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Culturas
Otro prisma para Emilia Pardo Bazán
Las etiquetas con las que se ha descalificado a la eximia escritora durante muchas décadas ―“feminista burguesa”, “intelectual aristocrática”― parecen desvanecerse gracias a las nuevas interpretaciones y estudios sobre su vida y obra como son, por ejemplo, los trabajos que realiza el Grupo de investigación “La Tribuna” o la espléndida biografía de Isabel Burdiel.
Se ha resaltado mucho en los círculos progresistas, malintencionadamente, su nacimiento en el seno de una familia de clase alta, su linaje, cosa que no se ha hecho ―o no tanto― con Karl Marx ni Bakunin, iconos del comunismo y anarquismo, cuyas familias de origen fueron muy hacendadas. Pero claro, Emilia, que se llamó a sí misma, en numerosas ocasiones, sin ambages ni rodeos, “feminista radical”, resultó ser más incómoda que los teóricos de otras doctrinas revolucionarias.
Desde este artículo queremos contribuir, difundiendo esas nuevas miradas, a que el centenario de su muerte no tenga, como escribe Antonio Chazarra, “un carácter meramente retórico y protocolario, sino que sea un acicate para repensar su figura, para situarla en el lugar que le corresponde y darle la importancia debida.”
Se ha resaltado mucho en los círculos progresistas, malintencionadamente, su nacimiento en el seno de una familia de clase alta, su linaje, cosa que no se ha hecho ―o no tanto― con Karl Marx ni Bakunin
En 1883 publica La Tribuna, novela que, en palabras de Isabel Burdiel, “ha sido considerada la primera gran novela española ambientada en un entorno fabril, que tiene además la peculiaridad de ser en femenino” (Emilia Pardo Bazán, p. 173). Sin embargo en el prólogo de la edición de Marisa Sotelo, ésta tilda a Pardo Bazán de conservadora porque incluye en la novela esta reflexión: “Es absurdo el que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce, y a las cuales por lo mismo atribuye prodigiosas virtudes y maravillosos efectos […]”.¿Quién hoy no suscribiría en parte esta idea? ¿Se puede hacer desde las democracias parlamentarias, tuteladas por los gigantescos poderes económicos del capitalismo salvaje, mucho o poco contra la pobreza? Y, además, en una democracia como la de su tiempo que, como ella se hartó de denunciar, negaba el voto a las mujeres.
Isabel Burdiel agrega a este respecto unas notas inéditas en las que Emilia matizaba la idea: «No es posible acercarse al pueblo y dejar de comprender que lo que más necesita es enseñanza». Y eso, ¿no es verdad? La formación, la enseñanza, fue precisamente una de las principales herramientas revolucionarias que utilizaron las Mujeres Libres de la República para luchar contra la explotación y la desigualdad.
Literatura
El silencioso centenario de Pérez Galdós
Un recorrido rápido y recordatorio sobre Galdós, realizado atendiendo a sus aspectos más disruptivos, cuyo centenario está pasando virtualmente desapercibido. Un autor enfrentado con las élites (también intelectuales), con la Iglesia y con el poder y, a la vez, “ el primer escritor español que introduce a todo riesgo las mujeres en su mundo. Las mujeres, múltiples y diversas; las mujeres reales y distintas, “ontológicamente” iguales al varón”.
El rigor con el que construyó la historia de La Tribuna lo prueba el testimonio que Emilia nos dejó escrito en sus Apuntes autobiográficos: «Dos meses concurrí a la Fábrica mañana y tarde, oyendo conversaciones, delineando tipos, cazando al vuelo frases y modos de sentir». Tantas horas conviviendo con las obreras propició que con una de las cigarreras llegará a entablar una relación muy afectuosa: “Dejó también que se colase en su vida personal y protegió durante años a una de las cigarreras […] de quien […] había tomado elementos prestados para construir La Tribuna”, nos cuenta Isabel Burdiel (op. cit. p. 177). Yolanda Arencibia, al referir de Galdós “las pretensiones que le llegan de los amigos” cuando era diputado en el Congreso, escribe: “Pardo Bazán le pedirá ―y conseguirá― colocar a la cigarrera que le inspiró La Tribuna” (Galdós Una biografía, p. 287). Este gesto es de por sí muy significativo.
