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Comunidad de Madrid
Ecourbanismo o cómo combatir la crisis climática en las ciudades y desde lo comunitario

Son las 11 de la mañana. Una decena de voluntarios se dispone a contabilizar e inventariar zanahorias, repollos, peras y toda clase de productos hortícolas que van recibiendo en su pequeño local para poder repartirlos al rato a distintos consumidores de la zona. Llevan en marcha desde las 6.30, como todos los martes, aunque dentro de unos minutos harán por fin el merecido descanso del desayuno antes de continuar la recepción matutina de vegetales. En esta cooperativa agroecológica del barrio de Vallecas, conocida como La Garbancita, el trabajo semanal se concentra en los martes y miércoles: “Como trabajamos con alimentos ecológicos, nuestro ciclo de la semana se adapta a la vitalidad de los alimentos. Así, si los productos han sido recolectados el lunes, en menos de 48 horas tienes en tu mesa un alimento”, explica Pilar Galindo, presidenta de este proyecto.
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Desde que la cooperativa de agricultores y consumidores inició su andadura en marzo de 2010, distintos grupos autogestionados de consumo responsable han ido acercando la tierra a escuelas, centros de mayores y compradores individuales. Lo hacen bajo una lógica ecofeminista y popular que centraliza los derechos de los trabajadores del campo frente a los dictámenes habituales del mercado: “Nosotros no le decimos a los agricultores ‘este producto ahora está a este precio, ¿a cuánto me lo vas a poner?’, sino ‘¿cuál es el precio que tú necesitas? Nosotros ese precio lo aceptamos’. Si yo cojo y compro alimentos de importación estoy incidiendo en la seguridad alimentaria de otros países”, explican.
Este tipo de apuestas ecourbanistas que persiguen un cambio de modelo productivo radical han ido brotando en los últimos años con celeridad en las grandes ciudades como respuesta a la crisis ecosocial y sus múltiples estragos. La inseguridad alimentaria y la desigualdad presentes en las urbes de todo el mundo exigen un nuevo paradigma que subvierta los moldes del capitalismo extractivista y nos permita vivir mejor. Ante un sistema que privilegia el capital por encima de la salud y el bienestar humanos, plantear dinámicas basadas en la cooperación, el apoyo mutuo y el respeto integral a los derechos de los trabajadores supone un acto de resistencia activa.
La producción alimentaria sostenible es una pieza más dentro de las transformaciones que deberían acometer las ciudades. Otras serían intensificar las dinámicas cooperativas y de encuentro o reintroducir la naturaleza en la urbe
José Luis Fernández 'Kois', experto en ecología social y soberanía alimentaria y autor del ensayo sobre el poder de la agricultura urbana Huertopías (Capitán Swing, 2025), apunta en conversación con El Salto que la producción alimentaria sostenible constituye tan solo “una pieza más dentro del complejo mosaico de transformaciones multidimensionales” que tienen que implementarse dentro de la ciudad. Entre estas piezas se encontrarían, por ejemplo, intensificar estas dinámicas convivenciales, cooperativas y de encuentro, o abrir espacio para la reintroducción de la naturaleza en la ciudad.
En definitiva, “cambiar el hardware de las ciudades, el propio diseño urbanístico del espacio público”. Lo relevante no es la agricultura por sí sola, determina el autor, sino que esta camine conectada con otras experiencias alternativas a nivel local basadas en el protagonismo ciudadano. Además, es importante que vayan de la mano con una actividad participativa en los centros sociales y las asociaciones vecinales, también AMPAs, donde se reproducen formas de organización colectiva.
Renaturalizar el espacio urbano y democratizarlo
En 2008, la población urbana del mundo superó a la rural por primera vez en la historia. Las cifras han ido incrementándose con el paso de los años y actualmente la FAO estima que el 68% de la población mundial será urbana en 2050. Hoy, el 79% de todos los alimentos producidos en el mundo se consumen en zonas urbanas, si bien las cifras de desperdicio alimenticio ya superan el 40% de todo lo producido según un estudio de WWF.
Kois: “Hay una deuda histórica en justicia ambiental con los barrios obreros, donde hay menos zonas verdes y se ubican todas las infraestructuras tóxicas que nadie quiere cerca”
En términos de acceso a la naturaleza, las áreas en las que habitan personas de mayor poder adquisitivo (las zonas urbanas más ricas) tienden a tener una mayor cobertura árborea y de biodiversidad urbana con respecto a las más empobrecidas. Esto a la larga se traduce en mayores riesgos para la salud en aquellas personas que habitan zonas económicamente desfavorecidas ante las olas de calor y otros efectos adversos del cambio climático. “Hay una deuda histórica en términos de justicia ambiental con los barrios obreros, donde hay menos zonas verdes, están peor mantenidas, son de peor calidad mientras es donde se ubican todas las infraestructuras tóxicas que nadie quiere tener cerca en el centro de las capitales”, subraya Kois.
