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“El arte ‘por fin’ ya no existe. Aunque —por eso— haya más arte que nunca. El fin del arte ya es historia”. Del arte y su obsolescencia. Alberto Adsuara
El ensayista norteamericano William Deresiewicz, en La muerte del artista: cómo los artistas luchan por sobrevivir en la era de los billonarios y la tecnología (Capitán Swing, 2021), tras un demoledor sondeo en la precariedad de la figura del artista contemporáneo, concluye que “no necesitamos que el gobierno pague por el arte, tampoco necesitamos a los ricos con su filantropía. Solo nos necesitamos los unos a los otros”. Ningún artista sensato, con un mínimo de sensibilidad social, estaría en desacuerdo. No obstante, como la mayoría de estudios de este tipo, bienintencionados e hiperinformados, incluso perspicaces, como este, peca de norteamericanocentrismo y de una carencia de mirada política.
Somos conscientes de que la situación del artista a comienzos de este siglo, tras la irrupción de la tecnología digital y el paso del tornado del covid-19, es peor que nunca. De hecho, como anuncia el título del libro —pero no desarrolla—, nos encontramos, en el umbral de “la muerte del artista”, paradójicamente, cuando el arte en general es, hipotéticamente, más libre y, al menos ciertas disciplinas, de audiencia masiva. El problema es que la degradación de las condiciones laborales del artista en el tardocapitalismo digital, más grave incluso que en las épocas en las que eran considerados simples artesanos, nos enfrenta a un panorama de muerte por inanición de ese artista crítico y rebelde, fruto de la modernidad.
Abundando en ese diagnóstico, en junio de 2021 se presentó el Informe Maslow. Estudio del estado económico de lxs artistas visuales en la Comunidad Foral de Navarra entre los años 2000 y 2020, una suerte de continuación del I.P.A. (Índice de Precariedad Artística) y que tiene su complemento en el proyecto de mapeo Sustraiak. Sus conclusiones confirman que la situación en Navarra, y por extensión suponemos que en el conjunto de Euskal Herria, sigue el mismo patrón. Este informe ha sido elaborado, casi como voluntariosa iniciativa artística, por Fermín Díez de Ulzurrun (Iruñea, 1971), artista conceptual y diseñador industrial en el sector de la automoción, y María Ozcoidi (Iruñea, 1980), gestora y mediadora cultural vinculada a la Universidad de Navarra.
La degradación de las condiciones laborales nos enfrenta a un panorama de muerte por inanición del artista crítico y rebelde.
Los datos del Informe Maslow han sido recogidos de 47 encuestas a artistas de entre 21 y 76 años, de los cuales 35 son licenciados universitarios con un máster, lo cual muestra su alto nivel formativo. Solo el 50% está dado de alta en el Impuesto de Actividades Económicas (IAE) y el 38% en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA), con una media de 3,7 meses al año y con solo seis de ellos ejerciendo su actividad todo el año, lo que constata la dificultad de profesionalizarse.
Del conjunto de las personas encuestadas solo un artista ingresa por encima del salario medio (24.009 euros), otros dos superan el salario mínimo interprofesional (10.800 euros) y 40 ingresan por debajo del umbral español de la pobreza (9.009 euros). De estos, 23 reciben menos de 3.000 euros al año y los otros 16, menos de 1.000. Por otra parte, resulta significativa la brecha de género ya que ninguna mujer artista rebasa el salario mínimo interprofesional. Y los ingresos de las artistas suponen el 40% del total.
Este informe, pese a su brevedad, resulta contundente. Y es una lástima que no haya recibido suficiente financiación para convertirse en un estudio sociológico más amplio y completo que, estamos seguros, solo ahondaría en sus desoladoras conclusiones. Frente a los datos crudos, el Informe Maslow también recoge una serie de propuestas de puro sentido común: la creación de una asociación de artistas visuales, más inversión de recursos públicos, el desarrollo de la ley de mecenazgo, la compra continua de obra por parte de las instituciones, más programas coherentes y espacios expositivos, más apoyo al Centro de Arte de Huarte como espacio de producción y hasta un plan específico de choque ante el parón del covid-19.