«No es posible acercarse al pueblo y dejar de comprender que lo que más necesita es enseñanza»
Nos parece, por otra parte, muy revelador que la autora de La Tribuna leyera a Friedrich Engels, “…le interesó especialmente El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (Isabel Burdiel op. cit. p. 494).
Otro de los reproches frecuentes que se han hecho a Emilia ha sido su catolicismo, porque la religión entraba en colisión con la libertad y la igualdad que ella defendía. Nada más inexacto en su caso. Era creyente, sí, pero muy independiente del dogma católico, como lo prueba el hecho de que hiciera oídos sordos a las censuras del clero que recibió en numerosas ocasiones. Hay una crítica que, por lo cruel y espeluznante, nos parece paradigmática. La recibe en la carta que le escribe el franciscano Manuel Castellanos, confesor y amigo de su familia, unos días después de morir su padre. Es preciso decir que Emilia sentía un grandísimo cariño hacia José Pardo Bazán, hombre muy liberal que había educado a su hija en el amor hacia la cultura y la independencia ―la apoyó incondicionalmente cuando se separó de su marido―, algo muy excepcional en aquella época. La muerte de José sorprendió a Emilia en Madrid y no pudo estar al lado de su padre en los últimos instantes, cosa que a ella le dolió enormemente.
Era creyente, sí, pero muy independiente del dogma católico, como lo prueba el hecho de que hiciera oídos sordos a las censuras del clero que recibió en numerosas ocasiones
En ese contexto es en el que recibe la carta del franciscano. “Era una carta brutal. Su objetivo explícito era utilizar la conmoción de Emilia para forzarla a cambiar de vida y, en concreto, a reconciliarse con su marido”, escribe Isabel Burdiel, “[…] merece la pena detenerse en esa carta, inédita hasta ahora, porque permite entrever el tipo de presiones personales, sociales, clericales y espirituales a las que estuvo sometida Pardo Bazán en momentos cruciales de su vida. […] Emilia había seguido teniendo un comportamiento que la alejaba de Dios, tanto en el orden privado como en el literario. Él, [el cura Castellanos] entonces, había decidido «hacer uso de su justicia».” La carta es muy larga, terrorífica, basta un párrafo del franciscano para valorarlo: «¿Será temerario suponer que la prematura y en gran parte inesperada muerte de su buen Padre es el medio de terror y espanto con que Dios la llama nuevamente ya que V. no hizo caso alguno de las suaves inspiraciones que recibió su corazón, de los consejos que le dio su confesor…?».
Tras acusarla de haber sido la causa de la muerte prematura del padre, escribe: «Apenas cerrada, [la tumba] sale una triste y lastimera voz que pide y ruega» que su única hija abandone su «estado anormal y poco edificante».
No se conoce cuál fue reacción de Emilia ante aquel chantaje emocional y espiritual. Pero se supone que se mantuvo, como siempre, firme y actuando según sus convicciones porque “abandonó La Coruña para siempre y se trasladó con toda su familia a Madrid. Siguió manteniendo su relación con Galdós…”, cuenta Burdiel (op. cit., pp. 403,404).
Algo que no se ha divulgado mucho, creemos, era su sintonía con las teorías de la evolución ―cuando todo el clero atronaba contra las ideas de Darwin― a las que se acercó a través del profesor krausista González de Linares: “Emilia Pardo Bazán no le tenía «miedo al mono» (aunque su religión le impidiese seguir en todo a Darwin)”, nos cuenta su biógrafa. (op. cit., p. 88). Una prueba más de su independencia respecto a la religión.
