Opinión
Apuñalar a un cadáver (¿debió dimitir toda la dirección de Podemos Galicia?)
La desafección ciudadana con respecto al espacio que representaban las mareas era un clamor, un letrero luminoso en letras colosales que solo aquellos que únicamente tenían ojos para sí mismos podían no ver.

En las pasadas elecciones gallegas, Unidas Podemos y su coalición de batiburrillos de marca impronunciable perdieron todos y cada uno de sus 16 diputados. No casi todos ni muchos: todos. En poco más de una legislatura, los 408.000 votos obtenidos por la primera Marea quedaron reducidos a apenas 50.000, lo que constituye un hito en la democracia española y el mayor derrumbe sufrido jamás por una fuerza política en unas elecciones autonómicas. Otra cosa quizá no, pero sus responsables han hecho historia.
Cataclismo en griego significa “inundación, catástrofe producida por el agua”, y podría haber sido un término adecuado para describir estos resultados, dado el gusto de sus protagonistas por la palabrería marina. O quizá, “catástrofe”, que significa literalmente, “cambiar las cosas para peor” y que podía encajar como un guante para quienes afirmaban que “iban a cambiarlo todo”.
En su lugar, el cabeza de lista y candidato a la presidencia, Tone Gómez Reino, fue mucho más modesto y los calificó únicamente como “malos” para afirmar que “los asumía en primera persona”.
¿En qué consistió esa asunción personal? A día de hoy es un misterio. Quizá en algún tipo de introspección espiritual, retiro místico o penitencia privada, pero nada en la esfera pública. Y nada parecido, desde luego, a lo que comúnmente conocemos como “asumir responsabilidades”. ¿Tendría que haberlo hecho?
¿Qué es la responsabilidad?
Tomemos, por ejemplo, la definición que da Kant. Para el filósofo, a una persona se le pueden imputar las acciones de las que es autora, si tuvo además la posibilidad de actuar de otro modo.
La ejecutiva actual de Podemos Galicia lleva en su puesto desde 2018. Concurrió en este tiempo a cinco procesos electorales, y obtuvo en cada ocasión resultados sustancialmente peores que en la precedente. Sin embargo, sería injusto circunscribir su responsabilidad solo a este intervalo temporal, ya que la mayoría de los nombres que la conforman lleva en cargos relevantes desde el nacimiento de la formación, siendo protagonistas principalísimos en todas y cada una de sus miserias. Y, como protagonistas, responsables: actores de sus actos. Pero, ¿tuvieron además la posibilidad de actuar de otro modo?
Para responder a esto debemos detenernos un instante y explicar el funcionamiento de Podemos en Galicia, que me temo que no diferirá mucho de lo que ocurre en otros territorios.
El nacimiento de una oligarquía
Según Michels, el destino de toda organización política es terminar gobernada por una casta oligárquica o trust. Esta casta de líderes siempre se defiende a sí misma, se cierra y restringe el acceso al núcleo de poder del partido para eliminar toda posible competencia.
Pero si en otras fuerzas políticas este proceso es el resultado de una evolución paulatina y dinámica, no exenta de tensiones, en Podemos Galicia es el explícito modelo de funcionamiento desde el primer día. La marca de la casa.
En partidos como el PP o el PSOE, las estructuras locales suponen una cierta vivificación, una cantera permanente de dirigentes que tienen mecanismos y canales para su promoción política, funcionando además como una intrincada red de contrapoderes que debe ser tenida en cuenta. En Podemos Galicia, al demoler deliberadamente todas las organizaciones locales, la única estructura superviviente es la estructura dirigente.
Esto, desde luego, garantiza la pervivencia de los integrantes de ese núcleo esclerotizado al tiempo que impide cualquier tipo de tránsito o movimiento oxigenador.
Hagamos un esfuerzo e intentemos imaginar ahora que el inaudito caso de que una persona brillante y armada con las mejores intenciones tuviese la extravagante idea de participar en Podemos Galicia. ¿A dónde podría acudir? No tendría espacios regulados en donde participar. Sin bases, sin juventudes, sin círculos, sin agrupaciones locales, su única opción sería tratar de arrimarse a este o aquella con la esperanza de caer en gracia y poder ser cooptado.
La historia de Podemos en Galicia está protagonizada por apenas un puñado de nombres, autorreclutados de este modo sectario
Para entendernos, y a falta de otra terminología mejor, usaremos la de la Cosa Nostra. Nuestro mirlo blanco podría empezar como associato, que define a aquellas personas externas a la “familia” que tienen relación con ella. El associato pasará por sucesivas pruebas, que consisten básicamente en formar parte de grupos de Telegram (algunos incluso diseñados ad hoc para estudiarlo) donde deberá exhibir lealtad y sumisión a las directrices establecidas, compitiendo con otros associati por ver quién escribe los más arrebatados y elogiosos ditirambos en honor al líder.
