Parques vecinales autogestionados, utopías comunitarias que desafiaron al Madrid de hormigón

Estos pequeños oasis enmedio del bullicio de la capital, sostenidos en su mayoría por centros sociales y asociaciones vecinales, lograron sembrar semillas de convivencia y apoyo mutuo en lugares anteriormente abandonados por las instituciones.
Parque Almendro 3 La Latina
El parque vecinal de Almendro 3 antes de ser demolido. Foto: Madrid.es
24 dic 2025 06:00

Hubo un tiempo en que el cemento y el hormigón madrileños convivían con pequeños oasis verdes en el centro de la ciudad. Estas trincheras ambientales durante años tomaron forma de parques vecinales autogestionados por asociaciones o centros sociales ocupados, lugares de ocio comunitario e inclusivo en constante peligro de extinción.

Durante años lograron imponerse en la capital gracias al tesón de vecinas y activistas convencidas de la necesidad de mantener a flote espacios que configuren un contrapunto a la privatización del entretenimiento en las grandes urbes. En ese lapso de existencia, lograron sembrar semillas de convivencia y apoyo mutuo en lugares anteriormente degradados, que gracias a la gestión comunitaria se transformaron en auténticos remansos de paz para generaciones enteras de niñas y adultas. Si Madrid hoy adolece cada vez más de ellos no ha sido por la pasividad de quienes han puesto su alma y su tiempo en cuidarlos, sino por el creciente empeño de las instituciones locales y autonómicas en desmantelarlos por completo.

En los últimos años, los apetitos inmobiliarios y las ansias especulativas de los grandes fondos propietarios se han antepuesto al bienestar de las vecinas y sus criaturas, como ha puesto de manifiesto la reciente destrucción del Parque del Almendro, 3 en el barrio de La Latina. Al lugar, que surgió de la mano de un proyecto vecinal, acudían a diario niños y niñas de todas las edades para jugar al aire libre en zonas arboladas alejadas del tráfico madrileño, algo que en el distrito es el equivalente a hallar agua en el desierto.

Este mes de diciembre, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (Partido Popular), dio luz verde a las primeras obras en el terreno para acelerar su próximo proyecto urbanístico. Inmediatamente, la concejala de Más Madrid, Lucía Lois, lanzó al Ayuntamiento responsable un mensaje contundente a través de sus redes sociales: “Pedimos que (el parque) no se convierta en otro lugar más donde los turistas lo invaden todo como en el resto del distrito. Era un parque que funcionaba perfectamente, un oasis en relación a una experiencia comunitaria de autogestión única en Madrid”. Pero no sólo estaba en juego el bienestar comunitario ni las relaciones sociales que se gestan en este tipo de lugares: está demostrado científicamente que la cercanía de los niños y adolescentes con espacios naturales se traduce en mejoras claras en su salud mental.

Como en el Almendro, casi todos los parques infantiles de gestión vecinal comenzaron en su día siendo grandes vertederos donde la basura campaba a sus anchas por cada rincón

La idea de transformación, de dignificación espacial, es casi siempre el motor de estos proyectos. . La acción planificada de las vecinas organizadas logró transmutar zonas insalubres, degradadas por el abandono, en algo bello, apetecible para el encuentro y las relaciones sociales de calidad.

Lidia Cuadrón, vecina de Vallecas y una de las impulsoras del parque vecinal autogestionado (PVA) Sputnik, recuerda un día de abril de 2016 en que, paseando por las estrechas calles de Nueva Numancia, se topó de golpe con una parcelita de 230 metros cuadrados plagada de frigoríficos, colchones, ropa, ruedas, bolsas y paragolpes.

