Francia
Hambre, falta de higiene y chantaje, el calvario de los pobres en prisión

En las cárceles francesas, un recluso de cada cuatro no tiene recursos. Tras los muros, tienen hambre y sufren problemas de higiene. Algunos padecen incluso chantaje y violencia. Otros llegan hasta prostituirse. Testimonios.
Cárceles francesas
Una cárcel en Francia.
Traducido por Eduardo Pérez
16 nov 2020 12:04

“Ha perdido más de diez kilos en un año de prisión”. Lucie [todos los nombres inventados] cuenta hasta qué punto el rostro de su compañero adelgazó, reunión tras reunión: “Hace días desde que no come nada”. Estudiante en Lyon, ella sólo percibe 150 euros de beca al mes. Él no tiene familia que le mantenga. Entonces, cuando puede, la joven le abona 50 euros en su cuenta interna en prisión. No es suficiente como para vivir dignamente tras los muros.

En Francia, según el Observatorio Internacional de las Prisiones (OIP), más de un recluso de cada cuatro está considerado como en situación de “pobreza carcelaria”. Es decir, que disponen de menos de 50 euros al mes para vivir. Internamente, se les llama indigentes. “No reciben nada. No tienen nada”, cuenta el rapero Mehdi YZ, en una de nuestras entrevistas. Él pasó ocho meses en la cárcel de Baumettes, en Marsella. Cuenta su alojamiento con cucarachas, ratas y palomas. Pero también la necesidad de tener ingresos: “Hay que hacer dinero en la cárcel. Si no tienes, no comes, no bebes. Y sobre todo, la gente no te respeta”.

El confinamiento en prisión

“En aplicación del reconfinamiento, la única diferencia en prisión es el uso de mascarilla obligatoria cuando salimos de la celda”, escribe Patrice en una carta dirigida a su amigo y antiguo compañero de reclusión salido en junio. Para las personas actualmente encarceladas interrogadas por StreetPress, el confinamiento ya es su cotidianeidad. Lo que más les inquieta es ver llegar a un nuevo compañero de celda: el covid-19.

El número de personas encarceladas positivas en covid-19 se ha multiplicado por más de tres en cuatro semanas

Hasta hoy, tres cárceles francesas han sido identificadas como lugar de contagio. El número de personas encarceladas positivas en covid-19 se ha multiplicado por más de tres en cuatro semanas, pasando de 47 casos positivos el 5 de octubre de 2020 a 182 el 3 de noviembre. El ministro de Justicia, Éric Dupond-Moretti, anunció sin embargo el 29 de octubre en una declaración el mantenimiento de las reuniones y del trabajo durante el confinamiento (salvo en caso de cluster). Un alivio para los presos y sus familias.

“La prisión no es el Club Med”

Corentin tiene 25 años. Pasó un año y medio en una celda de 9m2, que compartía con otros dos presidiarios, en el centro de detención de Saint-Malo. A menudo se tuvo que quedar con hambre: “Hay quien tiene alguien que les compre la Xbox 360 y quien tiene los cajones repletos de comida. Yo era indigente. Me comía el plato y tenía hambre”. “La comida es comida para el perro. ¡Puedes enfermarte comiéndola!”, asegura Mehdi YZ. Si pueden, los internos evitan comer las bandejas de comida suministrados por la administración penitenciaria.

El coste de la vida en prisión se estima en 200 euros al mes, según un informe del Senado publicado hace 15 años

Como StreetPress revelaba en una investigación anterior en la Santé, no permiten siempre recibir alimentación suficiente. Entonces, para no quedarse dormido con el vientre vacío, hay que cantiner, es decir, comprar comestibles a través de la tienda interna de la cárcel. La moneda no existe en la cárcel. Toda compra se asigna a una cuenta nominativa interna. Y, en el interior, “todo es más caro”, cuentan los presos. Ponen de ejemplo la tarifa plana telefónica: 70 euros al mes por 20 minutos al día. Y hasta 160 euros si las llamadas se dirigen a móviles. Televisión, frigorífico, vitrocerámica, lavandería, todo se paga. El coste de la vida en prisión se estima en 200 euros al mes, según un informe del Senado publicado hace 15 años. “La prisión no es el Club Med” [empresa de vacaciones premium], como repiten varios reclusos interrogados por StreetPress.

