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Minutos después de los primeros sondeos a pie de urna en Francia, el 7 de julio, Jean-Luc Mélenchon declaró ante una multitud de simpatizantes que el Nouveau Front Populaire (NFP) había recibido el mandato para aplicar «la totalidad de su programa». Fue un momento emocionante; el discurso concluyó con los primeros compases de Ma France, de Jean Ferrat, una de las canciones de izquierda más bellas del repertorio nacional. Sin embargo, el masivo encuentro celebratorio corría el riesgo de suscitar esperanzas, que pronto se verían desvanecidas. En realidad, la izquierda no ha ganado realmente: la Asamblea Nacional recién elegida cuenta con aproximadamente 200 diputados afiliados al FPN o susceptibles de votar por la coalición, entre ellos el socialista François Hollande, cuya desastrosa presidencia aún es un recuerdo fresco, frente a 350 diputados de derecha, entre cuyas fuerzas políticas se cuentan tanto Ensemble pour la République (EPR), la coalición de partidos que agrupa a la mayoría presidencial de Emmanuel Macron, como Rassemblement National (RN), a cuya cabeza se encuentran Marine Le Pen y Jordan Bardella. La izquierda ha desafiado las predicciones de una victoria de la extrema derecha, lo cual no es en absoluto un logro desdeñable, pero no ha triunfado.
En las circunscripciones obreras, que durante casi un siglo fueron ciudadelas de la izquierda, a menudo del Partido Comunista (PCF), los resultados fueron desastrosos
En cuanto al NFP, es «nuevo» en el sentido de que no es tan popular como su predecesor de 1936. Entre quienes no se abstuvieron, el 57 por 100 de los trabajadores manuales y el 44 por 100 de los empleados del sector servicios votaron por RN. Fue en las grandes ciudades, donde la población es desproporcionadamente burguesa y tiene un alto nivel educativo, donde el NFP obtuvo la mayoría de sus escaños, lo cual fue especialmente cierto en el caso del Partido Socialista (PS) y de Les Écologistes-Europe Écologie Les Verts (EELV). El intento de Mélenchon de apelar a los sectores populares tuvo éxito en un ámbito: en la movilización de les banlieues, donde un gran número de inmigrantes permitió a La France Insoumise (LFI) lograr unos resultados impresionantes, a menudo sin acudir a la segunda vuelta del pasado 7 de julio. Sin embargo, incluso un observador casual de la política francesa debe haber sonreído al leer el titular de Libération, el diario de la pequeña burguesía urbana progresista, al día siguiente de la primera vuelta de las elecciones legislativas: «Paris, capitale du Nouveau Front populaire». París, la ciudad más cara de Francia, donde el precio de los pisos supera con frecuencia los 10.000 euros por metro cuadrado, eligió efectivamente a doce diputados del NFP de un total de dieciocho, ocho de ellos en la primera vuelta. En cambio, en las circunscripciones obreras, que durante casi un siglo fueron ciudadelas de la izquierda, a menudo del Partido Comunista (PCF), los resultados fueron desastrosos. En Picardía (incluida en la región de Hauts-de-France) RN obtuvo trece diputados de un total de diecisiete; en el departamento de Pas-de-Calais, integrado en la misma región y antiguo feudo de Maurice Thorez, jefe del PCF durante más de treinta años, RN obtuvo diez de los doce escaños, seis en la primera vuelta. En el departamento del Gard, región de Occitania, el partido de Bardella ganó todas las circunscripciones.