En seguida consideró necesario resignificar ese lugar cargado de oportunidades. Un par de semanas después, un vecino asiduo de La Villana, centro social autogestionado referente en el barrio y entonces cercano al terreno, recorrió casa por casa toda la calle, hablando a las vecinas, convenciéndolas de arrancar un proyecto comunitario en aquel terreno baldío. “Al principio hubo muchísima gente colaborando en la limpieza. Se sacaron sacos de basura y para mí ese movimiento fue muy importante porque de ahí empezamos a conocernos, inicié mi activismo y comencé a generar pertenencia a la comunidad. Nos informamos también de que la parcela estaba en manos de nadie porque la empresa a la que pertenecía había entrado en quiebra desde la crisis de 2008”, cuenta a este medio la vecina y activista.

Aunque inicialmente se contempló la idea de crear un huerto urbano, ese proyecto pronto se descartó al no haber una boca de agua para el riego en las proximidades ni demasiada luz solar en la propia parcela. Finalmente, decidieron en asamblea convertir la parcela en un parque autogestionado por y para las vallecanas. “Para muchas, un parque comunitario es una pequeña resistencia a la especulación”, subraya, atendiendo al significado también simbólico que estos lugares entrañan. El Sputnik fue, además, un refugio climático: “Si entras dentro del parque, se nota en verano que la temperatura es un poquito más baja que en el resto de la zona por el arbolado, es un espacio verde también entre cemento”, mantiene.

“Para muchas, un parque comunitario es una pequeña resistencia a la especulación”, subraya Lidia del PVA Sputnik

Durante estos últimos años, el parque ha albergado actividades para pequeños y mayores, comidas y cenas comunitarias a la fresca, presentaciones de libros, celebraciones y todo tipo de actividades de dinamización barrial, incluso una charla con la filósofa feminista Silvia Federici. Una experiencia que ha desafiado los pilares rectores del funcionamiento de las ciudades contemporáneas: solidaridad, trabajo horizontal y cuidado colectivo de la infancia frente a aislamiento, consumo y la privatización del goce. Las lógicas de producción capitalista no tienen cabida en lugares diseñados para la creatividad y la colaboración, quizás por ello han estado siempre en el punto de mira de empresas y gobiernos de toda clase.

Hace aproximadamente un año, un tenedor inmobiliario compró el solar del Sputnik a la Sareb y forzó a las vecinas a desalojarlo rápidamente denunciándolas por usurpación, aunque el juicio se anuló ya que el lugar está deshabitado al no ser propiamente una vivienda. El espacio funciona a medio gas desde que se ha convertido en un caramelo para los intereses del mercado inmobiliario, cada día más voraz en los barrios obreros.

La Red de Espacios de Madrid Autogestionados (REMA) define este tipo de refugios en el epicentro de los núcleos urbanos como “formas de expresión del derecho a la ciudad que cuestionan las lógicas de un sistema que nos convierten a todas las personas en usuarias de una ciudad en la que deberíamos ser protagonistas principales de su construcción”. Además, reivindican el carácter combativo y resiliente de estos pedacitos de utopía antisistema, muchos de los cuales han conseguido erigirse como garantes del patrimonio común a través de “la innovación, la inteligencia colectiva, la sostenibilidad y la justicia social”.

La conjunción de todos estos principios fue clave para que pudiera ver la luz el Skate park Escombro D.I.Y, un parque para chavales patinadores construido también sobre las ruinas y despojos de la burbuja inmobiliaria en el barrio de Campamento (Latina). Su nacimiento reúne muchas similitudes con el del Sputnik: un solar antaño abandonado, descuidado por las instituciones pero percibido como un mundo de posibilidades por vecinas ávidas de lugares comunes. La puesta en marcha de una campaña de crowdfunding para financiar los módulos de su interior y una intensa labor de limpieza hicieron posible un lugar de encuentro de jóvenes y adolescentes skaters venidos de distintos territorios de Madrid. La construcción del mismo se llevó a término de forma colectiva y con el tiempo los muros del mismo se destinaron igualmente a albergar una colorida galería de arte urbano al aire libre. Experiencias triunfales como la de este parque demuestran que la adolescencia aprovecha con gusto las zonas gratuitas donde pasar su tiempo libre de forma saludable en el espacio público cuando tiene acceso a ellas.

