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A los animales humanos nos gusta hacer gala de la superioridad que, supuestamente, nos otorga el raciocinio pero, en realidad, si algo nos caracteriza es ser capaces de tropezar no ya dos veces en la misma piedra, sino tres, cuatro, o las que haga falta. Ese raciocinio que, también supuestamente, nos hace libres, nos sirve, entre otras cosas, para pensar que aún sin saber autogestionarnos podemos gestionar a los demás seres vivos.
Históricamente, la humanidad ha mantenido una relación tensionada con el mundo vivo del que forma parte. Esa tensión ha ocasionado que, a la misma vez, seamos capaces de ver al resto de seres sintientes como un recurso que podemos usar a nuestro antojo y necesitar su compañía para cubrir determinadas carencias que, en ocasiones, no nos proporcionan nuestros congéneres.
Esa contradicción aceptada, mantenida a lo largo del tiempo y llevada al paroxismo en la actualidad debería haber servido, como poco, para haber reflexionado sobre cuál debe ser nuestra relación con ese mundo vivo, sobre todo en la parte que concierne a los animales no humanos.
Si la evolución no ha servido para dejar de depender de ellos para alimentarnos, vestirnos, divertirnos y acompañarnos, qué menos que pensar en las consecuencias que para la humanidad puede tener el no haber encontrado la forma de establecer una convivencia pacífica con ellos.
El mismo Gobierno que creó una Dirección General de Bienestar Animal entiende adecuado que los veterinarios que certifican que un toro es apto para ser lidiado repercutan un 10%, mientras que quienes trabajan para prevenir enfermedades; sanar e, incluso, salvar la vida del animal que te acompaña tienen que aplicar el 21% de IVA.
Aunque no sea más que por puro egoísmo, no hablamos ya de sentido común, una reflexión detenida acerca de que esa relación tiene un componente sanitario que nos afecta tanto a la parte humana como a la no humana hubiera sido más que necesaria. Y ocasiones ha habido para ello. La peste negra, la rabia, la enfermedad de “las vacas locas”, la gripe aviar, por poner ejemplos conocidos, han constituido oportunidades más que suficientes para tomar conciencia de que la transmisión bidireccional de enfermedades exigía un modelo diferente de gestión sanitaria. Una gestión sanitaria que debería haberse encaminado desde hace mucho hacia el concepto de salud única.
Dado que somos ecodependientes e interdependendientes, la salud humana no se puede disociar de la salud de los animales ni la del medio ambiente y es necesaria una mayor comunicación y colaboración interdisciplinar.
Pero ni siguiera la aparición del SARS-CoV-2 -Covid-, pandemia con origen en una zoonosis, y sus catastróficos efectos sobre nuestras vidas, ha conseguido que haya un planteamiento serio y una toma decisiones adecuadas para afrontar con garantías sociosanitarias esa relación.
Volvemos a tropezar en la misma piedra, y nuestro actual Gobierno de coalición, incumpliendo su propio acuerdo programático, ha vetado las enmiendas de Equo, Más País, Esquerra Republica y Teruel Existe para corregir la brutal subida que el conocido como IVA veterinario, asistencia sanitaria a los animales de compañía, sufrió en 2012.
El mismo Gobierno que creó a bombo y platillo una Dirección General de Bienestar Animal entiende adecuado que los veterinarios que certifican que un toro es apto para ser lidiado repercutan un 10% a lo que cobran por ese trabajo, mientras que quienes trabajan para prevenir enfermedades que pueden repercutir de forma muy grave en la salud humana como la leptopirosis o la rabia; sanar e, incluso, salvar la vida del animal que te acompaña tienen que aplicar el 21% de IVA en sus consultas.
Nuevamente, y en el contexto de una economia vapuleada por la pandemia, un gobierno considera que dicha asistencia debe estar gravada por el mismo tipo impositivo que tiene comprarnos un yate o darnos un tratamiento de estética.
Así, una medida altamente demandada y que podría ser un primer paso para encaminarnos a esa “unica salud” vuelve a dormir el sueño de los justos, y el cuidado sanitario de los animales de compañía, incluidos los abandonados, para quienes la última esperanza son aquellas personas que por compasión recogen las competencias olvidadas por los ayuntamientos, vuelve a quedar al albur de las maltrechas economías.
No, definitivamente, no es país para animales, ni humanos ni no humanos, y a las pruebas que va dejando a modo de reguero la actual pandemia nos remitimos. Pero no por eso desde dejaremos de luchar, tanto en la calle como en las instituciones, para avanzar en el cuidado de los seres vivos.
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Humanos demasiado humanos. Los gobiernos, da igual si están a la izquierda o derecha (del dinero), cuando alcanzan su cenit, convierten automáticamente sus promesas en impracticables, ficticias o imposibles, son las "ventajas" de la democracia: Hablo, recibo tu voto y te olvido hasta dentro de cuatro años. Fórmula sencilla y eficaz. En estos extraños días, el bajo nivel que se percibe en el debate social y cultural demuestra la ineptitud de la mayor parte de la clase política y sus asesores-funcionarios, así como la de una población altamente alienada, sobre todo digitalmente y manipulada en sus opiniones, que no son suyas, sino las que leen "por Internet". Nos tratan como a niños de primaria: "Si no haces esto, entonces te castigamos", buscan culpables para sus fallidas tomas de decisiones, cualquier "ataque" lo neutralizan con "conspiraciones-paranoicas", metiendo en el mismo saco a fascistas, librepensadores, disidentes políticos, ciudadanos de a pie, opositores políticos, científicos independientes... Dicho esto (y cientos de chorradas mediáticas que invaden la (ir)realidad cotidiana), me pregunto, ¿Cuándo hay tiempo para hablar seriamente del resto de seres vivos que conforman la Biodiversidad a la que pertenecemos, pero que ignoramos? Hemos creado un mundo que no encaja con nuestra, cada vez más, irresponsable e insensata forma de vida, pero que nos empeñamos en justificar en nombre de nuestra Ciencia y nuestra Razón, y porque no, regadas con generosas dosis de Religiones jerárquicas que salvan nuestras almas de las miserables mentes que las dictan. Nada nuevo que no se haya tratado y desoído a lo largo de la antropocéntrica historia de la humanidad, valga la redundancia, para eso están los “Black Fridays”, la consumista Navidad, el día de los enamorados, las desplazadas, momentáneamente, cenas de empresas, los concursos gastronómicos, espectáculos circenses y los vídeos y fotos de Instagram maquillando la cochambre humana. Humanos demasiado humanos.
Llevamos así mucho tiempo.
Y... Una pena. Denteo de su escala no les importa una mierda ni nuestra vida, ni la de nuestros hijos (las suyas claro... Por encima de)