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El mismo filo de la navaja: Starmer contra la izquierda

Desde el principio de su liderazgo, Starmer y su equipo decidieron confundir el apoyo acrítico a Israel con una postura ecuánime contra el antisemitismo para poder utilizar esta confusión como un arma con la que matar a la izquierda.
Londres Palestina 17F - 7
Manifestación propalestina el 17 de febrero en Lóndres. Byron Maher
19 jul 2024 05:31

Unas semanas antes de que Rishi Sunak convocara unas elecciones generales anticipadas, una fuente laborista anónima, partidaria de la dirección del partido liderado por Keir Starmer, expresó su sorpresa por el fracaso de la izquierda a la hora de causar problemas a este por su servil respaldo a la guerra de Israel contra Gaza. «Me sorprende lo poco que lo han aprovechado», afirmó esta fuente anónima. Si no puedes construir un movimiento de masas dentro del Partido Laborista sobre esto, ¿sobre qué puedes hacerlo?». En fechas coincidentes, un diputado de la izquierda laborista explicaba por qué no habían intentado crear ese movimiento: «Tenemos miedo de que nos llamen antisemitas».

No todo el mundo en la política británica estaba paralizado por tal timidez. Tras nueve meses de movilización sostenida contra el ataque a Gaza por parte de un movimiento de solidaridad que se enfrentó a malintencionadas acusaciones de antisemitismo por parte de sus oponentes, el partido de Starmer recibió un notable golpe en las urnas por parte de candidatos que declararon su apoyo a Palestina. Cuatro candidatos independientes obtuvieron escaños a costa de los laboristas con programas que destacaban el respaldo público de Starmer a los crímenes de guerra, mientras que varios otros diputados laboristas, entre ellos el nuevo secretario de Sanidad, Wes Streeting, estuvieron peligrosamente cerca de ser derrotados por diversos candidatos de izquierda. El propio Starmer vio cómo la cuota de votos de su circunscripción caía el 17,4 por 100 gracias a la candidatura insurgente de izquierda de Andrew Feinstein. El Partido Verde, que también hizo hincapié en su oposición a la postura laborista sobre Gaza, eligió a cuatro diputados con la mayor cuota de votos de su historia. Lo más lacerante para el equipo Starmer fue que Jeremy Corbyn lograra conservar fácilmente su escaño en Islington, su circunscripción histórica del norte de Londres, tras haber sido expulsado del Partido Laborista, a pesar de (o quizá debido a) la presencia de peces gordos laboristas como Peter Mandelson y Tom Watson haciendo campaña por su oponente Praful Nargund.

Estos resultados contaban la historia del eclipse de la izquierda laborista, menos de cinco años después de que ocupara el liderazgo del partido de la mano de Corbyn, y la búsqueda de nuevas aperturas fuera del ámbito del Partido Laborista. Tras la derrota electoral de 2019, el estado mayor de la izquierda laborista decidió que no tenía sentido rebatir las acusaciones de antisemitismo, tuvieran o no base en la realidad. Como dijo Rebecca Long-Bailey, la oponente derrotada de Starmer en la contienda por el liderazgo del partido en 2020, en un artículo publicado en Jewish News: «Mi consejo a los miembros del Partido Laborista es que nunca está bien responder a las acusaciones de racismo poniéndose a la defensiva […]. La única respuesta aceptable ante cualquier acusación de prejuicios racistas es el autoexamen, la autocrítica y la superación personal».

Los líderes más prominentes de la izquierda del Partido Laborista se mostraron una vez más incapaces de plantar sus pies sobre el sólido suelo de la realidad empírica, remitiéndose en su lugar a sentimientos y percepciones

Mientras ofrecían este consejo, Long-Bailey y su equipo ignoraban el hecho de que los oponentes de Corbyn desdibujaban rutinariamente la distinción entre los prejuicios contra los judíos y las formas más elementales de solidaridad con el pueblo palestino. Unos meses más tarde, Starmer expulsó a la propia Long-Bailey del gabinete laborista en la sombra, tras haber improvisado una acusación de antisemitismo insultantemente endeble, pero tras ello no se produjo reevaluación alguna de esta línea derrotista. Cuando Starmer hizo que Corbyn fuera suspendido como diputado laborista por afirmar la verdad obvia de que la escala de antisemitismo en el Partido Laborista había sido «dramáticamente exagerada por razones políticas por nuestros oponentes», los parlamentarios del Socialist Campaign Group apenas movieron un dedo como respuesta a ello. Parecían creer que la destitución de Corbyn no tenía implicaciones más amplias para su proyecto político, y ello mientras Starmer expurgaba constantemente cualquier rastro de influencia izquierdista de las estructuras del Partido Laborista de una forma que dejaba a Tony Blair en un excelente lugar.

