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Francia
El sueño del teletrabajo convertido en pesadilla en Francia
En la empresa de Emmanuelle*, el teletrabajo siempre ha sido “contracultural”. A pesar de la creciente demanda por parte de los empleados estos últimos años, la compañía CAC 40 [equivalente del Ibex 35] en la que trabaja siempre se ha opuesto a ello. Hasta que llegó el confinamiento: de un día para otro, todos los asalariados tenían que teletrabajar. Lo mismo le sucedió a Sylvain, ejecutivo en una empresa informática: “El viernes anterior al confinamiento, dijeron ‘no, no, no cerraremos la web’. El fin de semana, empezamos a recibir mensajes que decían que tendríamos que ir a recoger nuestro equipo el lunes. Los primeros días de teletrabajo fueron un poco difíciles”, dice.
Para Joëlle*, abogada laboralista de una organización sindical, el asunto flotaba en el aire desde hacía días. Tras unos días de descanso, regresó a la oficina el 16 de marzo. “Me dijeron ‘coges el ordenador y te pones a teletrabajar desde hoy’. Fui a casa y se desató el infierno. Supuso una avalancha de ansiedad para todos los empleados”. Joëlle ha recibido un promedio de 150 a 200 correos electrónicos al día, con preguntas muy técnicas con respecto a la aplicación de la reglamentación. Y sobre otros temas. “He vivido la aprobación de otras leyes, en particular la ley El Khomri [reforma laboral] en 2016, estoy acostumbrada a los cambios repentinos, a la irritación de la gente. Pero en esta ocasión pensé que no iba a poder con todo. Yo que llevo mucho tiempo soñando con el teletrabajo, he vivido una auténtica pesadilla”.
“Hemos presenciado un giro hacia el teletrabajo, que se hizo de modo apresurado, sin anticipación ni supervisión colectiva”
Para un gran número de franceses y francesas obligados a teletrabajar desde casa en las últimas semanas, se trataba de una primicia. Prácticamente un tercio de los asalariados ha trabajado a distancia durante el confinamiento. Una encuesta publicada por el sindicato Ugict-CGT el 4 de mayo, basada en las respuestas de 34.000 personas de todos los sectores profesionales, dos tercios nunca lo habían experimentado antes.
Esto concierne en primer lugar a los trabajadores de base (71%), a las profesiones intermedias (70%) y también a los directivos, en un 62%. Como consecuencia de esta generalización: “Hemos presenciado un giro hacia el teletrabajo, que se hizo de modo apresurado, sin anticipación ni supervisión colectiva. En la mayoría de las empresas que llevan tiempo practicándolo, existen acuerdos sobre el teletrabajo. Durante este período, sin embargo, ha sido un puro desastre”, destaca Sophie Binet, cosecretaria del Ugict-CGT.
“El teletrabajo se estableció con urgencia, han tenido que arreglárselas con lo que había, que varía mucho de una empresa a otra. Hemos constatado la diferencia entre quienes lo llevan ejerciendo desde hace tiempo y aquellos que lo han descubierto ahora”, dice Béatrice Clicq, secretaria confederal de Force Ouvrière.
“No tuve elección”
Muchos de los testimonios recibidos para este artículo provienen de ejecutivos o de personas que ocupan puestos de gestión, o de aquellos que se vieron empujados a hacerlo. Como Stéphanie*, secretaria en una asociación de inserción. “Con el confinamiento, la jerarquía decidió no renovarme el contrato temporal y me impuso la gestión de otro centro. Para ahorrar dinero pusieron a otras secretarias en ERTE y mi gerente se fue de vacaciones, así que tuve que ejercer de responsable de tres centros, y por lo tanto, de la gestión del personal. No tuve elección”, se lamenta. Sin un marco real, florecieron abusos de todo tipo: “Cuando se anunció el confinamiento, nos pusieron a todos en ERTE. Dos días después, un responsable pidió ‘voluntarios’ que trabajaran de forma desinteresada durante el ERTE”, añade Stéphanie, que, desde entonces, como muchos de sus colegas, está teletrabajando.
