Yolanda López: El deseo de ser madre

Yolanda siempre quiso ser madre. A veces más, a veces menos, pero la idea nunca dejó de rondar por su cabeza. Hace cuatro meses dio el paso junto a Jorge, su marido. Ahora, con treinta y cuatro años, lucha por ser ella mientras es madre.


Yolanda y Edén
Yolanda y Edén
29 mar 2020 17:56

Nació en Zaragoza cuando su madre tenía treinta y siete años, un dato que, aunque a muchos les parezca insignificante, para Yolanda no lo fue tanto.  Y es que, lo que ahora nos parece una edad normal para ser madre, entonces no lo era tanto.

“Me costó entenderlo. Aunque mi madre siempre corrió, saltó y jugó conmigo como cualquier otra, no comprendía por qué era mayor que el resto de las madres de mis amigas”. Tanto fue así, que desde muy pequeña Yolanda se propuso ser madre joven, hecho que ahora recuerda entre risas.

Le encantaba jugar a mamás y papás y, entre los personajes, nunca faltaban el bebé y la hermana mayor. Ella tenía claro su papel: mamá. También recuerda cómo sus amigas intentaban adivinar el futuro con una baraja de cartas. La pregunta que nunca olvidaba formular: “¿cuántos hijos voy a tener?” Todavía sigue sin saber la respuesta.

Su forma de pensar cambió conforme crecía. Descubrió nuevas aficiones, formas de vida, nuevas amistades y expectativas. Tenía claro que iba a priorizar algunas cosas frente a otras. Ser madre era una de ellas, pero antes quería estudiar algo que le permitiera ayudar a las personas y estar en contacto directo con ellas. Desde el primer curso de Trabajo Social no dejó de trabajar en asociaciones de personas con discapacidad, donde conoció a Iván, un niño al que recuerda con especial cariño.

“Disfrutábamos mucho juntos. Recuerdo su cara de felicidad cuando le esperaba a la salida de sus clases. No lo olvidaré jamás”. Esa misma expresión que todavía hoy comparte Yolanda al hablar de él, es la que mantiene cuando echa la vista atrás a sus viajes. Republica Dominicana, Bali o Islas Mauricio han sido algunos de los destinos que se ha negado a visitar como una turista cualquiera.

“Odio los viajes preparados. Nunca he cogido un bus turístico, eso no va conmigo”.  Yolanda prefiere comer con la gente que conoce, irse a ver sus negocios locales y descubrir lugares junto a ellos. En ocasiones, conocer países desde este punto de vista puede ser demasiado duro, pero para ella es vocacional. Así lo demuestra su mirada cuando recuerda a aquel grupo de niños que bailaban desnudos en Bali.

Tras diez años de novios, Jorge y Yolanda decidieron casarse. Muchos pensaban que entonces vendría el bebé, aquel que tanto había deseado Yolanda y que, una vez comprometida, no tardaría mucho en llegar. “Todo el mundo me preguntaba cuándo iba a ponerme a ello”. Sin embargo, tanto ella como su marido prefirieron esperar. Sabían que tener un hijo era una gran responsabilidad y que, antes de ponerse a ello, tendrían que renunciar a varias cosas.

Ambos tenían miedo. Es lo que los cambios suelen generar. Yolanda trabajaba en una organización sin ánimo de lucro como trabajadora social, mientras que Jorge desempeñaba labores de ingeniero informático en una empresa tecnológica. Tardaron en mudarse a un mismo hogar, prefirieron ahorrar para poder comprar una casa donde formar una familia. Sabían que tener un hijo afectaría también a las fiestas con amigos o sus largos viajes, pero trece años después, llegó el momento.

Yolanda estaba a punto de cumplir sus treinta y cinco y Jorge treinta y seis. Llegados a este punto, la edad ya no significaba nada para ella. “Al final, el destino te lleva a hacer cosas que jamás pensabas que ocurrirían”, dice mientras recuerda sus deseos de ser madre joven.

El embarazo

El bebé no tardó en llegar. La sensación de asombro y suerte inundó a Jorge y Yolanda, que no comprendían cómo todo había sido tan rápido. “Tengo amigas que han pasado por largos procesos de fertilidad y sé que no es fácil. Son momentos muy duros para las parejas, aunque especialmente para aquellas mujeres que, como yo, lo hemos deseado desde muy pequeñas”.

Y, aunque concebirlo fue más fácil de lo esperado, el proceso del embarazo fue todo lo contrario: “la primera mitad la viví muy bien, pero la segunda fue bastante dura. Lo único que quería era verme con él en brazos y en casa”. En la semana treinta y uno Yolanda fue ingresada de urgencia ante un probable parto prematuro

Ocurrió de repente. Aunque ya se había visto obligada a coger la baja por sus dolores, sabía que esta vez no era normal. Tampoco pensaba que se había puesto de parto. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de ella, así que llamó a Jorge, que salió corriendo del trabajo para coger el coche y llevarla a urgencias. De entonces, tiene recuerdos borrosos, no entendía lo que ocurría. 

