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Son las ocho de la mañana y vas de camino al tren. Hoy podías quedarte en casa pero has decidido buscar cuál va a ser el siguiente paso que vas a dar en la vida. La sensación de perdida te aterra, el mundo te ha educado para pensar que no puedes quedarte quieta, porque si te quedas quieta no produces, y si no produces, a ojos del resto no eres nadie. La tranquilidad para ti es, desde hace mucho, un verdadero privilegio. Te subes al tren y observas al resto de pasajeros. A ti te están robando el tiempo pero aún te quedan los ojos, y a través de la mirada una también puede ganarse la vida. El transporte público te gusta porque allí se permite la pausa, en el tren puedes dejar los pies quietos y la conciencia tranquila porque tienes un destino asegurado. En tu vagón hay tres personas leyendo, una escribiendo, cinco escuchando música y una mirando por la ventana, qué curioso, piensas: la gente parece más autentica cuando no es la inercia quien los mueve.
Los pasajeros se agarran a las barras del tren y tú te agarras a un pensamiento que sueltas rápidamente en las notas del móvil. Cuando tenga tiempo lo escribo bien. Pero no lo harás. Lo escribes porque sabes que lo que no se escribe se pierde, se mata o se olvida. Tienes las notas y las libretas llenas de frases sin terminar, como un almacén donde guardas los momentos en los que te dio la vida. El tren llega a su destino y tú terminas de escribir deprisa. Justo en el medio, entre el lugar del que vengo y el lugar a donde voy, está mi casa.
Llegas a la ciudad y ahora sí el ritmo rápido de las cosas te devuelve los nervios. La gente que se te cruza parece tener un rumbo fijo, tú no. Dicen en los medios que tu generación está perdida y te sientes un fracaso. Estás cansada de las preguntas de siempre: de qué trabajas, qué estudias, con quién sales. Si no hay respuesta a estas preguntas estás perdido. A ti te habría gustado aprender a querer antes que a contar y a vivir antes que a correr, pero el mundo te exige certezas y tú con la duda no puedes pagar alquileres.
Caminas con un currículum en una mano y tus sueños (que no sueltas) en la otra. Ojalá en el colegio alguien te hubiera dicho que la vida era más que elegir un futuro seguro y correr detrás. Estudia al menos doce años. Trabaja y profesionalízate. Duerme nueve horas al día. Come sano y cuídate. Haz deporte cada mes. Busca un trabajo que te pague los estudios y te dé para vivir. Al menos tres años de experiencia requerida, te dicen. Y a ti la vida solo te ha dado para un mes. Te ofrecen prácticas en una empresa. No es el sueño de tu vida pero se puede acercar: jornada laboral completa por 300 euros brutos. Vendes tu tiempo a cambio de nada, pero te da para vivir y para quitarle una carga a tus padres. Le das un abrazo a la esperanza y aceptas: si trabajo bien seguro que me contratan, esta es mi oportunidad. La ilusión puede esperar.
Los sueños de tu vida se te quedan en las manos y tú los agarras con fuerza para no olvidar que existen. Cuando tu vida sea estable vas a retomarlos. Te lo juras mientras llegas de madrugada a ese piso que compartes con cuatro personas más. Mientras calientas las sobras de la comida de ayer y avisas a tu madre de que todo está bien para que esa noche ambas podáis dormir tranquilas.
La comida fría da vueltas una y otra vez en el microondas y tú la observas. Te ves a ti misma dando vueltas en círculos en esa eterna lucha contra la desesperanza en la que aprendiste (o te han enseñado) a vivir. Esperas, esperas, y esperas. Y mientras la cuenta atrás sigue su curso. Se te acaba el tiempo. 30 segundos. 20 segundos. 10 segundos. Listo. Coges tu cena impaciente. Te quemas y el plato se hace pedazos contra el suelo. Recoges los cristales rotos y mientras la comida te arde en las manos te prometes a ti misma que algún día también vas a romper el bucle, algún día dejarás de andar en círculos. Y puede que ese día descubras que el mundo no era un lugar tan frío.
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Me ha gustado mucho, especialmente cuando dice: " En tu vagón hay tres personas leyendo, una escribiendo, cinco escuchando música y una mirando por la ventana, qué curioso, piensas: la gente parece más autentica cuando no es la inercia quien los mueve"
Soy una persona muy afortunada: tengo casa propia, un buen trabajo, amor, sin deudas... Mi vida es maravillosa. No sé si podría sobrevivir demasiado tiempo en la piel de la protagonista de esta historia, pero lo cierto es que mi caso es la excepción y esta historia refleja la realidad de cada vez más y más gente. Qué lástima de país tenemos, qué lástima de sociedad.