Mélanie*, gerente de una gran agencia de comunicación de París, cree que “actualmente estamos pagando el precio de no haber invertido en recursos humanos. En los últimos tiempos, han ampliado los puestos administrativos y han reducido en gran número los de encargados, que resultan primordiales. Hoy en día, me veo teniendo que cuidar de la gente, asegurándome de que están bien. Con algunos tenía que hablar todos los días, era como una instructora. Esta crisis está sacando a la luz la tarea indispensable de los mandos intermedios”, añade.
Circunstancia que sus superiores han comprendido por fin. Los de Emmanuelle, sin embargo, piensan lo contrario: “Percibo una falta de confianza en algunos superiores que ocupan puestos clave. No nos han dejado respirar y organizarnos como es debido. En estas circunstancias, me resulta difícil encontrar el tiempo y la capacidad de escucha necesarios para hacer lo que se supone que es el eje de mi trabajo”, se queja. Ironías del destino, Emmanuelle es responsable de recursos humanos.
“De noche, ordenaba los correos”
Una de las consecuencias directas de esta transición abrupta y exenta de supervisión ha sido la sobrecarga de trabajo de la que Emmanuelle, y otros, hubiesen prescindido gustosos. Según un informe de la Ugict-CGT, se verían afectados un tercio de los asalariados que trabajan en casa, en particular los directivos (40%). El informe registra también la imposibilidad de poder desconectarse que menciona el 78% de los encuestados, así como la falta de definición de franjas horarias concretas durante las cuales el empleado debería estar localizable (para el 82%).
“Diría que durante tres semanas he debido trabajar 55 horas por semana, tal vez más”, dice Sylvain
“La crisis ha generado de facto trabajo adicional y proyectos que deberían haberse suspendido o pospuesto para hacer frente a la situación, pero no ha sido así en absoluto. Hemos cumplido los plazos de entrega de proyectos que deberían haber sido secundarios, lo que ha originado una sensación de presión adicional”, explica Emmanuelle. Y añade: “Es un sentimiento compartido por mis colegas que trabajan en recursos humanos. Todos pensamos que es una locura”. Como resultado, trabaja casi sin parar de 8:15 de la mañana a 9 de la noche. Sylvain también afirma que trabaja unas diez horas al día, incluyendo noches y fines de semana. “Diría que durante tres semanas he debido trabajar 55 horas por semana, tal vez más. En un momento dado, dejé de contar. Cuando me despertaba por la noche, tenía mi ordenador al lado y clasificaba los correos. Estaba en mi propia casa y sin embargo padecía un estrés horrible, lo cual resulta paradójico”, dice Joëlle.
Melanie tampoco pudo desconectar durante los días libres que tuvo que tomar. “Durante las vacaciones, trabajé. En realidad, solo me sirvieron para apagar el teléfono y trabajar con más sosiego”, reconoce.
“Hago pis con el ordenador en el regazo”
En tales circunstancias, es difícil encontrar un momento para despejar la mente. “Al principio, tienes que demostrar que estás teletrabajando, así que no te tomas un descanso. Te sientes culpable por el simple hecho de prepararte un té o charlar con tu cónyuge”, dice Emmanuelle. La situación ha ido empeorando al filo de las semanas: “Tenemos 30 minutos para almorzar entre dos reuniones y en 30 minutos es súper difícil preparar la comida, comer, fregar los platos...”. Joëlle emite la idéntica observación, que describe su ritmo frenético: “Por la mañana, me levanto, me ducho, tomo café frente al ordenador, almuerzo frente al ordenador, lo apago, me ducho y me acuesto”.