Cuando se convocaron las elecciones generales de este año, la economista de la London School of Economics Faiza Shaheen era una de las pocas candidatas de la izquierda laborista no purgada por Starmer que se presentaba para un escaño con posibilidades de victoria en la circunscripción de Chingford and Woodford Green, en el noreste de Londres. En consonancia con el planteamiento general del Socialist Campaign Group, Shaheen se negó rotundamente a criticar la exclusión de Corbyn, diciendo a The New Statesman que la declaración del exsecretario general del Partido Laborista era «realmente estúpida» e incompatible con la tan cacareada política de «tolerancia cero» de Starmer respecto al antisemitismo. Esta toma de postura por parte de Shaheen no le sirvió de nada, cuando, pocas semanas antes de las elecciones, el Partido Laborista decidió sustituirla en su circunscripción por un candidato aliado de Starmer.

La lista de delitos imperdonables por los que Shaheen fue acusada y finalmente excluida de su candidatura incluía que le gustara un tuit que hacía referencia a la existencia del lobby israelí. De forma extraordinaria, durante una entrevista en la BBC, Shaheen admitió que era inaceptable hablar de «organizaciones profesionales» que dirigen críticas hostiles contra quienes critican a Israel, dicho esto en un momento en el que, al otro lado del Atlántico, el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) invertía sumas sin precedentes en las primarias del Partido Demócrata para abortar la elección del izquierdista Jamaal Bowman, en la que ha sido hasta la fecha la elección primaria más cara de la historia estadounidense. Al igual que sucedió con su respuesta a la suspensión de Corbyn, los líderes más prominentes de la izquierda del Partido Laborista se mostraron una vez más incapaces de plantar sus pies sobre el sólido suelo de la realidad empírica, remitiéndose en su lugar a sentimientos y percepciones, por absurdos que pudieran ser. Para su crédito, hay que decir que Shaheen se negó a doblegarse y se presentó como independiente en su circunscripción, igualando en votos al candidato laborista designado a toda prisa; la insistencia del Partido Laborista en expulsarla permitió al político tory Iain Duncan-Smith conservar el escaño. Esperemos que Shaheen hayan finalmente comprendido lo fácil que es que unos cínicos te acusen de antisemitismo replicando exactamente el modus operandi desplegado previamente contra el exlíder del Partido Laborista.


En ese sentido, los últimos nueve meses han estado repletos de lo que Barack Obama denominó «momentos de enseñanza». El mismo bloque de fuerzas políticas que se unió para vilipendiar a Corbyn ha estado haciendo campaña incansablemente en apoyo del asalto israelí a Gaza. A principios de este año, dos de las más infatigables críticas de Corbyn, las parlamentarias laboristas Margaret Hodge y Ruth Anderson, posaron en una foto junto al presidente de Israel, Isaac Herzog. Esta «misión solidaria», como la llamaron con orgullo los Labour Friends of Israel, se produjo poco después de que el Tribunal Internacional de Justicia citara los espeluznantes comentarios de Herzog sobre los civiles palestinos tras ordenar al gobierno israelí que impidiera la incitación al genocidio.

