Literatura
Pilar Pedraza: “El salvaje se construye porque es más fácil disparar a un mono que a una persona”

Entrevistamos a Pilar Pedraza, autora de El salvaje interior y la mujer barbuda (Antipersona, 2019) sobre la humillación y la persecución que se puede ejercer sobre el otro cuando se le sitúa fuera de los límites de lo humano. 

Pilar Pedraza
Pilar Pedraza, autora del libro 'El salvaje interior y la mujer barbuda' (Antipersona, 2019) Claudio Moreno
3 abr 2019 06:00

A finales del siglo XIX, los circos itinerantes popularizaron la exhibición de ciertos seres extraños de diversa apariencia: individuos con protuberancias imposibles, hombres de fuerza descomunal, mujeres con barba, hermanos siameses, etc. Eran personas cosificadas y dispuestas para el entretenimiento del vulgo, humilladas y perseguidas a las que se les negaba la propia naturaleza humana.

Sobre estos denominados “salvajes”, y otros tantos de la literatura y el cine, escribe Pilar Pedraza (Toledo, 1951) en El salvaje interior y la mujer barbuda, un breve ensayo editado por Antipersona a medio camino entre la antropología y la política. Son historias de rechazo que no quedan tan lejanas, y de hecho encuentran infinitas semejanzas con el discurso racista y patriarcal que hoy coge vuelo en buena parte de la prensa española.

¿Quiénes son los salvajes del libro?
El salvaje europeo al que se hace alusión en el texto es el hombre que no vive en común con otros hombres en un Estado con normas y una comunidad formal, sino que vive en la naturaleza en circunstancias similares a las que se conciben como el origen del hombre lobo. Poniéndolo en común con Bartra [el texto nace de una exposición comisariada por el antropólogo Roger Bartra y por la propia Pilar Pedraza], pensamos que podríamos atribuir la cualidad de salvaje al monstruo de la literatura y del arte fantástico, alguien que está fuera de nosotros, como el vampiro o el golem, pero que en definitiva es una proyección del salvaje que todos llevamos dentro.

Es una construcción social.
Es una metáfora de la violencia del hombre civilizado que de pronto necesita mirarse en un espejo monstruoso. En el caso de la mujer hay un matiz diferente: a finales del siglo XIX se produce el nacimiento de las femmes fatales a raíz de que la mujer empieza a competir con el hombre en la política o en el mercado de trabajo. Aspira a ser como él, pero éste lo considera competencia desleal porque cree estar en un escalón superior, de modo que, cuando la mujer trata de subir ese peldaño, se le trata de salvaje.

¿Con qué intención se construye esa idea de salvaje?
Sirve de excusa para ejercer dominación, colonialista o machista, da igual. Construye un imaginario colectivo según el cual marginar al salvaje no es pecado, porque este no es enteramente humano. Resulta más fácil disparar contra un mono que contra una persona.

¿Tienes algún ejemplo en mente?
La historia está llena de ejemplos. Pienso en todos los genocidios de los conquistadores de América, genocidios de falsos civilizados contra no salvajes. Los indios de América tenían un alta cultura y tanta calidad humana o más que los europeos, pero estos poseían la tecnología.

Más allá de la metáfora, en el libro aparece otro tipo de salvaje no tan interior…
Sí, hay un salvaje no tan metafórico sobre el que también escribo, el niño abandonado que aparece de entre la maleza y resulta objeto de estudio, caso del ‘pequeño salvaje’ de Truffaut. O el ‘hombre elefante’, igualmente retratado por el cine. Son los ‘salvajes’ que fueron abandonados y crecieron entre animales. Luego, de vuelta a la civilización, apenas supieron cómo comportarse.

¿Crees que el retrato que se les hizo en el cine, normalmente compasivo, ayudó a verles de otro modo?
Creo que con el cine se mantuvo la doble mirada: por un lado, existió una mentalidad humanista de investigar, conocer y finalmente respetarles. Por otro lado, hubo quien siguió viéndoles como ya se veía a la mujer, a los negros, o a los indígenas; pensando de ellos que eran animales. Por desgracia aún pervive en la conciencia colectiva la idea de que el diferente, casi siempre migrante, está por debajo del blanquito de cultura dominante. 