“Anomalías urbanas” y lugares donde politizar la crianza

Para Miguel A. Martínez, coautor de Centros sociales autogestionados: Por una reapropiación colectiva de la ciudad (2025, Akal) y parte del CSA Casablanca (Lavapiés), existe un fuerte componente de politización en este tipo de espacios . En su libro interpela a parques infantiles autogestionados, pero también a otras experiencias comunitarias y vecinales, desde huertos hasta plazas o cinetecas colectivas, que califica como “anomalías urbanas”. “Estos espacios han cuestionado críticamente la marginalización, exclusión y desplazamiento de ciertos colectivos sociales con respecto a las zonas más codiciadas de la ciudad”, anticipa la reseña de la obra.

En conversación con El Salto, destaca que los parques vecinales autogestionados han permitido históricamente politizar las necesidades sociales en tanto que se convierten en proyectos que ensayan formas alternativas de convivir en las ciudades. “El cuidado de la infancia es una cuestión que tiene también muchas dimensiones ideológicas detrás de cómo se hace. La crianza en colectivo es una necesidad social y las cuestiones educativas son importantísimas, por lo que considerar que las personas no adultas tienen derecho a un espacio donde desarrollarse con libertad en el espacio público es algo profundamente político”, comenta.

“Se fueron generando esos sitios para niños y eso resulta muy positivo a la larga porque son espacios de encuentro muy democráticos que no están mediados por las lógicas del consumo capitalistas”, relata Miguel A. Martínez

Bajo su experiencia, el auge de estos parques se fraguó en un momento en que militantes de distintos centros sociales ocupados de la capital pasaron de ser jóvenes activistas a, con el paso de los años, formar sus propias familias con hijos que después necesitarían espacios ad hoc adecuados a su edad. Al principio muchos parques estaban poco concurridos debido a que sus horarios de apertura –de tarde y noche, coincidiendo con las horas altas de actividad en los CSA– no eran demasiado compatibles con la infancia, pero esta circunstancia pronto cambió. “Se fueron generando esos sitios para niños y eso resulta muy positivo a la larga porque son espacios de encuentro muy democráticos que no están mediados por las lógicas del consumo capitalistas”, relata.

Para el autor, sustentar con mimo espacios que acogen la diversidad -de clase, raza, género, capacidades- y se muestran amables con todas las edades deviene un acto de resistencia radical. “Hay gente de muchas edades, varios tipos de actividades, se cubren necesidades que no están cubiertas por los servicios públicos, son lugares donde no hay que consumir ni pagar por esos usos, y eso es muy valioso”, determina. Las políticas neoliberales están cada vez más reduciendo al máxima la presencia de niños y adolescentes en las calles donde décadas atrás jugaban y se reían con otras criaturas de su misma edad. Ahora, las actividades extraescolares han ido externalizándose poco a poco, desvinculándose así del espacio público. Quizás por esta deriva los parques han sufrido constantes embates de los gobiernos que pasan por la Comunidad de Madrid, como ocurrió con el Patio Maravillas, un espacio intergeneracional inaugurado en julio de 2007 en solar abandonado de la calle Antonio Grilo (en el barrio de Malasaña).

Las vecinas ocuparon ese terreno aprovechando la semana de la Lucha Social y crearon un parque infantil y un huerto ecológico, además de otras actividades culturales para fomentar las relaciones sociales. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid firmaron un acuerdo en 2019 para construir un centro de salud en el lugar, lo que significó el fin del proyecto, aunque ya habían sido desalojados en múltiples ocasiones anteriores. Eso sí, casi seis años después, las promesas del consistorio han quedado en agua de borrajas y la edificación del ambulatorio sigue sin materializarse. Mientras tanto, siguen cercenando a conciencia lugares semejantes y los ayuntamientos ponen innumerables cortapisas a los centros encargados de sostenerlos. Por ejemplo, pidiendo licencias innecesarias a iniciativas que parten de agrupaciones vecinales, asamblearias y que no existen como personalidades jurídicas.

