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Hace cuatro años, los fines de semana de Carlos Ruiz y Víctor García comenzaban tomando cervezas en La Mancha del Quijote, un bar que hay en una casona colonial de Loja, la ciudad más al sur de Ecuador. Gracias al currículum que hicieron allí, ahora pueden bebérselas en Tenerife: Carlos consiguió hace poco una plaza de ayudante doctor en la Universidad de La Laguna, y Víctor tiene una beca en el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para terminar su tesis doctoral.
Según la Secretaría de Educación Superior, Ciencia y Tecnología e Innovación de Ecuador, entre 2012 y 2017, 319 investigadores españoles formaron parte de Prometeo, un programa del Gobierno de Rafael Correa destinado a atraer investigadores extranjeros, con estancias que iban de los tres meses a los dos años. A esto hay que sumar varios centenares de investigadores que, como Carlos y Víctor, fueron contratados directamente por universidades ecuatorianas.
“Un escenario migratorio novedoso, una fuga de cerebros desde un país desarrollado que estaba en crisis a un país en desarrollo que apostaba por la educación superior”, relata Gorka Moreno, doctor en Sociología y coautor del artículo “La emigración académica España-Ecuador durante la recesión económica”.
Más allá de las ventajas de abandonar la precariedad y ganar sueldos increíbles —entre 1.700 y 3.800 euros mensuales en el caso de profesores contratados y entre 3.750 y 5.000 euros en el caso de los prometeos—, se abrieron grandes oportunidades profesionales. “Yo pude dirigir tres proyectos de investigación y colaborar en otros siete, algo impensable en España”, comenta Carlos, que es doctor en Biología y llegó a Ecuador en 2012, un poco de rebote, desesperado por la situación en España.
El salto de Víctor fue aún más grande. Tras ser becario sin remuneración en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, llegó a Ecuador en 2014 con su máster en biodiversidad en áreas tropicales, y en pocos meses pasó de técnico en varios proyectos a dar clases como profesor en una universidad de Quito. “Yo tenía la sensación de que estaba en un país que estaba prosperando conmigo dentro del sistema”, comenta.
Para Gorka Moreno, había entre los investigadores una sensación de estatus social imposible de alcanzar en España. Por tener un doctorado, se abrían oportunidades laborales infinitas, posibilidades de cambiar de universidad, sensación de prestigio. “Yo a veces me sentía abrumado del valor que se le daba al título”, comenta Luis Sánchez, investigador durante tres años en Loja y con un doctorado en Paz, Conflictos y Democracia. Él se volvió en 2016, cuando la comunidad española en la ciudad casi había desaparecido.
La red comunitaria tuvo gran importancia para quienes emigraron: almuerzos en la cantina de la universidad, quedadas para cenar al acabar el día, comidas en casa los fines de semana con España siempre de fondo, discusiones sobre política, expectativas con el nacimiento de Podemos. “Había algo de burbuja española, como de vivir en España sin estar, con muy poca relación con ecuatorianos”, comenta Gorka Moreno. “Yo creo que se generaron espacios de aprendizaje muy interesantes, con gente de disciplinas distintas y ansiosas por compartir cosas, porque veníamos de la sequía de España”, reflexiona Paz Tornero, doctora en Bellas Artes, que trabajó en Loja y Quito de 2014 a 2016.
Pero casi nadie se quedó: la presencia española en la universidad ecuatoriana fue descendiendo a medida que la situación económica en España mejoró algo. “En general, fue una estrategia temporal de supervivencia para intentar hacer frente a los embates de la crisis”, comenta Moreno. De la noche a la mañana, esas pequeñas ‘familias’ provisionales que servían de apoyo en momentos de zozobra, cuando uno se sentía vulnerable a tantos kilómetros de casa, se fueron diluyendo entre despedidas y promesas de encuentro en España cuando el que se quedaba tuviera oportunidad para volver.