En organizaciones así, el bien más preciado no es el talento ni la capacidad sino la mayor o menor cercanía a lo alto de la pirámide. Y el poder de los cargos secundarios es tanto como su capacidad de intermediación con el Líder.
Desde el principio, el núcleo que configuró y configura hoy la casta dirigente en Galicia comprendió el valor de estas relaciones, cribando, traficando y dosificando el acceso a los dirigentes principales cuyas visitas constituían una oportunidad para ir gratificando a los meritorios con selfies, apretones de manos, o posados en segunda línea con la V de la victoria cuando, tras aprobar sus exámenes de vasallaje, el día de la ceremonia de aceptación era llegado. Cualquier otro camino a los centros de decisión está cegado.
Rompedientic destrona a Clorhidric quien a su vez depone a Abolladic…
La historia de Podemos en Galicia está protagonizada por apenas un puñado de nombres, autorreclutados de este modo sectario, que se repiten una y otra vez como protagonistas de las inacabables guerras intestinas de clanes que terminaron con la victoria definitiva del clan que hoy dirige Gómez Reino. Los contendientes ni siquiera se tomaron la molestia de exhibir coartadas ideológicas que camuflasen la lucha por el poder. En Galicia, sitio distinto, la disputa entre errejonistas y pablistas no motivó los fieros encontronazos y escisiones de otros lugares y aquí fueron categorías líquidas que uno podía cambiar a conveniencia sin penalización. Unos fueron una cosa y luego otra y al revés. Sic transit gloria mundi, debieron de pensar, en el país donde lo único que permanece sólido es la lluvia.
En el transcurso de estos años, sus comportamientos fueron la antítesis de lo que consideraríamos una ética de servicio público. La relación de estos actos deberá buscarla el lector en otro lugar, pues la inabarcable profusión de conductas reprobables vuelve su narración imposible. Se puede narrar un crimen, pero ¿cómo narrar un millón? La abundancia de iniquidades se tapa a sí misma, tal como ocurre con esos maltratadores que tras años de tortura diaria a su pareja, cuando ésta por fin los abandona preguntan: “¿Pero qué hice?”, y la víctima no sabe ni por dónde empezar.
Ese modelo de partido que solo tiene estructura en su nivel dirigente y que premeditadamente se aísla, inarticula y desarbola cualquier organización de base que pudiese fiscalizarlo, tiene la ventaja de la impunidad pero ofrece una desventaja notable: la responsabilidad se vuelve entonces personal. Y son responsables, con nombres y apellidos, no la organización política, que como tal no existe, sino las personas individuales que integran la casta oligárquica. Estas personas, ¿actuaron de un modo que podemos calificar como pernicioso y que destruyó un instrumento de cambio social? Sí. ¿Sus conductas son directamente responsables de que continúen políticas que dañan gravemente la vida? Sí. ¿Decepcionaron dolorosamente las esperanzas de cientos de miles de personas? Sí. ¿Pudieron actuar de otro modo? También.
Entonces, siguiendo a Kant: deben asumir su responsabilidad personalmente.
No lo sabían
La noche electoral de los “malos resultados”, Gómez Reino también los calificó de “inesperados”. En su rostro y el de sus colaboradores se reflejaba la estupefacción y parecían pedir a gritos que alguien les despertase de una pesadilla.
En La insoportable levedad del ser, el personaje de Tomás escribe un artículo sobre los dirigentes comunistas de Checoslovaquia que se reclamaban inocentes de los horrores del estalinismo porque no los conocían. Defendían así su limpieza interior. Tomás los compara con Edipo, “el más inocente de los culpables”, quien, cuando comprendió el alcance de sus actos involuntarios se arrancó los ojos y abandonó Tebas. Y vosotros ─pregunta Tomás─, que sois capaces de ver el daño que habéis causado, ¿cómo no os arrancáis los ojos? ¿Cómo aún seguís aquí?