Así se comprende que la secretaria general de la CGT, Sophie Binet, no se anduviera con rodeos al evaluar los resultados electorales:
La llegada al poder de la extrema derecha tan solo se ha retrasado […]. Los bastiones obreros del departamento de Bouches-du-Rhône (Marsella, región de Provenza-Alpes-Costa Azul), del este y del norte del país, así como del departamento de Seine-Maritime (Ruan, región de Normandía) han caído en manos de la extrema derecha. No se trata simplemente de un voto de protesta contra Emmanuel Macron. Un gran número de la población trabajadora ha votado a la extrema derecha por convicción. Distanciados de la izquierda, los asalariados votaron al candidato o candidata de RN. La precarización del empleo y el hundimiento del movimiento obrero organizado han acelerado la progresión de RN [...]. La izquierda que gobernó el país bajo François Hollande hizo dejación de su poder ante el sector financiero y toleró el aumento de la desigualdad en el seno de la fuerza de trabajo, enfrentando a los mandos intermedios con los trabajadores […]. Algunas fuerzas políticas y sociales abandonaron la lucha por la mejora colectiva de las condiciones de trabajo en favor de medidas asistenciales, renunciando al mismo tiempo a cualquier confrontación con el capital. La izquierda debe volver a ser el partido de los trabajadores.
Sin duda, este problema no se limita a Francia. Basta con sustituir «François Hollande» por «Bill Clinton», París por Nueva York, «la France périphérique» por «the flyover country» [la parte del territorio estadounidense entre ambas costas, que solo es perceptible cuando se vuela sobre ella] y Maastricht por NAFTA para hacer un retrato sociológico y político similar de Estados Unidos, así como de muchos otros países. Aunque la irrupción de LFI ha resucitado a la auténtica izquierda en Francia, muchos votantes radicados en Picardía, en Lorena, en el norte o en el este del país no han olvidado que en cuestiones político-económicas cruciales, especialmente cuando se trataba de la Unión Europea, una entidad responsable de la destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo, los socialistas se aliaron con la derecha liberal hasta el punto de que en 2005 Hollande y Sarkozy posaron codo con codo en la portada de una revista del corazón para pedir el «sí» en el referéndum constitucional europeo y luego, igualmente unidos, ignoraron la oposición del 55 por 100 de la población para imponer el tratado que esta habían rechazado. A continuación, ambos se enfrentaron en las siguientes elecciones presidenciales, uno representando aparentemente a la izquierda, el otro a la derecha, antes de sucederse en el Elíseo y adoptar más o menos las mismas políticas económicas cortadas por el lado de la oferta, tal y como estipulaba Bruselas. En estas condiciones, no es de extrañar que más de 10 millones de electores busquen ahora una alternativa política, dirigiéndose a «los que nunca han gobernado», es decir, a la extrema derecha.
A partir de ahora, RN contará con muchos más fondos públicos, lo que le permitirá preparar mejor a sus cuadros. Y es casi seguro que se hará con un número mayor de alcaldías
Pero siempre cabe esperar que por fin las lecciones sean aprendidas. Al día siguiente de las elecciones, a falta de una mayoría, la totalidad de los partidos del NFP afirmaron que pretendían de gobernar juntos y que no entrarían en una coalición con el centro o con la derecha, que les obligara a renunciar a la mayor parte de sus compromisos económicos y sociales. Parecen entender que cualquier nuevo gobierno que no promulgue medidas sociales urgentes —anulación de la reforma de las pensiones de Macron, subida del salario mínimo, aumento de los impuestos a los más ricos— concederá casi inevitablemente a la extrema derecha unos resultados todavía más abultados en las próximas elecciones. Aunque RN se nutre sin duda de miedos y rencores xenófobos, también se beneficia de la sensación albergada por la clase trabajadora de que políticamente nada cambia nunca, mientras sus propias vidas se enfrentan cada vez a mayores dificultades, situación que les lleva a querer derrocar el statu quo, aunque ello consista «solo en intentarlo por una vez». Al igual que en Estados Unidos, donde la victoria de Trump, es decir, ante todo, la derrota de Clinton, llevó a los Demócratas a proponer políticas keynesianas que rompían (ligeramente) con la ortodoxia del libre mercado, el rápido avance de RN más la presión de LFI han tenido al menos la ventaja de impedir que el centroizquierda francés, en particular los socialistas, sigan defendiendo las políticas neoliberales con el argumento de que «no hay alternativa» a la globalización ni salvación más allá del «cercle de la raison», dicho con la expresión francesa utilizada para expresar lo políticamente correcto, es decir, el sentido común y la doxa neoliberales.
