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Personas refugiadas
Odisea y vergüenza europea
Llevo nueve meses viviendo en el campo de refugiados de Oinofyta (Grecia), y previamente pasé otros diez en el puerto de El Pireo, cerca de Atenas.
Me llamo Arad, tengo 29 años y soy de Teherán, Irán. Llevo nueve meses viviendo en el campo de refugiados de Oinofyta (Grecia), y previamente pasé otros diez en el puerto de El Pireo, cerca de Atenas. En Irán tenía una buena vida y un buen trabajo. Decidí dejar mi país por cuestiones ideológicas, tanto políticas como religiosas. Mis convicciones ateas, que me marcan socialmente en un país islámico como Irán, hacían que mi vida corriese un grave peligro.
Por eso, en 2015 decidí dejarlo todo atrás. Comencé mi viaje desde Teherán hasta la frontera turca, que alcancé con la ayuda de traficantes de personas, tras superar innumerables dificultades, como romperme la pierna. Una vez en Turquía, los traficantes me retuvieron durante 60 días hasta conseguir el dinero que me pedían. Entonces me dirigí a Estambul, donde estuve intentando, todos y cada uno de los días durante un mes, cruzar a Grecia, pero era detenido por la guardia fronteriza. Finalmente conseguí llegar a la isla de Quíos en febrero de 2016, donde, por mi nacionalidad iraní, tenía que esperar cuatro meses si quería conseguir el permiso para desplazarme a la Grecia continental. Así que decidí cambiar mi nombre, lo que facilitó la concesión de mi permiso de residencia.
Llegué a Atenas sin saber muy bien adónde ir y acampé en El Pireo, donde viví en una tienda de campaña durante casi diez meses con unas condiciones de vida desesperantes: falta de alimentos, de duchas, de privacidad y de seguridad. En agosto de 2016 las autoridades griegas evacuaron el asentamiento de El Pireo, por lo que me desplacé al campo de refugiados de Oinofyta, donde vivo actualmente en unas condiciones mucho mejores.
Las políticas europeas se están volviendo cada vez más inhumanas y discriminatorias debido a métodos como la clasificación de los refugiados en función de su país de procedencia. Paquistaníes, iraníes y afganos no son considerados refugiados, lo que empeora sus condiciones de vida, haciéndolas más miserables y desesperantes.
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