Hoy se han colocado en la idea de que lo humano es tener una pantalla en la mano y si vieran a niños jugando con jabalinas desnudos en el campo dirían que son unos salvajes

Además de la evidente intención antropológica, ¿cuál es la voluntad de este ejercicio memorístico?
Hay una pretensión política: reivindicar la igualdad en todas las facetas de la vida, pero no desde la retórica, sino a través de una serie de ejemplos y reflexiones que sumen en ese objetivo. Pensemos por ejemplo en la construcción de ‘La mujer pantera’, un nuevo prototipo de mujer salvaje que se vuelve felina y ataca a su pareja cuando siente celos. Todo eso hay que conocerlo y analizarlo, porque a veces el maltrato surge de una ignorancia total de las cosas.

Este tipo de historias, conocimientos y reflexiones nos lo deberían enseñar desde muy pequeños, sin embargo, hoy se han colocado en la idea de que lo humano es tener una pantalla en la mano, y seguramente si vieran a niños jugando con jabalinas desnudos en el campo dirían que son unos salvajes.

Conozcamos pues estas historias… Cuentas que muchas personas deformes o pilosas acabaron en circos y carnavales.
Algunos acabaron en los carnivals norteamericanos pero otros vivieron una vida más amable. Antes de que los circos se pusieran de moda en el siglo XIX, durante el Barroco, algunas de estos individuos considerados monstruos por el hecho de ser pilosos —enfermos de hipertricosis—, tuvieron la ‘suerte’ de ser comprados por nobles que los tenían en las Cortes. En el libro, por ejemplo, se cuenta el caso de Petrus Gonsalvus, un piloso de Canarias que estaba completamente cubierto de vello y que se lo fueron regalando de unos nobles a otros —los pilosos, esclavos, eran objeto de intercambio o incluso de regalo envenenado para que hicieran de espías en otros reinos—. Petrus tuvo una vida bastante digna, de una inteligencia destacable, fue secretario de nobles y una persona muy querida y cuidada por sus dueños de la época.

Luego estaban los de los circos, carnavales y todo esto; estos eran seres valiosos porque hacían ganar dinero a sus amos, de modo que también se les trataba más o menos bien. Muchas pilosas del siglo XIX acabaron casándose con su representante, como ocurrió con Julia Pastrana, cuyo representante quería estar seguro de que no se iba a ir con otro circo.

¿Quién fue Julia Pastrana?
Julia fue una mujer mexicana que nació con una pilosidad general en su cuerpo. Era pequeña, bajita, hablaba perfectamente, y fue a parar a la casa del gobernador de Sinaloa como criada, pues era muy afectuosa y eso hacía que su cualidad hipertrófica no se tuviera tanto en cuenta. Con el correr del tiempo, Pastrana acabó en el mundo del carnival, donde hacía un espectáculo de variedades de cierta categoría. Bailaba y se presentaba en varios idiomas. Allí se casó con su mánager, Theodor Lent, que quería retenerla frente a las ofertas de otros empresarios, y con este tuvo un hijo también piloso en un parto que le causó la muerte.

Después, su historia de ultratumba fue muy ajetreada: ocurrió que su marido la hizo embalsamar para seguir exhibiéndola en los shows y la sacaba en escena junto a su nueva mujer, también pilosa, que no aguantó aquella imagen y acabó volviéndose loca. Más tarde los nazis se hicieron con el cuerpo de Julia para estudiarlo, y ahí se le perdió la pista un tiempo. Finalmente sus restos pasaron a manos de feriantes noruegos, más tarde acabaron en la Colección Schreiner del Instituto de Ciencias Médicas Básicas de la Universidad de Oslo, y hace unos cinco años, por fin, fueron trasladados a Sinaloa para recibir sepultura.