Para Emmanuelle, lo peor ha sido la secuencia diaria de “videollamadas”, que no le dejaban respirar. Confiesa: “En las últimas semanas, he tenido casi ocho horas de videoconferencia al día, en ocasiones han sido hasta 10 horas. Los descansos son menos frecuentes y más cortos, con un promedio de 10 minutos para una reunión de 4 o 5 horas. No sé cómo lo hacen los demás, pero me he visto orinando con el ordenador en mi regazo, lo cual es bastante alienante...”. La jornada de ocho horas de videoconferencia le dejan hecha polvo, sin embargo, su día aún no ha acabado, ni mucho menos: “Hay que preparar la presentación en Power Point para pasado mañana, responder cada día a los 50 correos electrónicos que no se han leído, organizar una reunión con los colegas...”.
“El teletrabajo rompe el vínculo social”
En estas reuniones virtuales no hay lugar para el contacto humano con los colegas. “Es agotador, ya no existe el vínculo informal que se puede encontrar en una reunión clásica y que ayuda a mantener relaciones cálidas entre colegas. Tampoco requiere la misma concentración: hay que decodificar constantemente lo que sucede sin tener acceso a toda la información (es imposible mirarse a los ojos o simplemente observarse mutuamente ya que, para preservar la conexión, muchos optan por apagar su cámara)”, describe Emmanuelle.
En opinión de Danièle Linhart, ahí radica uno de los principales riesgos inherentes al teletrabajo. Para esta socióloga del ámbito laboral y directora de investigaciones emérita del CNRS, el teletrabajo conlleva “una especie de desrealización de la actividad”: “Esta se vuelve cada vez más virtual, ficticia, y por consiguiente pierde su significado y propósito”. Para ella, el vínculo con los demás es una dimensión esencial del trabajo, algo que hoy en día se deja de lado: “El trabajo, salvo excepciones, no es una actividad que pueda realizarse permanentemente fuera de un lugar de socialización. La propia naturaleza del trabajo es un cordón umbilical que te conecta con la sociedad, ya que trabajas con y para los demás. El teletrabajo es perjudicial para nuestra sociedad porque rompe el vínculo social y lo que caracteriza a una sociedad es la calidad de las relaciones sociales”, insiste la socióloga.
También es esencial, según ella, sentir que uno tiene un “papel profesional distinto con respecto al que ocupa en la esfera privada, familiar”. Algo que concierne particularmente a las mujeres: “Son siempre ellas las que se ocupan de las tareas domésticas, más que los hombres, son las que tienen la carga mental de organizar la unidad familiar. Han luchado precisamente por salir del cuadro doméstico y han llegado masivamente al mercado laboral”.
“Si tuviera hijos, estaría llorando”
En el teletrabajo no todos gozan de las mismas condiciones. “Comparto 20 metros cuadrados con una persona que está de baja. Si tuviera hijos, creo que lloraría al teléfono”, admite Stéphanie. Mélanie, que estima que su volumen de trabajo ha aumentado por lo menos un tercio, tiene incluso nostalgia de los trayectos en autobús por la mañana: “Al menos podía escuchar un poco de música”. En principio su caso no sería el más desafortunado. “He tenido la suerte de poder teletrabajar desde el campo durante los últimos dos meses, con un jardín para mis hijos. Aún así estoy a punto de desmoronarme”, dice. De 7:30 a 21:30, dedicaba sus escasas cortas pausas a los niños, a pesar de que su cónyuge redujo su volumen de trabajo para estar más presente. Relata: “Los niños no entienden que esté aquí pero que no pueda dedicarme a ellos. Acabé por encerrarme en una habitación un poco escondida para teletrabajar, pero acabaron por encontrarme. También disponía de un espacio exterior, pero en cuanto llovía la cosa se complicaba. Trabajaba sentada sobre la hierba, en un rincón donde se captaba el wi-fi, así que me duele mucho la espalda. Estoy literalmente agotada”.
Según la encuesta de Ugict-CGT, el 81% de los teletrabajadores con hijos tuvieron que cuidarlos mientras trabajaban. El cierre de las escuelas también supuso para el 43% de las mujeres que teletrabajaban más de cuatro horas suplementarias de tareas domésticas. “No puedes teletrabajar y cuidar de tus hijos al mismo tiempo. Es un desastre, sobre todo para las mujeres”, advierte Sophie Binet, cosecretaria del Ugict-CGT. Por no mencionar el aumento de denuncias por violencia doméstica durante el confinamiento. “Esto implica que las empresas también deben de tener en cuenta esta circunstancia para proteger la salud de sus empleadas”, añade Béatrice Clicq, secretaria confederal de FO.