Francia
Francia Un Primero de Mayo unitario da continuidad a las doce huelgas generales contra Macron
Tras el escrutinio de las últimas elecciones presidenciales y legislativas, el ascenso de la extrema derecha en Francia no ha hecho más que aplazarse. El «aluvión» electoral hizo que RN quedara en tercer lugar, haciéndose con 143 escaños en la Asamblea Nacional frente a los 168 obtenidos por el EPR de Macron y los 182 del NFP (de los que LFI se llevó 74). Pero el RN obtuvo muchos más votos: el 37 por 100 en la segunda vuelta, frente al 26 por 100 obtenido por el NFP y algo menos del 25 por 100 por EPR. Además, cogida por sorpresa por la decisión de Macron de disolver la Asamblea Nacional, RN presentó los candidatos que tenía a mano, incluidas docenas ellos carentes de experiencia política, que rápidamente se revelaron por sus perfiles en las redes sociales como abiertamente racistas, antisemitas, homófobos o simplemente incompetentes.
Bardella ya ha reconocido estos «errores»: «Todavía queda trabajo por hacer en lo relativo a la profesionalización de nuestros representantes locales y quizá también en la elección de un cierto número de candidatos. Para ser sincero, en algunas circunscripciones no hemos escogido correctamente a los mismos». A partir de ahora, RN contará con muchos más fondos públicos, lo que le permitirá preparar mejor a sus cuadros. Y es casi seguro que se hará con un número mayor de alcaldías en las próximas elecciones municipales (de momento tiene muy pocas), lo que le permitirá «profesionalizar» aún más su funcionamiento y ampliar su control territorial. Por si fuera poco, RN contará con otra ventaja en los próximos meses: mientras las coaliciones de sus rivales son frágiles y ya han empezado a deshilacharse y vacilar, la suya es sólida. No se trata de una alianza de partidos que se detestan mutuamente, como ocurre con el PS y LFI. RN ya sabe quién será su candidata en las próximas elecciones presidenciales, que podrían convocarse en cualquier momento: a saber, Marine Le Pen. Ni la izquierda, con multitud de aspirantes aún en el ruedo, ni EPR pueden decir lo mismo. Macron no puede volver a presentarse por imperativo legal y ya cuatro o cinco de sus lugartenientes compiten por su sucesión.
Tampoco puede el presidente de la República convocar nuevas elecciones legislativas durante el año próximo. Entretanto, es probable que Francia sea ingobernable. RN no se unirá a ninguna coalición, ya que todos los demás partidos están aliados contra ella. El NFP no puede alcanzar la mayoría a menos que se alíe con EPR, pero la coalición presidencial se halla en proceso de desintegración. Una fracción de la misma querría unir fuerzas con el NFP con la condición de que destierre de su seno a LF, que, a su vez, ha advertido que «ningún subterfugio, cábala o arreglo sería aceptable», postura de la que se hace eco la mayoría de los socialistas. La otra fracción preferiría unirse con cuarenta o cincuenta diputados de derecha, pero el sentimiento no parece ser mutuo. Si se forjara tal alianza, el propio EPR de Macron se haría añicos.
Después de haber provocado el caos actual, el presidente partió hacia la cumbre de la OTAN que debía celebrarse en Washington, dejando tras de sí una «Lettre du président Emmanuel Macron aux français» en la que se negaba a reconocer que las urnas le hubieran rechazado y en la exigía que las partes llegaran a una solución que excluyera tanto a RN como a LFI. No se ha encontrado ninguna. Al disolver la Asamblea Nacional, el enfant roi del Elíseo ha roto sus juguetes y ha pedido a otros que los arreglen. En los próximos meses su impulsividad y su egocentrismo lo harán todavía más peligroso e impredecible, hasta el punto de que incluso el otrora adulador The Economist ha comenzado a preocuparse: «Lejos de resolver las divisiones políticas de Francia, la sorpresiva decisión de Emmanuel Macron de convocar elecciones anticipadas parece que marcará el comienzo de un período de estancamiento, aprensión e inestabilidad».