Se les ofrecen dos opciones. Tener la ayuda de personas cercanas en el exterior, que pueden enviar dinero por transferencia. Lo cual los indigentes a menudo no tienen. O trabajar. Es lo que hacía el compañero de Lucie, cuando estaba encarcelado en el centro penitenciario de La Farlède, en Toulon. Cortar jabones, hacer bolsas de té, muestras de productos de belleza en el taller situado en la planta baja de la cárcel, le permitía ganar entre “200 y 250 euros al mes”, explica este estudiante de 23 años. Pero desde su llegada al centro de detención de Niza, hace un año, está en lista de espera. Como todos los indigentes entrevistados por StreetPress para este artículo. En Francia, sólo un preso de cada cuatro trabaja en prisión. François Bès, coordinador del centro de estudio del Observatorio Internacional de Prisiones (OIP), comenta: “Hay una oferta de trabajo muy insuficiente, y su acceso se realiza de forma muy arbitraria”.

Los indigentes deben ser prioritarios para trabajar. Pero en la realidad, esta sería la forma en la que se aprecia qué preso cuenta.

Sin ingresos, ni higiene tampoco

“Carece de todo. Por ejemplo de papel higiénico: a veces está obligado a limpiarse con la botella de agua”. Fabienne atestigua las molestias de su cónyuge con voz frágil, por teléfono. Para lavar la ropa, las frota a mano en el lavabo de su celda “con gel de ducha o líquido de lavavajillas”. “También carece de dentífrico”, añade. Por lo tanto, tiene problemas dentales. Fabienne continúa: “Una vez, durante una visita, intenté meter un frasco de perfume, porque estaba cansado de oler mal”.

A su llegada a la cárcel de Toulon, la administración penitenciaria proporcionó a su compañero el tradicional kit higiénico y algunos productos para la limpieza de la celda. Comestibles para los primeros días de prisión y rápidamente agotados.

Marie-Paule Noël, de la asociación feminista Georgette Sand, añade: “Algunas hacen copas menstruales con trozos de botellas de plástico”

Para las mujeres presas –que representan el 3,8% de la población interna estar sin recursos es también renunciar a su higiene íntima. Los precios de las protecciones menstruales se pueden multiplicar por dos, según la asociación feminista Georgette Sand. “Cuando yo animaba talleres en prisión, algunas me confiaban que estaban obligadas a ponerse papel higiénico en sus bragas”, recuerda Louise. La estudiante de Derecho de 23 años es una veterana de la asociación Genepi. Mantiene también la cuenta de Instagram “Dis leur pour nous” (díselo por nosotras), donde publica testimonios de personas encarceladas. Marie-Paule Noël, de la asociación feminista Georgette Sand, añade: “Algunas hacen copas menstruales con trozos de botellas de plástico”.

La militante cuenta que internas indigentes utilizan cuellos de botellas de agua como copa menstrual. Liman los bordes en el alféizar de la ventana esperando no herirse la vagina. “Estas mujeres se encuentran en una posición en la que ellas ya no salen de su celda, porque tienen vergüenza. Es una abominación, pierden toda su dignidad”, insiste Marie-Paule Noël.

Dispuestos a todo por un paquete de pasta

“Cuando yo ya no tenía nada, me arreglaba con los colegas. Dentro, somos solidarios”, explica Corentin. Un trozo de pan a cambio de café, gel de ducha a cambio de un paquete de pasta. Algunos cuentan que llegan a acuerdos regularmente, incluido para lavar su ropa. Son a menudo las familias quienes recogen la ropa sucia y las llevan limpias a la siguiente visita. Tom, de 32 años y antiguo preso en Nancy, añadió varias veces la ropa sucia de su compañero de celda indigente a la suya, para que sus parientes hicieran la colada. Y al ser liberados, algunos ofrecen sus cosas al salir.