Este escenario hace que, a ojos de Ecologistas en Acción, sea todavía más imperativo renaturalizar los espacios urbanos desde propuestas agroecológicas para hacer frente a los embates de la crisis climática. En su informe Las ciudades frente a la crisis ecológica, la confederación ecologista remarca que las estrategias de renaturalización deben ajustar la economía a los recursos y procesos naturales, así como a los límites biosféricos y a las necesidades humanas. A día de hoy, el 50% de los problemas relacionados con contaminación de aguas, aire y suelos tienen como origen la agricultura industrial. Algunos de los pasos a seguir para revertir esto, según un estudio del Foro Transiciones, pasarían por la producción de alimentos agroecológica, la reducción significativa de la ingesta de proteína animal, la transición hacia las energías renovables, el transporte público y colectivo, la fiscalidad ecológica y progresiva, la redistribución de la riqueza y la reducción de la jornada laboral.
Cambios que por el momento se están capitaneando mayoritariamente desde los márgenes, en aquellos entornos politizados que luchan por revertir las bases mismas del sistema neoliberal. De ponerlos en práctica de forma generalizada, no solo conseguiríamos ciudades más verdes, sino también espacios más democráticos en sí mismos. “Pensemos que ahora mismo la ciudad en torno al 70% de media está destinado a aparcar coches y mover vehículos con motor. Una democratización del espacio supondría retirar espacio al coche y destinarlo a otros usos más convivenciales, sociales, aumentando también las zonas de equipamiento”, desliza Kois.
La agricultura urbana también crea lugares de encuentro y socialización no mercantilizados, como es el caso del Solar de Matilde, huerto del centro social Eko
Apunta al caso de París, donde se están generando paulatinamente procesos de desasfaltado, desurbanización y renaturalización en numerosas partes de la ciudad. En esta línea, la agricultura urbana puede ayudar a entender ciertos espacios como los huertos urbanos como lugares de encuentro y de socialización no mercantiles donde se recrean y cohesionan comunidades bajo relaciones de confianza mutua. Javier, vecino de Carabanchel, estuvo durante años cultivando un huerto okupado cercano al centro social autogestionado Eko, el Solar de Matilde: “Era sobre todo para reunirte, irte a charlar, realizar algunos eventos del nodo producción de Carabanchel, y de otros colectivos. A nivel comunitario, nos permitió aprender de agroecología y tener un espacio de encuentro entre vecinos”, destaca el activista. Aunque la producción hortícola no fue especialmente abundante, el proyecto sí tuvo un impacto simbólico reseñable en cuanto a las relaciones de aprendizaje colectivo que ahí se gestaron.
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Pedagogía para sembrar un futuro verde
Pero pensemos incluso más allá de los huertos urbanos comuntarios. En Huertopías, Kois amplía la mirada a todo un inmenso crisol de iniciativas revolucionarias que han florecido en los últimos años como horizontes de cambio: desde terapias hortícolas en hospitales hasta zonas de cultivo en escuelas o bibliotecas (como lugares de alfabetización agroecológica), granjas urbanas o cooperativas de consumo sostenible donde se dan experiencias asociativas e inclusivas. “En la medida en que tú participas de un proceso que te obliga a compartir un lugar, unos recursos con otras personas, acabas generando una suerte de habilidades sociales y conocimientos que son muy relevantes o significativos para abordar la transición ecosocial”, destaca el experto en ecología social.
En los colegios Montessori ya se han implementado planes de estudios que incluyen la botánica, la zoología y el estudio de la tierra “para que se conviertan en adultos ecológicamente responsables”
En los colegios Montessori ya se han puesto en práctica planes de estudios para niños y adolescentes que incluyen conocimientos de botánica, zoología y el estudio de la tierra “para que se conviertan en adultos ecológicamente responsables”. Montse Álvarez, directora de International Montessori Institute, cuenta que desde infantil los niños aprenden a conocer las plantas, animales y aspectos físicos del planeta. “En primaria, los experimentos tienen un papel fundamental para la comprensión de las principales leyes naturales y se introducen historias con metáforas que ilustran la interdependencia entre los seres vivos y el agua, el sol, el aire y la tierra”, detalla. Un aprendizaje que pasa por entender los vínculos naturales desde la cooperación y no desde la extracción ilimitada de recursos. Además de cultivar un huerto común, los alumnos también realizan actividades como aprovechar los desechos orgánicos para convertirlos en abono o ayudar en el cuidado de animales domésticos para estimular la empatía hacia todos los seres.