Tras estar varios días ingresada recuerda emocionada el miedo que sentía al pensar que el bebé nacería antes de tiempo. “Le decía que no fuera impaciente, que mamá y papá le esperábamos con amor, pero que todavía era pronto”, explica mientras acaricia su tripa. “También le decía que era un fiestero porque quería nacer para las Fiestas del Pilar, que ya tendría tiempo de salir cuando fuera mayor”, dice entre risas. “Fue un momento muy duro. Pasé bastante miedo”.

La tripa le pesaba. Mucho. Los médicos le diagnosticaron macrosomía fetal, lo que significa que el cuerpo del bebé alcanzaba un tamaño excesivo. Su tripa era grande y muy redondeada. Como las típicas tripas de embarazadas. Incluso había gente que pensaba que, dentro de esa enorme barriga, se escondían dos bebés. A esto había que añadirle los veinte kilos que sumó durante esta etapa, en la que a penas sufrió antojos, pero sí más hambre de lo habitual. 

Yolanda era consciente de que no estaba bien, no era ella. Su humor variaba con los días, así como su pelo rizado, que antes siempre dejaba suelto y ahora prefería recoger en una coleta. Su tez era más blanca de lo habitual, pero la sonrisa nunca la perdía. Siempre guardaba una de ellas para agradecer los cuidados que recibía a los profesionales que la acompañaban.

Apenas se maquillaba. Prefería vestir con pantalones cómodos y camisetas anchas de Disney, algo que emocionaba a su sobrina Alba, que acababa de cumplir los cuatro años. Sus ojos se llenaban de ilusión al saber que, bajo esa camiseta de Dumbo, se encontraba un bebé. Un bebé de los de verdad.

Yolanda recuerda las dificultades en sus movimientos. A penas podía cambiarse de ropa en aquella habitación de hospital. Cualquier movimiento que realizara, suponía un reto para su cuerpo. Poco a poco, movía las piernas mientras se inclinaba levemente hacia un lado y el otro. Y así, pasito a pasito, abandonó el hospital que tal susto le hizo pasar.

A partir de ese momento, solo existía un único objetivo: llegar hasta la semana treinta y cinco.  Cada día que pasaba sin necesidad de ir al hospital era motivo de celebración para Yolanda. Escribía y mandaba vídeos de su tripa a sus amigas por WhatsApp mientras imitaba la voz de su pequeño diciendo “me quedo una semana más aquí, que se está muy bien”.

En reposo, tumbada de diversas formas en el sofá, recuerda cómo cambiaba numerosas veces de canal en la televisión. Yolanda es una persona inquieta, siempre pendiente de todo lo que le rodea, nerviosa. Para ella esta etapa fue especialmente dura. Todavía recuerda su desesperación tumbada en el sofá mientras encontraba una postura cómoda: con los pies en alto, hacia un lado, hacia el otro, con almohadas, sin ellas…: “Arrasé con todos los cojines de mi casa, ya no sabía ni como colocarme”. Lo único que conseguía hacerle pasar el rato fueron las series. Las chicas del cable o los Agentes de S.H.I.E.L.D fueron sus mayores aliados.

Durante tantos días, tuvo tiempo para pensar en el parto, uno de los temas que más incertidumbre causa entre las mujeres embarazadas. O al menos, uno de los temas más demandados en las clases de preparación. Pero como dicen expertas como Ibone Olza, psiquiatra infantil y perinatal, “para parir bien se necesita lo mismo que para hacer el amor bien: intimidad, respeto, cariño, confianza, que no te molesten ni te interrumpan, elegir postura libremente, que no te metan miedo y amor”.

Por esto, Yolanda asegura que no tenía miedo, sino todo lo contrario, quería vivirlo. Había oído todo tipo de opiniones. Desde que era el momento más bonito de la vida, hasta que era uno de los peores, en los que gritaría, lloraría e incluso insultaría al personal sanitario. En su caso, no fue de ninguna de estas formas.

Eligió un hospital de la sanidad pública donde, asegura, están los mejores profesionales y medios. Sabía que lo suyo podía no ser un parto normal, ya que anteriormente había tenido complicaciones y allí conocían su expediente. Además, estaba segura de que, si era un parto natural, su marido podría acompañarla durante el proceso, podría apoyarla y apretar su mano cuando ella lo necesitara.

