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Fronteras
Un mar de expectativas
Sin la menor duda, entre los múltiples problemas que agobian a la sociedad, los desplazamientos de las personas que llegan a Europa de manera irregular son los más comentados y mediáticos. Nos muestran en la propaganda mediática que cada vez es mayor el número de personas que cogen una patera y pone en peligro su vida para poder llegar aquí, a Europa. Lo único que consiguen es la deshumanización del otro mediante tanto discursos y políticas sobre las realidades que están dibujando y construyendo nuevas guerras en el siglo XXI.
No obstante, poco se habla de aquellas personas que se pierden en ese foso que llamamos Mediterráneo. Se ha esclarecido en muchas ocasiones los impedimentos que se encuentran a lo largo de sus trayectorias migratorias, ya que el momento del cruce se convierte en un apostar entre la vida y la muerte, pero no nos paramos a pensar en las expectativas con las que vienen a nuestros países. Las expectativas entendiéndolas como lo que esperábamos que vaya a suceder, es decir, el molde de cómo queremos que sea nuestra realidad. Las expectativas tienen tal potencia que las malas experiencias se ven opacadas y minimizadas, es por ello que el sentimiento de frustración cuando llegan es mayor.
Trabajando en el sector de las migraciones me he dado cuenta de que las personas migrantes comparten el sentimiento de que a los pocos meses de llegar tendrán los papeles y podrán vivir la vida que tanto han imaginado o deseado, pero la realidad disiente mucho
Trabajando en el sector de las migraciones me he dado cuenta de que las personas migrantes comparten el sentimiento de que a los pocos meses de llegar tendrán los papeles y podrán vivir la vida que tanto han imaginado o deseado, pero la realidad disiente mucho. La triste realidad es que cuando llegan se encuentran en un limbo, puesto que no es tan fácil tener papeles actualmente por el panorama internacional que está acaeciendo, y de por sí partimos de un sistema discriminatorio e injusto. Además de esto, tienen que adaptarse e integrarse en un país totalmente diferente al suyo y que tampoco pone facilidades. A todo ello se le suma que las personas que llegan tienen que ocuparse de los familiares que han dejado en sus países y enviarles dinero para que puedan cubrir sus necesidades básicas o puedan subsistir. No obstante, con la situación con la que se encuentran aquí al llegar es imposible hacer todo ello.
Deberíamos detenernos a pensar en cómo pueden sentirse todas estas personas que, después de arriesgar sus vidas en búsqueda de oportunidades, llegan aquí y todo eso que han imaginado se desdibuja de un plumazo. Y aún y todo, seguimos exigiendo y juzgando cada una de las acciones que hacen.
La conciencia colectiva de las personas migrantes que transitan las fronteras permite desarrollar estrategias diferenciadas para afrontar los riesgos. Saben cómo son las rutas gracias al boca a boca, gracias a ver cómo otras personas han llegado a sus destinos y cuentan lo bien que les va a pesar de que la realidad disiente mucho de esta cara de la moneda. Solo muestran lo bien que les va o lo fácil que es tener papeles por la vergüenza de contar la realidad, o incluso por no querer preocupar a sus familiares, ya que sienten que no pueden ser una carga para las personas que continúan en sus países. El impacto emocional que tiene todas las caras de este prisma es muy complicado de gestionar y de manera directa les exigimos que estén perfectos ante todo este caos de situación y sentimientos. Deberíamos pararnos a reflexionar más sobre cómo se encuentran en vez de juzgar y exigir cómo deben comportarse.