Pero la amabilidad no siempre se practica. A los indigentes se les identifica rápidamente. En el patio, están aquellos que fuman su cigarrillo y aquellos que se lanzan sobre las colillas aplastadas sobre el hormigón. Según varios presos, el paquete de cigarrillos puede venderse entre 20 y 50 euros. “Cuando vi a uno hacer eso, le di un paquete de tabaco enseguida”, rememora Karim, salido hace un mes de Mont-de-Marsan. Pero a veces, estos acuerdos van más lejos. Como cuenta Chris: “Yo me vi metiendo estupefacientes para ciertos internos, justo para tener cigarrillos o un paquete de pasta. Prestaba toda clase de servicios”.

Este sistema de dominación podría llegar hasta a empujar a los reclusos a la prostitución, explica François Bès, de la OIP. “A cambio de productos, se presta un servicio sexual”

Él no percibe más que algunos “mandados” de 50 euros, enviados por su madre de cuando en cuando. “Cuando quise parar [de prestar estos servicios], cinco se me echaron encima en el patio”. Con 30 años, él ha conocido cuatro veces la reclusión, entre Épinal y Nancy. También se acuerda de la vez cuando guardaba ocho teléfonos en su celda. También en este caso quiso parar por miedo de que le atraparan: “El chico me dijo: ‘Tú eres mi ayudante, así que cierra la boca. Si no, mañana en el patio te cuelgo en los alambres, te mato y acabas con los pies por delante”.

Chris entendió que ser indigente en prisión es estar “a merced de los demás”. Esta relación de fuerza empuja a veces a las personas cercanas a participar en este chantaje. Es lo que ha vivido recientemente Stéphanie. Su marido está encarcelado a más de 800 km. de su domicilio. Para enviarle 200 euros al mes, no come más que una comida al día y ha detenido su seguro sanitario: “Me dijo que si no metía estupefacientes y un teléfono, la tomarían con él”.

Entonces, ella lo efectúa. Después de 13 horas de tren, atemorizada, llega a la visita con hachís. Pero rápidamente la localiza un vigilante. Llamada a comisaría, Stéphanie acabó bajo custodia. Su marido se ganó 14 días de reclusión en solitario.

Círculo vicioso

Este sistema de dominación podría llegar hasta a empujar a los reclusos a la prostitución, explica François Bès, de la OIP. “A cambio de productos, se presta un servicio sexual”. Las personas presas sin recursos se encuentran completamente “sometidas” y en una “desvalorización extrema”, añade François Bès.

Debido a este tráfico, Chris vio su reinserción perjudicada: “Cuando se sale sólo con 200 euros, se recae rápido…”.

Cayó una primera vez con 25 años. En la cárcel, encuentra una banda que le protege y se ocupa de él. A cambio, hace entrar estupefacientes. “Cuando salí, no tenía nada. El ‘abuelo’ [el decano de esta banda] me recuperó. Me puse a robar. Cuatro meses después, estaba de vuelta en prisión”. Y así sucesivamente, hasta encontrarse cuatro veces tras los muros, entre los 25 y los 30 años.

Éric, por su parte, salió del centro penitenciario de Lille-Annoeullin en junio, prácticamente sin un céntimo. Una vez fuera, no tenía ningún sitio donde ir, aparte de la calle. “Desde que salí, sólo hago el 115 [número de emergencia social], es mi única forma de salir adelante”. Con 45 años, está en espera de vivienda para final de mes. Espera recuperar rápidamente un trabajo, y los 20 kilos que perdió en la cárcel.

Street Press
Artículo original publicado por Street Press: Faim, manque d’hygiène et chantage, le calvaire des pauvres en prison. Traducido para El Salto por Eduardo Pérez.
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