También pensó en sus sobrinos, en que no podrían ir a visitar a su nuevo primo por no cumplir con la edad establecida, aspecto que no se tiene en cuenta en hospitales privados.  Sin embargo, Yolanda sabía que solo estaría tres o cinco días ingresada. Al fin y al cabo, “es lo que la mayoría de las mujeres se quedan en el hospital”. Tenía todo y nada claro.

El parto

“De repente noté cómo estaba un poco mojada. Yo pensaba que romper aguas era algo más escandaloso, donde iba a llenar el suelo de agua. En mi caso no fue así, pero ante la duda decidimos ir al médico”. Yolanda ingresó el 20 de noviembre a las 15:00 en el Hospital Clínico Lozano Blesa de Zaragoza. Objetivo más que cumplido. Estaba de treinta y nueve semanas.

Cuando le confirmaron que ya estaba de parto, los nervios invadieron su cuerpo. Había llegado el momento, aquel para el que tanto se había preparado. Lo primero en lo que pensó fue en si había cogido la mochila con la ropa. Yolanda es muy previsora y no quería que le sucediera como la vez anterior. Cuando vio que era Jorge quien la llevaba, se dio cuenta de que ahora, sí. Todo estaba listo para que comenzara la aventura.

La primera noche fue muy dura. No solo por el dolor, sino también por los pensamientos que le anegaban: ¿Llegará bien?, ¿cómo será?, ¿sabré hacerlo? Las contracciones aumentaban conforme pasaban las horas y Yolanda ya no sabía cómo colocarse para paliar el dolor. Por suerte, la calma y serenidad de Jorge le acompañaba desde el primer momento. Él siempre sabe cómo relajarle.

Había imaginado su parto en numerosas ocasiones, se había preparado con su matrona, había visto vídeos, leído libros como Un año para toda la vida, de Mariela Michelena, pero ahora todo era diferente a como había pensado. Se enfrentaba a lo peor: diez horas en la sala de dilatación que hicieron que el tiempo para Yolanda y Jorge pasara más lento que nunca.

En aquella misma habitación fue donde le pincharon la epidural que, tal y como admite Yolanda, significó un alivio para ella. El dolor disminuyó hasta dejar de sentirlo. Por fin podía descansar, aunque no por mucho tiempo. En cuanto alcanzara los diez centímetros, las puertas del paritorio se abrirían para Jorge y Yolanda.

Ella siempre había apostado por un parto vaginal y la palabra “cesárea” le producía cierto rechazo, aunque siempre había dejado aconsejarse por los profesionales. Quería sentir como su hijo salía de ella, ver cómo nacía de la forma más natural y, por supuesto, estar acompañada de su marido mientras ella empujaba.

Sin embargo, cuando parecía que todo estaba listo, algo cambió de manera radical.

El bebé era demasiado grande para la pelvis de Yolanda, así que decidieron llevársela a quirófano y realizar una cesárea. En ese instante su rostro se llenó de preocupación. Miró a Jorge pensando en que no podría acompañarla y que, además, no podría hacer piel con piel con su bebé, una práctica que, tal y como le había explicado su matrona, facilitaba el agarre espontáneo y la lactancia materna. Sin dudarlo, suplicó a los médicos que, por favor, dejaran a Jorge llevar a cabo la técnica con su hijo.

Cuando entraron a quirófano, los profesionales colocaron una tela que impedía ver a Yolanda lo que estos realizaban. Mientras, ella no paraba de mirar a su alrededor, de preguntarse qué estarían haciendo los médicos, ya que no podía sentir nada. Escuchaba atenta su conversación, cada palabra que ellos decían. Incluso, de vez en cuando, le comentaban lo que estaban haciendo. Sin embargo, se sentía sola, sin su compañero, sin Jorge que, a través de un cristal seguía inquieto los movimientos de los médicos.

“Es un bebé muy muy grande”, le comentaban las enfermeras a Yolanda. Recuerda cómo, de repente, los médicos le acercaron a su hijo para que ella lo viera. Ni siquiera llevaba las gafas puestas, solo veía unos ojos muy grandes. Y, por si fuera poco, no escuchaba aquel llanto al que las películas nos tienen acostumbrados. “¿Qué pasa? ¿por qué no llora?”, pensaba. Entonces, le acercaron la mano de su hijo y notó cómo este apretaba el dedo índice de su mano derecha. Ya estaba ahí. Todo había ido bien.

Madre

“Fue un momento bonito, pero no tanto como me había imaginado”. Cuando Yolanda echa la vista atrás, revive la ola de sentimientos a los que se enfrentó en un corto período de tiempo. El amor, el miedo y la alegría se entremezclaron e impidieron que pudiera reaccionar. Para Jorge fue diferente. Lo recuerda como el momento más especial de su vida. No podía creerse que ese bebé tan pequeño fuera suyo. Durante dos horas, pudo cumplir el deseo de su mujer: realizar la técnica de piel con piel con su hijo.

