En medio de la pandemia, la afición del Rayo Vallecano no ha parado de generar iniciativas solidarias para acompañar el trabajo de las redes de apoyo mutuo del barrio, consciente de la precariedad en aumento entre las vecinas y vecinos.

Aquella tarde de uno de esos veranos infinitos de la adolescencia aparecí en su puerta dramáticamente magullado. Manchas de sangre. La rueda delantera de la bici destrozada. Cojera.

Desbordados los Servicios Sociales en la ciudad de Madrid, las redes vecinales y los espacios autogestionados han entrado al quite para apoyar a familias cuya alimentación diaria se ha convertido en primera necesidad. Cada semana aumenta el número de personas atendidas por estas iniciativas ciudadanas.

Esperanza no quería salir de su casa y se negaba en rotundo a ir al hospital. Las asistentes seguían preocupadas, no querían que Esperanza se muriese sola en casa. Sus familiares más cercanos, ninguno de ellos en Madrid, estaban también preocupados, no querían que Esperanza se muriese sola en casa.

La Asociación ha creado un equipo de intérpretes-mediadores para acompañar a la población bangladeshí en la crisis del Covi-19. Además, junto a otros movimientos vecinales asegura la alimentación básica a más de 320 familias. Trabajo en red para que nadie quede atrás.

Cuando empezó a extenderse el covid19, desde la residencia en la que estaba mi padre nos dijeron que todo estaba controlado y que no había peligro.

Una de las viejas tradiciones que habíamos adoptado del mundo que conocíamos era la de esperar a que alguien nos sacara las castañas del fuego: Dios, el Estado, el dinero, la anestesia o una madre comprensiva. Pero quizá sea el momento de desempolvar el poder de cambiar las pequeñas cosas y tener en cuenta los errores cometidos. Sirva mi propio fracaso como ejemplo.

Estamos dotando de un nuevo significado a ciertos trabajos, o mejor dicho, rescatando un antiguo significado para ellos que nunca debimos dejar que desaparecieran.