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Cuando un inglés enciende la televisión un domingo a la hora del té es probable que se encuentre un montón de gente vestida como si acabase de salir de una boda y que sonríe como si los blanqueamientos dentales estuviesen cubiertos por la seguridad social. También es probable que toda esa gente esté cantando himnos religiosos o escuchando con lágrimas en los ojos a un cantautor con pinta de catequista. Puede parecer raro, pero ese inglés que acaba de encender la tele porque no sabe qué hacer un domingo por la tarde conoce de sobra el programa: Songs of Praise lleva emitiéndose 59 años en la BBC.
Por eso, cuando la banda londinense Shame puso ese mismo nombre a su primer disco, estaba claro que aquello era toda una declaración de intenciones. El álbum exudaba rabia, a veces explícita y a veces contenida, pero que empapaba todas las canciones. Rabia contra la sociedad inglesa que veía la televisión con fervor religioso, que había votado a favor del Brexit, que sacrificaba a sus hijos y a sus nietos sin ni siquiera ser consciente de ello, o quizá sin que le importase demasiado. “Dices que es un avance/ pero yo solo veo que retrocedemos./ En un momento de tantas injusticias / ¿cómo no vamos a querer ser escuchados?”, le gritan a Theresa May en la canción “Friction”.
Ahora que el capitalismo trocea cuerpos y trafica con los pedazos, la alegría es un acto de resistencia
Rabia también contra la hipocresía, como cuando Charlie Steen, el cantante, fue a una entrevista en una televisión francesa con una camiseta en la que se podía leer “Je suis Calais”, en referencia al campamento de migrantes que esperaban poder cruzar a Gran Bretaña. Rabia contra ellos mismos, contra nosotros: “Me gustas más cuando no estás cerca”, dicen en “Tasteless”. Un enorme resentimiento de clase que los Shame luchan por que no se convierta en autodesprecio o en una pulsión autodestructiva, sino que salga, que se exteriorice, que pueda exorcizarse en cada concierto y convertirse en un sentimiento colectivo.
La misma rabia con la que Joe Talbot grita “¡Unidad!” en el estribillo de la canción “Danny Nedelko”, aunque la de los Idles es una ira mejor encauzada, que ha ido evolucionando a lo largo de tres discos y cientos de conciertos. Ahora que el capitalismo se ha convertido en un culto a la muerte, como dicen los miembros del colectivo Salvage, puede que la actitud más punk sea apoyarnos y defendernos los unos a los otros con toda la ferocidad de la que seamos capaces. Ya no hay socialdemócratas a los que provocar o buenos ciudadanos a los que escandalizar, como hacía el punk de finales de los setenta con su estética feísta y sus afirmaciones lapidarias. Ahora que el capitalismo trocea cuerpos y trafica con los pedazos, la alegría es un acto de resistencia, como llamó Idles a su segundo álbum. Eso no quiere decir que la ira se haya atemperado, está ahí cuando hay que hablar de la guerra de clases que libra el país contra los pobres o del Brexit y la sociedad que lo hace posible, como en el tema “Model Village” de su último álbum, Ultra Mono. Es solo que ahora hemos comprendido que la vulnerabilidad es una armadura y que la unidad nos hace fuertes: “¿Oyes ese trueno?”, canta Talbot, “únete, únete, únete”.
Al otro lado del mar de Irlanda, en Dublín, el postpunk también está dando algunos de sus mejores ejemplos en los últimos años. Se ha vuelto casi un lugar común comparar a estas bandas con Joy Division, pero como los de Manchester, Fountaines DC y The Murder Capital también han sabido captar la atmósfera de su tiempo. Si para Joy Division esa atmósfera era la que iba a permitir la llegada de Thatcher al poder, ahora es la de un entorno urbano postindustrial y fuertemente gentrificado donde es fácil dejarse llevar por la desolación y la desesperanza. Sin embargo, no es eso lo único que hay. La melancolía, el vacío y la desorientación se mezclan con la beligerencia, la insolencia y también, de nuevo, con una rabia latente, en una mezcla que quizá sea lo que mejor defina a nuestra generación. Demasiado tristes y demasiado cansados, pero deseando internamente que alguien dé con el botón que conecta el desfibrilador o con la tecla que lo haga saltar todo por los aires. Quizá la clave está en donde señala Idles, en cuidar los unos de los otros para ser peligrosos juntos.
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Me ha encantado, un montón de referencias y frases potentes. He sentido con tus palabras lo mismo que cuando escucho a esas bandas de las que hablas y que me encantan.
Excelente. Ya conocía a IDLES y gracias al artículo he conocido a SHAME y THE MURDER CAPITAL