Opinión
Verano zombi: Una lectura política

Si usted es aficionado o aficionada al cine de género tendrá la oportunidad de asistir al refrescante estreno de la última película de Dany Boyle: 28 años después (al parecer la primera de una trilogía)… Solo 23 años después de 28 días después, del mismo Boyle, y de 28 meses después, la continuación de la franquicia dirigida por Juan Carlos Fresnadillo, vuelve ese cine de zombis que escala con audacia del subgénero al mainstream.
La película, como la original, con guión de Alex Garland (cineasta de las premonitorias Civil War y Warfare) nos devuelve a aquel escenario de una Gran Bretaña asolada por una plaga de infectados caníbales que permanece aislada del continente europeo. En esta ocasión protagonizada por un adolescente que, habitando una pequeña isla costera en cuarentena y libre de zombis, se inicia en la caza del infectado en la isla británica y al tiempo pretende salvar a su madre de un cáncer terminal.
Una trama, como es preceptivo, repleta de acción y gore, filmada nerviosamente con iPhone, pero que se desarrolla entre lo sentimental y el folk horror, como un interrogante existencial sobre un futuro desolador cada vez más probable. Y que despunta en un reciente cine zombi de cierta calidad indie como Descansa en paz, Llega de noche, La noche devora al mundo, Melanie, The Unliving, etc., o tan explícitamente ‘código zombi’, como las revueltas de Nuevo orden o Atenea.
Esto es, vuelve el zombi (que nunca se había ido del todo) por la puerta grande a nuestro imaginario, como metáfora de nuestro mundo en crisis, amenazado por el colapso de colapsos.
¿Y a quién o qué representa el zombi en 2025? Lo más obvio sería, en manos de los ingleses Boyle y Garland, señalar a la Gran Bretaña pos-Brexit, según Boyle: “una isla pequeña de mierda, no un imperio”. Pero nuestra memoria reciente nos retrotrae a mejores candidatos como las víctimas del 11-S o de la pandemia del Covid-19. No obstante, dos son las referencias más inmediatas, cuya representación en los medios actualmente nos acerca políticamente a la figura del zombi cinematográfico.
El cine de zombis se revela como un cine ambiguamente anti-colonialista que nos habla del temor de la clase media precarizada ante la horda de pobres y hambrientos que llaman a sus puertas
Por un lado, el más evidente, los migrantes -refugiados climáticos, económicos o políticos-, que asaltan desesperados las concertinas o llegan exhaustos en patera a nuestro todavía próspero Primer Mundo. Y por otro, una deriva de este, los palestinos víctimas del genocidio de Gaza, perversa actualización del judío llamado ‘musulmán’ de los campos de concentración que estudiara Giorgio Agamben y retoma la académica Anna-E. Younes en Palestinian Zombie: Settler-Colonial Erasure and Paradigms of the Living Dead.
Sin necesidad de fantasía, esta humanidad desamparada, en verdad, son nuestros zombis. Y así, el cine de zombis se revela como un cine ambiguamente anti-colonialista que nos habla del temor de la clase media precarizada ante la horda de pobres y hambrientos que llaman a sus puertas.
La comunidad resistente como expectativa
28 años después viene a abundar en la tendencia política original del cine zombi reciente que desde Train to Busan (Yeong San-Ho, 2016) ha vuelto a agudizarse. El ejemplo más claro es el paso sostenido de The Walking Dead a The Last of Us, series de éxito masivo que, más allá del terror abstracto e informe al muerto viviente, se han centrado en problematizar nuestra frágil convivencia en un contexto catastrófico de escasez y peligro. La comunidad resistente como expectativa y esperanza de renacimiento social, del omnia sunt communia in extrema necessitate que de Tomás de Aquino tomara como lema el protocomunista Thomas Müntzer.
El conflicto entre dos comunidades enfrentadas a la encrucijada moral de la superviviencia; la comunidad nativa que se atrinchera en la urbanización militarizada frente a la comunidad outsider que pretende entrar a devorarnos. Pero que son una y la misma comunidad a ambos lados de las fronteras, cada vez más igualada por el desastre total.
Cuando Boyle/Garland imaginaron en 2002, a comienzos del siglo XXI, su zombi innovaron al transformarlo de un gemebundo cretino en un rápido e iracundo infectado de rabia. Y poco a poco, todo el cine zombi posterior adoptó su estado de aceleración (Guerra civil zombi, REC, El amanecer de los muertos, etc.), paralelo a ese capitalismo acelerado, aceleracionista, fábrica de zombis en el cual el “capitalismo caníbal” de Nancy Fraser deriva en el “turbocapitalismo” de Edward Luttwak.
Los zombis, aunque vivan bajo el signo de la alteridad radical, cada vez se parecen más a nosotros los humanos ‘normales’
Por otro lado, George A. Romero, el padre del zombi moderno, añadió a partir de La tierra de los muertos vivientes en 2005 zombis cada vez más inteligentes y organizados. Y la última película de Boyle se hace eco de esta actualización y, además de zombis obesos de clase baja y zombis embarazadas, incorpora a zombis alfas o berserkers, como líderes de la manada caníbal.
