Francia
La ofensiva neoliberal avanza sin oposición en Francia
Siete meses después de su llegada al Elíseo, Emmanuel Macron sigue adelante con su reforma laboral. De momento, las protestas de los sindicatos resultan minoritarias.

Después de que más de 100.000 personas se manifestaran en París en contra de la reforma laboral, el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, prometió el 23 de septiembre reunir a “un millón en los Campos Elíseos” en contra de la flexibilización del mercado laboral impulsada por decreto por el presidente francés, Emmanuel Macron. Casi tres meses después, el pronóstico del dirigente de la izquierda alternativa prácticamente se ha hecho realidad. Cerca de un millón de personas se congregaron el pasado 9 de diciembre en la lujosa avenida parisina. Pero esta multitudinaria manifestación popular no se produjo para oponerse a la reforma laboral, sino para conmemorar la muerte del emblemático rockero Johnny Hallyday.
Mientras que el duelo por Johnny inundó las calles de gente, estas han estado más bien vacías en las manifestaciones organizadas contra la flexibilización del mercado de trabajo. El Ejecutivo francés aprobó por decreto el 22 de septiembre una nueva reforma laboral que facilita los ERE de las multinacionales, favorece los convenios en las empresas en perjuicio de los colectivos y reduce las indemnizaciones por los despidos abusivos hasta un máximo de 20 meses por 30 años de antigüedad. Los diputados de la Asamblea Nacional ratificaron esta medida el pasado 28 de noviembre, ante una gran indiferencia mediática y social. Ahora solo falta que en enero sea votada en el Senado (y una segunda vez en la Asamblea Nacional).
Aunque la reforma laboral de Macron traspasa numerosas líneas rojas que François Hollande respetó, esta ha suscitado una contestación popular inferior a la que despertó en la primavera del año pasado la aprobación de la Ley El Khomri por el anterior Gobierno socialista. Siete meses después de haber llegado al Elíseo, el presidente francés, de 39 años, sigue adelante con sus reformas sin apenas oposición política ni sindical. Una fuerte flexibilización del mercado laboral, una bajada de impuestos de 5.000 millones de euros a los más ricos, una reducción del gasto público de 15.000 millones… A pesar de haber impulsado todas estas medidas neoliberales, Macron gobierna en medio de un oasis de aparente calma social. ¿Francia ha dejado de ser un país de izquierdas?
A medida que el neoliberalismo se imponía en Europa a partir de los ochenta, la sociedad francesa se caracterizó por su resistencia ante el desmantelamiento del estado del bienestar. Una oleada de huelgas sindicales en 1995 paró una reforma de las pensiones y de la seguridad social, conocida popularmente como “plan Juppé” (en referencia al ex primer ministro conservador Alain Juppé). En 2006, las manifestaciones estudiantiles obligaron al Gobierno de Dominique de Villepin a echarse atrás en su voluntad de establecer un contrato laboral específico para los jóvenes que resultara más fácil de rescindir.
Una movilización descendente
Aunque no frenó la reforma de las pensiones de Nicolas Sarkozy, que retrasó la edad legal de jubilación de los 60 a los 62 años, un fuerte movimiento de protestas a lo largo del 2010 ilustró la oposición entre la calle y el polémico presidente conservador, cuya ambición reformista se vio limitada por el músculo que mostraron entonces los sindicatos franceses. “En 2010, las movilizaciones fueron masivas. Hubo en torno a un millón de personas en la calle en cada una de las manifestaciones. En cambio, en las protestas contra de la reforma laboral del Gobierno socialista en 2016, la media era de 250.000 manifestantes”, explica Dominique Andolfatto, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Borgoña y experto del sindicalismo francés.Durante los últimos meses, los sindicatos han movilizado todavía a menos gente que el año pasado. Tras haber negociado con el Gobierno de Macron durante “un proceso de concertación de 200 horas”, en el que las cartas estuvieron marcadas y la capacidad de influencia de los dirigentes sindicales resultó escasa, la CGT —el sindicato que dispone de un mayor número de afiliados en Francia— organizó una primera jornada de movilizaciones en el conjunto de Francia para el 12 de septiembre. Unas 400.000 personas (223.000 según la Policía francesa) participaron en una convocatoria que superó las pesimistas previsiones iniciales.
Sin embargo, la esperanza de esta primera movilización fue difuminándose. Los sindicatos encadenaron jornadas de manifestaciones cada dos o tres semanas, pero el número de manifestantes se desinfló progresivamente. Solo 8.000 personas se manifestaron el 16 de noviembre en París. Desde entonces, las direcciones de los sindicatos no tienen prevista ninguna nueva movilización, aunque la reforma laboral todavía debe ser aprobada en el Senado.