La lucha constante por la igualdad, que ahora diríamos “de género”, es de sobra conocida. “[…] dedicó lo mejor de sus energías intelectuales a discutir todos aquellos planteamientos que, a su juicio, cegaban el destino de las mujeres. […] Desde el punto de vista de su agenda política, ninguna otra de sus pasiones públicas tuvo el alcance y la persistencia de esta. La acompañó y la definió de por vida”, subraya Burdiel (op. cit., pp. 411, 414).
Vamos a citar brevemente algunas de las acciones, obras y logros más significativos, así como las controversias suscitadas.
El año 1892 lleva a cabo tres empresas que marcan un hito en el devenir feminista de Pardo Bazán: la traducción y el prólogo de la obra La esclavitud de la Mujeres, de John Stuart Mill; la creación de La Biblioteca de la Mujer y la intervención en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano que se celebró ese año en Madrid.
“[…] dedicó lo mejor de sus energías intelectuales a discutir todos aquellos planteamientos que, a su juicio, cegaban el destino de las mujeres. […] Desde el punto de vista de su agenda política, ninguna otra de sus pasiones públicas tuvo el alcance y la persistencia de esta. La acompañó y la definió de por vida”
Traducir y prologar La Esclavitud de las Mujeres ―que tuvo una importancia extraordinaria, pues permitió la difusión del libro entre el público hispanoparlante― supuso para Emilia un hito: “Fue, en efecto, una obra que citó a menudo y en la que encontró un fundamento epistemológico […] a su alegato feminista”, escribe la profesora Cristina Patiño en su trabajo John Stuart Mill (2008): La esclavitud femenina, traducción y prólogo de Emilia Pardo Bazán.
La Biblioteca de la Mujer fue “un proyecto editorial financiado y dirigido por Emilia Pardo Bazán entre los años 1892 y 1914, cuya meta principal era la difusión entre un público femenino de ideas progresistas relacionadas con los derechos de la mujer. […] gracias a su editorial, Pardo Bazán podía alardear de haber dado a la imprenta las primeras traducciones españolas tanto de La Esclavitud Femenina […] como de La mujer ante el socialismo de August Bebel. […] la Biblioteca debe considerarse como eslabón crucial en la cadena de actividades emprendidas por Pardo Bazán a partir de 1889 a favor de los derechos de la mujer.” (Semblanza de Biblioteca de la Mujer, Gareth Wood).
En cuanto su ponencia Relaciones y diferencias entre la educación de la mujer y del hombre, leída en el Congreso Pedagógico de 1892, mucho podríamos escribir sobre esta histórica conferencia, pero vamos a dejar que sean frases de la propia Emilia las que den una idea del alcance que tuvo en su momento.
Cuestionó, en un párrafo memorable, que el papel de madre fuese la esencia de la mujer: “Además de temporal, la función [de la maternidad] es adventicia: todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal que sólo se cultive por la cosecha”.
“Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia”
Y entre las conclusiones de su ponencia dejó escrito: “Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de este modo de ser de la mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre, entendiéndose la palabra educación en el sentido más amplio de cuantos puedan atribuírsele.”
Emilia Pardo Bazán recibió críticas feroces por parte de muchos intelectuales de su época: de los ultramontanos Menéndez Pelayo y Pereda, de Juan Valera. Especialmente cruel y obsesivo con la escritora fue Clarín, quién llegó a calificar su talento como “el furor literario-uterino de Doña Emilia”. Se ha dicho que había mucho de rabia y envidia. Eso parece.
Otros hombres muy significativos se rindieron a su genialidad. Además de Galdós ―con quién tuvo una hermosa relación de amor― la admiraron: Mariano de Cavia, Joaquín Costa, Lázaro Galdeano, Castelar, Rubén Darío, Unamuno…, y tuvo una especial amistad, sin fisuras, con el filósofo y gran pedagogo Francisco Giner de los Ríos.