A Julia la exhibieron con el título de ‘la mujer más fea del mundo’, fue un ejemplo extremo de misoginia cultural…
Fue un ejemplo de ‘mujer salvaje’. Desde muy temprano se le dio a la ‘mujer salvaje’ un cuerpo monstruoso y se la convirtió en una criatura fluctuante entre el mundo del Hades —el inframundo griego— y el mundo de los humanos. Medusa, las harpías, la sirena, muchos monstruos femeninos clásicos han sido concebidos como ‘mujeres salvajes’ y han tenido siempre un talante maligno. Sí, este libro es una historia de misoginia.

Actualmente, fuera del activismo, no está mucho mejor visto el vello femenino o la deformidad.
Efectivamente, especialmente esta última se suele mirar desde el horror o desde el paternalismo. La mirada cambia muy despacio, como ocurre también con la migración: mucha gente cree que el supremacismo blanco es absolutamente lógico, y desde esa posición masacra todo lo que quiere. No tiene ninguna explicación, no hay motivos para justificar el supremacismo racial, pero el blanquito no se ha dejado arrebatar su posición de poder.

Imposible volver al campo a estas alturas. Tendríamos que vivir en comunidades muy pequeñas y autoabastecernos como hacen los amish, que son casi de museo  

Y cuando se siente acorralado, cocea; un poco lo que está pasando con el feminismo y la ultraderecha.
No hay miedo. El siglo XXI ha nacido y va a seguir siendo femenino, eso es algo que tenemos claro millones de mujeres. Parece que muchos hombres no sean capaces de aceptarlo y te siguen diciendo lo que decía Aristóteles, que a las mujeres les falta un hervor en el seno materno, que tiene menos vigor físico y una mentalidad sensible pero menos capacitada para lo racional y lo matemático. Eso te lo dice una persona del siglo XXI y se queda tan ancha, pero esa gente va a sufrir mucho, porque la oleada feminista no se para.

Con estos movimientos ultrafachas y misóginos a las mujeres no nos tiembla nada. Cuando el señor Abascal sale dice una chorrada ni nos inmutamos, porque obviamente está haciendo daño a su propia derecha.

El feminismo y el ecologismo son los dos movimientos más importantes de este siglo. También hay algo de ecologismo en El salvaje interior y la mujer barbuda, concretamente en la teoría del ‘buen salvaje’ propuesta por Rousseau.
Este salvaje no es como los anteriormente mencionados, el ‘buen salvaje’ se concibe con una bondad natural, con una sabiduría para reunirse consigo mismo y vivir en paz, es una teoría que está en la base del hippismo y de todos los movimientos utópicos. No obstante, hay que decir que, si bien Rousseau era constructor del ‘buen salvaje’, en paralelo pensaba que la mujer no podía valerse por sí misma. Que era absolutamente dependiente del hombre y que en los espacios públicos debían estar tuteladas por éste.

Acabas de publicar un artículo en prensa en el que aplaudes los Fridays for future. A fin de salvarnos, ¿crees que deberíamos volver al campo, esta vez sí, como buenos salvajes feministas?
Imposible volver al campo a estas alturas. Tendríamos que vivir en comunidades muy pequeñas y autoabastecernos como hacen los amish, que son casi de museo. No se puede, el capitalismo es ciego y nos ha cegado a todos. Se supone que estamos en un mundo con dificultades pero de progreso, y eso es lo peor, pensar que desde la aparición de las máquinas y de las fábricas estamos en un mundo de progreso. Ahí se equivocó la doctrina de izquierdas, porque ese supuesto progreso que sería bueno para todos no se ha concretado en un bienestar general, sino que ha terminado siendo una mentira que beneficia a las capas más altas de la sociedad y oprime a la grandísima mayoría.

Pero volviendo al tema del retorno al campo, en mi época los hippies ya lo intentaron, quisieron cambiar la sociedad y destruir el concepto de familia a base de comunas. Se lo pasaron muy bien, pero les devoró la droga, y además fueron demonizados por una parte importante de la sociedad. En aquel entonces salió ganando el capital; hoy ni siquiera se puede plantear: esta utopía solo saldría adelante en un planeta sostenible sin semejante avalancha de población.

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