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“Tal vez sólo el reflejo del interés material puede contrabalancear la tendencia a cumplir el gesto instintivo del hombre contemporáneo: el gesto de arrojar a la basura.”
Italo Calvino "El patrimonio de los dragones”, en Colección de Arena (Siruela, 2002)
El crecimiento económico tal como lo conocemos consiste en el incremento del Producto Interior Bruto (PIB), que mide la cantidad de bienes y servicios generados en un año en una región determinada. El PIB se cuantifica en unidades monetarias, que son un patrón inmaterial definido por mera convención cultural, pero lo que realmente crea PIB es el flujo de energía y recursos extraídos y transformados para dar lugar a los bienes y servicios medidos. Esta manera de entender la economía del crecimiento pone el énfasis en lo que se produce a partir de los recursos naturales disponibles, como una lavadora o un corte de pelo, pero para que esto ocurra se ha tenido que incentivar una cultura que le dé soporte y continuidad: la cultura del residuo.
En la biosfera no se generan residuos, sino subproductos de salida de determinados metabolismos que son recursos de entrada de otros
Esta movilización creciente de materiales y energía necesita la colaboración activa de la creación de residuos. Para que este sistema funcione se ha tenido que codificar el concepto de residuo, ya que en la naturaleza no existe como tal. En la biosfera no se generan residuos, sino subproductos de salida de determinados metabolismos que son recursos de entrada de otros metabolismos. Por ejemplo, el oxígeno generado por la fotosíntesis de unos organismos se utiliza para la oxidación respiratoria de otros organismos. A la vez, la oxidación respiratoria genera CO2, que es una de las materias primas de la fotosíntesis. Las sociedades orgánicas funcionaban en buena medida bajo estos principios, pero el llamado desarrollo ha institucionalizado el concepto de residuo como una algo inútil que, lejos de actualizarse, repararse o recircularse, se debe tirar y, con suerte, desmantelarse para su reciclaje.
El residuo tal como lo conocemos es, por lo tanto, un constructo cultural que tiene múltiples palancas para alentar su generación y mantener la maquinaria productivista que sostiene el PIB. Debemos fomentar el deseo o la necesidad de deshacernos de lo viejo para poder adquirir lo nuevo. La magia de lo nuevo se invoca desde la promoción de la obsolescencia. Esta codificación del residuo se consigue por diversos caminos, desde el diseño y planificación de la obsolescencia hasta la pura creación cultural de lo viejo, que se consigue principalmente con las modas que se imponen temporada tras temporada. Para ello se interrumpen los caminos de lo reparable y actualizable, impidiendo el acceso a recambios o haciendo inviable la reparación, ya sea por precio, por normativa, por el diseño del producto o por falta de conocimiento.
Un rango cada vez más extenso de cosas se convierten en residuos en un intervalo de tiempo cada vez más corto
El incremento en el ritmo de incorporación de nuevos productos y servicios debe acompasarse con un camino cada vez más corto de salida de los mismos en forma de residuos. Para ello, el concepto de residuo ha tenido que evolucionar a lo largo del tiempo, ampliándose a un rango cada vez más extenso la cantidad de cosas que se convierten en residuos en un intervalo de tiempo cada vez más corto. Una botella de cristal antes se limpiaba y se volvía a utilizar, ahora “se recicla” en un proceso de transporte, destrucción y nueva fabricación. La dotación de infraestructuras y la industria pesada han sustituido la red de talleres y profesionales de la reparación, que permitían recircular buena parte de los bienes sin que se convirtiesen en residuos. El residuo se ha convertido en una excusa más para generar infraestructuras que movilizan cantidades ingentes de materiales y energía. En este punto se cierra el círculo de la destrucción sobre la que se sustenta el crecimiento del PIB: el residuo invoca la producción de lo nuevo y a su vez, la gestión del residuo supone un aumento del consumo de recursos.
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