La división obstaculiza la acción sindical
“Todo parece diseñado para que se produzca una derrota del movimiento obrero tradicional. Esta será sin precedentes. La situación del derecho laboral retrocederá varias décadas”, ha reconocido Mélenchon en su blog. “Como el año pasado se produjo una movilización bastante duradera que no dio grandes resultados, ahora hay un cierto escepticismo de los franceses respecto a la eficacia de la acción sindical”, afirma Jean-Marie Pernot, un reputado especialista de las organizaciones sindicales. Según este investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, la poca asistencia en las manifestaciones contra las políticas neoliberales del Ejecutivo francés se explica también “por la reciente elección de Macron, lo que da una cierta legitimidad a su proyecto”.Además de la supuesta novedad del joven presidente francés, el escaso consenso entre las direcciones sindicales ha lastrado las movilizaciones en contra de la reforma laboral. A pesar de que todos los sindicatos se oponían oficialmente a la reforma laboral, cada dirección ha defendido una posición distinta. De hecho, Macron ha hecho todo lo posible para dividir el frente sindical. Incluso llegó a reunirse en secreto en el Palacio del Elíseo con el secretario general de Force Ouvrière —el tercer mayor sindicato de Francia—, Jean-Claude Mailly. Aunque el año pasado se movilizó con la CGT en contra de la reforma laboral de Hollande, Mailly ha preferido esta vez negociar con el Ejecutivo y lograr algunas concesiones menores.
“Entre el anteproyecto revelado por la prensa en junio y el resultado final de la reforma laboral solo se produjeron algunos cambios menores”, critica Romain Altmann, el secretario general de la CGT Info’Com, quien considera como “un engaño” las negociaciones con el Ejecutivo. “La principal preocupación de los dirigentes sindicales es distinguirse unos de otros”, explica Pernot. El Gobierno conservador de Sarkozy reformó en 2008 la normativa de la representatividad sindical. Desde entonces, los representantes sindicales necesitan al menos el apoyo del 10% de los empleados para poder negociar con el empresario y aval del 30% de los trabajadores de una empresa para que el acuerdo sea válido. Esto comporta que “los sindicatos estén compitiendo constantemente entre ellos”, afirma Andolfatto.
“Desde las manifestaciones en 2010 en contra de las reformas de pensiones, no ha habido movilizaciones unitarias de los sindicatos en Francia”, asegura Pernot. Mientras se acrecentaba la división entre las organizaciones sindicales, estas también perdían capacidad de influencia por el goteo del número de afiliados. Con solo el 11% de los trabajadores que están inscritos en un sindicato, Francia dispone de un nivel de sindicalización de los más bajos de la Unión Europea, inferior al de Alemania (18%) o España (16,8%).
Macron, ¿un presidente sin oposición?
“Los sindicatos tienen una capacidad cada vez más débil para influir en la realidad”, lamenta Pernot. “Desde 2005, ninguna de las grandes movilizaciones sindicales en Francia ha servido para parar ninguna reforma”, afirma Andolfatto. Según este experto del sindicalismo, estos escasos logros apenas han servido para que los dirigentes sindicales revisen una estrategia de lucha que consiste en la sucesión de jornadas de movilización que se repiten una o dos veces al mes durante un largo periodo de tiempo.“Como están planteadas en Francia, las huelgas no sirven para nada. Un paro laboral de un día hace sonreír a los empresarios”, explica Andolfatto. Para este profesor de ciencias políticas, las huelgas que resultan eficaces “suelen durar varios días y, por este motivo, no deben tener una lógica de sacrificio. Es decir, los sindicatos deben organizarse para indemnizar a los trabajadores que las lideran”.
De hecho, la movilización contra la reforma laboral de Macron ha fracasado “porque se ha basado en una estrategia del pasado”, defiende Altmann. Además de dirigir la federación de la CGT del sector de la comunicación, este responsable sindical forma parte del Front Social. Surgido en abril, poco antes de la llegada al poder de Macron, este movimiento reúne a un centenar de asociaciones y federaciones de los distintos sindicatos y antiguos militantes de la Nuit Debout, el 15M francés, que no logró consolidarse en la primavera de 2016. “Debemos construir nuevas formas de lucha con otros colectivos que no estén vinculados al mundo del trabajo, pero que se opongan a las políticas de austeridad de Macron”, reivindica Altmann.
Pese haber sido uno de los colectivos más movilizados contra la reforma laboral, el Front Social aún no dispone de un gran poder de convocatoria. El 18 de noviembre celebraron una marcha hacia el Palacio del Elíseo, pero en ella solo participaron 3.000 personas. Para mediados de enero preparan una nueva manifestación ante la sede del Medef (la patronal francesa). “Queremos señalar a los grandes empresarios, que son los responsables finales de las políticas de austeridad”, afirma Altmann.
Antiguo banquero de negocios de Rothschild, Macron simboliza la connivencia entre las élites económicas y políticas. Sin embargo, los sindicatos no han conseguido movilizar a los franceses contra sus políticas. Tras haber sufrido una fuerte caída de su popularidad en verano, Macron remonta en los sondeos. Según un estudio de opinión del Journal du Dimanche, publicado el pasado 17 de diciembre, el 52% de los franceses se declara favorable a su acción de gobierno.
Esta popularidad se beneficia de la ausencia de oposición política: los partidos tradicionales —la derecha republicana y el Partido Socialista— siguen inmersos en sus respectivas crisis internas, el Frente Nacional se encuentra desaparecido del mapa y la Francia Insumisa no termina de despegar. Según un sondeo de Elabe, el 42% de los franceses considera que ninguna formación encarna la oposición a Macron. Un vacío que deja una inquietante vía libre al dirigente centrista para que aplique su agenda neoliberal.
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