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White Lotus y otras series de ricos donde la moral está cambiando de bando

Es investigador en filosofía y sociología del derecho en la Universidad de Sevilla y parte del podcast de divulgación Pol&Pop.
Lo que sigue es una versión más extensa, a modo de columna, de una intervención en el programa en directo, que está disponible desde el 14 de enero de 2023 y que podéis oír en el audio de arriba.
Por qué pasamos tantas horas delante de o en discusiones sobre historias que no existen es un misterio en mitad del pragmatismo y el desencantamiento del mundo. Me reconforta la explicación de que las ficciones nos permiten elaborar ciertas preocupaciones de la única manera en que pueden ser expresadas y atendidas. Así, un año de historias sería un año de ansiedades que abandonan, siquiera de forma figurada, su anterior estado de latencia. Aunque muchas otras pueden resaltarse —pienso en ésta que señala Noelia Ramírez, por ejemplo—, quiero elegir una ansiedad moral para este año.
La premisa es que nos encontramos en un contexto de cambios tal que solo no se han afectado algunas regla y principios morales de forma aislada, sino su base y funcionamiento mismo en una escala sistémica. Una crisis de época como ésta, la decadencia de un grupo social en sustitución de otro se acompaña, hoy como ayer, de un discurso moral que sigue idéntica trayectoria de desprestigio y elevación de uno y otro colectivo: el capitalista frente al de las manos muertas, el obrero frente al gentleman de chistera y monóculo, el ángel del hogar frente a la perdida (sic.).
En nuestra época, esta anomia se concreta en dos hechos que me gustaría se aceptasen. En primer lugar y aunque no se cuestiona aún que el bienestar se deba merecer, sí se cuestionan los criterios concretos de merecimiento que llevan a pocos a tener-poder mucho más que la mayoría. La distancia que media, en términos de percepción pública, entre Steve Jobs y Elon Musk o el mismo desgaste de la figura del magnate filántropo creo hablan por sí solas. En segundo lugar, existe una pugna por ocupar ese vacío en la matriz de legitimación y formular nuevos criterios.
De todo esto, encuentro una saturación en las ficciones televisivas de los últimos años que no deja de acelerarse y que puede verse bien a nada que se comparen las dos temporadas de White Lotus (Mike White, en HBO). El primer rasgo importante para mi hipótesis es que se trata de una serie de ricos. Este es un subgénero que Succession (Jesse Armstrong, en HBO) ha llevado a su cenit pero del que sobran ejemplos. Aunque habíamos tenido otras series y películas de ricos, nunca habían sido tan inmorales y crueles, más allá de su motivación principal, ni tan afiladas. Teníamos ejecutivos malos (The Big Short, de 2015, sobre las apuestas a corto en bolsa, en Netflix) y bajo miradas humanizadoras (cualquiera de los de Mad Men, en HBO) y teníamos parodias bastante desatadas (El Lobo de Wall Street, de 2013), pero Succession es una hipérbole cómica que se quiere hacer pasar por realista, es decir, una forma de propaganda de muchos quilates contra una clase social: los superricos.
White Lotus 2 reformula una perspectiva ascética y austera del mundo que castiga las pasiones, los excesos y la pérdida del auto-control
White Lotus sucede a aquella en tema y tono, pero la aceleración de esta pugna moral con la que he iniciado el argumento se hace evidente en el salto entre la primera y la segunda temporada. Conviene exponer cuanto antes que White Lotus 1 es reaccionaria: parte de la inmoralidad de un grupo de turistas en un resort de lujo hawaiano pero, como tantos otros cuentos, habiendo llevado al abismo de la tentación a todos los personajes —huéspedes y trabajadores— solo castiga a los últimos, de lo que debe seguirse que la transgresión principal, la única que no puede quedar impune es la de saltar la valla de clase y pretender acceder a placeres similares a aquellos de los que disfrutan los ricos. Castigar las caídas del pueblo en la tentación a través de ficciones es un mecanismo de disciplinamiento a distancia más antiguo que nuestra memoria y, aunque tiene su lugar de privilegio en los magacines diarios de televisión en abierto, no deja de aparecer en ficciones empaquetadas como críticas. Lo interesante es cómo este mecanismo se desvela con creciente facilidad y proliferan los arcos en los que jóvenes LGTBIQ+ tiene relaciones banales y felices o adolescentes y jóvenes actúan con dosis variables de maldad sin acabar en la hoguera.
White Lotus 2 es importante por una tercera razón. Además de incorporar este giro, aloja a un tiempo el otro vector que se disputa esta corona pasajera de la moral en tiempos de transición. White Lotus 2 reformula una perspectiva ascética y austera del mundo que castiga las pasiones, los excesos y la pérdida del auto-control. Solo los personajes que surfean el exceso que marca el signo de los tiempos, pero modulan sus pasiones prevalecen. En ese sentido, reinstaura la disciplina más allá de toda institución disciplinaria —fábrica, escuela, hogar— porque, desaparecida la capacidad regulativa de toda institución, lo disciplinario se disuelve en la vida entera. Si solo fuera esto no habríamos superado la temporada 1, pero aquí la serie da un giro de tuerca a su proposición anterior. No solo es que la inmoralidad proceda de los turistas ricos, sino que estos carecen de las cualidades éticas —y por tanto técnicas— para moverse con éxito en ese mundo caótico que han creado para su diversión, algo que sí saben hacer quienes trabajan para ellos. En esta segunda temporada, como en nuestros entornos, ascetismo nostálgico e innovación moral en abierto se disputan el vacío sobre qué hacer y en quién creer en un mundo en crisis. Dicho de otro modo, he aquí el dilema entre el tortuoso camino del éxito y dejadnos, que, a diferencia de ustedes, sí sabemos lo que hacemos.
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