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Feminismos
Voces. El papel de la mujer creadora
Que la mujer ha sufrido (y sufre) desigualdades en prácticamente todos los ámbitos de la vida, es un discurso harto conocido y que, en el campo de las artes en general y del teatro en particular, por desgracia no ha sido distinto.
A lo largo de toda la historia del teatro universal encontramos dramaturgos, ampliamente valorados y reconocidos a nivel mundial. Sin embargo, las dramaturgas, las escritoras, las escasas mujeres creadoras con la audacia suficiente para empuñar una pluma y un papel, tuvieron que utilizar pseudónimos o firmar bajo el nombre de un varón, para que alguno de sus textos saliera a la luz. En el Siglo de Oro español, sin ir más lejos, las mujeres estaban obligaba a casarse (y que sus maridos les dieran el consentimiento) para poder participar como actrices en cualquier representación, aunque lo normal era que los varones encarnaran, también, los personajes femeninos.
En la actualidad, si nos ceñimos a las cifras, la mayor parte de las consumidoras culturales son mujeres; en las escuelas de teatro y danza, la mayor parte de los alumnos son mujeres y, sin embargo tan sólo ocupamos el 42 por ciento de los puestos de interpretación, el 27 por ciento de las autorías, apenas el 10 por ciento en especialidades técnicas y el 28 por ciento de la dirección de obras; lo que amargamente confirma el papel de eternas secundarias que cumplimos aún en el ámbito teatral.
Nuestra labor ha quedado casi siempre relegada a personajes insulsos que no representan todo lo que, de la mujer, se debería contar. ¿Por qué? Porque seguimos representando los papeles que los hombres escribieron para nosotras. Aún evocamos a los clásicos y, tienen mucho que enseñarnos sí, pero aunque queramos descontextualizar o contemporaneizar sus mensajes, el olor a rancio continúa impregnando a los personajes femeninos. Los hombres suelen llevar la acción del drama, mientras que las mujeres son sujetos pasivos o destinatarios del mismo. Una Bernarda, una Lady Macbeth o una Nora, son personajes maravillosos, pero tristemente concebidos desde la función que la sociedad patriarcal les ha asignado; es decir, desde el rol de madre, de hija, de esposa o de amante.
Por suerte, a partir de la contemporaneidad, parece que la idea de mujer a través de las letras ha sufrido una metamorfosis en lo que se refiere a su empoderamiento. Gracias a las tecnologías, hoy en día es más fácil compartir ambiciones, preocupaciones y sentimientos. Las redes sociales nos ayudan a expresar con mayor seguridad lo que realmente somos, lo que creemos y lo que apoyamos. En una sociedad en la que empiezan a bullir conciencias y mentes abiertas, donde la mentalidad de las generaciones venideras comienza a entender lo absurdo de las discordias, cuando la sororidad comienza a sentirse, a ser real...
Como dijo Concepción Arenal en el Congreso Hispano-Luso que se celebró en Madrid en 1892, “Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que (...) la vida es una cosa seria, grave y que si la toma como un juego, ella misma será indefectiblemente un juguete.”
Por eso es importante que la mujer desarrolle su papel como creadora, que escriba, que dirija sus propias obras, que los mensajes broten de sus gargantas y que la figura femenina pase a ser el sujeto absoluto de la acción dramática. Para que ya no sea un mero acompañante, si no parte fundamental de un todo que desencadena el conflicto. Sin caer en la absurdidad de clichés de género pretendiendo otorgarle una sexualidad al texto, sino crear a partir de la ambivalencia, de la equidad, de la libertad. No cometamos el error de convertir el arte en prácticas políticas de resistencia, demonizando los valores que se consideran masculinos y enalteciendo los que se creen femeninos. Así, al final cometemos el mismo error y, los oprimidos terminan por parecerse a sus opresores.
Tenemos que dejar de regodearnos en el papel de víctimas, para empezar a escribir la historia que queremos contar. Si seguimos retratándonos como mártires, es así como van a vernos. Fuimos víctimas sí, pero el público tiene que oír que si nos caemos nos levantamos, que si nos pisan, nosotras pisamos más fuerte. Ya no se trata del reconocimiento o de publicar tantas obras, ni ganar tantos premios como nuestros compañeros del sexo opuesto. Se trata de que nuestra voz se oiga, de que se sacudan las conciencias y el ideario colectivo cambie, para que cada individuo, a partir de ahora, sea libre en su condición, sin importar su género, su ideología o su religión.
Durante el mes de marzo, se celebra en TNT el VI Ciclo “Ni una menos”, dedicado íntegramente a la mujer, con el único objetivo de reflexionar sobre la figura que ésta cumple en la sociedad actual. Allá tengo el honor y el gusto de estrenar “Por todas mis compañeras”, una obra que escribí y protagonizo con amor y mucho respeto. Basada en hechos reales y dedicada a todas las mujeres que hay en mí, que me rodean y que habitan la tierra.
“Porque la historia no la escriben las que vencen, la escriben las mártires, las que ya no tienen nada que perder...”
Por eso, animo a todas las mujeres valientes y creadoras a alzar sus plumas y su voz para que, de hoy en adelante, las representaciones con estos mensajes, no tengan cabida sólo el 8 M o el 25 N. Para que, en un futuro no muy lejano, en estas fechas no tengamos nada que celebrar... Quiero pensar que algo está cambiando en el escenario y que está a punto de levantarse el telón para mostrar un nuevo espectáculo y esta vez, espero que no sea un drama, sino una historia hermosa, con un esperanzador final.