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Memoria histórica
Manos negras
Hace una semana enterramos a mi abuelo. Germán. Manos negras. La piel y las manos de una Extremadura que lleva toda su historia trabajando la tierra para otros. Todas sus historias empezaban o acababan igual: trabajando al sol, o en un secadero de tabaco, o en una noche fría cuidando del ganado.
Hace una semana enterramos a mi abuelo. Germán. Manos negras. La piel y las manos de una Extremadura que lleva toda su historia trabajando la tierra para otros. Mi abuelo hablaba poco y sonreía mucho. Se cagaba en dios como sólo pueden hacerlo quienes tienen encima sesenta años de doblar el lomo. Todas sus historias empezaban o acababan igual: trabajando al sol, o en un secadero de tabaco, o en una noche fría cuidando del ganado. Germán. Manos negras.
Esas manos que han dado de comer no sólo a una familia, sino a toda una tierra. Manos como las de tantas y tantos jornaleros que durante décadas han generado mucho más de lo que han disfrutado. Manos que llegan al final de su vida cansadas, ajadas y atrofiadas, para que otros puedan mantener las suyas limpias y suaves. Manos que habitan Extremadura, y que la construyen desde sus raíces más profundas.
Mi abuelo hablaba poco de política, pero hablaba mucho de los suyos. En sus últimos años, cuando ya no tenía el filtro de los “cuerdos”, nombraba a compañeros de jornal y a vecinos del pueblo. Se impacientaba porque tenía que ir a cortar tabaco, o se enfadaba porque por su habitación pasaba gente que hablaba mucho y trabajaba poco.
Hoy, muchos años después, los mismos brazos, los de sus hijos y nietos, siguen levantando la tierra para que otros se hagan ricos con ella.Su memoria, aunque revuelta y dispersa, es la de todos aquellos brazos que tras la guerra tuvieron que levantar nuestra tierra sin rechistar. Asumiendo que habían perdido, como siempre, y que lo más sensato era callar y trabajar, callar y trabajar. Hasta que todo pasara.
Pero no pasó. Hoy, muchos años después, los mismos brazos, los de sus hijos y nietos, siguen levantando la tierra para que otros se hagan ricos con ella. Las mismas uñas llenas de tierra, los mismos hombros hundidos por el peso de las horas. Las mismas manos, negras y rotas, que nos recuerdan cada día el peso de nuestra historia.
Hoy son grandes corporaciones las que compran miles de hectáreas a precios ridículos, reciben subvenciones y premios, y juegan con los límites de lo legal para sacar hasta el último céntimo a sus trabajadores.En los últimos meses, nuestra Extremadura ha tenido que levantarse, una vez más, contra quienes quieren exprimirla hasta dejarla seca. Salario mínimo, jornales mal pagados, horas extras que no se declaran, condiciones extenuantes… la historia se repite, con apenas diferencias con aquellos años en los que los señoritos y los caciques eran dueños no sólo del trabajo de los pobres, sino también de sus vidas. Hoy son grandes corporaciones las que compran miles de hectáreas a precios ridículos, reciben subvenciones y premios, y juegan con los límites de lo legal para sacar hasta el último céntimo a sus trabajadores.
Mientras tanto, nos llaman a votar, a esperar y a ceder. Nos piden confianza en su saber hacer. Nos piden adaptarnos a un sistema que poco o nada cambia gobiernen unos u otros. Nos piden que nos esforcemos, que trabajemos por nuestros sueños, que miremos más allá de nuestras manos. Pero más allá no hay nada, al menos no para quienes siguen teniendo las uñas llenas de tierra y las manos negras de sol.
Sólo espero que la herencia de mi abuelo resuene cada día en nuestras cabezas. Cada vez que miremos los campos recién segados, cada vez que probemos el fruto de su trabajo. Que nunca olvidemos que detrás sigue habiendo brazos, espaldas, piernas y manos. Cuerpos dignos, verdaderos representantes de nuestra Extremadura pobre y jornalera. Manos negras, cansadas pero firmes que nos recuerden cada día cuál es nuestra lucha.
Jornaleros que habéis cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y dineros.
Cuerpos de sometido y alto lomo:
jornaleros.
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