La elección de Macron en 2017 permitió a la burguesía francesa reunir a elementos tanto de la izquierda como de la derecha en torno a un programa de reforma neoliberal y a «la construcción de Europa». Políticamente, este «bloque burgués» ha implosionado. Su ala izquierda ha dado la espalda a un neoliberalismo ampliamente desacreditado y a un presidente de la República objeto de profundo desprecio, que parece estropear cuanto toca. Aun así, el entusiasmo por Europa sigue siendo la base ideológica de esta antigua alianza burguesa hoy desmoronada, a lo cual debemos añadir su apego a la causa ucraniana y una rusofobia obsesiva, especialmente pronunciada entre las clases medias cultas. Estas pasiones atlantistas, fanatizadas por los medios de comunicación, son, sin embargo, insuficientes para reconstituir el antiguo bloque burgués, como le gustaría a Macron. Al menos, no en tiempos de paz.
Opinión
Los beligerantes
Ni Europa ni Ucrania son causas lo suficientemente populares como para cimentar una nueva coalición que deje fuera tanto a LFI como a RN, de acuerdo con el modelo de la «tercera fuerza», que entre 1947 y 1948 reagrupó a los partidos proestadounidenses en oposición a los comunistas y a los gaullistas. Sin embargo, François Bayrou, un íntimo de Macron, que fue responsable de su victoria en 2017, todavía espera lograr algo similar, aprovechando el giro ultraatlantista de la diplomacia francesa tras la discusión del presidente Macron sobre el envío de tropas a Ucrania. Bayrou ha establecido los parámetros de esta posible alianza contra «los extremos»:
Todos están de acuerdo en que debemos proseguir la construcción europea. Todos están de acuerdo en que debemos seguir suministrando ayuda a Ucrania en un momento en el que Putin ha mostrado públicamente su apoyo a RN. Así que hay gente que comparte lo que yo considero los valores fundamentales. Ahí tenemos un arc républicaine, ahí contamos con un nutrido grupo social, que comparte valores comunes. No excluyo a nadie. Pero no creo que LFI comparta esos valores.
Resulta dudoso que alguien pueda formar gobierno en Francia basándose únicamente en esos «valores comunes», especialmente teniendo en cuenta la actual composición de la Asamblea Nacional. París no es Bruselas, donde socialistas, conservadores y liberales se llevan lo suficientemente bien como para gobernar. Pero tampoco existe una mayoría parlamentaria para implementar el programa de la izquierda, que ha vencido estas elecciones legislativas. Este punto muerto, instigado por Macron, no puede sino fortalecer a la extrema derecha, incluso después de que una enorme cantidad de ciudadanas y ciudadanos franceses se movilizara para impedir su llegada al poder. El presidente de la República sigue siendo su mejor responsable de campaña.
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Serge Halimi director de Le Monde Diplomatique consedera que todo apoyo a Ucraïna es rossofobia. Olvida la naturaleza política, totalitària del régimen de Putin
Que se sepa El estado y Nación de Rusia es igual de capitalista y salido por las urnas. Usted, debe de ver y leer solo los medios "bulocráticos" del sueño proamericano, que con 800 bases por el mundo, quiere meterse contra una potencia "nuclear", y que puso muchos millones de personas para parar el nazismo. ¿NO le dice nada? ¿Es totalitario Netanyahu, Trump, Biden, M. Rajoy? Cambie de emisora hombre, que estámos en otro siglo!.
La única manera de derrotar a la ultraderecha, es incluir a la mal llamada "ultraizquierda" en el pacto antifascista. Si no está incluida, la ultraderecha terminará por gobernar. Sólo es cuestión de tiempo.