Muchas veces, el desalojo de estos espacios responde a una suerte de revanchismo ideológico contra aquellos colectivos que han hecho posible su existencia. “Tiene que ver con querer eliminar a un colectivo o quitarle un recurso que es crítico con la política del ayuntamiento o con el Partido Popular”, declara Martínez. Los activistas entrevistados para este reportaje coinciden en que el problema para algunos partidos políticos está en la apropiación popular del espacio público, más que de la actividad per se que se desarrolla en los parques.

Todo para las vecinas, pero sin las vecinas

El alcalde de Madrid presidió la ansiada inauguración este 15 de diciembre del parque Manolito Gafotas en Carabanchel. Se trata de un lugar que la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto llevaba casi 25 años demandando mientras el Ayuntamiento hacía caso omiso a los ruegos de los habitantes. Estos, lejos de claudicar, se organizaron en su día para poner en marcha plantaciones anuales de cientos de árboles en el terreno en aras de conservarlo y evitar su extinción. “Nuestro hijo plantó allí uno de los árboles del parque, así como los hijos e hijas de muchísimas personas que viven allí, se han hecho 20 arboladas porque la ciudadanía se organizó para crear la base de lo que hoy hay ahí”, infiere Javier Rico, periodista ambiental y vecino de este barrio fuertemente vinculado a su tejido asociativo.

No obstante, durante la inauguración el alcalde se rehusó invitar a las asociaciones vecinales cuya labor había resultado imprescindible para el reverdecimiento de la zona (de hecho, casi ni se las mencionó en el evento), lo que muchos han recibido como un acto de desprecio por parte de las instituciones madrileñas.

Algunos parques infantiles gestionados comunitariamente en Madrid formaron parte de espacios más amplios y compartidos por grupos de vivienda cooperativa en cesión de uso. Esto es así porque una de las características distintivas de este modelo habitacional con respecto al alquiler privado es la disposición de servicios y usos comunes para el disfrute colectivo, como lavadoras, áreas de bicicletas o incluso bibliotecas, pero también en ocasiones zonas exteriores como parques para niños.

La cooperativa de viviendas Pablo Iglesias, ubicada en Rivas Vaciamadrid, inició su andadura en 1977 de la mano de la UGT, siguiendo los modelos colectivos y convivenciales fomentados entonces por los sindicatos alemanes e italianos. El proyecto tuvo lugar en un terreno rústico no edificable que consiguió transformarse en óptimo para la vida vecinal, aunque las casas no fueron otorgadas hasta varios años después, en 1882. Uno de los espacios que integraron la cooperativa fue un gran parque infantil, así como varias zonas ajardinadas que dotaron de vida vegetal al vecindario.

“Aquí no hay barreras, la gente puede pasar porque la urbanización no es al uso, no hay verjas sino que está abierto”, desliza Maite Arejolaleiba, integrante veterana de la cooperativa de viviendas Pablo Iglesias

Aunque pertenecían a la mancomunidad y estaban sostenidos por éstas a partir de sus aportaciones mensuales, decidieron desde un primer momento que el parque estuviera a disposición de todo el que quisiera disfrutar de él aunque sobre el papel perteneciera al vecindario. “Aquí no hay barreras, la gente puede pasar porque la urbanización no es al uso, no hay verjas sino que está abierto”, desliza Maite Arejolaleiba, integrante veterana de esta cooperativa. Desde el año 2000 el parque ha pasado de estar gestionado por la comunidad vecinal a estarlo por parte del Ayuntamiento a través de una empresa pública tras la firma de un convenio con la mancomunidad.

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