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México
Dos rostros de la violencia de género y el silencio institucional en México
En México los feminicidios no son un fenómeno reciente. Los últimos acontecimientos difundidos por los medios han amplificado el debate sobre la violencia contra la mujer, ante un gobierno sin capacidad de reacción frente a la tragedia.
Los casos de Ingrid y Fátima son ejemplos de violencia ejercida en función de género. Ambas violentadas por individuos que asumían derechos sobre su vida e integridad. Aunque el gobierno no es el único responsable, falla en su tarea de ofrecer un mapa de ruta para combatir el problema. Una sociedad cada vez más efervescente, cuestiona al presidente en turno, quien fuera en otro tiempo promesa del cambio institucional.
Aunque en México los feminicidios no son un fenómeno reciente, los últimos acontecimientos difundidos por los medios han amplificado el debate sobre la violencia contra la mujer, ante un gobierno sin capacidad de reacción frente a la tragedia. El nueve de marzo el país latinoamericano promete un paro generalizado de mujeres.
Ingrid y Fátima fueron las víctimas de los casos más estridentes de feminicidio en México de las últimas dos semanas. Rostros del registro más reciente en la cruenta y numerosa lista de violencia de género. Ingrid fue asesinada por su novio a raíz de lo que se tildó como una discusión de pareja. A Fátima la secuestraron después del colegio; sus restos fueron hallados en una bolsa de basura seis días después de su desaparición.
Sus casos no son aislados, sino ilustrativos de la crisis de seguridad que azota a México en lo particular, pero que salpica a toda América Latina, territorio infectado por una cultura machista que autorizaba a los hombres a ejercer diversos tipos de violencia sobre las mujeres.
Las víctimas de violencia de género acuden a las fiscalías en alrededor del 50%, y en el 90% de las ocasiones, los responsables permanecen en la impunidad
Se dice que en México se asesinan a diez mujeres por día. El número de delitos que se denuncian en casos de violencia de género es muy bajo (muchos por desconocimiento de dónde presentar la queja; otros por miedo a probables represalias): las víctimas acuden a las fiscalías en alrededor del 50%, y en el 90% de las ocasiones, los responsables permanecen en la impunidad.
Los feminicidios no son un problema reciente en este país. A principios de los noventa México captó los reflectores derivado de la violencia sistémica contra mujeres en el estado de Chihuahua en una serie de funestos acontecimientos que luego devendrían en el caso Campo Algodonero (González y otras vs México), donde el estado mexicano fue condenado por responsabilidad internacional ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por su falta de diligencia en las investigaciones de feminicidio en Ciudad Juárez.
La diferencia en el caso de los días recientes estriba en el aumento de crímenes de esta índole en relación con el periodo de gobierno anterior.
El eco del enojo por los casos de Fátima e Ingrid también es más sostenido, como consecuencia de una efervescente sociedad en gran medida movilizada por el movimiento feminista, que exige acciones reales de sus representantes, que sale a manifestarse fuera de los códigos de conducta en el espacio público, que replantea la agenda de género, al tiempo que además cuestiona aspectos del imaginario cultural como los hábitos de los mexicanos y su herencia cultural en función de su sexo.
En consecuencia, era de esperarse una reacción furibunda ante la reacción edulcorada del gobierno. Tan solo unas cuantas semanas atrás, el Fiscal General de la República planteaba eliminar el tipo penal de feminicidio —‘femicidio’ en el Cono Sur— por lo complicado que resultaba acreditarlo en el proceso de investigación. En su lugar, pretendía configurar todos esos delitos como homicidio y si se cometían contra mujeres, considerar esta circunstancia como agravante.
El presidente dice estar en contra de la violencia y a favor de la equidad de género, pero llama a los mexicanos a ser buenos y, a las mujeres les pide que no rayen paredes como parte de su manifestación pública del descontento
Aunque el presidente López Obrador frenó la propuesta del Fiscal, tuvo sus propias pifias. El presidente falló en atender este problema como una prioridad del estado. Falló también en entenderlo: en lugar de mostrarse empático y ofrecer al menos una hoja de ruta —verídica— para atender el evento, se desentiende del asunto apelando a entelequias como el modelo neoliberal, el egoísmo, el enriquecimiento de unos cuantos a expensas de la mayoría y al régimen anterior como origen del problema.
Es verdad que este fenómeno comenzó durante periodos presidenciales anteriores, pero el estado de la crisis es un problema actual que corresponde al gobierno en turno. El presidente dice estar en contra de la violencia y a favor de la equidad de género, pero llama a los mexicanos a ser buenos y, a las mujeres, les pide que no rayen paredes como parte de su manifestación pública del descontento.
Hay una dimensión de esta discusión que involucra elementos eminentemente políticos, relativos a la diatriba entre el gobierno en turno y los representantes de los partidos políticos de oposición. Según este posible choque, los últimos se aprovecharían de la tragedia humana y de la nula capacidad de respuesta de las autoridades, como forma de infligir daño a la figura del presidente y su movimiento.
¿Hay relación entre el modelo neoliberal —como defiende el presidente— y los recientes acontecimientos? Si se estira suficiente la liga, es verdad que algunos modelos ideológicos tienden a privilegiar ciertos derechos sobre otros y que, por ello, algunos aspectos de la política pública y de las tareas del estado como la seguridad pública y la impartición de justicia, pueden verse socavados.
Lo cierto es que enfocarse en esta cara del evento no solo es insensible, sino trivial. Nos devuelve a discusiones ociosas, como aquella de si el derecho a la manifestación en los casos recientes del movimiento feminista autorizaba a las manifestantes a dañar monumentos e infraestructura pública. Nos dice que todavía no hemos entendido el problema.
Nuestros funcionarios públicos siguen hablando de las mujeres como seres vulnerables, cuando dicha vulnerabilidad surge en realidad en el contexto de una sociedad que decreta su debilidad y las violenta.
El presidente López Obrador ganó las elecciones gracias a esa mitad de votos femeninos que creían en su promesa del cambio institucional. Hoy está en entredicho si puede cumplir o no con las demandas
El combate a la violencia de género seguramente no será una medalla que este gobierno pueda colgarse, mas sigue siendo su responsabilidad. El presidente López Obrador ganó las elecciones gracias a esa mitad de votos femeninos que creían en su promesa del cambio institucional. Hoy está en entredicho si puede cumplir o no con las demandas de paz, igualdad y justicia que están sobre la mesa.
Pese a la tragedia, hay que decir que la movilización femenina en México y la región es una promesa de cambio y una buena señal ante décadas de parálisis social e institucional. El nueve de marzo México espera un paro nacional donde las mujeres omitirán cualquier actividad que se asuma como parte de sus responsabilidades: no acudirán a sus centros de trabajo, se apartarán de las actividades del hogar.
Nuestra sociedad debe ver en casos como el de Fátima, Ingrid y muchas otras penosas pérdidas, un recordatorio del peligro al que todas las familias están expuestas; apunte de lo mucho que falta replantearnos nuestros roles de género y los atavismos culturales en la región.
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Extraordinaria reflexión, redacción impecable y certera, Mexico está viviendo la peor época gubernamental de su vida política y también en lo social. Muchas felicidades MARIO TAVARES DUARTE , nuestro país necesita más gente como tú tu !