant and Castle a predicadores aconsejando a gritos a las personas que pasean delante de ellos que crean en Jesucristo, que solo él es dueño de la verdad y puede salvarlos. Da la impresión de que, desde que comenzó la pandemia, lo hacen con más convicción aunque continúan recibiendo la misma atención mínima de siempre. Parecían estar practicando el gesto de “te lo dije”.
Boris Johnson habló a la nación para declarar que las familias debían preparase para perder a sus queridos antes de tiempo y que el país se enfrentaba al problema de salud más grave de las últimas décadas
Pero puede que el día en el que todo tomó un cariz más serio fuese el 13 de marzo. Ese jueves, las baldas que exponían el papel higiénico, la pasta y el arroz quedaron vacías por primera vez en muchos supermercados de la ciudad. Las farmacias dejaron de tener existencias de gel desinfectante. “Para conseguirlo hay que venir a primera hora de la mañana”, explicaban los farmacéuticos. Boris Johnson, el primer ministro británico, había hablado a la nación declarando que las familias debían preparase para perder a sus queridos antes de tiempo y que el país se enfrentaba al problema de salud más grave de las últimas décadas; pero que no era necesario, por ahora, aplicar medidas drásticas (como el cierre de escuelas y comercios o la prohibición de eventos multitudinarios), que eso se haría en cuatro o seis semanas.
Adelantándose a las decisiones que el gobierno todavía no ha tomado, muchas empresas pidieron a sus empleados que trabajasen desde casa. Algunos aprovecharon la situación para volver a sus países de origen —si hay que estar enfermo, pensarán, mejor en casa y en familia—. Mientras tanto, los trabajadores cuyo empleo es por fuerza presencial siguen acudiendo a sus puestos, pero trabajando muchas horas menos. Cada vez más negocios, sobre todo los que se dedican a actividades recreativas, están cerrando. La hostelería resiste con las puertas abiertas y las mesas vacías.
Los asalariados soportan estas medidas como buenamente pueden. En Londres, los zero-hour contracts —contratos en los que el empresario no está obligado a dar un mínimo de horas de trabajo a la semana a su empleado— están muy extendidos. En el mejor de los casos, les obligarán a coger días de vacaciones. Los sindicatos exigen ayudas para estos casos, pero lo hacen sin fuerza.
El problema mayor es la incertidumbre, que se tambalea por las charlas y las decisiones como una enemiga intranquila. Desconocer cuándo y cómo se superará la crisis en el Reino Unido ha provocado que gran cantidad de españoles hayan regresado a España —algunos hasta que todo se arregle; otros, de forma indefinida—. Pero por otro lado, la necesidad de seguir trabajando y el miedo a contagiarse en el camino de regreso y arriesgarse a poner en peligro a algún ser querido son, para muchos, motivos sólidos para permanecer.
La prensa y algunos expertos exigen a Johnson que tome medidas más drásticas, pero el primer ministro parece decidido a realizar una nueva apuesta en contra del criterio mundial
La población de Londres vive atrapada en la dicotomía de observar lo que sucede en el resto del mundo y existir bajo las decisiones de su gobierno. El ejecutivo ha evitado el cierre total de la nación. Las escuelas cesaron su actividad el viernes 20. Han decretado la exención de los pagos de las hipotecas durante tres meses; en cambio, tan solo prohíben echar a los inquilinos con problemas para abonar el alquiler durante ese período de tiempo: no los exime del pago, algo que ha indignado a la Asociación de Inquilinos de Londres. El jueves 19, se cerraron, por primera vez, cuarenta estaciones de metro.
La ciudad, aun así, no está desierta, solo vacía. Por las calles del centro puede observarse la estela de desolación que ha dejado la desaparición de los turistas. En Charing Cross, los restaurantes, bulliciosos siempre, esperan sin esperanza la aparición de algún cliente. Las aceras han cambiado: ahora permiten respetar sin problema la regla del metro de separación entre personas para evitar los contagios.
Trafalgar Square permanece donde siempre, pero ya no es la misma: su grandeza ha empequeñecido, porque ya casi nadie la mira. En los pubs hay sitio de sobra para sentarse y las grandes marcas de ropa asisten al declive de la moda. Las cadenas de comida rápida han decidido vender sus productos solo para llevar. Casi todos los trabajadores cara al público llevan guantes. Mirar de reojo al que tose se ha vuelto una costumbre común. Puede que toser en el codo se convierta en algo habitual. Los museos de la ciudad han cerrado; en las campas de Hyde Park no hay personas celebrando la llegada de la primavera. Lo único que continúa impertérrito son los barrios, cuyas calles siguen en ebullición. Los vecinos se preparan para una cuarentena inminente, todos la están esperando: los supermercados no están vacíos, sino vaciados.
Los vecinos se preparan para una cuarentena inminente, todos la están esperando: los supermercados no están vacíos, sino vaciados
La prensa y algunos expertos exigen a Johnson que tome medidas más drásticas, pero el primer ministro parece decidido a realizar una nueva apuesta en contra del criterio mundial. A principios de semana, Patrick Vallance, el principal asesor científico del ejecutivo, declaró que era posible que en todo el Reino Unido hubiese más de 55.000 casos del virus. Londres es el lugar con más contagios.
La ciudadanía está preocupada: a nadie parece gustarle que se apueste por la economía teniendo la opción de hacerlo por la salud pública.
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Fantástico artículo David. Como siempre, es un lujo leerte.
Por favor, cuídate mucho.
Un abrazo desde tu querido Basauri