Opinión
La f**king nostalgía

Lo que sigue es un fragmento, a modo de columna, del último episodio del pódcast Pol&Pop, que está disponible desde el 14 de enero de 2023 y que podéis oír en el audio de arriba.
Es la nuestra una época total, definitiva e insoportablemente nostálgica.
A derecha e izquierda la nostalgia satura los discursos políticos. Nostalgia de un pasado esplendor imperial, nostalgia del macho proveedor. Nostalgia de tiempos más sencillos, de la clase obrera, nostalgia del welfare. Parece tentador afirmar que cada familia política del siglo XXI puede definirse a partir de la particular nostalgia que la habita.
Pero si la política está impregnada de nostalgia, no lo están menos nuestros consumos culturales. Es conocida la adicción del pop a su propio pasado —lo que Symon Reynolds ha denominado retromanía—, el sempiterno retorno de la moda de décadas pasadas, el gusto por el remake en el cine, el remaster en el videojuego y el meme de la EGB en el Facebook. Salivamos ante el anuncio de un posible reboot completo de Harry Potter y reservamos fecha en el calendario para ver Física o Química: el reencuentro.
¿Qué nos dice, pues, la nostalgia sobre nosotros y nosotras mismas?
Aunque nostos (en griego “volver a casa”) y algia (“dolor”) aparecen a menudo juntos en el mismo contexto en la Odisea (y definitivamente la nostalgia parece definir a la perfección la aflicción o la manía de Ulises), como nos explica Grafton Tanner en Las horas han perdido su reloj, el origen de la palabra no se remonta, como tantas veces, a la antigüedad griega, sino al siglo XVII.
Tendremos que esperar concretamente al 22 de junio de 1688 (toma precisión que lo flipas) para que la palabra nostalgia vea la luz. En esa fecha, Johannes Hofer, un joven médico de 19 años, presenta la disertación de su tesis preliminar en la Universidad de Basilea.
Con esta palabra, forjada de su puño y letra, Hofer describe una particular dolencia que afectaba, de manera singular, a los mercenarios suizos que, por aquel entonces, abundaban en los campos de batalla europeos. Una intensa y obsesiva añoranza de su país capaz de producir síntomas como fiebre, pulso irregular, dolores de estómago y languidez.
La palabra nostalgia nace así en el registro médico de las enfermedades, dentro del cual va a permanecer casi hasta el siglo XX. Con cierto énfasis, como vemos, en el ámbito de la medicina de campaña: los soldados, especialmente los conscriptos, traumáticamente arrancados de su hogar y forzados a luchar, siempre fueron singularmente propensos a sufrir de nostalgia.
En todo caso, su pertenencia al campo de la medicina ha dejado su huella en el uso que hacemos de la palabra. Tanner subraya incluso que “A veces se diría que la nostalgia nunca superó su condición de enfermedad”, pero esto no debe despistarnos de lo que es más relevante para nosotros y nosotras: la nostalgia es la aflicción de los desarraigados.
Pero haberse desplazado del campo de la medicina al de las emociones no es la única mutación de la palabra nostalgia que es importante subrayar. Si el concepto tenía mal acomodo en el registro de las enfermedades, es porque como tal, no parecía tener otro remedio que el de solventar la distancia. Excepto que pronto se constató que tampoco esto, en muchas ocasiones, terminaba por curar al afligido por la nostalgia.
Así, la invención del ferrocarril, les pareció a algunos un posible remedio. Sin embargo, el retorno al hogar, en muchas ocasiones, solo constataba el contraste entre lo existente y lo añorado (pues también el “hogar” cambia en nuestra ausencia). Lo cual redoblaba el sentimiento de lo perdido, de la separación y el desarraigo. Es lo que podemos llamar la “paradoja de Ulises” quien no reconoce su hogar al volver a Ítaca. Sucede que el hogar al que se quiere volver, ese cuya distancia aflige al nostálgico, no es este hogar sino aquel.
De todo esto quedémonos con lo siguiente: la nostalgia, que era un concepto que tenía un carácter esencialmente espacial, pasa ahora a tener un carácter eminentemente temporal. El lugar añorado por la nostalgia no se encuentra en otro territorio que en el de la memoria y la imaginación.
Un concepto, como vemos, problemático para tiempos problemáticos. No parece difícil intuir porque la nostalgia parece una emoción inevitable en nuestro tiempo, preso de la devastación y el desarraigo producidos por las aventuras del neoliberalismo.
Pero no nos equivoquemos: es también una emoción inducida para justificarlo o soportarlo. Una conducta perfectamente adaptativa que nos surte de formas de compensación simbólica a los efectos del capitalismo definitivamente demasiado tardío.
Es menos casual todavía que, en el presente, las industrias culturales sean en buena medida industrias de la nostalgia, manufacturando productos que explotan y monetizan nuestra añoranza. Y —esto no es la Escuela de Frankfurt— tanto nos hacen disfrutar. Es por eso que dedicamos el último capítulo de Pol&Pop a hablar de algunos de ellos: del remake, el reboot, el revival, el reborn la serie, la saga, la IP, el live action, la precuela, la secuela y lo que sea eso que ha sido “El señor de los anillos: los anillos del poder” que no es precuela ni secuela y que nosotros, como no podía ser de otra manera, vamos a llamar post-cuela.
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