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Medio ambiente
Green New Deal: hacia la construcción de un nuevo sujeto político
El proyecto del Green New Deal tiene una oportunidad de oro para superar esta lógica que ha imperado en los anteriores partidos verdes y, desde la escala nacional, impulsar tareas que son insuficientes pero indispensables, como una transición ecológica de la economía.
Sin embargo, la primera cuestión que cabría plantearse es: ¿por qué hablar de punto de inflexión en lo que a la cuestión medioambiental se refiere y a su potencial político para las próximas décadas? Lo cierto es que ya en los inicios del movimiento ecologista, allá por finales de los 60 y principios de los 70, este se postulaba como un eje con una gran capacidad de intervención en lo social. Impulsado por otras reivindicaciones de la época, como las de descolonización y las antibelicistas, el ecologismo en sus primeros momentos, no solo se quedó en la denuncia de los vertidos petroleros, en el desmantelamiento progresivo de las centrales nucleares o en la reducción de la deforestación, sino que supo señalar la necesidad de repensar y dar la vuelta al reparto de lo material, dentro de lo que de manera errónea se había venido a llamar Antropoceno, ya que no se trataba simplemente en la alteración del clima por la intervención del hombre, sino por las consecuencias de un modo de producción y reproducción, con unos responsables concretos.
En cualquier caso, y en mayor o en menor medida, el discurso medioambientalista y su agenda fueron adquiriendo un gran consenso en múltiples sectores sociales, sobre todo en países industrializados, de manera exponencial. Pero, como toda forma de ruptura de cierto orden social, esta fue acompañada de un proceso de captación pasiva de las demandas y los nuevos sentidos sobre el medio ambiente que estaban empezando a emerger. En este caso particular, a través de instituciones como la OCDE, la ONU, la FAO y la OMC. Todas ellas empezaron a disputar progresivamente el relato de lo que debía ser la política ambiental y qué reformas debían de acometerse en la escala global. De este modo, la publicación en 1987 del documento conocido como el Informe Brutland, o Our Common Future, por parte de la ONU, asentó un gran consenso entorno a lo que se denominó desarrollo sostenible como única solución global para la conservación en el largo plazo del patrimonio y los recursos naturales, así como para la reversión del cambio climático, pero sin poner en cuestión el continuo crecimiento en el modo de producción capitalista ni tampoco los procesos de acumulación en el norte a costa del sur, naturalizando así la continuidad del papel extractivista y de actividades de bajo valor de cambio en las periferias del sistema-mundo capitalista, las cuales, a partir de este momento, se empezaron a concebir como peligrosas para la sostenibilidad, pese a que era el norte quien las había perpetuado siglos atrás, exigiendo así también al sur una lucha contra el cambio climático, sin tener en cuenta las diferencias materiales y políticas con respecto al mundo industrializado, como si al mismo nivel se encontrasen tanto el uno como el otro.
Con este nuevo ciclo de agenda ecologista, de cuestionamiento de la actual falta de intervención sobre la crisis climática, y ante la pasividad de las élites supranacionales que en su día articularon un sentido en torno al medio ambiente pero sin alteración alguna del statu quo y del reparto de lo concreto, se abre una oportunidad única para el campo de la política transformadora. La posibilidad de dar la vuelta al discurso neoliberal de economía verde, mediante la disputa de un nuevo sentido común a través de la creación de toda una serie de equivalencias entre la transición ecológica economía, la justicia social mediante la redistribución gracias al cambio de modelo, los cuidados no solo con el medio ambiente sino en todas las esferas cotidianas, como arista de un nuevo pacto social, así como la potenciación de los vínculos a través de una idea de equilibrio entre la comunidad y la naturaleza. Toda esta rearticulación política, de cara a integrar una amplia mayoría de sectores sociales que nunca se han sentido identificados con las demandas medioambientalistas, yendo más allá del perfil joven, con formación superior, urbanita y acomodado socialmente, el cual, nos guste más o menos, ha sido el que tradicionalmente ha capitalizado esta cuestión. Y ya no solo en el plano generacional o de clase. Este nuevo sentido común de lo social y lo medioambiental tiene que incidir también dentro de la dialéctica globalismo/antiglobalismo, de cara a no continuar con un cosmopolitismo que ha impregnado el discurso ecologista en las últimas décadas, desdibujando los antagonismos que atraviesan esta cuestión, y dejando al descubierto un nicho a las fuerzas reaccionarias, que si han sabido trazar un nosotros/ellos, haciendo efectivo hasta cierto punto en muchos países la retórica negacionista. Si algo tiene que asentar el Green New Deal es la idea de que es necesaria una cooperación solidaria de manera global para atajar esta problemática, pero sin descuidar la escala nacional, conceptualizándola como espacio desde el cual hacer efectivo que, mediante el cuidado de nuestro entorno, estamos construyendo un futuro como comunidad frente aquellos que nos han llevado a esta crisis ecosocial.
Desde los Estados nacionales occidentales, el Green New Deal y la disputa por el nuevo sentido de lo social y lo medioambiental se nos presenta como oportunidad para construir un nuevo sujeto político configurado por sectores que en otro escenario hubiera sido muy difícil de articular. Pero, a la vez, supone una posibilidad de aprender de los errores de otros partidos verdes europeos que progresivamente dejaron que las demandas y los horizontes de radicalidad transformadora de sus inicios se hayan visto sustituidas por intervenciones guiadas por la mera réplica de algunas prescripciones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático y la promoción de un consumo responsable que reduzca la contaminación y las externalidades del actual modelo productivo sobre el medioambiente. El proyecto del Green New Deal tiene una oportunidad de oro para superar esta lógica que ha imperado en los anteriores partidos verdes y, desde la escala nacional, impulsar tareas que son insuficientes pero indispensables, como una transición ecológica de la economía, sobre todo mediante la inversión en los sectores estratégicos, ligándola a la redistribución y haciendo posible un encuentro hasta ahora nunca dado entre la justicia social y la ambiental, entendiéndolo como eje indispensable para el bienestar de la comunidad. También llevar a cabo reformas legislativas e institucionales que hagan efectivos los derechos de cuarta generación. Y, así como en el plano internacional, construir un nuevo bloque que haga posible en las instituciones supranacionales plantear planes y estrategias contra la crisis climática, que sean justas espacialmente y que no hagan que el peso de esta tarea recaiga de igual manera en el Norte y el Sur, sino que haya un equilibrio en base a las responsabilidades y posibilidades de cada región.
Tanto a nivel de construir un nuevo sujeto político con vocación transformadora como en la aplicación de políticas públicas que se antojan como indispensables para los próximos años, el Green New Deal es un elemento clave para el impulso de una nueva tradición emancipadora que mantenga un pie tanto en lo nacional como en lo global.
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