Cuando Starmer hizo algunos comentarios ambiguos sobre el reconocimiento de un Estado palestino, el director del Jewish Chronicle, Jake Wallis Simons, le acusó de «rendirse a la yihad» y de «honrar los peores pogromos desde el Holocausto»

Los dirigentes de este bloque político dirigieron su fuego contra el movimiento de solidaridad con Palestina, organizador de innumerables enormes manifestaciones en Londres y en otras ciudades británicas para pedir el alto el fuego inmediato en Gaza. Para su inmensa frustración, se encontraron con que ese movimiento no estaba dispuesto a capitular ni a pasar por el aro a instancias de sus oponentes. Una figura como Mike Katz, un cabildero de las grandes corporaciones, que preside el Jewish Labour Movement, se vio obligado a enmarañarse en las vagas insinuaciones habituales, indicando que la imagen del Partido Laborista corría el riesgo de contaminarse por «las recurrentes protestas celebradas en Parliament Square» sin ser capaz no obstante de decir qué tenían estas de malo.

A medida que continuaba la tremebunda carnicería en Gaza, el frente antipalestino británico empezó a perder su cohesión. La denominada Campaign Against Antisemitism se extralimitó al buscar pelea con la Policía Metropolitana de Londres como parte de su venganza contra las marchas a favor del alto el fuego. El exdirector de The Guardian Alan Rusbridger se atrevió a plantear algunas preguntas sobre el «secreto muy bien guardado» de quién es el propietario del Jewish Chronicle y qué influencia puede tener ello en la «atroz línea» mantenida por el periódico sobre Gaza. Después de varios años en los que los medios de comunicación nacionales, incluido The Guardian, se complacían en presentar al Jewish Chronicle como la voz irrecusable de la opinión judía en Gran Bretaña, esto constituyó todo un avance. Cuando Starmer hizo algunos comentarios ambiguos sobre el reconocimiento de un Estado palestino, el director del Jewish Chronicle, Jake Wallis Simons, le acusó de «rendirse a la yihad» y de «honrar los peores pogromos desde el Holocausto».

Si la izquierda del Partido Laborista no hubiera interiorizado la noción de que el apoyo a los derechos palestinos era un lastre, podría haber aprovechado la oportunidad brindada durante estos meses para rebatir con fuerza la falsa narrativa de la existencia durante el mandato de Corbyn de un «antisemitismo laborista» generalizado y cuasi genocida y explicar cómo esa fábula maligna alimentó directamente el apoyo de Starmer a la matanza masiva perpetrada en Gaza. En la práctica, el Socialist Campaign Group ni siquiera pudo oponer resistencia alguna a Starmer, cuando este suspendió a sus propios miembros alegando pretextos absurdos: Kate Osamor por citar a Gaza como ejemplo de genocidio junto con Camboya, Ruanda y Bosnia (se disculpó inmediatamente por hacerlo, lo que no fue suficiente para satisfacer al líder laborista); Andy McDonald por prometer no descansar «hasta que todas las personas, israelíes y palestinos, entre el río y el mar, puedan vivir en pacífica libertad». La respuesta obvia a la suspensión de McDonald habría sido que otros diputados de izquierda repitieran su declaración y desafiaran a Starmer a explicar por qué se oponía tan enérgicamente a la idea de que los palestinos vivieran en «pacífica libertad», pero no estuvieron dispuestos a hacerlo.

Al final, Osamor y McDonald fueron reintegrados en el partido después de que los laboristas recibieran fuertes presiones externas. Primero, el Scottish National Party (SNP) presentó una moción a favor del alto el fuego en la Cámara de los Comunes; Starmer tuvo que pedir al presidente de la Cámara, Lindsay Hoyle, que infringiera las normas de procedimiento parlamentario para que sus diputados no tuvieran que votar la moción del SNP (Hoyle fue recompensado posteriormente por su mala conducta tras las elecciones con un nuevo mandato como presidente de la Cámara). A finales del pasado mes de febrero, George Galloway, ahora líder del Workers Party of Britain, arrebató un escaño al Partido Laborista en las elecciones parciales de Rochdale, convirtiéndolas en un referéndum sobre la política de Starmer en Gaza. El regreso de McDonald al Grupo Parlamentario Laborista se produjo pocos días después de la victoria de Galloway, mientras que la dirección parecía estar reservándose la eventual readmisión de Osamor como gesto pacificador, ya que esta coincidió con el paso al Partido Laborista de Natalie Elphicke, una diputada conservadora, cuyo historial de intolerancia era tan extravagante que incluso a un blairista entregado como Andrew Rawnsley, de The Observer, le costó tragarse su admisión.