No obstante, incluso si el sector público vasco-navarro de nuestras prósperas comunidades sufriera un arrebato proarte y aplicara una política basada en estas y otras medidas similares, sospechamos que solo se paliaría muy parcialmente la deriva antiartista de la industria cultural, especialmente reticente en estos lares. No mataría de hambre a los artistas, solo los convertiría en esclavos dependientes y sumisos. Situación que se agravaría si, como proponen cada vez más artistas desesperados, vivieran de una renta básica universal.
En la reciente exposición Dar luz al dolor, comisariada por Maslow Industries a encargo de la asociación Goizargi, uno de los autores del informe, Fermín Diez de Ulzurrun, presenta varias piezas relacionadas con la muerte, como una crística corona realizada con alambre de espino. Si frente a la muerte de los seres queridos hay un sanador camino de duelo, sin embargo, frente a la muerte del artista, no puede haber duelo alguno, sino negación absoluta, a no ser que seamos capaces de crear otra categoría. El artista contemporáneo no puede convertirse en un Ecce Homo, 'torturado' por la industria cultural hasta su paroxismo sacrificial o asistido por el Estado en su régimen de semiesclavitud en el nivel más bajo del precariado. Cierto que el sector artístico, especialmente en las artes plásticas, es el más desregulado y menos asociado —según el informe, solo el 28% pertenece a algún colectivo y el 17%, a alguna asociación— y que levantar cualquier expectativa sindical, incluido el sindicalismo social es, a día de hoy, una quimera, pero también se haya ahí su única posibilidad de supervivencia, tanto laboral como espiritual, en la organización o en la expectativa del colapso del sistema...
En Navarra, experiencias como la asociación Cultura Prekaria o la plataforma Arte Contemporáneo y Participación fueron positivas pero insuficientes, ya que no consiguieron mover el transatlántico institucional, ni siquiera durante el ‘gobierno del cambio’. Y lo más triste es que, en estos momentos, resultan inalcanzables. Por otra parte, programas como Landarte, la compra de obra para paliar las consecuencias del covid-19 o las erráticas decisiones en torno a Hiriartea muestran que las administraciones están más dispuestas a gastar dinero que a invertir en infraestructuras.
Arte
Arte Arte sin nómina
No hay obviamente ninguna intención de considerar la cultura como un sector estratégico de futuro, ni básico, como la educación o la sanidad. Seguirá llevando el sambenito de ‘superfluo’, y esta situación no hay Estatuto del artista que la remedie.
Así que, en Nueva York, Bilbao o Iruñea, el diagnóstico es claro: si la muerte del artista no está garantizada, sí al menos su zombificación y transmutación en un artista no-vivo, atrapado entre el amateurismo y la indigencia, y cuya creatividad vocacional solo sirve, en última instancia, para alimentar la voracidad del ocio capitalista.
No hay ninguna intención de considerar la cultura como un sector estratégico de futuro, ni básico, como la educación o la sanidad
No sabemos cuál sería la estrategia de salida, y si pudiera haber alguna ajena a las luchas del conjunto de trabajadorxs precarixs. Lo único que alcanzamos a ver es que el artista zombi debe seguir su naturaleza: puede y debe morder, para contagiar a cada vez más artistas y espectadores su rabia, y siempre, a cualquier mano que le ofrezca migajas para comer. Pero no se trata tanto de producir otra ración de crítica banal e inoperante de ese arte político que pulula por los museos, perfectamente digerible por el vientre de hierro del Leviatán capitalista, como de politizar radicalmente el arte contemporáneo y sus prácticas artísticas, curatoriales y laborales.
Por Danto y otros teóricos divertidamente cínicos, como Alberto Adsuara, teníamos noticias del fin del arte pero, poco a poco, gracias a datos inapelables, como los recogidos por el Informe Maslow, constatamos que el artista muy pronto dejará de ser una especie en peligro de extinción.
El artista ha muerto, ¡larga vida al artista zombi!
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Ni siquiera existe la visión estratégica, entre la Gobernanza de txapela rojiblanca calada, que tienen en el estado francés con su Ley de Intermitencia Artística que procura una RGI artística para los creadores que así se sentirán poco tentados a morder la mano que les da de comer. En el contexto de capitalismo clientelar vasco, el artista subvencionado está para cubrir el expediente de un evento para volver a sumergirse en la indigencia que les llevará a crear proyectos que den vaselina al neoliberalismo.