¿Qué significa este cambio? Que los zombis, aunque vivan bajo el signo de la alteridad radical, cada vez se parecen más a nosotros los humanos ‘normales’. Solo nos separa la calidad de nuestra muerte en vida: la sostenibilidad de nuestra supervivencia. Los zombis, trasunto imaginario del enjambre de los otros extramuros: indios, vietcongs, comunistas, yihadistas, alienígenas, dinosaurios, fantasmas…somos nosotros, seremos nosotros, todo depende del punto de vista del miedo a la vida.
En el mundo colapsista que empezamos a vivir, bajo el supremacista imperialismo trumpiano, proliferan los zombis de todos los colores y condiciones, cuando en conversación con Elon Musk, calificó la crisis migratoria de “apocalipsis zombi”. Su discurso público proclama que hay que echarlos y exterminarlos como a chinches, pero lo que subyace es que hay que dominarlos, domesticarlos y explotarlos.
Agitan el espantajo de los haitianos zombis de Springfield que se comen nuestras mascotas para alienarlos como mano de obra barata de los ghettos y, cual vampiros capitalistas, “chupar el trabajo vivo”
Agitan el espantajo de los haitianos zombis de Springfield que se comen nuestras mascotas, no tanto para cazarlos teatralmente y expulsarlos en masa, como para alienarlos como mano de obra barata de los ghettos y, cual vampiros capitalistas, “chupar el trabajo vivo”. Este es la nueva gobernanza antizombi, que genera una nueva y radical lucha de clases con/contra el lumpemproletariado zombi que aspira a la conciencia comunista. El zombi, el heredero natural del fantasma de El Manifiesto comunista, reivindica la “economía política de los muertos” (Mark Neocleus): ¡zombis de todos los países, uníos!
Los científicos sociales analizan estadísticas, nosotros las tendencias estéticas. La zombificación acelerada y progresivamente inteligente es una de las más destacadas de nuestro tiempo distópico. Los subgéneros infames (fantasía, ciencia ficción, terror, etc.) como el cine zombi -adn basura de la cultura-, son las ruinas del inconfesable inconsciente colectivo del siglo XXI, y nos están diciendo algo más que un gemido aterrador e incomprensible; nos anuncian la irrupción de una nueva clase zombi que ya baila convulsivamente en todas partes su danza de la muerte tecno-milenarista.
Podemos disfrutar a resguardo de nuestro hogar de la última catastrófica ficción de Netflix y demás plataformas, pero también podemos leer crítica, políticamente, el terror apocalíptico que viene: El colapso, El cuento de la criada, Silo, Fallout, Paradise o la mileinaria El Eternauta. Nuestros sueños conscientes nos están señalando el estado de las cosas, con más lucidez y antelación que cualquier teoría. Por ello es preciso entender la zombicultura si queremos ejercer un contra-poder zombi a mordiscos desde el lado correcto del colapso.
Política zombi
Verano zombi. En medio de la canícula, tertulianos zombis destripan los últimos escándalos y se alimentan de carroña política. Devoran ansiosos a Pedro Sánchez, Carlos Mazón, Cristóbal Montoro o María Chivite, caracterizados como ‘cadáveres políticos’, pero que están demostrando ser zombis con una mala salud de hierro. En estos pagos, conocemos bien el fenómeno, como recordara Montaigne, retomando la sátira de Juvenal sobre nuestros asediados caníbales de Calagurris: Vascones, ut fama est, alimentis talibus usi Produxere animas [Cuéntase que los vascones prolongaron la vida nutriéndose con carne humana]. Un síntoma más de la guerra zombi nacional desatada lo mismo en Torre Pacheco que en Donostia, pura autofagia zombi, en la que ya no hay verdaderos vivos, solo zombis contra zombis de la democracia terminal.
En el verano más fresco del resto de nuestras vidas disfrutemos de un zombicalipsis capaz de morder nuestra conciencia hasta infectarla de estratégica rabia… ¡Verano zombi!
En cualquier caso, más allá de estos anecdóticos muertos vivientes, hemos de reconocer que vivimos un tiempo de zombificación acelerada. Una necropolítica global en la que Trump, Putin, Rutte o Netanyahu, los grandes cazadores de zombis, marcan el target a eliminar a las sumisas democracias occidentales. Pero en la que los zombis de abajo hemos de revolvernos para hacer efectivo eso que señala Santiago López-Petit: el querer vivir, ese “hambre de hambre” comprometido políticamente, aunque sea en las catacumbas.
No en vano, Sartre, en el prólogo de Los condenados de la tierra de Frantz Fanón, uno de los primeras incursiones marxistas en lo zombi, precedente del los Horror Studies y el marxismo gótico, nos interpelaba, gramsciano: “en esas tinieblas de donde va a surgir otra aurora, los zombis son ustedes”.
En el verano más fresco del resto de nuestras vidas y, antes de que estrenen 28 siglos después, disfrutemos a ser posible de un zombicalipsis capaz de morder nuestra conciencia hasta infectarla de estratégica rabia… ¡Verano zombi!
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