Esta tarea pedagógica desde propuestas ecourbanistas deviene fundamental en la mayor parte de los proyectos radicales para poder imaginar futuros distintos. El pasado mes de noviembre, tal y como transmitió recientemente la revista Climática, The Lancet Planetary Health reveló que más del 43% de encuestados sobre el cambio climático afirmó que éste afectaba negativamente a su salud mental, mientras que el 38% aseveró que empeoraba su vida cotidiana. Por eso es determinante que sea desde los espacios didácticos donde emerja el cambio: en junio de 2023, la cooperativa Garúa y el museo Reina Sofía desarrollaron un itinerario de formación al profesorado en varios centros educativos de Madrid y algunos pueblos de Aragón y Cantabria bajo el nombre de Pedagogías del mañana.
Algunas de las transformaciones que permitirían “especular sobre el futuro de forma esperanzadora” en los colegios implicaban, por ejemplo, reformar las arquitecturas escolares renaturalizando los patios o impulsar comedores agroecológicos con proveedores ambiental y socialmente responsables. En La Garbancita, desde que los colegios empezaron a solicitar que la cooperativa les proporcione alimentos de cercanía para añadir a sus menús semanales, han conseguido incorporar alimentos ecológicos y de temporada en las dietas de las criaturas. También en una cafetería presente en la Universidad Autónoma de Madrid, donde desarrollaron el año pasado un proyecto de apoyo a que haya un menú ecológico y saludable una vez a la semana.
Un remedio contra el malestar emocional
El impacto de introducir modelos de ecourbanismo en estos espacios ha resultado ser, hasta la fecha, mucho más beneficioso para la salud física y mental que en el caso de la agricultura industrial. Galindo destaca que el ámbito donde han percibido de forma más manifiesta estos efectos positivos ha sido en un centro de mayores con deterioro cognitivo de Vallecas. La cooperativa les asiste tanto en el suministro de alimentos ecológicos y de cercanía como en la educación alimentaria. “Hemos visto que nuestra acción impacta mucho más que en cualquier otro colectivo porque una parte de sus enfermedades tiene que ver con la mala nutrición. El que incorporemos alimentos que no son inflamatorios ayuda porque, si hablamos de personas con más de 60 años, casi todas están medicalizadas”, incide la presidenta de este proyecto agroecológico.
Kois: “En los países anglosajones, las terapias hortícolas están dentro de los sistemas nacionales de salud, mientras que aquí nos resulta todavía chocante”
En lo referente a la salud psicológica y emocional de la población, los países anglosajones van algo más adelantados que España, recuerda Kois: “Las terapias hortícolas están dentro de los sistemas nacionales de salud, tú vas al médico y te recetan ir a un huerto comunitario con total normalidad, mientras que aquí nos resulta todavía chocante”, alega. Por ejemplo, la participación activa en un huerto comunitario ayuda muchas veces a aliviar patologías como la ansiedad en tanto que, añade, “permite transformar un lugar o un trozo de tierra en un elemento donde fructifica la vida, la gente que lo logra recupera cierta autoestima, eso tiene un impacto muy sanador para mucha gente”.
Comparte su diagnóstico Martín Romero, joven residente en el pueblo madrileño de Valdemorillo, quien actualmente está organizándose con otros vecinos para revitalizar un conjunto de diez huertos urbanos comunales que estaban activos en 2017 pero que fueron abandonados a comienzos de la pandemia. “Múltiples vecinos estamos colaborando en esfuerzos conjuntos para retomarlo porque en su momento se creó un sentido de comunidad que por desgracia se perdió cuando se abandonaron. Este tipo de proyectos animan a los vecinos de todas las edades a interactuar entre ellos y formar algo que no sea simplemente individual”, comenta a este medio Romero. Su ilusión es poder reverdecer una zona donde los vínculos vecinales se han ido debilitando con el tiempo y llenar de vida un espacio del que pueden germinar todo tipo de proyectos a futuro.
Como reza el citado informe de Foro Transiciones, “frente a esta erosión de la política pública emerge un anhelo de protagonismo de las comunidades locales de pequeño tamaño, que supera los modelos anteriores mediante la democracia directa y autogestión generalizada”. Es preciso, por tanto, articular economías públicas fundamentadas en la economía solidaria a través de la intervención en los mercados desde una mirada ecosocial.