A lo largo de la campaña electoral se produjeron algunos otros momentos de aprendizaje. A principios del pasado mes de junio, la dirección de Starmer anunció que abandonaba una acción legal enormemente cara contra cinco antiguos empleados del partido a los que acusaba de filtrar un informe sobre la cultura organizativa del Partido Laborista durante el mandato de Corbyn. El principal objetivo de la acción —aparte del rencor descarnado, una motivación que nunca debemos descartar cuando la facción derechista del Partido Laborista está involucrada— era desalentar la discusión pública del informe, creando la impresión de que había algo ilegítimo en su contenido.

Este esfuerzo fue vital, ya que las pruebas del informe desacreditaron la escabrosa versión de los hechos difundida por los oponentes de Corbyn activos en el seno del partido en producciones como el documental de la BBC «Is Labour Antisemitic?». En otro informe, esta vez encargado por el propio Starmer, el abogado Martin Forde consideró que esa versión de los hechos era «totalmente engañosa» y avaló la exactitud del informe filtrado. Al acercarse el día de las elecciones, Forde reveló también que había sido amenazado con acciones legales por abogados que actuaban en nombre del Partido Laborista, en un intento infructuoso de disuadirle de que hablara sobre sus conclusiones. Es muy posible que Forde se haya arrepentido de haber concedido a los miembros de esta camarilla el beneficio de la duda sobre sus motivaciones sobre varios puntos en los que no cabía ninguna duda razonable.

Nunca sabremos cómo podría haberse desarrollado de forma diferente el periodo transcurrido desde 2019 si la izquierda laborista hubiera mostrado la misma combatividad que la mostrada por políticas como Rima Hassan y Rashida Tlaib, cuando se enfrentaron a ataques mendaces similares. La suspensión de Corbyn constituyó el punto de inflexión: el momento en que algunos de sus aliados decidieron que decir la verdad sobre su propio historial era simplemente demasiado duro. Afortunadamente, el propio Corbyn decidió no irse en silencio. Su exitosa campaña, junto con las organizadas por los candidatos Verdes y antibelicistas, asestó un duro golpe a Starmer justo cuando este parecía triunfar. Desde el principio de su liderazgo, Starmer y su equipo decidieron confundir el apoyo acrítico a Israel con una postura ecuánime contra el antisemitismo para poder utilizar esta confusión como un arma con la que matar a la izquierda. Ahora han acabado cortándose con el mismo filo de la navaja.

A corto plazo, es poco probable que la posición del Partido Laborista sobre Gaza cambie como respuesta a lo sucedido en las elecciones. A pesar de los avances de los Verdes y de los independientes, el bloque de diputados de Westminster que desafía esa posición es en realidad mucho menor de lo que era antes del día de las elecciones, después de que el SNP perdiera la mayoría de sus escaños en Escocia por factores en absoluto relacionados con la política internacional. Diputados laboristas destituidos como Thangam Debbonaire y Jonathan Ashworth han mostrado toda la humildad que cabría esperar desde que perdieron sus escaños, diciendo a los medios de comunicación que fueron víctimas de fuerzas oscuras e ilegítimas. La sugerencia de John McDonnell de que Corbyn podría ser readmitido en el Grupo Parlamentario Laborista es otro ejemplo del tipo de ilusiones que proliferan sobre la naturaleza del proyecto de Starmer y sobre el lugar de la izquierda en el mismo. No obstante, la evidencia de que el Partido Laborista puede ser castigado en las urnas en áreas que daba por propias, incluso en el momento actual que seguramente marca el punto álgido de su influencia bajo la dirección de Starmer, ha sentado un importante rasgo constitutivo de los años venideros, lo cual debería insuflar más confianza a quienes se organizan fuera del partido.

Sidecar
Artículo original: Same blade publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Daniel Finn, Torturar la evidencia, lawfare y mediafare en Reino Unido, y «Starmer vs Corbyn: de los usos políticos del antisemitismo», Sidecar/El Salto, y «Contracorrientes», NLR 118; y «La Base Comanche 1x09 | ¿Quién ganó realmente las elecciones en Reino Unido?», Canal Red.
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