Los sindicatos piden acuerdos interprofesionales
Por todas estas razones, los sindicatos piden una reflexión seria sobre las actuales y futuras condiciones del trabajo desde el domicilio. “Es necesario disponer de un marco colectivo común sobre la organización del teletrabajo, de lo contrario caeremos en sistemas de organización que pueden ser abusivos”, dice Sophie Binet. “El teletrabajo no está sujeto a una negociación obligatoria, lo cual es un problema porque varía mucho de una empresa a otra. Pedimos una negociación interprofesional para establecer un marco que permita a todos los trabajadores tener una base de referencia”, concluye Béatrice Clicq.
El 9 de mayo, el Ministerio de Trabajo publicó una “Guía de Teletrabajo”. Totalmente contraproducente según los sindicatos: “No sirve de nada, porque la patronal consideró que estaba muy bien, sin embargo, tan sólo contempla lo ya existente”, deplora Béatrice Clicq. “Es una lectura del derecho laboral desde el prisma de la patronal. No aporta nada nuevo y además se publica al cabo de dos meses...”, denuncia Sophie Binet, quien lamenta que en la actualidad la apertura de negociaciones no sea una prioridad para los empresarios. “Existe un verdadero riesgo psicosocial”.
“He escrito una llamada de auxilio”
De hecho, hace varios días, Stephanie envió un correo electrónico a su director de Recursos Humanos, detallando su volumen de trabajo. “Escribí textualmente que se trataba de una ‘llamada de auxilio’, nunca me respondió. Antes me telefoneaba todos los días, ahora estoy sola, ya no me contacta y se hace el muerto”.
Emmanuelle tiene problemas para dormir, algo que nunca antes le había sucedido. “Durante las últimas semanas, me he estado despertando por la noche con el cerebro dando vueltas sin parar sobre temas de trabajo de la víspera o del próximo día y acabo por dormirme una hora antes de que suene el despertador”. Hace unos días, decidió hablar con el responsable de recursos humanos, que la orientó hacia el servicio médico empresarial. Y es posible que lo necesite en las próximas semanas: “Escucho en mi empresa que es necesario ‘planear la vuelta a la actividad’, pero decir eso cuando resulta que nunca habíamos trabajado tan duro como en las últimas semanas, no tiene sentido...”.
Mélanie, que está igual de molesta, ironiza: “Me hacen reír los comentarios tipo ‘tendremos que trabajar más para salir de la crisis’. Ya estamos haciendo todo lo posible, trabajamos los fines de semana y durante las vacaciones... En cuanto a los horarios, no veo cómo podría hacer más o pedir más a los equipos”. Afortunadamente, ella y sus colegas podrán tener “vacaciones de verdad” este verano. Y no les tocará trabajar durante ese periodo, se supone.
* Nombres modificados a demanda de las personas entrevistadas.
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Madre mía lo alienada que está alguna gente hoy en día...
Vaya tontería, es tan fácil como encender y apagar el ordenador el horario de tu trabajo. El que hace de más es por qué quiere y contribuye a que su empresa ahorre en empleos y aumente el paro... O a lo mejor son procanistadores natos y a última hora se dan cuenta que se han tocado el higo todo el día. Recordemos que las empresas ya ganan dinero con tus 40 horas. Si trabajas 15 más gratis es tu problema y su beneficio.
Si somos unos mierdas, unos borregos y unos estúpidos y no somos capaces de poner freno al abuso porque estamos acojonados, por si perderemos nuestra mierda de trabajo, pues que nos jodan a todos. Tenemos lo que nos merecemos por ser incapaces de luchar por una sociedad y un mundo diferentes.