Kundera, por boca de su personaje, reflexiona aquí acerca de la responsabilidad que tenemos sobre los efectos de nuestros actos, incluso aunque no hubiese habido voluntariedad. En el caso de la ejecutiva de Podemos Galicia, la estupefacción, la incapacidad para ver lo que estaba ocurriendo ante sus ojos no arrancados, pero igualmente ciegos, retrata inexorable y trágicamente a un grupo de personas aislado del mundo, que ha roto todo vínculo entre el representado y el representante y, peor aún, se ha colocado a una distancia sideral, cósmica, de la ciudadanía a la que aspiraba a dar voz. ¿No tenían amigos? ¿No tenían familiares? ¿No iban a los bares? La desafección ciudadana con respecto al espacio que representaban las mareas era un clamor, un letrero luminoso en letras colosales que solo aquellos que únicamente tenían ojos para sí mismos podían no ver. No lo sabían. ¿Y no hay una culpa evidente en ese no saber?
Si en Galicia hoy existiese un Tomás, este tendría que gritarles: ¿Cómo podéis contemplar la devastación que habéis causado? ¿No veis el daño que habéis hecho? ¿Cómo tenéis aún ojos? ¿Cómo aún seguís aquí?
Tal vez ellos piensen que la exigencia ética de Edipo sea desproporcionada. En ese caso, quizá podrían conformarse con alcanzar el nivel de Albert Rivera.
Responsabilidad, ¿ante quién?
Los desastrosos resultados electorales no produjeron ninguna reacción. Como dice la canción: nadie salió, no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró. Ni los responsables dimitieron ni nadie pidió su dimisión. En un espacio tan proclive a la puñalada trapera y a la conspiración, ni siquiera en estos meses ha habido movimientos para plantear una dirección alternativa.
La suerte de Podemos Galicia y el espacio político de las mareas parece no preocupar a nadie.
Solo uno de los miembros de la dirección de Gómez Reino renunció a su cargo, pero su ejemplo no fue seguido. Otros continúan cobrando sus salarios tan merecidamente ganados. En lo que quizá haya quien considere una total falta de respeto, tampoco se molestaron en analizar públicamente las causas del desastre ni en dar explicaciones a las 52.000 personas que, pese a todo, les habían votado. Sospecho, de todos modos, que a estas alturas no quedan tantas y una enorme mayoría de ellas ya se dio de cabezazos por no haber votado al BNG.
En todo caso, ¿no merecen esas personas, las pocas que resten, algún tipo de explicación? Quizá un pequeño análisis hubiese estado bien, aunque fuese por vergüenza politóloga. En su lugar, anunciaron una conferencia política “para septiembre” (tras suspender en junio) cuya organización se encargaron a sí mismos, pues quién mejor que ellos para diseñar el futuro. De tal conferencia, a día de hoy, 30 de septiembre de 2020, nada se sabe y tampoco hay voces que la reclamen. O tal vez ya se haya celebrado y el mundo no se ha enterado. Ni le importa. Da igual. Vale que ninguno teníamos la expectación del Congreso de Tubinga ni aguardábamos grandes logros, pero que sus promotores demostrasen un mínimo interés estaría bien, aunque solo fuera por no perseverar en este bochornoso comportamiento negligente que se parece demasiado a apuñalar, una y otra vez, a un cadáver que ya no sangra ni se queja.
El tedio, la indiferencia y la desconexión sentimental me alcanzaron a mí también que concebí este artículo en junio y solo hoy me animé a escribirlo. Motivado no por la vana esperanza de que su publicación vaya a tener alguna utilidad, sino por una cita de Castoriadis que un buen amigo me recordó y que viene al caso: “mientras dure esta hipnosis colectiva, existe para los que entre nosotros tienen el pesado privilegio de poder hablar, una ética y una política provisionales: develar, criticar, denunciar el estado de cosas existente. Y para todos: intentar conducirse y actuar de una manera ejemplar en donde uno se encuentre. Somos responsables de lo que depende de nosotros”.
Este es el quid de la cuestión. Somos responsables de lo que depende de nosotros.
Hoy imagino yo a Gómez Reino como el Rey solitario de un planeta minúsculo a la espera de que llegue un súbdito; el Rey que mira desde su torreón de cartón piedra un reino desolado que se extiende allá donde alcanzan sus ojos, aún abiertos. Los pasillos reproducen el eco de sus pasos que resuenan, el viento bate los cortinones en las estancias vacías, paños blancos protegen del polvo los salones, ahora hogar de fantasmas.
Parafraseando a Sabina, ya no tienen que pedir perdón. ¿Para qué?, si les vamos a perdonar porque ya no nos importa. Son responsables, sí, pero ya no queda nadie ante quién rendir cuentas. Nos hemos ido.
Contestamos entonces a la pregunta que iniciaba este artículo. ¿Debió dimitir la dirección de Podemos Galicia? Sí. O no. O da igual. Y no porque las gentes de Galicia no sepamos hacia dónde mira la escalera, sino porque, francamente, queridos, nos importa un bledo.
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