Tras veinticinco horas de parto, Yolanda estaba exhausta. Su cuerpo no podía aguantar más. Ni ella misma puede entender ahora cómo pudo aguantar tanto. Aquel “parto idealizado” del que tanto había escuchado hablar, estaba más que alejado de su experiencia. Perdió tanta sangre, que estuvieron a punto de realizar una trasfusión. Sin embargo, como en todas las ocasiones más difíciles de su vida, Yolanda consiguió sacar fuerzas para que no hiciera falta.

Los siguientes días continuaron siendo especialmente duros para ella. Estuvo trece días ingresada en el hospital. Siempre acompañada por sus familiares y, por supuesto, Jorge, que dormía a su lado en un sillón. Con cierta nostalgia, echa la vista atrás y recuerda como se sentía querida y a la vez culpable al hacer que todos los que la rodeaban estuvieran pendiente de ella.

Además, durante todo este tiempo Yolanda tuvo fiebre y, tanto ella como los médicos desconocían su origen. Días más tarde y tras numerosas pruebas, descubrieron que se trataba de una infección en el tejido interno de su vientre a causa de la cesárea. Tras reabrir la cicatriz y curarla, llegó el momento más esperado por ella y su marido: la vuelta a casa.

Los inicios no fueron fáciles, pero ahora ya han pasado cuatro meses y Yolanda se siente diferente. “Ser madre significa renunciar a muchas cosas. Por mucho en que insistan en que no, yo ahora, por ejemplo, no puedo irme un mes de viaje de aventura a Nueva Zelanda”. Su vida social y el tiempo que invierte en sus amigos ha disminuido. Gestionar sus días ha dejado de ser tarea fácil, ya que ahora debe contar con una persona que depende de ella al cien por cien.

Asegura haber aprendido mucho. No solo como madre, sino también como persona. “Descubres cómo controlar tus hormonas, que están revolucionadas, y a compaginarlas con una etapa de grandes cambios”. La falta de sueño, de vida social, la lactancia materna exclusiva y a demanda… son algunos de los obstáculos a los que se enfrenta. Sin embargo, el rostro de Yolanda al ver sonreír a su pequeño demuestra que todo merece la pena.

“Poco a poco se crea un vínculo. Ambos nos vamos conociendo, sabemos lo que nos divierte, nos hacemos reír…”. El amor entre ambos va creciendo día tras día y la forma de amar cambia conforme pasa el tiempo. Ahora, su vida se basa en él, en su felicidad.    Nunca se habría imaginado que esto fuera a suceder, que todo lo que le rodea dependiera del bienestar de su hijo, de una carcajada o de una mirada cómplice. Pero es así. Asombrada, admite que jamás podría haberlo pensado.

Los cambios que ha tenido que afrontar han sido muchos y muy duros. “Es un niño muy demandante”, dice mientras le da el pecho. “Siempre busca que alguien le haga caso y, si te vas un momento, necesita que vuelvas para que le hagas alguna tontería”, explica mientras le mira sonriendo. Aunque, tal y como lo hace, parece que ella tampoco quiera separarse de él.

A pesar de que haya sido un proceso largo y difícil, ahora Yolanda confía más en su instinto. Siente que ha aprendido mucho respecto a sus primeros días. Que la práctica y la confianza en sí misma le han hecho más fuerte, más valiente y atrevida. En definitiva, le han convertido en aquello que todos identificamos como madre.

El nombre

Y aunque, tanto a Jorge como a Yolanda les han surgido muchas dudas sobre el embarazo o los cuidados que están dando a su hijo, algo siempre han tenido claro: su nombre. Todo surgió un día cualquiera en casa mientras Jorge estaba viendo una de sus series favoritas, Caballeros del Zodíaco. Yolanda, poco aficionada a este tipo de series, decidió acompañar a Jorge en el sofá y comenzar a ver la serie junto a él. Poco atenta al argumento, pero sí a los detalles, escuchó una palabra que se quedó grabada en su mente.

Rápida, supo que ese nombre sería para su hijo. Lo que no esperaba era que, segundos más tarde Jorge le dijera: “Qué bonito ese nombre, ¿no?”. A partir de entonces lo tuvieron claro. Cuando supieron que el bebé que venía era un niño, ambos se miraron y sonrieron mientras imaginaban si, además del nombre, compartiría la personalidad del personaje de ficción.

Edén nació el 21 de noviembre de 2019 en Zaragoza con cuatro kilos y trescientos gramos. No sabemos si será el nuevo defensor del mundo como en la popular serie, pero lo que sí sabemos es que es un hijo muy deseado, buscado y amado por los que le rodean, que no es poco.

Bienvenido, Edén.

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