“Nunca sentí que Ecuador fuera mi casa”, afirma Paz. “Además, empezó a pesarme mucho el tema de la inseguridad”. En algunas zonas del país, como Quito, Guayaquil o muchos pueblos de la costa, había que elegir bien el lugar donde vivir, tener cuidado al coger los taxis, evitar los paseos nocturnos. Para Carlos, que regresó en 2015, fue más bien una cuestión familiar: había tenido un niño con su pareja y quería que estuviera cerca de los abuelos. “Yo simplemente vi que había terminado una etapa”, comenta Luis.
El regreso también ha tenido sus durezas: Luis ha conseguido un puesto interino de profesor en el Departamento de Geografía de la Universidad de Granada, pero a punto estuvo de volver a emigrar. Mientras colaboraba con ONG, daba clases en un máster y volvía a la precariedad, ya estaba mirando con el rabillo del ojo a las ofertas de universidades extranjeras. Paz, que ha conseguido una plaza de ayudante doctor, sigue creyendo que “España es el país del ‘no’” y que la universidad está ahogada por la burocracia y la competitividad. Y Víctor, que está terminando su doctorado, siente que ha perdido frescura con la vuelta a España, mientras ve cómo la gente se acostumbra a vivir con las migajas: “Pero ahora sé que hay lugares donde te valoran económicamente y te dan la posibilidad de decir las cosas con rotundidad y sin miedo”.
Con el recuerdo de esta precariedad casi existencial, Isidro Marín, doctor en Antropología, lleva seis años viviendo en Loja, cada vez más integrado. “Cuando cobraba 700 euros de asociado y había que cambiar las ruedas, le pedía dinero a mis padres. ¿Para qué me voy a volver mientras no tenga una plaza estable con un buen sueldo”. En Loja ha tenido a su primer hijo, el pequeño Isidro. Su compañera, Mónica Hinojosa, que terminó la tesis cuando ya estaba en Ecuador, lo tiene aún más claro. “Cuando vamos en navidades a España, seguimos viendo la misma precariedad. Ahora mi casa está aquí”. En cuatro años que lleva, ya ha sido directora de departamento y decana de facultad. ¿Quién da más?
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Típico relato de aquellos españoles que fueron hacer "el dorado" sin ningún compromiso social y cultural con la población ecuatoriana. Lo digo porque viví allá durante cinco años y ese distanciamiento con cierto tufo colonialista era bastante común
Creo que estás bastante equivocado. El compromiso de ellos con Ecuador sigue latente. Y de distanciamiento social, poco. Yo soy ecuatoriana y estoy casada con uno de ellos.
La comunidad de españoles que llegaron a Loja ha sido la gran hazaña de la educación en esta ciudad fui alumno de Lluiso Garcia, de Eliza Garia y de Julia Martínez profesores que dejaron mucho más que sus conocimientos, les fui difícil por el nivel de estudios al que se enfrentaron pero generaciones como la nuestra fue privilegiada con profesores de tal valía suerte donde quiera que se encuentren
Primero agradecer a estos profesionales españoles por su aporte, pero la realidad es muy distinta a lo narrado, cuando dicen de inseguridad en Ecuador es igual a precariedad para el pueblo, ningún ecuatoriano tiene estos sueldos excepto si eres extranjero o gozas de un padrino ante autoridades ecuatorianas
Luis Sánchez excelente ser humano, los que tuvimos el gusto de conocerlo... el es Lojano de corazón, es interesante contar la.historia del otro lado... los lojanos q conocimos a varios de esta comunidad de españoles y disfrutamos de su amistad, pero así mismo tocó soportar gente muy pesada y viene a países como el nuestro a criticar nuestra cultura... en fin hubo de todo... pero bien por mi Ecuador un paraíso de oportunidades
En Ecuador hubo una epoca muy buena entre 2010 y 2015. Aún así, sueldos para profesores de 5000euros me.parecen desorbitados, pero así pasa ahora en el Ecuador llegaron las vacas flacas, ojalá por lo menos los que se marcharon a otras universidades vuelvan alguna vez de visita!!
Yo como lojano....ahora vivo 16 años en Zaragoza...Me alegro por ellos