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Militante político y contratado predoctoral en la Universidad Autónoma de Madrid
Maestro en educación popular, orientador educativo y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid
En un contexto de pandemia que, una vez más, pone al descubierto las contradicciones de un orden capitalista que vuelve a intensificar la acumulación de riqueza y la mercantilización de la vida, se evidencia que las decisiones previas y actuales de los Estados están orientadas a garantizar que las clases populares y excluidas sufran las consecuencias a través de ERTE, despidos, carencias en la atención primaria, falta de recursos sanitarios, aplicación de la Ley Mordaza, etcétera.
Ante este escenario, a partir de la “desescalada” con respecto de las medidas político-sanitarias adoptadas por nuestro Gobierno y en el comienzo de la famosa “nueva normalidad” —donde lo único novedoso es el virus—, reaparecen algunas preguntas y problemas de carácter estructural que deben ser planteados: ¿Puede la crisis del covid-19, a través de una problemática técnico-sanitaria real, servir para profundizar en el camino hacia la despolitización “total” de la educación? ¿Estamos dispuestos a terminar de abrazar un modelo de enseñanza que gira en torno a un tipo de “interacción” que deshumaniza-tecnifica-instrumentaliza las relaciones y promueve una concepción solipsista-egocéntrica de la socialización del individuo? ¿Estamos determinados a quedar subsumidos a los acontecimientos dentro de la lógica que impone el capitalismo global? ¿Tenemos algo que decir con respecto a la disputa por la construcción de un modelo socio–educativo anticapitalista?
Desde que comenzara la extensión de la pandemia, asistimos “perplejos” —nótese la ironía— a cómo espacios de discusión otrora colectivos consolidan, precisamente gracias a esta crisis sanitaria, la preminencia de un modelo social solipsista-egocéntrico que deja de lado la articulación colegiada y plural de una respuesta a una situación más que compleja que, necesariamente, pasa por la reflexión y la crítica. Resulta paradójico que, si bien se construye un relato de “unidad” frente al virus, lo particular desplaza a la colectividad, a lo común, dejando paso a un sálvese quien pueda que, a través de una nueva vuelta de tuerca, pretende llevar a la “excelencia” la concepción del sujeto individualista liberal.
Nos encontramos ante un “nuevo” giro en el modelo neoliberal de concepción de la educación que, siguiendo los pasos iniciados por el plan Bolonia, despolitiza e infantiliza la posición de los estudiantes
En este sentido, somos testigos de la naturalización del nuevo asalto neoliberal en la educación a través de distintos mantras que repiten una y otra vez que “hay que reinventarse”, que “los cambios han venido para quedarse”, y otras tantas expresiones vacuas que no llegan a vislumbrar la profundidad de la repercusión de las nuevas medidas que se están tomando y se tomarán próximamente. En realidad, y como no puede ser de otra manera, las medidas que comienzan a tomarse no responden sino a una “nueva” [des]regulación que vuelve a transfigurar la comprensión de la docencia y el aprendizaje académico adaptada a “nueva normalidad” que se revela menos novedosa de lo que parece. Una nueva normalidad de lo educativo que, a pasos agigantados, promulga una socialización–educación cada vez más individualista, despojada de todo carácter social directo, en detrimento de una enseñanza dialógica y colectiva que parece pasada de moda.
Si atendemos a los acontecimientos en perspectiva, nos encontramos ante un “nuevo” giro en el modelo neoliberal de concepción de la educación que, siguiendo los pasos iniciados por el plan Bolonia, despolitiza e infantiliza la posición de los estudiantes, concibiéndolos en cuanto clientes dentro de una relación de enseñanza–aprendizaje que aparece ante nuestros ojos como una mera relación de intercambio. No es ni mucho menos casualidad que de la mano de esta concepción despolitizadora se apele de manera recurrente a que las decisiones tomadas —en pasado, presente y futuro— no son más que medidas puramente técnicas, organizativas, exclusivamente sanitarias, de ninguna manera políticas. De tal forma que las decisiones aparecen como una suerte de providencia neutral al servicio del bien común. Dejando de lado la superficialidad de esta perspectiva, resulta obvio que en este contexto de despolitización de la universidad es cuando menos difícil encontrar atisbo alguno de problematización, no digamos ya de transformación, del modelo de universidad que inicia Bolonia y que esta crisis parece venir a consolidar.
Tanto es así que, mientras la universidad pública como institución parece renunciar a abandonar su torre de marfil, en el mundo real las empleadas de la limpieza, personal de mantenimiento, sanitarias, reponedoras, maestras, cajeras, trabajadoras sociales… no tuvieron más alternativa que tomar las riendas de una crisis colectiva. A pesar de todo, aun cuando la universidad continúa alentando al individualismo y al abrazo acrítico de la “nueva normalidad”, reaparecen algunas fisuras críticas en su interior que ponen de manifiesto la existencia de problemas estructurales cuya salida es explícitamente política y colectiva: falta de recursos, masificación de las aulas, falta de profesorado, contratos mayoritariamente inestables, externalización de los servicios de limpieza y mantenimiento, profundas carencias democráticas a nivel institucional, sindicatos en cuarentena...
Quizá, solo quizá, debiéramos reflexionar sobre qué modelo de educación–socialización queremos construir
La universidad como institución —todos sus miembros, más allá del profesorado— debería detenerse a reflexionar colectivamente sobre las graves consecuencias socio–políticas de una crisis de largo alcance en la que el modelo capitalista mundial trata de volver a irrumpir en la forma en que concebimos tanto las relaciones sociales como las formas de enseñanza–aprendizaje. Sin embargo, la universidad pública parece haber asumido el discurso neoliberal, renunciando una vez más a su responsabilidad política —en el mejor sentido de lo político— para con la sociedad en que se encuentra.
Sea como fuere, con respecto a las preguntas con las que comenzábamos esta reflexión, algunas personas pensamos que todavía estamos a tiempo de hacer reflexiones críticas de fondo, a largo plazo, que vayan más allá de la “dicotomía” de si utilizar Microsoft Teams o Zoom, o de si las clases online pueden ser denominadas como presenciales. En línea con Žižek, quizá sea un buen momento para plantear una “inversión” temporal de la onceava tesis marxiana sobre Feuerbach y detenernos a reflexionar sobre las profundas consecuencias de nuestros actos —marcados por la agenda neoliberal mundial—, que nos abocan colectivamente y de forma desenfrenada a un mundo más capitalista, más desigual y más individualista. Quizá, solo quizá, debiéramos reflexionar sobre qué modelo de educación–socialización queremos construir y, de hecho, estamos construyendo.
Pensar la universidad, pensar lo social. Por una enseñanza pública, dialógica y crítica.
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Educación tenía q haber hecho un erte xq los docentes no han trabajado, están de vacaciones desde marzo.
Para que educscion publica si se quedan en casa escondidos cobrando el sueldo que nosotros pagamos y echando a los leones a los centros privados, en este momento tan delicado.
Valiente ayida publica.
Yo estoy con las manos destrozadas de tanta lejía por todas partes, sabiendo que a pesar de estar 11 horas desinfectando diariamente no va a servir de.nada.
No tengo ganas de escribir mas que no veo, que tengo los ojos borrosos de tanto llorar